Enrique Lafuente Ferrari

De Cordobapedia
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Que los españoles, al menos de los tiempos clásicos, fueron dados a expresar su visión pictórica más en mancha que en línea es bien sabido. Si acaso, el dibujo o esbozo apresador de una idea, que, luego de haber servido, no hay demasiado interés en guardar. Poco sentido fue, ente españoles, el dibujo como creación, el arabesco sutil que enlaza y aprisiona formas, gozándose en la critica lírica de evocarlas, en cifra, sobre el blanco papel. Mas, de pronto, brotó entre nosotros este apetito de fijación cifrada, que es, a la vez, signo gráfico y poema lineal. El temblor imperceptible de una linea que arriesga su aventura sobre el campo virgen y se carga de vida sutil, de expresión delicada, de gracia descriptiva y de lírico comentario, a la vez, comenzó a ser acepto para algunos pintores españoles. Yo no sé hasta qué punto anda en todo esto el magisterio de Picasso, que inició estos caminos en los paréntesis de veleidades helénicas que salpican sus períodos de agresiva indagación de monstruos. Me refiero a esos dibujos picassianos en los que la gracia mediterránea de los dibujantes de vasos áticos o jonios volvió a revivir en las figuras desnudas, las bailarinas o los retratos de amigos famosos. Esa linea pura, fina y delgada, que flanquea con sutil disciplina la impronta vacía de unas formas incoloras, comenzó hace unos años a tener prestigio entre los jóvenes y a inspirar creaciones que aportaban a la veta brava de la vocación nacional una sutileza exquisita, una musicalidad elegre y simple, como una melodía silbada despreocupadamente por un adolescente, bajo los árboles floridos de una mañana de primavera.

Eso son los dibujos de Rafael Álvarez Ortega: comentario delicado y lírico a la vida, la de todos los días, la que sorprende en el paisaje rural de una madrugada florida, la que, con los párpados entornados, mientras reposa tendido en un prado, sigue vagamente, en forma y sonido, los diálogos de los pájaros entre las frondas estivales. Álvarez Ortega sigue con su línea el arabesco del paisaje o los juegos de los niños, la perspectiva de una calle de aldea, la pureza inocente de las formas animales, los horizontes de un estudio bajo el calor que invita a una siesta...

¿Literatura? De la mejor, en todo caso; la que trata de fijar -con eficacia y rigor plástico, pero sin empacho de precisión escolástica, de alarde sabio y virtuosista- ese contenido de las emociones de un adolescente ante el mundo. El mundo próvido, rico, sorprendente, diverso, que embriaga de plena delicia a quien sabe -poeta y dibujante-, al contemplar la belleza de las cosas, escuchar el eco de su canto interior.

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