Belmonte por Tren

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Belmonte por Tren

Este popular individuo vivió en las primeras décadas del siglo en la calle Valladares, se le conocía por ser feriante, llamado Rafael Díaz Diéguez; el apodo venía de sus viajes frecuentes de feria en feria por medio de este transporte al presumir de viajar en primera clase. Pues decía con frecuencia: “He llegado por tren en primera”, “Me marcho por tren en primera”.

Era imaginativo y ocurrente, tenía una mente calenturienta que puesta a funcionar, decía cosas inusuales y estrambólicas como estas:

“Una vez salí de picador en una novilla, después de poner un par de puyas me bajé del caballo, se eché el toro al hombro y éste me dijo: -¡Belmonte bájame que me mareo!”.
“En otra ocasión saltó un toro a la barrera, le di un quiebro y lo sujeté por el rabo tan fuerte que se lo arranqué, entonces el toro se volvió suplicándome: -¡Belmonte pégame el rabo, tú “pa” que lo quieres!”.


Durante su actividad como feriante se cuentan estas anécdotas llenas de gracia y enjundia:

Aprovechando las pincelas picantes, -que sólo se permitía en ocasiones festivas- montó Belmonte una barraca de feria en cuyos carteles anunciadores se veían unas señoritas en corpiño y ligeras de ropa. Un gran cartel anunciaba la siguiente frase: “Solo para hombre”, en letrero menos llamativo se indicaba, “No acto para cardiacos”. En el interior no se exhibía ningún motivo erótico o lascivo, sino un gran montón de piedras un con un pico y una pala. Como era de esperar las risotadas eran el colofón de la burla. Un cateto le dijo: -“Esto es una estafa”. Belmonte vestido de presentador le respondió: “-Señor si quiere me denuncia, yo no he cometido ningún engaño. El letrero es fiel reflejo de lo que aquí se encuentra, las damas son el señuelo. Y añadía: “-Respetables señores, les pido no digan lo que han visto, así continuamos todos con la broma. Muchas gracias por su visita.

Como la caseta ferial antes dicha no le fue mal económicamente, inventó una nueva atracción con el siguiente letrero: “Todo antes que doblar la bisagra”. En el interior se vía a un clásico funcionario, donde sentado en una pupitre exhibía un letrero que decía: “Por hoy el cupo de expedientes está completo”.


Otro año ideó un número bomba. Una atracción que sería la sensación de la feria, la titulaba: “La mujer enterrada viva”. Para ello contrato a una amiga o compañera sentimental que se llamaba La Pergalilla. Ésta se introducía en una caja de madera con un crista, de esta forma se le veía la cara, y a continuación se la enterraba viva en presencia del público. Pasado el tiempo en la escucha de una marcha fúnebre difundida mediante una gramola, se le volvía a desenterrar apareciendo La Pergalilla vivita y coleando. El truco consistía en respirar mediante unos tubos de goma ocultos que inyectaban aire mediante una bomba. Ocurrió la desgracia de que un día llovió a mares y los conductos y la bomba quedaron atorados, dejando de funcionar el mecanismo pleno espectáculo, de tal forma, que Belmonte y La Pergalilla, -que estaban previamente bien alumbrado por los efluvios del Montilla- pasaron un mal rato, pues ella estuvo a punto de afixiarse. Belmonte al oír unos grandes golpes en la caja dijo: -“Aire, aire a la caja, que se ahoga “La Pergalilla”. Fue salvada gracias a que los bomberos la sacaron del mal trance haciéndole la respiración del boca a boca…. La Pergalilla, decía al respecto: “Este número lo va hacer “Belmonte” con los cuernos y va a respirar con una botella metida por el culo”.


Murió Belmonte de un infarto en la década de los cuarenta del siglo XX. Así acabo un hombre cuyo ingenio truculento llevó a ser alma de reír para miles de pacíficos provincianos.

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