El Organillero

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Francisco Prados con su burrito "Rayao"
El Organillero


Se puede decir con exactitud que Francisco Prados Luna fue el último organillero callejero de Córdoba. Comenzó con catorce años a darle al manubrio llegando a estar en la profesión cerca de cuarenta años. Fue competidor con La Coja del Pianillo que al morir ésta quedó como único animador de las calles de la ciudad.

Si burrito “Rayao”, era famoso al portar un sombrero de paja, todo un reclamo para los turistas, y como tal, fomentaba el ser fotografiado con los mismos.

Francisco sabía bien su oficio errante, humilde y noble, entretenedor y limosnero. Este hombre enjuto y de piel curtida por el sol tórrido verano, sacaba diariamente a las nueve de la mañana el organillo desde la calle Coronel Cascajo, (hoy calle Lineros) para desplazarse a la Mezquita con el fin de estar toda la mañana en el oficio. A medio día subía a la plaza de las Tendillas hasta las tres de la tarde, se recogía por la siesta, y de nuevo por la tarde recorría las calles céntricas de la localidad.

El organillo estaba pintado en sus laterales de diez colores con florecillas “naif” que hacían juego con el tintineo constante de los chotis y pasodobles. Sobre la tapa del mismo hay infinidad de postales de toreros, que con el tiempo se pusieron descoloridas. Además de una plaza metálica con la referencia del fabricante: “Luis Casali, Poniente, 60. Barcelona”.


Preguntado a Francisco sobre la procedencia del organillo decía:

Lo compre de segunda mano en Sevilla y los cilindro los montan en Madrid con diez piezas cuyo costo es de 2.500 pesetas de las de principio de los años setenta.

Con respecto a la técnica de darle al manubrio contestaba:

El intríngulis está en saber imprimir la velocidad justa al manubrio, en los chotis se le imprime menos y a los pasodobles de le da más de prisa.

Sobre sus honorarios y gastos respondía:

Todo es limosnas, salvo que me contraten para amenizar bautizos, bodas y algunas verbenas, por este servicio cobro trescientas pesetas.
Los gasto son los impuesto municipales, pago 150 pesetas de arbitrios mensuales, más la placa del carro y la matrícula del burrito, una vez al año.

Sobre alguna anécdota ocurrida, se referían a la siguiente.

Me llegó un extranjero proponiendome marchar con él a una ciudad italiana, con un contrato muy superior a los que yo pudiera percibir en las calles de Córdoba. Como no me apetecía le contesté:
Mire mi asno “Rayao” es muy delicado, el sólo camina por los itinerarios ya marcados, seguro que se los cambio y se pone triste, pues me recomienda el veterinario que no está para muchos trotes, además, lo meto en un cajón para el transporte y seguro que se muere.


Desapareció el organillo, el burrito “Rayao” y su dueño en razón a su jubilación. Desde ese momento Córdoba perdió alegría, dado que las notas sonoras del pianillo metálico se las llevó el viento para nunca más volver, quedando tan sólo en el baúl de los recuerdos y en la nostalgia de aquellos que disfrutaron de él.

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