Parajes naturales (Encinas Reales)
NUESTRO CAMPO
A cualquiera, que no conozca estos territorios, el nombre del pueblo le puede llevar a pensar en un mágico y maravilloso bosque de encinas que, efectivamente, existió por estos lares, pero tendríamos que irnos muy atrás en nuestra historia para encontrarnos con esa realidad; tanto que estaríamos hablando de Alfonso XI y su “Libro de la Montería” (en el entorno del año 1350), en el que se hace referencia a un bosque de encinar ralo, bueno para correr el jabalí a caballo.
Evidentemente, esa referencia, unida al antiguo nombre del pueblo “Encinas Ralas”, hace que tengamos la certeza de que nuestros campos, alguna vez, fueron algo muy distinto de lo que son hoy. Esta teoría se ve fundamentada también con la presencia en nuestros caminos, más cercana a nuestros días, de gentes de trabuco y jaca valerosa, “Frangoyo” el guapo de Encinas Reales, “El Cojo de Encinas Reales” o Manuel Melgares, que murió por estas ventas cuando formaba parte de la “partía” del Bizco del Borge.
Como quiera que sea, atrás, muy atrás quedaron los tiempos en que las encinas poblaran nuestros campos.
Hoy, nos encontramos ante un mar de olivos entre el que, esporádicamente navega a duras penas, alguna “tierrecilla calma”, tan abundantes hasta hace treinta años, pero sembradas todas de olivos por ser, según los agricultores, el aceite un producto de mayor rentabilidad económica que cualquier otro.
En base a este argumento, desaparecieron progresivamente los sembrados de cereales, melón, garbanzos, matalauva, etc., etc., acompañándolos en su viaje de ida –seguramente sin retorno-, los lindazos de chaparretas, majoletos, lentiscos, etc., etc., y todo por el uso desmesurado de los potentes tractores y de los destructivos productos fitosanitarios, arropado -el hecho-, por la impunidad de un crecimiento desbocado hacia el estado del bienestar, donde la legislación normalizadora, ha ido naciendo después de causado el daño. El uso y el abuso de esa enorme cantidad de “venenos” y “líquidos” –como le llaman los propios agricultores-, ha dado como resultado que el olivar sea un “desierto sin vida”, donde lo único que hay son preciosos y magníficos olivos... ¡¡pero nada más!! El olivar se ha quedado mudo, el enorme ejército de pajarillos, perdices, conejos, etc., que vivía en él, ha tenido que buscar nuevos habitat, pues aquí no se puede vivir, las mangueras del sulfato, los arados, los herbicidas... les rompen los nidos y madrigueras, les matan las crías y les envenenan la comida... un espectáculo lamentable que solamente puede aliviarse por la acción conservadora de los cazadores (ecologistas sin despacho ni vitola, capaces de darle lecciones de conservación a cualquiera), y la alegría de los dos cursos de agua que, actuando como límites de Provincia y de Término Municipal, todavía nos permiten disfrutar de la presencia de determinadas especies que, de no ser por la presencia de estos “oasis de salvación”, habrían –sin ninguna duda-, desaparecido de este “estéril” territorio.
Nuestros dos ríos son el Genil y el Anzur (afluente del primero), evidentemente ni que decir tiene que ambos han tenido, desde siempre, un protagonismo indiscutible en la vida de los habitantes de este pueblo; pues, desde las huertas de uno y de otro, hasta las múltiples actividades tanto laborales, como de ocio, realizadas en sus márgenes y en su curso, hacen que la inmensa mayoría de los habitantes de estas tierras conozca los lugares más interesantes de ambos ríos; siendo estos personajes muy importantes en la vida de las gentes del lugar.
...Genil de las fuertes aguas,
Genil de la frente erguida,
cómo abrazar el rocío de tus alamedas,
cómo acariciarte...
Genil...
Si te vas...
Siempre te vas...
Buscando lejanas campiñas y naranjales...
Te vas... siempre,
Genil...
El Genil es nuestro gran río, el caudaloso de siempre, el peligroso de ahora, pues cuando viene “grande” por que “han soltado el pantano”, lleva tanta fuerza que -presentando por muchos tramos una aparente mansedumbre-, puede convertirse en trampa peligrosísima, si no mortal, para animales y personas. En el tramo que a nosotros nos afecta, podemos alegrarnos de que no esté excesivamente deteriorado. Las extracciones de áridos han modificado el paisaje y los sotos de ribera, hasta el extremo de que algunos han desaparecido, pero aún así, su cauce nos muestra el resultado de su “trabajo” durante tantos y tantos años, encontrándonos con enclaves tan bellos e interesantes como el Tajo del Basto,
el Tajo de Mariano o el Tajo del Chirrín, con su cresta conocida como “La Cabrilla”, parajes inhóspitos, de un acceso muy complicado (cuando no imposible), que ha resultado ser su principal valedor, su seguro de vida, para mantenerlos fuera del alcance del “vandalismo agrícola” que sí se encargó de roturar, primero, y sembrar después, todo lo que pudo afanarle al río en las zonas llanas, aprovechando el encajonado cauce que este presenta desde la construcción del pantano de Iznájar. Como quiera que sea, nos encontramos con un interesante Bosque de Galería compuesto, principalmente, por enormes álamos blancos, tarajes, zarzales, fresnos, algunas adelfas y rosales bravíos que dan un punto de color al macizo verde de la gran arboleda donde habitan especies como la oropéndola, ave a la que no encontraremos en nuestro término en otro lugar que no sea éste, el martín pescador, los ruiseñores, palomas torcaces, tórtolas, colonias de abejarucos en los taludes de las extracciones de arena abandonadas, algunas garzas -que nos acompañan desde hace unos quince años-, multitud de ánades reales que pasan sobre el Tajo del Basto y el de Mariano, en grandes formaciones, hacia los comederos al amanecer y atardecer... los búhos reales, la primilla, la grajilla, habitan los inaccesibles tajos... En fin, a pesar de todo, aún podemos disfrutar de un bello espectáculo visual, relajante donde los haya, disfrutando de los atardeceres desde cualquiera de las altas atalayas del Genil o, contemplando también la posibilidad de realizar rutas senderistas, a pie o a caballo, perdiéndonos en la propia naturaleza agreste y dura –en algunos tramos-, del curso del río y, sólo para los más osados, confundirnos con sus aguas descendiéndolo en piragua desde Soto Muro hasta el Llano de la Barca.
Nuestro río chico, el Anzur, el de los niños chapoteando en sus menudas aguas, el de las ranas, el de los anzuelos atados a los tarajes esperando la subida de los barbos, el de las mujeres lavando la lana de los colchones en los chinarrales, el de las regueras para cazar colorines con la red en el aguadero, el de los abigarrados tarajales de sus márgenes, adornados esporádicamente por álamos y zarzas. Kilómetros y kilómetros de tarajes, kilómetros y kilómetros de vida para perdices, conejos, zorros, tejones, martas, jinetas, etc., etc... El de la sabrosa hortaliza que, criada en sus huertas –según el decir de las gentes-, es más sabrosa que la del Genil. Este es un río chico, por ello muy “manejable” para las excursiones infantiles, con el único objetivo de ascender andando por medio del cauce, observando las ranas, las culebrillas, los galápagos, disfrutando del río... de la vida. El Anzur, es un río para gozarlo desde dentro.
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