Pepito el Sabio

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Pepito el Sabio

José Marín Moya nació en 1932 y vivió su niñez y juventud en el transcurso en los años treinta y cuarenta del siglo XX.

De familia humilde e hijo de una viuda con tres hijos más, vivía en la calle Dormitorio actualmente llamada calle Obispo López Criado en el barrio de San Agustín, lugar de trapicheo habitual realizado por las estraperlistas.

De cuerpo enclenque, cara simpática y amable, destacaban sus ojos vivaces llenos del brillo de la sabiduría, eso sí, de cabeza deforme y muy voluminosa. Su inteligencia prodigiosa llamó la atención a personas reconocidas de las ciencias físicas y exactas, por su especial conocimiento de los cálculos matemáticos. Sin apenas tener idea de los números sabía resolver problemas matemáticos, uno de los profesores que lo entrevistaron llegó a decir que Pepito era un "Pitágoras", pues había inventado el álgebra sin haber recibido lección ninguna. Lo sorprendente del caso es que a profesores maduros y versados les costaba resolver problemas que el sabio Pepito con su agilidad mental los solventaba con gran rapidez.

Su condición de macrocéfalo hizo que la familia se abstuviese de enviarlo a la escuela con objeto de evitar fuese motivo de burlas por los niños.

Su madre decía que de niño tenía a todos pendientes de sus comentarios inconcebibles y de sus respuestas prodigiosas a cuantas preguntas enrevesadas se le hacían.

Nació normal y poco después la cabeza dio señales de deformación. Ello originó varias intervenciones. Los médicos decían que en el desarrollo todo desaparecería, pero la realidad fue que la cabeza iba en aumento, tanto, que era un caso digno de ver, con el inconveniente de que el cuello y cuerpo era semejante al de una persona normal. Su cara nunca perdieron las facciones de niño guapo con rasgos bondadosos.

Ayudaba a su familia vendiendo cupones de rifas por las calles de la ciudad, cuyos premios eran diversos objetos. Tenía una clientela fija que lo acogía con sumo cariño.

Como puede suponerse Pepito el Sabio era motivo de mofa por parte de la muchachada y personas desaprensivas, pero él nunca respondía. En algún caso decía :- ¡Sí, sí! reíros, pues ha de servir para mucho esta cabecita. No hay constancia de su fallecimiento, pero tuvo que morir muy joven, pues dejó de ser visto por las calles.

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