El Corpus Christi de antaño

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Grabado de la procesión del Corpus en el siglo XVII
El Corpus Christi de antaño


Reinando Alfonso X el Sabio y siendo pontífice Urbano IV, el 8 de septiembre de 1262 mediante la bula Transiturus hoc mundo, se restituyó para toda la cristiandad la Festividad del Corpus Chisti.

Córdoba acogió esta fiesta con gran esplendor, llegando a ser todo un espectáculo lleno de solemnidad. En aquellos tiempos se organizaba una procesión interminable, además del Santísimo como centro de la misma, figuraban grupos de actores que representaban autos bíblicos, danzarines que aún queda como vago recuerdo en los “Seises” de la Catedral Sevilla, carros adornados simbolizando los misterios de la fe, gigantes y cabezudos y otras exhibiciones semejantes, más parecidas en su mayoría a las fiestas paganas que a un acto religioso.

Rafael Ramírez de Arellano en su libro “ El teatro en Córdoba" ha aportado muchos datos interesantes, acerca de la celebración del la fiesta del Corpus en Córdoba , como la siguiente reseña. "El 22 de abril de 1570 , hallándose en Córdoba Felipe II autorizó al Ayuntamiento para gastar 200 ducados en las fiestas del Corpus con el fin de se hagan juegos y danzas como de antiquísimo tiempo a esta parte se ha mantenido por costumbre en esta ciudad”.

Siguiendo a Ramírez de Arellano cuenta como se desarrolló el Corpus de año 1600. Por 200 reales se sacó en la procesión a la figura mitológica del “Grifo” que estaba compuesta como un animal fabuloso con medio cuerpo de arriba como águila y el de debajo de león. Así que un individuo caracterizado de esta horrible traza recorría incesantemente la procesión del Corpus entablando disputas ficticias con perseguidores que deberían de ser originalísimas y que producían gran regocijo de quienes presenciaban el desfile. Se subía el raro animal con gran destreza, como si volara, en algunas tribunas populares provocando gran algarabía entre las gentes. Figuraron también en este año la danza de los negros, la de damas y galanes e igualmente iban acompañados de guitarras y panderas los grupos llamados de los “Chichirecos” y “Guacamayos” y otras más hasta desembocar en una de gitanas que fue presentada por Baltasar de Bustamante.

El padre Bartolomé de Veas describía de esta forma el Corpus del año 1636. “Formaban parte de la comitiva grupo de personas vestidas con trajes típicos de distintos países. En la calle de la Feria, en unos solares existentes junto al Portillo, se formó un bosque artificial de árboles frutales en los que abundaban pájaros, lagos con patos y peces y arroyos y fuentes, que comenzaron a arrojar agua por infinidad de saltadores, al paso de su Divina Majestad. Como final de la fiesta, se verificó un combate naval en el Guadalquivir, frente a la Cruz del Rastro, en el que tomaron parte varias barcas con el pabellón nacional y otros que ostentaban la bandera francesa. Nuestra escuadra como era de suponer, venció rotundamente a la francesa, después de un violento combate simulado en el que se consumieron miles de cohetes.”

Pasados los siglos XVI y XVII se modifican ciertas costumbres en la procesión del Corpus debido principalmente a los dictámenes surgidos de la Contrarreforma. En las calles de Córdoba, por donde había de pasar el Santísimo, se le esperaba con inusitado esplendor y fervor, dado que los edificios regios estaban adornados con lujosas colgaduras. Las hermandades de los artesanos construían artísticos arcos de triunfo y en muchas casas particulares se instalaban preciosos altares. Las calles eran perfumadas por hierbas aromáticas, como el mastranto, romero o tomillo traídos de la sierra. La comitiva la componían el clero presidido por el obispo, las autoridades oficiales y los grupos de danzarines, más carrozas alusivas al dogma sacramental.

Este proceder se fue afianzando en los siglos posteriores, de tal forma, que se eliminó de la procesión del Corpus lo superfluo y el espectáculo profano, dando paso a que el sentir de los fieles estuviera centrado solamente en el Santísimo Sacramento, que desfila en el viril de la Custodia de Enrique de Arfe, prodigiosa obra de orfebrería del siglo XVI.

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