Plazas del Socorro y la Almagra (Rincones de Córdoba con encanto)

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1. La capital
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003)
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Plazas del Socorro y la Almagra / Como un epílogo de la Corredera

Nada más traspasar el Arco Bajo de la Corredera sorprende al viajero la ermita del Socorro, a la que, como a las adolescentes tímidas, se le ha subido el color a la cara tras una piadosa restauración. La proximidad del imponente Arco Bajo empequeñece la barroca y colorista fachada, pero, al mismo tiempo, proporciona indudable encanto al conjunto.

La puerta del templo, un arco de medio punto, se abre entre pilastras, rematadas por un frontón partido, sobre el que se repite el mismo esquema a menor escala, coronado por frontón triangular. En este segundo cuerpo una hornacina cobija la imagen de la Virgen del Socorro, de rasgos primitivos, bajo la que una recuperada inscripción fechada en 1696 asegura que “Se acavo esta obra á Onrra i gloria de Dios Nuestro Señor Jesuxpto i de la siempre Virgen Sta Maria, Su bendita Madre...”. Llama la atención el intenso amarillo de la fachada, imitando sillares, que contrasta con el rojizo y el gris de pilastras y molduras, simulando mármoles jaspeados. “Coronación canónica de Nuestra Señora del Socorro. Gracias a ti”, pregonan las colgaduras en balcones cercanos anunciando el acontecimiento.

Por la mañana el templo registra un persistente goteo de devotas, que, con la cesta de la compra, musitan su oración ante la patrona del mercado central. Compitiendo con la policroma fachada, las aceras del entorno se pueblan cada mañana de colorines –retales de tejidos, flores del tiempo, baratijas–, como un eco de aquel mercadillo que animaba la Corredera hace unos años.

La irregular plazuela es una encrucijada de calles; sin contar con la calzada que por el Arco Bajo se adentra en la Corredera, un brazo desciende en zigzag hasta la Paja, que a mediodía sacude su tranquilidad provinciana con el griterío infantil de los colegiales de la Piedad; la angosta calleja del Toril asoma aquí uno de sus brazos, y la cercana plaza de la Almagra se anticipa en forma de calle.

Al viajero observador no le pasará desapercibida la fachada de una casa, hoy sin número, donde el arquitecto cordobés Francisco Azorín –tristemente exiliado a México tras la guerra incivil del 36– dejó huella en 1923 de su estilo regionalista. En su bajo comercial estuvo muchos años La Parra, taberna que fue el germen del emporio vinícola de los Pérez Barquero. Perviven en el recuerdo otros negocios desaparecidos, como la confitería California, especializada en manoletes. O Casa Juanito, la modesta librería de Juan Calleja, que en los años cuarenta ocultaba en la trastienda libros prohibidos por la censura.

Más que una plaza propiamente dicha la Almagra es un ensanche triangular formado por la confluencia de tres calles: Gutierrez de los Ríos, que baja desde el Realejo, Escultor Juan de Mesa o del Poyo, que sigue hasta San Pedro –cuyo renovado rosetón despunta sobre los tejados como un sol naciente–, y la propia calle que viene del Socorro, a las que también se suman calle Carlos Rubio y Doña Engracia. Un respiro en la intrincada trama urbana de herencia medieval. Con el declive comercial de la Corredera y la diáspora de antiguos vecinos el lugar ha perdido su animación matinal, cuando, como recordaba el pintor Rafael Botí, que nació y vivió poco más arriba, “todas las mujeres de San Lorenzo, de Santa Marina y de los Padres de Gracia pasaban por mi calle camino de la plaza de la Corredera, la plaza grande”.

Hace pocos años el Ayuntamiento remodeló este triángulo y levantó en su centro una plataforma circular, pavimentada con cantos rodados que dibujan una estrella. Alumbra la plaza desde el centro de la meseta una farola fernandina de cuatro brazos, que incorpora en su base una fuente de hierro con cuatro caños inspirada en la de Canaletas.

En la esquina con Carlos Rubio pervive la antigua Farmacia Villegas, una pequeña joya modernista fundada a finales del siglo XIX que regentaron tres generaciones de este apellido; su titular es hoy Mercedes Bustos, que conserva con veneración los muebles modernistas tallados en madera, como puertas, mostrador, bancos y estanterías, en las que pervive el coetáneo botamen de porcelana –“H. Vignier, París”, reza el sello del fabricante– que muchos anticuarios han querido comprar. Decora el techo de la botica una pintura antigua de Rafael Cruz protagonizada por una alegoría de la farmacia flanqueada por angelitos y guirnaldas. Un encanto.



Referencia

  1. MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba

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