Coordenadas de la itinerancia humana

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COORDENADAS DE LA ITINERANCIA HUMANA



Ernesto Rodríguez y Rodríguez.

Pedagogo


Tanto desde el discurso literario (novela, teatro, poesía, ...), como desde la reflexión filosófica (doctrinas, cosmovisiones, idearios, ...), viene siendo frecuente explicar la vida humana en términos de itinerario, ruta, viaje, trayecto o camino.

Posiblemente se recurre a este paradigma porque resulta relativamente fácil comprender como en un momento determinado, el de la concepción, comienza la propia vida, y como en otro, el del ocaso, las garras de la muerte acaban con ella. Y entre ambos momentos, el del inicio y el del final, media una distancia, que, quiérase o no, hay que recorrer.

Precisamente, ser persona es “ser existencia itinerante”, recorriendo, hasta donde cada uno pueda (o le dejen) las etapas naturales del camino: primero, fecundación; enseguida, cigoto, y luego, sucesivamente, mórula, embrión, feto, niño/a, adolescente, joven, adulto/a y anciano/a.

Sin embargo, pudiéndose alcanzar sin demasiado esfuerzo mental un alto grado de acuerdo en el hecho de entender la vida como “camino a recorrer”, son muy diversas las formas de interpretar el sentido y la naturaleza de este “trayecto personal o itinerario vital”.


Para unos, los que se sitúan en las opciones naturalistas y deterministas más extremas, el camino está absolutamente trazado. Cada uno, sin posible alternativa, nace donde y cuando tiene que nacer, le ocurre todo lo que le tiene que ocurrir y vive según sus parámetros existenciales previamente inscritos en el universo. Lo único que cabría hacer en la vida, lo único que se podría hacer, es, sencillamente, “dejarse empujar por los vientos del destino”, sean éstos suaves brisas o turbulentos huracanes.Ni hay posibilidad de conocimiento, ni hay posibilidad de libertad. Lo que la persona puede conocer son simples y meras percepciones de asociación, intranscendentes vitalmente en tanto que es imposible llegar desde ellas al conocimiento esencial del ser. El único conocimiento humano posible sería, si acaso, “que no es posible saber”. Al no haber posibilidad de conocimiento, es imposible la libertad, y, por tanto, no hay opción a decidir nada distinto a lo predeterminado. No es posible elegir nada, optar por nada, consistiendo la felicidad, simplemente, en asumir el destino, cada uno el suyo, con la mayor serenidad del alma, gozando de aquello que se pueda gozar y aceptando con fortaleza y sin lamentaciones aquello que haya de padecerse. Las grandes virtudes humanas serían la serenidad del ánimo, la resignación, la paciencia, la tranquilidad, la humildad, la conformidad, etc.


Para otros, los que se sitúan en las opciones existencialistas y libertarias también extremas, no hay camino alguno. Cada persona, con sus propios pasos, traza su camino, y, con su libertad, diseña su historia, decide las condiciones de su existencia, construye su propio ser, elabora sus propios valores, genera su felicidad o su desgracia y provoca sus brisas y sus huracanes.

¡No hay destino!

La vida humana es “existencia decidiendo en libertad”. La felicidad, según este modo de entender el mundo, consistiría fundamentalmente en “decidirse a ser libre” gozando en plenitud del propio ejercicio de la libertad. Las mejores virtudes serían precisamente aquellas que nada tienen que ver con la humildad, la resignación, la conformidad o la debilidad, sino las que se derivan del orgullo de “ser persona”, y, por tanto, de disponer de inteligencia, conciencia y libertad, tales como la voluntad de poder, la voluntad de crear, la voluntad de disfrutar, la autoestima, el conocimiento, la ciencia, etc.


Esbozadas ambas posiciones ideológicas extremas, nos parece evidente que:

1º. Destino y libertad no son elementos incompatibles o excluyentes.

2º. Destino y libertad son las coordenadas referenciales más significativas de toda itinerancia humana.

3º. Destino y libertad están presentes en todas las existencias.

Dicho en otras palabras: en toda vida hay caminos trazados y caminos por hacer.


Hay destino, llámese con éste u otros vocablos (fatum, suerte, predeterminación, circunstancias, sino, etc.), porque cada persona, sin posibilidad de elección, nace en un tiempo, en un lugar, en un contexto familiar, con una específica dotación genética que le configura, por ejemplo, como hombre o mujer, con más o menos dotación mental, con más o menos resistencia a la enfermedad, ... y, sin mérito o demérito personal alguno, se encuentra en el mundo en unas circunstancias concretas de mejor o peor suerte genética, social, histórico-temporal, geográfico-espacial, etc. Tales hechos y circunstancias, de múltiples maneras, condicionan, determinan y “llevan o arrastran” en direcciones predeterminadas hacia modos de existencia difícilmente eludibles.


Hay libertad porque la mayor parte de los condicionamientos personales son, en algún modo, relativos, y, en gran manera, modificables; porque nunca la estructura de la personalidad queda definitivamente cerrada, sin capacidad de transformación libremente decidida; porque siempre existe alguna posibilidad para no quedar del todo atrapado por los hechos y las circunstancias; porque es posible decidir muchas cosas; porque siempre hay opciones para modificar múltiples aspectos de la propia existencia, y porque cada persona puede “gestionar” y vivir de muy diversos modos, su propio destino”, con lo cual tal destino sería un poco menos determinante.


Ocurre, sin embargo, que el ejercicio de la libertad, siendo el mejor y el más necesario de los ejercicios humanos, no es fácil. Requiere estar dispuesto a vencer múltiples inercias deterministas, a desprenderse de prejuicios inútiles, a pensar con mayor profundidad, a conocerse mejor, a desembarazarse de servilismos y tutelas manipuladoras, y, desde luego, requiere también estar dispuesto a equivocarse, a rectificar y a salir siempre adelante.


Bien sea por pereza, bien sea por miedo, bien sea por falta de costumbre, lo cierto es que somos menos racionales de lo que podemos y menos libres de lo que debemos.

Naturalmente, cada cual ha de interpretar y administrar del modo que estime oportuno su destino y su libertad.

A nosotros nos parece que es acertado, situándose en la mejor dirección, caminar con sosiego, sin miedo, hacia metas valiosas; observar y aprender lo más posible en el camino; superar cuantos obstáculos puedan ser superados; rechazar la tentación de “ser llevado”, y mantener permanentemente encendida la linterna moral, cuya luz siempre es necesaria para no caer en los abismos oscuros de la indignidad y la desvergüenza.

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