La Esperanza
Pilar del Río escribe
La Esperanza
Llegaron los vientos de libertad de Portugal, los jóvenes socialistas sevillanos, en Suresnes, (Francia) se hacen con el control del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), empiezan a salir de las cavernas los líderes de los partidos políticos de izquierdas y se construye el futuro, verso a verso, golpe a golpe.
El año 1974 empezó en abril. El fenómeno ocurrió en Portugal, pero se extendió rápidamente por todo el mapa peninsular y fue anidando en los corazones de las personas que esperaban. También generó miedo, de ahí que las autoridades de entonces prohibieran la emisión de una canción titulada Grândola, vila morena, compuesta e interpretada por un hombre que poco después nos sería entrañablemente cercano. Hablo de José Afonso y de su canción, que fue la señal definitiva de que la dictadura se iba a acabar en el país vecino. La Revolución de Portugal empezó con dos contraseñas musicales emitidas por Radio Renacença. Primero sonó Y despois do adios, de Paulo de Carvalho, que era la consigna de alerta, luego, una hora más tarde, la orden para que las tropas revolucionarias avanzaran contra el gobierno de Marcelo Caetano fue la emisión de Grândola, vila morena, composición prohibida por el régimen portugués porque dice en su letra que es el pueblo quien ordena y habla de libertad. Así que, con esta música y esta letra, a partir de la media noche del 25 de abril, las tropas avanzaron, tomaron el Cuartel do Carmo entre los aplausos de los lisboetas, los soldados recibieron claveles rojos de manos de la gente y de esta manera unidos ejercito y pueblo, no fue necesario utilizar las armas para que aquella patética dictadura se acabara y Caetano y los suyos, los banqueros, los empresarios explotadores, los lacayos del poder y los asesinos de demócratas huyeran a Brasil o se refugiaran en España, todavía infectada de fascismo en sus superestructuras, aunque la carcoma de la democracia estaba ya socavando los podridos cimientos del poder.
La primavera. La Revolución de Portugal no llegó a Andalucía por los medios de comunicación, tan sumisos al régimen de Franco, llegó, sí, por un boca a boca vivo y despierto que se extendió como hoy se extienden las vanas noticias. Muchos de los dirigentes sociales, o los que más tarde se descubrirían como tales, cruzaron la frontera y del país vecino se trajeron carteles, libros, energía y esperanza. En España no había libertad de asociación, ni de reunión, ni de prensa, pero en Portugal se prepararon los mejores para el día de los prodigios. Que tardó en llegar, que llegó con la muerte del dictador y por eso no tuvimos un clavel rojo que llevarnos a la boca, pero guardamos como nuestros los recuerdos de aquella madrugada y de los días más claros que hubo en la península. Ocurrió en abril.
En el mes de agosto de ese año faltaba agua en Andalucía. Algunos, sin sentido del ridículo, decían en las radios y en los periódicos que sufríamos una pertinaz sequía, pero echarle la culpa de nuestro infortunio a la meteorología es demasiado simple: en realidad, no estábamos preparados para el desarrollo demográfico y social que comenzaba a experimentarse y que, machaconamente, nos anunciaban los pregoneros. Si vamos tan bien, si España es la envidia de Europa, que alaba nuestra seguridad y nuestro orden, ¿por qué no tengo agua en mi casa?, ¿por qué se me mueren de sed las plantas, por qué los animales padecen, la tierra se seca, por qué tenemos que guardar en cubos cada noche lo que vamos a necesitar mañana? ¿Por qué no sale agua de mis grifos y he de esperar a que un camión cisterna haga su reparto de misericordia?
Esas preguntas se repetían con obstinación en Carmona, por ejemplo, pero no solo, porque el verano llegó caluroso en toda Andalucía y en toda, pese a los pantanos que el régimen inauguraba con coros y danzas, se echaban en falta las estructuras modernas que enseñaba la televisión. Por eso en Carmona los vecinos salieron a la calle. Fueron, sobre todo, concentraciones de mujeres en demanda de la normalización de los servicios básicos. Reclamaban con sus cuerpos y con sus voces, que son instrumentos básicos a la hora de exigir derechos, y en la calle se quedaron cuando llegó la Guardia Civil con la orden de disolución.
Un muerto y dos heridos graves fue el saldo de aquellas protestas. Un muerto que cubrió de luto y de miedo la esperanza de las personas. Aquel agosto se hizo triste y el incipiente movimiento vecinal sufrió un mazazo que no fue definitivo porque se impuso la cordura y el deseo de vencer. El adversario era el estado, el gobierno, el ejercito, la guardia civil, todas las estructuras que sostenían el régimen que nació de la guerra y de la fascinación por Hitler y Musolini.
Pero el miedo duró lo que tarda en formularse un pensamiento, así que hubo convocatorias para nuevas reuniones, en todas las provincias se contaron las energías y se hallaron robustecidas, otros hombres y otras mujeres salieron a la calle en pueblos y ciudades y la carcoma de la democracia siguió implacable socavando los cimientos de lo que ellos llamaban su patria. Enterramos a nuestro muerto, visitamos a los heridos, pedimos agua con más fuerza y supimos que íbamos a ganar: en aquellos días circuló, en voz baja, claro, la noticia de que algunos militares democráticamente valientes comenzaban a reunirse en secreto, de modo que nos pusimos a mirar al general Manuel Diez Alegría, por si era nuestro Spinola y necesitaba nuestro apoyo. Pero la historia no se repite, eso lo sabemos hoy, día afortunado, en el que podemos afirmar que aquella muerte, que aquellas protestas, que aquellas reuniones de vecinos en asociaciones, de militares en clandestinas uniones, de obreros en sus fábricas y de estudiantes aquí y allí fueron importantes para que los herederos del régimen comprendieran que su época ya estaba fuera de la historia contemporánea.
Verso a verso. La cultura, en aquel año de gracia de 1974 se seguía haciendo verso a verso, pero también golpe a golpe. Es verdad que unos ponían la letra y otros las dificultades, es decir, las prohibiciones, la censura, el policía secreta sentado en la primera fila del lugar donde se celebraba la conferencia, los 'grises' en la puerta de la Facultad de Letras de Granada o de Sevilla, el delegado de Información y Turismo que se creía Torquemada o el simple informante del gobernador civil que le avisaba de que, por ejemplo, en La Voz del Guadalquivir de Sevilla estaban siendo entrevistados demasiados líderes obreros, cuántos de ellos serían rojos de Comisiones Obreras. O en Radio Juventud de Málaga. O en la radio de Cabra, que nació para cantar las excelencias de Solís Ruiz y no para abrirle el micrófono a cualquiera, como pasaba en Granada, donde tantos poetas intervenían en el programa de Juan de Loxa, aquél que se llamaba Poesía 70, leyendo versos y enseñando su personal voz y su común rebeldía.
Decía que aunque unos ponían las dificultades y prohibían, por ejemplo, que el periodista Antonio Burgos presentara su libro Guía secreta de Sevilla, los del verso no claudicaban, así que el territorio andaluz iba siendo recorrido por cantaores distintos de aquellos que alegraban la vida y las fiestas de los señoritos, por cantautores nuevos y también por grupos de teatro independiente que acudían a los autores clásicos para hablar de la cotidianidad o en ella encontraban motivo de parodia. Estos encuentros culturales tenían público porque, contra lo que ayer decían los fascistas y hoy repiten los necios, no es verdad que reclamemos bazofia porque carecemos de preparación para acceder a los estadios superiores del superior mundo de la cultura. Esa patraña mil veces repetida es el mayor insulto que diariamente nos hacen los llamados programadores culturales y, sobre todo, los de televisión: nos consideran menores de edad o incapaces mentales, cuando los que son absolutamente incompetentes para generar una idea valiosa son ellos, habitantes definitivos del territorio de la chabacanería y la mediocridad.
Iban, pues, con la copla y la guitarra unos, con la canción protesta otros, con las funciones algunos y todos con la manifiesta apuesta de cambio cuando, en enero de este nuestro 74, se presentó en las librerías un objeto de culto que pasó a engrosar los estantes de los libros preferidos. Su título Al sur de Granada y su autor, un británico estrafalario nacido en Malta que le dio por vivir en la Alpujarra, respondía por Gerald Brenan o por Don Gerardo, según quien le llamara o con quien hablara, ingleses cultos del Blumsbury o paisanos de Yegen. Leímos Al sur de Granada y nos conocimos mejor. Estábamos orgullosos de ser observados y puestos en letra impresa, no nosotros, modernos y urbanos, sino nuestros antecesores, con sus costumbres y sus sueños, con sus plantas, sus animales, en definitiva, con su acervo. Al sur de Granada, traducido por Eduardo Chamorro y editado por Siglo XXI fue algo más que un relato antropológico o un simple libro de viajes: por las especiales circunstancias del país, por la personalidad del autor, por nuestra propia orfandad fue una especie de manifiesto desde el que partir para llegar al futuro que, tal vez, en Andalucía, pase, Dios lo quiera, por La Ilustración Regional. Era ésta una revista nacida en Sevilla que pretendía recoger en sus páginas los trozos fragmentarios de una cultura que se intuía común desde los diversos observatorios, pero no tenía ni un catálogo ni un escaparate. Porque entonces, parece necesario recordarlo, Andalucía existía poco, si acaso en el imaginario de los emigrantes que en el norte de Europa se decían andaluces para encontrar más complicidades que las que obtendría si sólo fuera de Jaén o de Huelva.
Entonces, decía, nuestro mapa se dividía en provincias y Madrid. Teníamos España como unidad de destino en lo universal, pero carecíamos de una comunidad intermedia que diera cobijo a algunas necesidades. Cuando varios ilustrados capitaneados por Soledad Becerril e Ignacio Romero de Solís pusieron en marcha La ilustración regional quisieron rescatar del pasado el mejor tono para analizar con precisión y elegancia el presente. Pero se adelantaron a su tiempo y la revista tuvo una vida exigua, pese a la necesidad que teníamos de ella, pese a que su hueco permanece y, ay, permanecerá sin cubrir: hoy surgen revistas económicas o de ecos mundanos, pero no apuestas interculturales donde se planteen preguntas y se trate de hallar alguna respuesta. La Ilustración Regional partía de un supuesto demasiado decimonónico para el vertiginoso Siglo XXI con el que ya se soñaba, aunque Internet todavía no estuviera en casa y los viajes galácticos aún no fueran una realidad a la vuelta de la esquina.
En el año 1974 Rafael Alberti, que seguía viviendo en Roma sin pasaporte para viajar a España, entró, lo que son las cosas, en Granada. La Fundación Rodríguez Acosta organizó una exposición con la obra gráfica del poeta gaditano que nunca fue a Granada porque los canallas facinerosos mataron a su amigo Federico García Lorca días después de la sublevación del 36, actuando, por cierto, no en nombre propio, sino en el de una legalidad absolutamente inmoral que se perpetuaría cuatro décadas. Pero Alberti acabaría entrando en Granada años más tarde y los asesinos de Lorca comprendieron, viendo el cariño de la gente, que habían perdido la partida histórica, que los cuarenta años de bravuconadas por las calles que consideraban suyas se iban a acabar. En el 74 Rafael Alberti entró, de alguna forma, en Granada. Y allí sigue instalado, en el corazón de quienes leen sus poemas o contemplan sus dibujos, mientras los que le negaban el pasaporte ya no están, aquellos rasgos se han borrado de la memoria porque, en el fondo, no eran personales, eran los de un régimen anacrónico, feo y mortal.
Por esos días el gobierno intervino el precio del aceite, situado en 68,5 pesetas litro. Desde la administración se empieza a favorecer la producción de aceites más baratos, como el de soja, y se va orientando la producción del de oliva para los sectores con más capacidad adquisitiva, como si los pobres no tuvieran paladar. Que lo tenían. Lo que faltaba, y faltaba de verdad en aquél año de incertidumbre ante la continuidad del régimen, era dinero, que el salario mínimo no llegaba, el pluriempleo se iba acabando, la reestructuración comenzaba en ciertos sectores y los trabajadores no tenían mecanismos para defenderse, aunque tampoco permanecían impasibles ante las adversidades: el malestar social se manifestaba en huelgas valientes en sectores tradicionalmente combativos, como los braceros del Marco de Jerez, más de ocho mil contra el arranque de cepas, o la de la de los trabajadores de CASA o de Citesa, en Málaga, secundada prácticamente por la totalidad de la plantilla. En 1974 los trabajadores españoles no teníamos libertad de sindicación. Por ley estábamos adscritos a una cosa común de empresarios y obreros -¿o éramos operarios?- llamada Organización Sindical, que se representaba con muchos símbolos de concordia porque en las tierras del Caudillo por la gracia de Dios se había superado la lucha de clases y la fraternidad reinaba como dicen que será en el paraíso. La verdad es que el edificio aparente y sólido del Sindicato Vertical se iba resquebrajando, minado por trabajadores que sabían quienes eran y qué querían. En 1974, como antes y un poco después, se seguía practicando el bien llamado entrismo, para desesperación de los enlaces sindicales franquistas, que ven surgir demócratas a su alrededor como setas en otoño.
Isidoro. Se cuenta que cuando Einstein vino a Madrid invitado por la Residencia de Estudiantes, conversó largamente con Luis Buñuel. Luego alguien, quizá Salvador Dalí, le preguntó al aragonés acerca de qué habían hablado, a lo que Buñuel respondió lacónico: "De que todo es relativo". Y es verdad, todo es relativo, creía el Presidente Carlos Arias Navarro que hacía política cuando nombraba vicepresidente segundo del gobierno al cordobés Rafael Cabello de Alba, y a muchos eso nos parecía "vida oficial", oficio de funcionarios del régimen, sin capacidad de levantar pasiones o, simplemente, interesar. Sin embargo, llamábamos política a lo que hacían otros, los socialistas, por ejemplo, que se reunían en el sur de París, en Suresnes, para cambiar la imagen del partido de Pablo Iglesias cambiando personas, mensajes, tácticas y estrategias y así ganar elecciones cuando, a la vuelta de la esquina, el dictador muriera, no antes, que ya había quedado demostrado que la vía portuguesa no volvería a repetirse en Europa porque ni los Estados Unidos, ni la OTAN, ni Brandt querían más sobresaltos, que luego neutralizarlos tiene costes y para qué. Entre los socialistas que fueron a París sobresalió el nombre de un sevillano que pronto comenzó a circular de boca en boca. O los nombres, porque tanto se le llamaba, en aquellos primeros días, Felipe González, que es lo que reza en su carnet de identidad, como Isidoro, nombre de guerra copiado de un santo sevillano, en definitiva, dos retratos del mismo hombre que será el futuro, así que cuidado, que nadie lo toque estos días, o la Europa más envidiada tomará cartas en el asunto y el desprestigio para España será irreversible. Bastó la advertencia para que la policía se tranquilizara y dedicara sus jornadas a la persecución de otros con menos poder y con menos padrinos, como los comunistas del PCE que organizaban Juntas Democráticas en barrios, o los del PTE o la ORT, tan activistas y omnipresentes. Así, poco a poco, los rasgos del semiclandestino Isidoro se iban perfilando sobre otros dirigentes de la oposición democrática, con su carga de posibilismo, adecuación, juventud, trabajo y seguridad.Alfonso Guerra, que entonces todavía dirigía la librería Antonio Machado, escribió en la pizarra de Suresnes, según dijo más tarde, la historia de los años futuros, de una época a la que daríamos en llamar La Transición. Quizá Alfonso Guerra exageraba, pero es verdad que la apuesta del grupo del PSOE de Sevilla se impuso sin dudas ni reticencias. Felipe González recogió sus cosas de la casa del Porvenir sevillano porque tendría que vivir en Madrid reclamado por otro porvenir que pasaba por la calle del Pez Volador y seguiría en la Moncloa. Antes de eso, un periodista de El Correo de Andalucía, Juan Holgado Mejías, entrevistó en exclusiva al recién elegido secretario general del PSOE y los que ya éramos periodistas por entonces supimos que empezaba un tiempo nuevo porque la vida se abría paso también entre los titulares de los medios de comunicación, que era el lugar donde con más comodidad habitaban los decretos y las disposiciones franquistas.
Entonces felicitamos a Juan por su entrevista y nos pusimos a pensar en el futuro que también nosotros, periodistas, tendríamos que construir y construimos. Que llegaría un año después, en noviembre, con La muerte, como titularía la revista Cambio 16. Mientras tanto, nos consolábamos pensando que al menos teníamos Portugal y seguíamos viviendo a la contra, que es otra forma de vivir.
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