Leyenda de la calle de la Pierna

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Cuentan que en aquella casa (número 4 de la calle de la Pierna, actual calle Barroso) vivía una joven que no solamente pasaba el día en la ventana indagando la vida de sus vecinos, sino que muchas noches hacía lo mismo, acarreándose el odio de todos los que tal conducta sabían.

Una noche puesta en su sitio de costumbre, vio venir de hacia la parroquia dos filas de luces alumbrando un féretro que ocupaba el centro. Ya cerca, arrimóse a la reja uno de los acompañantes y le rogó le guardase el cirio que llevaba en la mano para recogerlo al día siguiente, por no serle posible seguir a causa de encontrarse enfermo. Accedió aquélla a la petición y después de tomar el cirio su curiosidad le hizo preguntar el nombre del que llevaban a enterrar, oyendo con asombro que el desconocido pronunció el de ella, cuya sorpresa le hizo dar un grito y caer desmayada. Cuando volvió en sí aún apretaba en la mano la canilla de un muerto en que la vela se le había convertido. Añaden que no sólo quedó curada de su mala costumbre, sino que se colocó la pierna en el sitio que aún vemos en memoria de este suceso.

Otros -y éstos no alcanzaron tanto crédito- inventaron que en esta casa vivió una señora en extremo bella, pero tan orgullosa y de mal carácter que nadie podía sufrirla, llegando su desmedido amor propio a creerse la más hermosa del mundo y a despeciar a cuantos no la adulaban. A tal extremo llegó su presunción que teníase por superior a su padre, a quien maltrataba por su extremada pobreza.

Un día se acercó éste a pedirla un socorro con qué atender a sus necesidades. Mas, en vez de obtenerlo, lo recibió aquélla con multitud de injurias , a que el pobre anciano contestó dignamente, no creyendo que su hija cometiese la infame acción de arrojarlo a puntapiés de su casa, dando lugar a que la maldición paterna cayese sobre ella, hasta tal punto que la pierna con que lo había ofendido se le convirtió en piedra, muriendo entre los más agudos dolores, castigo con que la Providencia le hizo comprender lo mucho que la había ultrajado.

Teodomiro Ramírez de Arellano. Paseos por Córdoba.


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