Francisco García González "El topo de Córdoba"

De Cordobapedia
(Redirigido desde «Francisco García González»)
Saltar a: navegación, buscar
Francisco García González
Francisco García González

Nace en Córdoba el 6 de enero de 1912. Fue el concejal más joven del Ayuntamiento de Córdoba tras la victoria del Frente Popular por el PCE, también perteneciente a la Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). De profesión platero.

En la noche del 18 de julio de 1936 tras el triunfo del levantamiento militar se escondió en su domicilio de la calle Gutiérrez de los Ríos (casa situada frente a la salida de la calle Pedro López) con el también joven Ramón Guerreiro Gómez secretario provincial de las JSU. Éste huyó de Córdoba el 7 de agosto del mismo año en la oscuridad de la noche atravesando el Guadalquivir a nado.

Francisco optó por quedarse escondido tras la chimenea donde existía una buhardilla. Puede llamarse con toda dignidad “El Topo de Córdoba”, pues estuvo 33 años convertido en un auténtico secuestrado político. Se entregó a la policía en 1969; tras su declaración quedó en libertad, previa consulta con las autoridades superiores. Se le argumentó que habían caducado las normativas por las cuales se derivaban responsabilidades en su actuación política en el Frente Popular. Ya libre, y con un trabajo, vivió de forma muy modesta y callada hasta su fallecimiento.

Testimonios

Se recogen algunos rasgos de su prolongado cautiverio comentado por un familiar allegado a Francisco:

Francisco en los primeros tiempos del levantamiento militar no salía para nada de buhardilla, su madre le suministraba los alimentos y los útiles necesarios para su aseo personal. Miembros del Batallón de Voluntarios fueron varias veces a registrar su domicilio, pero para ocultar la entra al escondite situado detrás de la chimenea habían puesto leña, de forma que se encontraba tapado. Los rastreadores con las culatas de los fusiles daban golpes en las paredes para ver si había huecos, pero se encontraban siempre con muros.
Cuando Francisco salía del escondite tomaba infinidad de precauciones como: andar con zapatillas de esparto para que nadie pudiera oír sus pasos, ya que vivía en planta alta; en los balcones exteriores y ventanas interiores se corrían las cortinas no trasparentes para ocultar la interioridad. Pasados los años más duros de la represión franquista, se asomaba por las noches veraniegas a un balcón que estaba cubierto por una persiana de estera y por un pequeño hueco veía jugar a los parroquianos de una taberna contigua que jugaban al dominó en los veladores de la calle. Era su principal distracción, donde hacía apuestas personales por los jugadores allí reunidos.
Como cualquier persona se ponía enfermo. Su madre con mucha cautela llamaba al humanitario y querido médico de familia don Nicolás del Rey, que bajo el principio hipocrático lo asistía, de forma, que nunca lo delató. Incluso en algún momento, llegó a intervenirle como dentista, extrayéndole piezas dentales.
Ya en los años sesenta se atrevía a salir a la calle por la madrugada cuando nadie transitaba por la calle, de forma que baja hasta la ribera del río Guadalquivir, o a algún barrio popular como Santa Marina, nunca se le ocurrió la idea de pasear por el centro de la ciudad. Cuando empezó esos paseos tuvo casi que aprender a caminar pues había perdido el hábito.
Eran tales las precauciones que tomaba su madre, que sus primos no llegaron a enterarse de su situación hasta unos años después de la Guerra Civil, pues toda la familia y amigos lo daban por fusilado. Una prima decía: "Cuando nos enteramos fue toda una alegría, por supueto no compartida con nadie. Como era platero y algunos familiares también vivían de este oficio empezó con todas las medidas pertinenes a trabajar en un pequeño banco de joyería, donde así se ganó algún dinerito".


Entrevista realizada por Eladio Osuna y publicada, el 26 de agosto de 1969, en El Sol de España

Francisco García Gonzalez


El calor de Córdoba es insoportable en este mes de agosto Y si a la redacción llegan noticias como esta, el desasosiego llega a su punto máximo.

Un hombre, un español, ha estado oculto en su domicilio durante 33 años, doce mil días viviendo con la psicosis del miedo. Horas de inquietud, de tedio, de deseos. Doce mil días de una vida ocupada en ocultarse.

Una calle, como tantas de Córdoba, ha sido el mundo de un hombre que tras la persiana y resquicios de las ventanas observaba a sus semejantes andar alegres e indiferentes de unos ojos anhelantes de libertad, de gozarla de ser como los demás.

Me acompaña Paco Gálvez, colaborador habitual del periódico, .porque necesito un apoyo, un elemento de contraste en la entrevista que voy a sostener.

En los buzones del portal no figura el nombre de don Francisco García González. Es lógico. Hay una escalera, a la derecha, una puerta. Llamo y una mujer me contesta que no sabe nada. Pregunte ahí arriba, a ver. Arriba hay una puerta de cristales y una argolla para tocar una campanilla.

Don Francisco no está, pero a las nueve es posible que... A las nueve, un hombre alto y delgado, con cierto titubeo me dice:

Soy yo, pasen ustedes.

Una casa modesta, pero muy limpia. Una mujer está también es doña María Luisa, hermana. Pero por favor. Siéntensen. En la comisaría me dijeron que nadie vendría.

Sí, pero ya sabe que los periódicos... Bueno, pero por favor no se excedan, y lo que quiero es empezar.

Don Francisco, estamos en 1936, usted tiene 22 años, ¿qué pasa?

El 18 de julio estalla el Movimiento, yo era concejal del Ayuntamiento socialista, y me escondo.

¿Por qué?

No sé, el instinto de conservación, el miedo, no sé, todo eso junto.

¿Quién le ayuda?

Los familiares solamente.

Doña María Luisa asiente con la cabeza. Sabe muchas cosas, todo. Ella no se ha casado. Sus ojos tienen el brillo de una entrega. Una en trega al servicio de su hermano. Pero no dice nada.

¿Dónde se escondía?

Al principio, en una carbonera. Cuando venían a buscarme me metía dentro, y ellos se iban por la puerta trasera. Mientras, mi madre, delante de la puerta cocinaba. Después, tras los primeros años, ya no venían. Estaba más tranquilo.

¿Sentía ganas de escapar, de irse?

¿De ir dónde? Se ríe y mueve la cabeza, añade. Claro que sí, como todo el mundo que hubiera estado en mi situación. Esto era terrible, pero ya pasó.

¿A qué se dedicaba «ahí dentro»? Mi profesión es platero, y ayudaba desde esta habitación a mis hermanos. Soy orífice y hacía piezas.

¿Cómo pasaba las fechas entrañables, Navidad por ejemplo? Con mi familia. No había nunca ningún extraño en ella.

¿Salió alguna vez de su escondrijo?

Sí, la primera a los 27 años de encierro. Salí a respirar, porque estaba enfermo. Me vio el médico —sin saber quien era yo— y me reconoció congestión, trastornos nerviosos. Me recetó caminar, pasearme. Así que estos últimos años he salido casi a diario.

Por favor, cuéntenos su primera salida.

Fui hasta Santa Marina, y no sabía andar. Aunque este piso es muy grande no estaba acostumbrado. Resumiendo que pasé por un cine cuando salía la gente y tan absorto iba a mi problema, en que no me reconociera nadie, que no oí un triciclo que venía detrás haciendo mucho ruido. Los nenes que lo conducían se reían mucho y me llamaron sordo.

¿Oía la radio?

Sí.

¿Qué opinión le merecía lo que oía?

Oía sólo música, me distraía. No quería pensar en nada del pasado.

¿Y la T.V?

La primera vez que la vi. hace muchos años en un escaparate de una tienda. Por cierto que se veía muy mal. Era el comienzo. Después me ha ayudado mucho.

¿Conoce el desarrollo español?

Sí, a través de la Prensa.

¿Por qué era usted socialista?

Miré, no quiero saber nada del pasado. Quiero empezar. Olvidar todo aquello. Soy apolítico. Quiero empezar y trabajar. Rendimirme.

Don Francisco se emociona, se le cargan los ojos de sentimiento, Cambio el tema.

¿Cómo era la juventud de entonces?

Diferente. La de ahora es mejor. Más feliz. Estoy muy contento. Yo lo que quiero es empezar, trabajar..

Me sentía amigo de todos desde allí arriba, conozco a todos los del barrio. Ahora que estoy aquí es cuando me voy a morir. Porque tengo úlcera y todos me invitan a cerveza, y a fumar. Estoy muy contento y no sé cómo agradecerles todo esto.

¿Qué ha sido lo primero que ha hecho al darse a conocer?

Pasear, sentirme libre, recorrer la ciudad despacito.

¿Qué le ha parecido?

Más grande, más hermosa, no sé, más...

¿Conoce al alcalde de Mijas?

Sí, por el periódico.

¿Por qué no se ha presentado antes?

Porque no sabía lo del decreto.

¿Qué le dijeron en la comisaría?

Me acogieron muy bien. Yo pensé que iban a estar más secos. Tuvieron muchas atenciones. Estoy muy agradecido a todos.

¿Tiene ya su documento de identidad?

No. Me lo están tramitando. Aquí tengo el resguardo, pronto me lo darán.

¿Qué es lo que más le ilusiona ahora?

Empezar. Tener trabajo, empezar a resacirme del en cierro. Trabajar, y poder devolverle a mi hermana todo lo que ha hecho por mí.

¿Qué le gustaría decir a la gente?

Quiero pasar desapercibido, pero quiero también agradecer lo bien que se están portando conmigo.

Este es el hombre. Su hermana nos quiere invitar, pero denegamos porque queremos tomar una cerveza con don Francisco abajo, en el bar, en la libertad. Allí están los vecinos. Unos lo conocen ya, y lo reciben con cordialidad con simpatía. Otros aún no saben quién es. El sí los conoce. Pero tras la persiana.

Don Francisco es un hombre feliz. Entre bromas nos cuenta cosas íntimas trágicas de su encierro. Pero se siente joven. Quiere empezar que es lo importante.

¡Hasta sería capaz de casarme! Pero lo veo difícil porque no me gustan las de mi edad. Y las jovencitas no son para mí.

Un hombre ha nacido a la vida. Una hermana se siente feliz. Un ser humano que busca desesperadamente trabajo, porque quiere vivir honradamente. Rendir. Es un hombre que vuelve a la sociedad de donde salió un día, y hay que hacerle sitio. Porque tiene que vivir. Porque tiene derecho a vivir como los demás. Porque ya es de los demás.

Principales editores del artículo

Valora este artículo

0.0/5 (0 votos)