Turismo (Espejo)

De Cordobapedia
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Espejo luce esplendente como una joya engarzada en la cima de una elevada colina. La recortada figura de este pueblo-fortaleza se divisa atractiva y misteriosa desde cualquiera de las rutas que confluyen en él. Retablo de cal y piedra proyectándose, soberbio, a los cuatro vienros. Poderoso imán que atrae la mirada del viajero, estasiado ante la presencia de un armonioso castillo en maridaje fidelísimo con la vecina torre dela parroquial, que hablan del Estado e Iglesia, evocadores, uno y otra, del pasado que dio a luz a tan entrañable pueblo campiñes. La excelente situación geográfica de Espejo - y a tan sólo 33 hm de Córdoba, en plena ruta del califato que conduce directamenre hasta la capital del antiguo reino nazarita de Granada -, en el singular trazado de sus calles impuesto por la morfología del terreno, su riqueza histórico-artística y , sobre todo, la hospitalidad de sus gentes son razones poderosas para acercarse hasta él y girar una visita.


I TRAMO

Quienes se acerquen a conocer la Muy Leal Villa de Espejo- y antes de adentrarse en el núcleo urbano- tienen la posibilidad de recorrer algunos de los enclaves arqueológicos que como lecciones de historia permanentes, hablan de los remotísimos orígenes de esta localidad. Extramuros,en el paraje conocido por El Aljibe, el amante de la arqueología se deleitará contemplando una construcción remota romana de primera magnitud, que en época romana pudo tener una finalidad de carácter religioso. hoy es, sin duda, el símbolo más rotundo de la presencia en Espejo de la Roma eterna...... Por el camino que conduce desde el monumenro romano de El Aljibe hasta adentrarse en la población, y extasiada la mirada del visitante ante las bellísimas estampas que Espejo le ofrece, surgen otros yacimientos arqueológicos de idéntica época, como la Pontanilla - puente en una de las vías de acceso a la antigua Colonia Claritas Iulia, que unía Ategua y Spalis. Puede comtemplarse también La Albuera, enorme depósito terminal de un acueducto de realidad y leyenda, a la espera de una urgente intervención. Regostado el visitante ante las huellas de los colonos, legionarios itálicos tras la batalla de Munda en las postrimerías de la primeria centuria a.C. puede dirigir sus pasos al encuentro de una de las zonas más antiguas y de mayor raigambre de esta población: Las Callejuelas, donde un laberinto de calles y casas enjalbegadas, níveas y risueñas, surgen de golpe a nuestro encuentro: calle Arriba, Pozo Alcalá, callejón del Chorro......, en cuyos rincones la negritud de la noche se tiñe pálidamente de misterio y ensueño. Para iniciar el ascenso hacia la zona alta de la Villa, puede escogerse, entre diversas arterias, la calle de Antón Gómez, personaje poco conocido, cuya genealogía arranca del siglo XVI; un terrateniente, que tal vez, en algún momento, llevara a cabo cualquier tipo de munificiencia popular. Está ennoblecida dicha calle por una casa señorial, cuya fachada, decorada opr salientes almohadillados, resulta ser, por su antiguedad y, sobre todo, por las particularidades de su estilo, de las más interesantes que aún se conservan en Espejo. Conocida por los mayores como "Casa de señá Eusebia", en torno a ella se entreteje una fantasmagórica leyenda de duendes y brujas. Hay quien afirma, por otra parte, recogiendo una remota tradición popular, que estuvo habitada por los Martiricos, religiosos encargados de hacer cumplir en la villa los designios de la Inquisición....¡ Es pura leyenda! Coronada la calle Antón Gómez, Barrionuevo: ágora antaño, del enclave más aristocrático del pueblo. Uno de los costados de esta plaza lo ocupa "La Casa Grande", añeja casa de vencidad con su liviano sabor decadente. Entre los muros de sus habitaciones, todavía el sordo latido, el recuerdo, de unos ancianos bohemios, llenos de una negligente sabiduría perezosa...... De lo que fue una gran masión señorial, sólo la trazas nos acercan imaginariamente a su prístina realidad. Empapados de nostalgia, hace al caso un alto en el camino.


II TRAMO

Desde la plaza de Barrionuevo y a través de la calleja de Nuestra Señora de la Fuensanta y la calle Amaro, esquinada de otra antigua casa señorial de interesante portada, hay que dirigirse, indefectiblemente, a la Plaza de la Constitución. Todavía permanece viva - ya es historia- la estampa de la taberna de "El Rubio", donde el dios Baco tenía su trono de ennegrecidas duelas, junto a los sabios fogones de una cocina maestra. Ahora, su amigo "El Pireo" en su también popular taberna será quien calme la sed del visitante. En la Plaza destaca sobre todas la Casa de las Cadenas, señorial y barroca del siglo XVIII, con un par de columnas exentas flanqueando la puerta, y un par de estípes en la parte superior. En torno a ella se cemió siempre la leyenda de cárcel y perdón. Hoy, la labor investigadora del Cronista de la Villa, Miguel Ventura, ha rebelado definitivamente el significado de esa cadena que pende bajo su balcón principal. Se trata de un símbolo, que nos habla del privilegio que alcanzara su dueño D. Juan Tafur y Leiva, caballero de la orden de Santiago, por haber dado albergue, en octubre de 1731, al infante don Carlos, más tarde rey de España con el nombre de Carlos III, de regreso desde Sevilla a la Corte. El Mercado Municipal y el Ayuntamiento, edificios datados en 1944 y 1946 respectivamenre, coadyuvan a conferir a este espacio - La Plaza - una cierta monumentalidad. El último, en realidad, fue levantado con destino a las oficinas de Correos y Telegráfos, cometido que nunca cumplió. Era en torno a la plaza donde mejor se podía tomar otrora el latido de esa población: administración, mercado, comercio y tabernas aunaban en ella sus respectivas actividades, convirtiéndola, cada mañana, en el punto neurálgico y vital del pueblo. Desde el amanecer, voces de tenderos, pescaeros, hortelanos pugnaban anunciando las calidades de sus mercancías. Hoy, una lenta y farrogosa circulación de vehículos ha sustituido, sin duda para siempre, a aquellas caballerías, que portadoras de recios cerones de esparto de la pesada carga, llegaban, tras cansina madrugada desde la fertil rivera del Guadajoz.


III TRAMO

¿Por dónde seguir? Pues tomemos la Torrecilla, puerta abierta a un incomprensible itinerario de calles y remansos que nos conducirán, sobrecogidos, hasta el pie de las gruesas murallas de la fortaleza medieval. Desde una amplia balconada se otea un horizonte lejano sobre los limpios tejados de las casas de esta calle vertebral. El Cristo de los Caminantes nos conduce hacia uno de los rincones más increíbles e inesperados que Espejo alberga en su interior: el callejón del Peñasco, recóndita plazuela, cerrada de un leve muro de piedra, donde la noche vela bajo la luz amarillenta de un negro farol... Y en nuestro recorrido, una nueva ascensión. Ahora, por la Silera, topónimo elocuente alusivo bien a la existencia de un remoto campo de silos, en torno a la primitiva fortaleza, bien al edificio que hacia el siglo XVIII se levantaba en la zona para almacén de cereal. De tramos cortos y concéntricos, se multiplican en ella quiebros y esquinas, como en un maléfico laberinto que tratara de impedir dar alcance a los torreones del omnipresente castillo. La cal, eterna compañera......... Encaramado al fin en la cima del pueblo, el visitante no sabrá hacia dónde dirigir su atónita mirada: si derramarla sobre sobrios y enhiestos paredones preñados de historias pretéritas, o empaparla de horizontes y lejanía a través del inmenso océano de la Campiña cordobesa. La sorpresa habrá entrecortado la respiración. Un Espejo recio y monumental comienza a emerger: en primer lugar, el castillo, chimenea central de un galeón marino dispuesto a navegar en el océano verde y plata del pujante olivar. Y en la noche, cálido faro singular. El más emblemático de los monumentos que Espejo atesora recibe cada anochecer el beso fecundo de la luz, estampado ardosamente en los muros centenarios de esta fortaleza señorial. Símbolo inequívoco, universal, de esta muy leal Villa de Espejo, es a más en su castillo donde radica el origen inmediato de la actual población. Y enseguida, la iglesia de San Bartolomé. Piezas señeras como el retablo de San Andrés, obra maestra del pintor cordobés Pedro Romana, fechado en 1504, suscita sorpresa y admiración de cuantos interesados por el arte lo contemplan. Sin olvidarnos de la muy interesante colección de piezas de orfebrería, donde tienen cabida, desde la centuria del quinientos, lo más granado de la platería cordobesa. Diego Fernández, en su Cruz Parroquial de brazos florenzados; García de los Reyes, en la impresionate custodia procesional de primera mitad del siglo XVIII, y otras del insuperable Damián de Castro, como la media luna que labrara para la santa patrona, Nuestra Señora de la Fuensanta, son tan sólo unas muestras de las más de cincuenta que pueden contemplarse en el Museo Parroquial.


IV TRAMO

Hay que retomar el recorrido por la calle de San Bartolomé. Y de nuevo, otra casa señorial, la de doña Justina Luque, recaba nuestra atención. Y de pronto, la calle "El Santo" (San Sebastián), dormida y lorquiana; tarlatanas de incienso en sus fachadas y sabor a Semana Santa. En su trayecto ya se presagia el eco eterno de la voz inconmensurable de José María Aguilar. Su casa, Casa Sola, espera paciente algún signo, una lápida conmemorativa, un recuerdo, que la identifique con el barítono de la Voz de Oro, hijo predilecto también de nuestro pueblo. Muy cerca, la antigua ermita de San Sebastián, luego de Santa Rita, con su plaza blanca, recoleta, en otro lírico rincón de embrujo y belleza. De inmediato, nueva eclosión de calles angostas y empinadas: Empedrada Alta, Empedrada Baja, García Lorca... Y enseguida, por la calle Frasquito Castro, honor al hombre que proporcionó agua corriente a la villa, se desemboca inesperadamenre en un enorme espacio abierto, arriñonado y pespunteado de forja y naranjos, que ofrece súbito una visión urbanística diametralmente opuesta a la que acabamos de recorrer.... Amplio y llano, antaño campo de eras, desde el siglo XVIII quedó convertido en el enclave más significativo de nuestra población: Las Calleras. Un enorme salón sacralizado: en un extremo, la capilla barroca de San Miguel, aneja al antiguo colegio de educandas del mismo nombre, que D. Miguel de Castro y Leiva levantara en 1758 para la formación de la niñez desparramada de los cortijos de la Campiña cordobesa, y en el otro, la ermita de Nuestra Señora de la Cabeza, utilizada para la docencia a expensas del también sacerdote Trinidad Comas, bajo cuyo patronazgo se realizó en ella una impagable labor. Y en el tramo central, la antigua mansión del Marqués de Lendínez y otras casa señoriales, que lo festonean y ennomblecen, y que anuncian la inminencia de la que fuera iglesia de Santa Teresa, de los carmelitas descalzos, aneja al convento que durante cerca de dos siglos tuvieron en esta población. hoy se rinde en ella culto al Santísimo Cristo del Amor.... En el recuerdo, las antiguas y bien proporcionadas farolas modernistas que desde el primer tercio de la pasada centuria surcaban elegantes la columna vertebral de esta hermosísima plaza.


V FIN DEL RECORRIDO

Y ya, cercano el final de este imaginario recorrido, se hace imprescindible otra nueva estación, y reponer fuerzas: Casa Lorenzo, Casa Cándido, El Chiringuito, Despensa Andaluza, Fuente Nueva o La Alcazaba, restaurantes y tabernas a la vera de la carretera nacional, con los exquisitos productos de la industria chacinera espejeña....


VI DESCANSO: EL PAQUE PERIURBANO DE "EL BORBOLLÓN"

Una vez degustada la típica gastronomía espejeña, es posible el descanso en pleno contacto con la naturaleza, en un enclave donde el agua y la vegetación atrajeron al hombre desde los albores de su historia. Se trata del Parque Periurbano de "El Borbollón", al arullo de una sinfonía de un brazo cristalino de agua potable, que no cesa, en maridaje eterno con el ondear de altas copas en una fronda umbrosa de pinos centenarios... Por todos lados, el color verde y plata de un joven y bien cuidado olivar.

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