La buena educación

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LA BUENA EDUCACIÓN

Ernesto Rodríguez y Rodríguez

Pedagogo

Inicialmente, señalamos que la buena educación es algo especialmente valioso, un gran tesoro, una preciosa posesión, un gran bien, tanto para la persona individual que logra alcanzarla, como para la sociedad que la cultiva y desarrolla. Añadimos que no es fácil su logro; pero que, a través del empeño y el esfuerzo personal, siempre es posible.

En un primer acercamiento hacia lo que la buena educación sea, hemos de entenderla como un conjunto de valores inmateriales sublimes, referidos a plenitud de vida, a excelencia en el ser, a óptimos patrones de vida intelectual y social y a elevados principios morales.

Tales valores se adquieren y acumulan progresivamente en el haber personal a lo largo de la propia existencia, de modo permanente, de múltiples y diferenciados modos, durante cada una de las etapas naturales de la vida, en función del uso que cada persona, en su itinerario vital, va haciendo de sus sentidos, que son las puertas y ventanas por las que circulan las imágenes, sensaciones y percepciones primarias, y de su inteligencia, que es “el taller fundamental del ser”, en cuyos yunques, procesando adecuadamente imágenes, sensaciones y percepciones, se producen las ideas, se construye el conocimiento y se forjan los principios y valores configuradores de la conducta y de la personalidad.

Desde supuestos primarios y elementales, la buena educación no es necesariamente la consecuencia directa y exclusiva de "tiempo de escuela”, de logro de titulaciones académicas, de posesión de saberes ilustrados, de adquisición de habilidades artísticas, de competencias profesionales, de acumulación de saber científico, ..., sino, fundamentalmente, de disposiciones actitudinales, de hábitos, de sentimientos, de virtudes, de compromisos, de honorabilidad, etc. Así lo viene entendiendo históricamente el sentir popular, que identifica la buena educación con la posesión y el uso de buenos modales, de intachable conducta, de lógica natural, de exquisita elegancia social y de incondicional y absoluta honradez personal.

Sin embargo, la ciencia de la educación, que es la Pedagogía, amplía significativamente tal concepción. La buena educación es más que lo hasta ahora dicho.

¿Qué es realmente la buena educación?

El insigne maestro griego Platón (427 a.C. / 347 a.C.) señaló que consistía en: “dar al cuerpo y al alma toda la belleza y perfección de que son capaces”. Enseñaba el sabio ateniense que, al ser dual la naturaleza humana, cuerpo (físico y mortal) y alma (espiritual y eterna), ambas partes habrían de constituirse en las dianas de la educación. En consecuencia, la buena educación se identificaría, de un lado, con la buena educación física, y, de otro, con la buena educación moral.

La primera se lograría a través de la actividad física: la gimnasia, la danza, el deporte, ...

La segunda, la más importante, se alcanzaría a través del pensamiento y la acción moral: la reflexión, el estudio y la práctica de la virtud.

Unos años más tarde, el poeta romano Décimo Junio Juvenal (60 d.C. / 128 d.C.), en sus Sátiras, sintetizó el ideal educativo en el muy conocido aforismo latino mens sana in corpore sano.

Con diversas matizaciones, de naturaleza antropológica, religiosa, social, económica, política, etc., el concepto platónico de educación ha persistido a lo largo de numerosos siglos, tal como puede observarse rastreando las numerosas referencias clásicas sucesivas relativas a su fin natural:

“La consecución de un alma sana en un cuerpo sano, tal es el fin de la educación” (John Locke, 1632 – 1704).

“La educación tiene como fin el desarrollo en el hombre de toda la perfección que su naturaleza lleva consigo” (Inmanuel Kant, 1724-1804).

Pese a que en el siglo XIX la Pedagogía, con la natural pretensión de afianzarse como ciencia empírica, inicia el proceso de su creciente desvinculación filosófica, amplía sus referencias antropológicas y se centra en modelos omnicomprensivos, sistémicos y holísticos, nunca llega a desviarse de su fin esencial, intemporal y permanente suministrado por la Filosofía, que no es otro que la optimización del ser humano, el pleno desarrollo de la personalidad.

Los primeros pasos de este nuevo rumbo pedagógico podríamos atribuirlos a J. H. Pestalozzi (1746-1827), al señalar que “la educación es el desarrollo natural, progresivo y sistemático de TODAS las facultades humanas”.

Las metas educativas trazadas por el pedagogo suizo se han maximizado en nuestro tiempo hasta casi la utopía, de modo que, para la ciencia pedagógica moderna, la buena educación, hace referencia a un proceso CONTINUO y permanente de aprendizaje y de cultivo personal, orientado al pleno desarrollo de TODAS las facultades humanas, que insta a TODA persona, en TODOS sus tiempos y edades y en TODOS sus contextos socio-históricos y espaciales. Como consecuencia de ello, la persona que pretenda elevados niveles de buena educación habrá de cultivar, con decisión, valentía, y de modo permanente, todo su potencial humano.

¿Qué es eso del potencial humano?

La Pedagogía lo explica con el término educabilidad, que puede ser definido como capacidad de reconstrucción perfectiva permanente.


La buena educación requiere el cultivo permanente de todas las dimensiones humanas, que, a nuestro juicio, son las siguientes:

1. Biocorporal: cuerpo, fisiología, salud, ...

2. Psicoafectiva: emociones, sentimientos, sexualidad, ...

3. Social: relaciones, comunicación convivencia, ...

4. Intelectual: pensamiento, ciencia, arte, cultura, ...

5. Libertad: libre albedrío, voluntad, elección, ...

6. Moral: conciencia, honor, virtud, compromiso, ...

Al requerir la buena educación el cultivo permanente, integral, equilibrado y armónico de tales dimensiones y enfatizando que hay que trabajarlas todas, hacemos una breve referencia a cada una de ellas.

- Dimensión biocorporal.

Nunca la buena educación puede descuidar el saber del cuerpo, fundamento previo para su cuido. Entender bien el cuerpo requiere, de una parte, conocerlo tal como es y tal como naturalmente evoluciona, y, de otra, cuidarlo. Tal cuido implica, entre otras cosas, la práctica apropiada a cada edad de la actividad física, la necesaria higiene (física, alimentaria, sensorial, ...), la prevención de accidentes, la evitación de autoagresiones (consumo de tabaco, alcohol, resto de drogas,...), la reducción del estrés, de la angustia, de la tristeza, ..., el contacto frecuente con la Naturaleza, dormir en las mejores condiciones naturales, las revisiones médicas periódicas, el ejercicio de la risa y del buen humor, la tranquilidad del ánimo, la paz interior, …

- Dimensión psicoafectiva.

De igual modo, en ningún caso la buena educación puede descuidar el conocimiento y la vivencia positiva de las emociones. Cada persona es un mar, a veces tranquilo, a veces proceloso, de sentimientos y emociones; en el interior de cada ser humano circulan permanentemente sentimientos múltiples, determinantes -según su intensidad y composición- de vivencias plácidas y alegres o agitadas y tormentosas, que condicionan diferencialmente los modos de ser y estar. En el devenir educativo, tales emociones deben ser estudiadas, analizadas, evaluadas y reconducidas, a la luz de sus efectos, en orden a la felicidad personal y al bien común.

- Dimensión social.

Es fácil constatar que nadie es autosuficiente. No es posible “cargar” con la vida en solitario. Necesitamos a los demás, sentir sus afectos, formar parte activa de los grupos, entrelazar las manos, dialogar, entendernos, ayudarnos en la cotidianidad, vivir juntos. Ello requiere aprendizajes difíciles, pero imprescindibles y necesarios.

¡Cuánto mal producen los rechazos, las exclusiones y los desafectos!

Nunca aprendemos suficientemente a salir de la reducida guarida del yo para entrar en la casa grande del nosotros; apenas progresamos en el respeto y en la aceptación de los demás; nos comprendemos poco. Deberíamos entendernos, mejorar el diálogo, ser más solidarios. Sería posible eliminar las guerras (lo decimos sin interrogación).La buena educación requiere, ineludiblemente, aprender a convivir, a caminar con las manos entrelazadas, a practicar la generosidad, a prodigar los afectos, a cultivar el humor y la simpatía, a participar, a comprender, ...

- Dimensión intelectual.

Salvo en casos muy excepcionales de lesiones o trastornos bio-neurológicos muy severos, toda persona dispone de la capacidad de aprender. La inteligencia y la memoria son dos hermosos regalos que la Naturaleza ha dado a la especie humana. La posibilidad de pensar, de relacionar causas y efectos, de evaluar resultados y consecuencias, de almacenar y recordar hechos y acciones, de solucionar problemas, de investigar, de innovar, de crear, de saber, ... es un precioso don, que, necesariamente, debe comprometer a toda persona.

No hay modo más seguro de progreso que el conocimiento.

La buena educación compromete a todo ser humano, sin excusas, a desarrollar el pensamiento, a cultivar la ciencia, el arte, la técnica, y la cultura, ...

La posibilidad de aprender cada día no es sólo un lujo; es un ineludible deber humano.

- Dimensión libertad.

Cierto que para el ser humano, siendo un ser de posibilidades múltiples, los absolutos no existen. Todo su ser está entre límites. Todas las dimensiones de la personalidad, siendo susceptibles de crecimiento, desarrollo y mejora, sólo pueden desplegarse “entre límites”. Es posible cuidar y mejorar la salud, pero es inevitable la muerte; es posible conocer y entender múltiples cosas, pero es imposible alcanzar la total sabiduría; es posible crecer en la vida emocional, pero nunca extinguir del todo el dolor y la angustia que genera. También la libertad tiene sus límites. No es posible ser libre del todo, eliminar, “un cierto destino”; sin embargo, cualquiera que sean las circunstancias existenciales, siempre habrá direcciones abiertas. Nunca la vida humana es unilineal; en todo itinerario aparecen múltiples encrucijadas.

¡Siempre hay que elegir!

La buena educación, que no tiene como finalidad calmar la tensión que genera la elección ni reducir la angustia de la duda, ha de pretender como fin esencial fortalecer la libertad, crear conciencia de ella, activarla en el vivir, mostrar su valor, enseñar a practicarla.

- Dimensión moral.

Aludimos, finalmente, a la que, sin lugar a dudas, es la más valiosa de las dimensiones humanas: el honor y la virtud. Sí; ¡hay que elegir!; pero ha de optimizarse la elección.

La Naturaleza nos ha concedido el gran privilegio de construir, organizar y reorganizar nuestro propio ser. ¡Magna tarea! Su realización, ineludible, requiere, de una parte, referentes, criterios, ... valores; de otra, atractivos proyectos de vida; y, de otra, sólidas estructuras morales.

¿Adónde acudir para construir tales cosas?

La buena educación ayuda a construir el “taller moral", en cuyos laboratorios se diseñan valores y normas, se elaboran itinerarios de vida virtuosa y se templan resistentes estructuras axiológicas, productos todos con las marcas requeridas perennemente por la dignidad humana: el compromiso con la Verdad, el amor a la Justicia, el respeto a la Naturaleza, la alianza con la Virtud, el Humanismo Social, la práctica del Bien, ... y el empeño en la Excelencia.

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