El triunfo de unos amores o cuando pararon la destrucción de la Mezquita

De Cordobapedia
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Leyenda incluída en la revista semanal El Álbum y firmada por Carlos Díaz el 12 de enero de 1873.[1]. La leyenda escrita en tercera persona y supuestamente bebiendo de un documento antiguo, narra las “verdaderas razones” por las cuales el Ayuntamiento y su corregidor mandaron parar las obras de la construcción de la Catedral en 1523 y de la sentencia que dijo Carlos I a su paso por Córdoba.

EL TRIUNFO DE UNOS AMORES APUNTES PARA UNA LEYENDA DEL SIGLO XVI

En uno de los últimos días del mes de Agosto del año de gracia de 1523, bajo un frondoso bosque que hermoseaba la margen derecha del Guadalquivir, y cuyo paraje conocemos hoy por «Alameda del Obispo,» distinguíanse á puesta de sol dos grupos, que bien dejaban conocer al aproximarse su distinta calidad, ya por los trajes que mostraban, ya también por la actitud que los diferenciaba.

Escueta, rígida y severa, vistiendo luengas tocas, y con inmenso rosario prendido, departía animosamente Doña Aldonza con un hombre que á su lado estaba, de tostada tez y franca fisonomía, y cuya blanca caballera se destacaba bajo las anchas alas de su sombrero flamenco, el que con una sonrisa sostenida en sus labios oía distraído, acariciando el puño de su larga tizona, la precipitada conversación de la encopetada dueña.

Puesto que ya conocen nuestros lectores á estos personajes, siquiera sea de un modo superficial, los colocaremos en presencia de los dos interlocutores vecinos, objetos verdaderamente esenciales de nuestra narración. Apoyada la megilla en una de sus manos y en una actitud melancólica y triste, veíase una mujer, que podría frisar en las diez y seis primaveras, y á cuya boca sonrosada, ojos azules como el cielo y nacarado cutis, servia de marco una cabellera rubia y sedosa, que acariciaban en constante giro, las perfumadas auras de las márgenes del rio.

A sus pies, y sentado en una postura verdaderamente oriental, hablaba al parecer con estremado calor y con el vivo ademan del que trata de producir la convicción, un caballero vestido á usanza dé la época, y cuya vida y fisonomía toda podría afirmarse afluía en aquellos momentos á sus ojos.

Profundo era el silencio, que solo interrumpía el cadencioso acento de algún ruiseñor, y el vaivén de las ondas del anchuroso Bétis que besaban su orilla, y bien por ello se entiende fueran inteligibles á no mucha distancia las palabras que se pronunciaran.

Sultana, decía el caballero; tuya es mí alma, como es tuyo el perfume de las flores de tu calado agiméz; mi religión y mi raza nos separan á la distancia qne los astros de los mares donde se miran, pero la fatalidad y nuestros corazones nos unen como las hojas del trébol que nacen, viven y mueren juntas... te amaba antes de conocerte y mi corazón te había presentido en medio de mis ardientes arenales, y había abrigado tu imagen bajo la tienda de guerra de mis padres. Te debo mi pasado y voy á entregártelo.

Mí padre Muhamad ben Arut, Dios le tenga en el Paraíso, fué uno de los hijos de la predilección del Profeta, y después de embotar en cien combates su corba cimitarra y de ahogar en su carrera á cien corceles veloces como el viento, pagó su tributo á la naturaleza, sumiendo en el llanto á los pueblos á quien sabiamente había gobernado. Ya en su lecho de muerte con voz temblorosa pero enérgica y vibrante me dijo estas palabras:

«hijo de Mileida, Alah derrame sobre tí sus bendicio nes y sobre todo lo que te circunde; te he visto pelear á mi lado como el león, y la sangre de los Omeyas circula ardiente por tus venas; oye bien mis palabras y cumple mis preceptos y así Alah te guarde de todo contacto de infieles, si realizas en nombre de tu padre el sueño de su vida; hijos somos de aquellos Califas que en la luna dylagia del año 346 de la Egira, concluyeron para gloria de Dios en Córdoba la suntuosa Aljama que dio á los hijos del Profeta toda suerte de venturas.
Ni la activa Damasco miró en su seno tanta suntuosidad, ni Jerusalem pudo jactarse con su Alaksa de competir con el Mihrab de tus abuelos; mil esclavos cristianos cargaron en sus hombros la tierra de Narbona para la construcción de sus muros; oloroso alerce exornó su techumbre; preciosos alicatados vistieron sus paredes, donde el nombre del Último mes del año entre los árabes. Dios verdadero se estentaba, y dos mil lámparas con aceite de nardos del oriente alumbraban en la noche, el Mushaf escrito por la «sagrada mano de Otman, donde el oro y las piedras preciosas deslumhraban. Hoy todo ha desaparecido y ocupado por infieles, solo restan los venerandos muros de nuestra mezquita... Voy á morir, y al separarnos para siempre te encargo que atravieses el África y llegando á la margen septentrional del Guadalquivir, entres en la Aljama y beses el polvo santo de su pavimento, y jures á Dios que antes pasarán por tu cadáver que permitir la demolición de sus sagrados muros.»

Tales fueron sus últimas palabras; pues momentos después estaba helado. Al siguiente sol, envuelto su cadáver en un lienzo de blanquísimo lino, fué sepultado vuelto hacia el Oriente, y recibiendo su tumba mis postrimeras lágrimas, volé á España para poner en acción su voluntad última

Un año hará prócsimamente que todos los días rezo en mi mezquita profanada, y allí te conocí, allí mis ojos te dijeron cuanto te amaban, allí te entregué mí corazón y mi alma, allí conocí á ese caballero flamenco llamado D. Ñuño, que ha despertado en mi pecho celos de rugiente hiena.

El día de mí sacrificio se aproxima. Tus santones tratando de engrandecer el templo, proyectan derribar el Mihrab de mis mayores, y yo debo ofrecerme en holocausto á vuestra Inquisición. Cesó de hablar Addalasis ben Arut, y solo interrumpían el silencio los prolongados sollozos exalados por Doña Carmen Alcántara del Arce, que esta era la dama que le oía.

Nada temas, Arut, le respondió, aunque nunca podré ser tuya, mi alma que te adora te salvará y salvará contigo el templo de tus mayores. Mí padre es el corregidor de la ciudad, y mis súplicas pesan en su ánimo como verdaderas decisiones. La primera vez que nos veamos, acaso será la última también: Pero yo te abré aportado todo linage de consuelos.

En el entretanto la noche había avanzado y bajo los pliegues de su oscuro manto habían desaparecido dama y caballero, rodrigón y dueña. Algunos días transcurridos, el 8 del siguiente mes, eran objeto de grandes comentarios y cabildeos en toda la ciudad, dos sucesos de muy diverso carácter para las personas que los presenciaban, si bien para nosotros han de resultar con inevitable enlace.

Erase el caso, que habiéndose dispuesto por Obispo D. Alonso Manrique y el cabildo de la Catedral, la demolición de las mezquitas, para la construcción de un crucero grecolatino; que se habia presupuestado luciera el célebre arquitecto Hernan-Ruiz, y habiendo comenzado ya la demolición de aquellas, sabedor de esto el Ayuntamiento do la ciudad, habia requerido al cabildo Catedral ante el escribano publico Antonio de Toro, para que quedasen las obras en suspenso hasta la resolución de S. M.

Pero como estos parecieran oponer alguna resistencia y tratasen de continuarla, los señores del Ayuntamiento mandaron pregonar en el referido día 8 un bando, en que se comminaba con la penado muerte á todos los albañiles, canteros, carpinteros y peones de cualquier clase que pusiesen mano en la obra déla catedral con ánimo de demoler, y parecía ser el fundamento del tal bando estas palabras originales: esto porque la obra que se desface es de calidad que no se podrá volver á facer en la bondad y perfección que está fecha.

Comentábase también á la sazón, especialmente por el bello sexo, el forzado encierro que por aquellos días se habia verificado en la personado la hija del Corregidor Alcántara del Arce en uno de los conventos de Córdoba, y no faltaba quien atribuyera esta resolución, á que inquietos todavía los ánimos con las pasadas comunidades de Castilla, de que muy partidario se murmuraba habia sido el D. Alonso Alcántara, como asimismo que su hija doña Carmen era requerida tiempo hacia de amores por un caballero flamenco que habia venido á España con la corte del emperador, llamado D. Ñuño Augui, tratara el padre de espresar su enemistad hacia este amante por medio de la reclusión de Doña Carmen.

Pero estrañábase esto por otros que sobradamente conocían los desdenes constantes de que por parte de la bella era objeto Ñuño. De todos modos nosotros, que sabemos la verdad del caso, podemos asegurar que muy diversas causas motivaban tamaña decisión.

Fué ello, que habiendo influido Doña Carmen con su padre, pretestando la conservación del arte, para que aquel se opusiera á la demolición de las mezquitas, y habiéndoselo este prometido así, que nada le negaba, como al siguiente dia conociera por la debilidad de una mujer, la clase de amores que su hija sostenia, él. que era cristiano viejo, y mucho temía de la acción del Santo Oficio en asuntos tales, habíalo cortado de raiz con la suprema resolución del convento tan en boga en aquellos tiempos.

Ignoramos qué cosas ocurrieran desde estos sucesos basta tres años después, por haberse estraviadó muchas páginas del manuscrito docto y curioso de que tomamos estos apuntos: séase de ello lo que se quiera, es el caso que corno el tiempo es el gran componedor de todas las cosas, sábese que el dia 10 de Abril de 1526, infinidad de gentes acudían á la capilla de Villaviciosa para presenciar el acto de recibir el bautismo un árabe instruido en la religión del Crucificado por el Obispo de Córdoba, entonces Fr. Juan de Toledo, de cuyo moro se decia ser hijo de un rey de África, descendiente dé la raza do los Omniadas.

IIízoso el acto con gran pompa y solemnidad, y fué su padrino el corregidor de la ciudad don Pedro Alcántara de Arce. Al dia siguiente 11[2], de paso por Córdoba el emperador Carlos V para su casamiento con doña Isabel de Portugal, como entrara en la Catedral y conociera la causa de la suspensión de las obras dijo á Fr. Alonso do Toledo: Si yo tuviera noticia de io que haciades non lo hiciérades: porque lo que queréis labrar hallaráse en muchas partes; pero lo que aquí teniades no lo habia en el mundo.

Esto hizo cesar las antiguas rencillas y con contento general decidióse la continuación de la obra del crucero sin destrnir la capilla árabe llamada Mihrab.

Sábese asimismo que entre otras pretensiones concedió el emperador su real gracia para el casamiento del árabe convertido al cristianismo Addalasis Ben Arut, con doña Carmen Alcántara de Arce, que con la asistencia de toda la nobleza de Córdoba dicen se verificó al siguiente dia. ¿Qué no puede el amor cuando es inmenso?

Dícese que saliendo de la ceremonia ambos esposos con los convidados asistentes, el moro que después tomó el apellido de su esposa, dijo al oido á un caballero embozado y con ancho sombrero ornado de plumas: Estaba escrito. Era D. Ñuño, á quien Addlasis, no pudiéndose olvidar de su raza, lanzaba este sarcasmo de la fatalidad.

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Referencis

  1. El Album : revista semanal de literatura, artes, teatros, salones y modas. Año II Número 8 - 1873 enero 12
  2. Las fechas de la visita indicadas por el autor no coinciden con los anales históricos. El paso de Carlos I por Córdoba se produjo entre los días 19 y 23 de mayo según el libro Estancias y viajes del emperador Carlos V, desde el día de su nacimiento hasta el de su muerte

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