El Tío de las Barbas

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El Tío de la Barbas

Personaje de anciana edad que vivió en los años cuarenta y principios de los cincuenta del siglo XX. Conocido en los barrios de Santa Marina y San Agustín de Córdoba, ya que residía en al calle Zarco junto al Cine Olimpia. Se comentaba en el barrio que era jubilado como capitán de la Guardia Civil.

Se le llamaba por este apodo por poseer barbas blancas, muy largas, con un bigote de mostachón con puntas afiladas siempre muy pulcras y aseadas.

De alta estatura, ancho de cuerpo y atléticas formas; vestía en invierno capa corta de color verde, cubriendo las piernas con polainas de cuero y la cabeza con sombrero; su paso era firme de zancada mediana y lenta. Tenía una mirada perdida, como si mirara al infinito. Se puede decir que era de corte mayestático con formas militares.

Poco comunicador y solitario, pero afable en el saludo de sus convecinos. Demostraba una predilección por los niños que manifestaba dándoles en ocasiones caramelos y mostraba su afecto pasándoles la mano por la cabeza. Solía decirles: "Sé bueno y obediente".

A pesar de ello, algunas madres para amedrentar a sus niños traviesos los conminaban diciéndoles: "Niño que vive el Tío de las barbas" y los chiquillos salían a esconderse asustadizos.

Era muy religioso. En las iglesias que frecuentaba, en el momento silencioso de la consagración, cuando se elevaba la hostia y el cáliz y sólo se oía la campañilla que tocaba el monaguillo, él con voz potente y recia pronunciaba pausadamente la frase:

"Señor mío y Dios mío".

Aquella manifestación de fe expresada por este señor era acogida con respeto por los demás fieles en la solemnidad del momento, quedando sorprendidos y llenos de admiración los feligreses que no lo conocían y oían por primera su rotunda manifestación.

Este personaje nos invita a reflexionar sobre un mundo donde lo inmutable se hace mutable con el paso del tiempo.

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