Volver a empezar

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Francisco Romacho escribe:

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El presidente Rafael Escuredo, hastiado de luchar contra corriente en su propio partido, dimite. No encuentra suficientes apoyos en el Gobierno central. La eterna paciencia de Rodríguez de la Borbolla dará fruto. Es el llamado a sustituirle. Los andalucistas, sino de su historia, se sumergen, una vez más, en una grave crisis.

Los ojos azules de Rafael Escuredo se pierden en el negro azul del Mediterráneo que abarca la terraza de una de las habitaciones del hotel Castillo Santa Clara en Torremolinos. Es la madrugada del cuatro de diciembre. Es, seguro, uno de esos recados que el destino le manda a quienes siempre andan fintándole. A su lado percibo una infinita amargura, un infinito cansancio, una infinita tristeza. Apenas dieciocho meses atrás el poder, el orgullo, la gloria, la vanidad, la victoria, la voluntad, los sueños de cambio. Desde entonces, ni un solo instante de sosiego, ni una sola tregua. Demasiado confuso, demasiado deprisa, demasiado solo. Atrapado por una confrontación interminable con el Gobierno de su amigo indiferente Felipe y su enemigo militante Guerra, sus dos grandes discursos, la plenitud de transferencias y la Reforma Agraria están semivacíos. Ha ido tan rápido hacia el futuro que ya no tiene a casi nadie alrededor.

Algunos años después, una frase en una novela de Carlos Fuentes me hizo recordar aquella vacía mirada y la certeza de su inminente abandono: "Hemos sufrido tanto que conoceremos al futuro cuando llegue". Escuredo conoció la llegada del futuro esa noche y la seguridad de que no estaba en él. Dos meses después, dimitió.

Simbología 'verdiblanca'. El presidente va tan revolucionado que sus consejeros, asesores y directores generales parecen motores diésel. El primer año completo de legislatura va a ser también el último. Es el PSOE en Andalucía una organización atrapada por el peso de su historia, que lleva años maquillando su cuerpo doctrinal para encajar al novísimo andalucismo, bordeando debates indeseables para quienes concebían la marea nacionalista como una enfermedad. Es Escuredo quien a lomos de la épica ha neutralizado al PSA y encauzado hacia el socialismo andaluz el improvisado catálogo de la simbología verdiblanca, incluidas las hijas de Blas Infante. La fuerza de su papel locomotor obliga a su partido a seguir su estela bien que a regañadientes, tanto que en el último congreso en Granada, unos meses antes, el presidente andaluz comparece como 'invitado fraternal', expresión que definía de manera rotunda el estado de la cuestión. Instalado en su frenesí reivindicativo Escuredo aborda la negociación de las transferencias con el mismo fragor que las etapas precedentes. En La Moncloa, sobre diez millones de votos, Felipe y Guerra abordan los primeros meses de la histórica victoria del 28-0 con un incómodo compañero de viaje en Andalucía. La falta de sintonía no sólo no se disimula sino que es la gran referencia del paisaje político de uno de los años más desasosegados e intensos de la historia reciente de Andalucía.

Devorado por su propio personaje, viviendo para él, adelantado a su tiempo, Escuredo ha intuido antes que nadie que el encaje de Andalucía en el laberinto autonómico depende sustancialmente del reforzamiento de sus señas de identidad y de un techo de competencias rayano al de catalanes y vascos. Su partido lo considera un cuerpo extraño, casi irreverente en lo ideológico, superficial y casi frívolo en la gestión. En esa pelea interminable se le agotarán las existencias políticas.

En las vísperas de Reyes toma posesión como nuevo delegado del Gobierno en Andalucía Leocadio Marín, uno de los hombres clave en Andalucía del todopoderoso y flamante vicepresidente Guerra. Escuredo había mostrado ya sus rechazos, recelos e inquietudes por la política de transferencias. "Existen problemas entre el Gobierno andaluz y el Gobierno central, lo que no existe es el problema", terció Guerra en un desacostumbrado en él intento de limar asperezas. "Que nadie quiera ver nuestra actitud como una postura de oposición. Los conflictos entre ambas instancias de poder son naturales; las discrepancias pueden y deben resolverse sobre la base de que existe un proyecto político común", le acompañó en la intención Escuredo. En esos primeros meses, Guerra viene mucho a casa y su presencia en la primera celebración parlamentaria del 28-F es tan sonora (a la salida del Parlamento es vitoreado, abrazado, ovacionado por la muchedumbre, dice la crónica) como la ausencia de un desaparecido Rojas Marcos. En su discurso, Escuredo vuelve a cargar la mano sin complejos: "Tenemos que seguir luchando y peleando; este tiene que ser un día de militancia y de activismo" y se lanza al vértigo del que tanto gustaba, anunciando solemnemente la plena asunción de competencias previstas en el Estatuto para antes del 31 de diciembre.

Once meses más tarde, el consejero de Trabajo Joaquín Galán es también el vicepresidente de la comisión mixta de transferencias y, aunque le pone vaselina a la situación ("preferimos la negociación y el diálogo al enfrentamiento y la descalificación"), reconoce con cierto poso de amargura que las transferencias llegan con cuentagotas y apenas alcanzan el cincuenta por ciento. El vigoroso crecimiento simbólico e institucional de la autonomía contrasta con el calvario de las negociaciones; fracasos amplificado por el plástico estilo del presidente andaluz con sus plantes y rechazos a las 'inadmisibles' pretensiones del Gobierno central. Escuredo tira de su vieja amistad personal con Felipe González para arrancarle promesas de aceleración (entre ellas la televisión autonómica; Amparo Rubiales llegó a decir en el Parlamento que funcionaría en 1985) que luego se estrellan ante la vigorosa tozudez de la mayoría de sus ministros, empeñados en una concepción más armonizada del proceso autonómico o, dicho de otra manera, descompuestos por la incomodísima presencia andaluza en el restringido club de los nacionalismos históricos. Aquella Amparo Rubiales era toda una presencia.

Lentamente, sin hacer ruido, fiel a su serena manera de producirse en política, José Rodríguez de la Borbolla, secretario general de los socialistas andaluces, quintaesencia del pensamiento políticamente correcto, sin duda el perfil más alejado posible de la desbordante radicalidad de Escuredo, desembarca en abril en la vicepresidencia del Gobierno andaluz. Es una operación destinada a corregir la desequilibrada fortaleza orgánica en el ejecutivo y un arriesgado regate de Escuredo para ganarse la complicidad del jefe del aparato. La arrogante demostración de fuerza el día de su llegada a la vicepresidencia ejecutiva ("es aventurado decir que las discrepancias entre nosotros han desaparecido totalmente") y las polémicas precedentes entre ambos aventuraban una relación tormentosa que luego no sólo no se confirmó sino que durante algunos meses llegó a parecer muy próxima. Escuredo hace expresa demostración de su nueva obediencia gregaria en las crisis que ese año desestabilizarán al PSOE andaluz saliendo en defensa de la legalidad y, eso sí, dejando el recadito: "Esto lo digo con cierta autoridad moral porque yo mismo he sido víctima de esa legalidad". La nueva profesión de fe no le sirvió sin embargo para que en su partido dejaran de considerarlo un cuerpo extraño. Y en cuanto a José Rodríguez de la Borbolla es más que probable que, si bien lo supo mucho después, su organismo ya estuviera incubando el virus de Monsalves que con tanta saña perseguirán los guerristas.

"¡Qué maravilla!, ¡qué maravilla!". Alberti es el nuevo premio Cervantes. Alberti, desde su vuelta, era el hombre 'abierto a todas horas' que ocupaba el espacio visual que nuestros mejores sueños reservan a los poetas. Su larga melena blanca, su voz de tembloroso juglar que recitaba con la misma desvergüenza con que llevaba las camisas de colores, la belleza de los ojos de Nuria Espert a sus ojos cosida, el exilio como mito en los pliegues de su biografía, el comunismo como opción vital y estética. Alberti había tomado posesión de Andalucía sin complejos, sin falsas modestias, comprometido hasta la piel con el impulso de la transición sin tapujos ni miserias partidarias. El Alberti de entonces pisaba la calle como un ciudadano más sabiendo que no lo era, recuperando la media vida de paisajes y paisanajes extrañada, dejándose querer y admirar. Alberti se pasea además entre poetas y sobre todos, la preferida compañía de Luisito García Montero, bebiendo de su juventud la juventud de su perdida arboleda.

"Es la pleamar de Rafael" dicen del premio los críticos; un premio que viene cargado de polémica porque su candidatura había sido presentada por la Academia de Colombia veintisiete días después de que se cerrara el plazo y porque Cela, presentado por la Real Academia Española de la Lengua, de la que Alberti tanto se mofó, es el gran derrotado. En las reacciones silbaban los cuchillos: "No me han dado un premio literario jamás; Alberti es un gran poeta y yo un humilde escritor" (Camilo José Cela); "Fue un fallo dificilísimo", (Zamora Vicente); "No quiero opinar pero ha habido muchas irregularidades. Yo tengo el mismo premio pero su concesión fue limpia. Alberti es un poeta extraordinario aunque Marinero en tierra no es su mejor obra?(Gerardo Diego). Rafael, que sabe que el galardón ha escocido a sus enemigos, se regodea sin rubor: "Lo que más me divierte es que después de toda una serie de intrigas y de luchas que ha habido para conseguir el Cervantes, me lo concedan a mí. ¡Qué maravilla!, ¡qué maravilla!". El Cervantes lo es también para el Gobierno y Parlamento de Andalucía, las diputaciones y decenas de entidades culturales que se han movilizado en los últimos meses para apoyar a Alberti. Los diez millones del premio enfatiza que los destinará a cuidar de María Teresa León, su mujer, internada en un hospital. Fue la fuerza de la calle que tanto pisó y orinó Rafael la que le hizo arrodillarse a la altiva Academia que brilla, fija y da esplendor.

Siete meses antes, en abril, Baeza recupera el homenaje a Machado que la represión franquista había suspendido en 1966 en el mismo escenario, con el mismo programa y los mismos protagonistas. Cinco mil personas oyeron a Paco Rabal y a Rafael Alberti recitar y al combativo fiscal Jesús Vicente Chamorro recordar con emoción que el propósito de homenajear a Antonio Machado fue repelido violentamente por subversivo "y sin duda lo era porque exaltaba la conducta y la cultura de un hombre de alma limpia y valiente". El acto, propiciado desde el entorno del Partido Comunista, fue soslayado por Guerra, Solana, Escuredo, Román y la mayoría de los dirigentes políticos y culturales socialistas. El peso del poder y la confrontación política, cada vez más ácida entre socialistas y comunistas, acabó alcanzando la memoria de Machado. "Cuando oímos por la radio que Machado había muerto (contaba Alberti a un grupo de curiosos melenudos ávidos de la gloria del 27 entre los que seguramente estaba yo) nos dijimos la guerra se ha acabado. El alma se nos había llenado de muertos".

El alma del flamenco se llenó de negro con la muerte de Antonio Mairena, al que el rey don Juan Carlos le había hecho entrega ese mismo año de la medalla de oro de las Bellas Artes. La avalancha de necrologías laudatorias que siguió al 5 de septiembre apuntaba en la dirección de la mala conciencia de una sociedad que en su gran mayoría había vivido de espaldas al talento y enorme trabajo del cantaor gitanoandaluz como gustaba llamarse. Don Antonio empieza a ser la contraseña. Mairena había sido, con diferencia, el máximo exponente contemporáneo de una forma de entender y vivir el flamenco, fundamentalmente por su decidida inmersión en busca de las variantes estilísticas que iba encontrando dispersas por los rincones del Bajo Guadalquivir. Los críticos le agradecen que su fuerte personalidad tamizara no pocas especies de tonás, soleares, seguiriyas y tangos que había rescatado del olvido y configurara un catálogo que sintetiza el desarrollo del cante flamenco desde finales del siglo dieciocho. Su actitud seria, mucho más cercana a la investigación que a la fiesta, dignificó también una profesión con demasiadas servidumbres y casi todos los cantaores que durante y después fueron le deben la enseñanza del camino correcto. El ilustre gitano de Mairena del Alcor se quejaba en sus memorias de la ingratitud y envidias de los suyos: "a pesar de que yo, por ser gitano, lo he dado todo por la dignificación de un arte que no valía nada y de cuya dignificación ellos mismos se están beneficiando. He sacado de las tinieblas el arte gitanoandaluz". Su compromiso, también fue político y Mairena se subió a los escenarios para apoyar las campañas electorales socialistas. Para muchos de los de antes que se sintieron protagonistas de la transición y como mucho Mairena les emparentaba con don Antonio Machado, la onda expansiva de la muerte de este otro don Antonio les acercó para siempre al flamenco.

La tierra de los hombres sin tierra. "Es propósito de mi Gobierno presentar ante el Parlamento de Andalucía un proyecto de ley de reforma agraria que intentará dar satisfacción a esta histórica reivindicación de nuestro pueblo". El mejor Escuredo se supera y desentierra el mito de la Reforma Agraria una mañana de mayo en Ronda, precisamente en Ronda, setenta años después que Blas Infante en el I Congreso Georgista. El impacto emocional sobre la sociedad andaluza es tremendo. Los viejos miedos, los viejos sueños, las grandes proclamas, las ocupaciones, las movilizaciones, la memoria de la represión, los latifundios ociosos, los terratenientes... gran parte del bagaje dialéctico de la izquierda andaluza se conjuga con la Reforma Agraria. Escuredo, casi exclusivamente fiado a su olfato político, quiere encauzar el polvorín del campo andaluz, sin duda el mayor factor de desestabilización social y política: las ocupaciones de fincas, encierros, huelgas, manifestaciones, asambleas y paros con una enorme repercusión mediática. Los líderes jornaleros exigen desde primero de año la sustitución del vergonzante empleo comunitario, que el PSOE cumpla su promesa electoral. Almunia, a cuyo despacho ya han acudido Paco Casero y Juan Manuel Sánchez Gordillo, anuncia para el 84 su sustitución por el Fondo de Empleo Rural. Pero un año es demasiado tiempo para la concepción de la política que tiene Escuredo. Sobre todo después de que gente tan poco sospechosa de veleidades izquierdistas como Miguel Boyer y Carlos Solchaga haya abierto la espita del concepto de la utilidad pública de la expropiación con la intervención de Rumasa un 23 de febrero, que se dice pronto pero se escribe con canguelo (dos años antes el cronista y su cetme y su mili y sus lágrimas en Cáceres, coño).

El envite es demasiado fuerte y, como era previsible, plantea nuevas y más profundas inquietudes. Superada la conmoción, la romántica, cándida y masiva acogida de la joven prensa de izquierdas, la conversión del proyecto en instrumento transita por un complejo camino lleno de minas. Los sindicatos del campo y la izquierda comunista se apuntan a la reforma agraria 'integral' y lejos de remitir, las movilizaciones alcanzan el paroxismo. El comandante Romero, jefe de CC OO del Campo, inicia una marcha que recorre mil trescientos kilómetros en cuarenta y tres días, un sobrecogedor espectáculo de columnas humanas y banderas que no se resiste en protagonizar fugazmente el escritor Antonio Gala (también significó el adiós al sindicato y al comunismo del histórico Eduardo Saborido). Una huelga de hambre en Marinaleda de más de veinte personas durante once días obliga a intervenir al propio Felipe González. La derecha, perpleja y casi inexistente, está sin habla y el ministro socialista de Agricultura, Carlos Romero, también. La verdad es que los rabiosos socialdemócratas del Gobierno de Madrid están espantados con la nueva 'boutade' de Escuredo. Buena parte de su acción política está destinada a converger con Europa y temen que la antigualla republicana de la reforma agraria sea vista desde la CEE como una llamativa evidencia del enquistamiento de España en sus viejas quimeras. Consciente de que el proyecto necesita fuertes dosis de credibilidad y espantar muchos fantasmas, el Gobierno andaluz se apoya en una normativa centrista sobre fincas manifiestamente mejorables para el encaje jurídico del anteproyecto de ley. Cinco meses después de Ronda, Escuredo elige la no menos simbólica Carmona para hacerlo público con batería de mensajes tranquilizadores: pocas expropiaciones con carácter casi ejemplarizante, actuaciones comarca a comarca, impuestos a fincas infrautilizadas muy medidos, decreto a decreto... la voluntad conciliadora es tan explícita que José María Sumpsi, ingeniero agrónomo que ha tenido el valor de ponerse al frente del Instituto Andaluz de Reforma Agraria, acaba por solemnizar naderías: "Hay que decir claramente que este tema no soluciona el problema del campo andaluz, lo que no supone que no tengamos entusiasmo en la tarea".

Confuso, ambiguo, cualquier denominación que no fuera el engañoso rótulo de Reforma Agraria podría servirle como título... es uno de los más amables párrafos que le dedica el artículo editorial de El País. Y una advertencia demasiado premonitoria: "Sus propios diseñadores no dudan en afirmar que su aplicación no hará variar de forma sustancial el elevado paro existente en la región. La demagogia puede hacerse también desde el poder pero la consecuencia a largo plazo de esa política suelen volverse contra quienes la practican". Una posterior denuncia (fraguada dentro del partido) en ese mismo periódico sobre presuntas irregularidades en la financiación del chalet que Escuredo se había construido en una zona residencial sevillana sirvió de puntilla.

Más allá de las llamativas agitaciones campesinas, la dureza de la reconversión industrial avecina también tiempos difíciles para los astilleros de Sevilla, Huelva y Cádiz. El conflicto de Sagunto ha sobresaltado a la Bahía de Cádiz que se barrunta que la próxima reconversión será la naval. Julio Rodríguez, consejero de Economía y Joaquín Galán, de Trabajo, pelean junto al gobernador civil (Salvador Domínguez) y el presidente de la Diputación (Alfonso Perales) para que la sangría de despidos no supere los mil quinientos. En Málaga, un grupo de trabajadores de Intelhorce destrozó las jardineras de La Alameda después de una manifestación que acabó en guerrilla urbana. La cosa funcionó. Patrimonio del Estado concedió un nuevo crédito de 300 millones. El acuerdo pesquero con Marruecos se firma por cuatro años en pleno festival de apresamientos de barcos andaluces.

Moderación salarial, control del gasto público, descenso de la inflación (prevista en un mareante 11,5 %), los jóvenes gestores socialistas de Madrid repiten como una nueva religión la necesidad de ajustes pactados y sin pactar para huir de la amenaza de un plan de estabilización. Braulio Medel, viceconsejero de Economía, es quien trata de buscar salidas a una economía maltratada y con las reconversiones que se ciernen sobre el horizonte. Aquí esas cosas nos pillan un poco a pie cambiado después de haber llegado tarde a ninguna parte. Como decía un consejero que seguramente sería Miguel Manaute: "La reconversión industrial es en realidad un problema de ricos".

Don Ramón, el eterno cacique. Que la vida es circular o se parece mucho y se repite sólo hay que darse una vuelta por las hemerotecas y sumergirse en el pozo de los años. Un delicioso suelto de la edición de un periódico nacional da cuenta con extrañeza de la moción de censura contra un alcalde de un pueblo andaluz por parte de su propio grupo municipal. La extrañeza deja de ser tal cuando se lee que el pueblo es La Carolina y el promotor de la moción don Ramón Palacios, el dueño de Sierra Morena, el eterno cacique y alcalde, el compañero de las cacerías de Franco primero y de media nómina ilustre de la derecha democrática y menos democrática después, el nostálgico de 'nuevos amaneceres', el padrino político de aquel Bartolín que se secuestró a si mismo para hacerse famoso y a fe que lo fue.

Es circular y se pierde en la noche de los tiempos la disputa por la titularidad de La Alhambra. Rafael Román, consejero de Cultura se va a Madrid a convencer al ministro del ramo, Javier Solana, de que el Gobierno autonómico tiene las competencias exclusivas sobre los monumentos histórico-artísticos radicados en la comunidad. Todo un clásico que se sigue editando con idéntica pasión gacetillera y distintos protagonistas físicos y políticos algunos lustros después. No menos curiosa, por escribirlo de alguna manera, la reunión de la Junta con la Federación andaluza de Cajas de Ahorro presidida por el consejero de Economía Julio Rodríguez para estudiar "posibilidades de programación conjunta en préstamos", que era como le llamaban entonces a los indicios razonables de utilidades de la fusión. El estudio-informe sería elaborado por el equipo del viceconsejero de Economía, Braulio Medel, que ya apostaba por fortalecer el sistema financiero andaluz, teniendo las cajas de ahorro como principal activo. Es circular que la Royal Navy haga atracar a la flota de las Malvinas en el puerto de Gibraltar violando la soberanía española, aunque tal vez no lo fuera tanto que Felipe González calificase la actitud de la armada de la señora Thatcher de 'desproporcionada' y el Senado se atreviera incluso con una nota de protesta institucional. Es circular el papelón de los consejeros cuando comparecen ante el Pleno del Parlamento gravemente investidos de responsabilidad para mandar mensajes tranquilizadores a la población sobre patatas calientes heredadas que de pronto son propias: Jaime Montaner, consejero de Política Territorial, responde a Manuel Anguita (entonces comunista y con posterioridad y aunque parezca incompatible notable productor de poesía erótica) que los niveles de radiación del almacenamiento de residuos de uranio situados en Andújar son tranquilizadores (sic),

Es una gozada leer que AP acusa a Francisco de la Torre Prados de beneficiar al Partido Socialista por encabezar una lista de independientes al Ayuntamiento de Málaga, que Marbella, precozmente, ya destacaba como 'paraíso de delincuentes' con la proliferación de policía privada en urbanizaciones y zonas de chalés de lujo o que los clérigos y religiosas de El Palmar presenten serias psicopatologías, según el psiquiatra que ha tratado a más de diez cardenales, obispos y clérigos de la secta 'en proporción bastante más elevada que otros sectores de la vida sevillana'. O esta delicia que no quiso copiar nadie: El alcalde de El Burgo, Serranía de Ronda, 2.500 habitantes de los de antes, institucionalizó la Concejalía de la Sonrisa para "darle marcha y alegría al pueblo". La historia de los primeros top less de Cádiz da para la mejor chirigota: en las maravillosas playas de la provincia ha causado extrañeza que algunas jóvenes bañistas se despojen de la parte superior de su bikini, practicado el famoso top less en "una provincia en la que el criterio social no acepta como normal esta práctica" y que ha propiciado algunos pequeños incidentes con policías locales que trataban de exigir a algunas bañistas que se taparan el pecho. El asunto ha desembocado en una serie de protestas ante el gobernador civil y de consultas de autoridades locales desconcertadas ante el hecho. Salvador Domínguez (gobernador civil) ha decidido recomendar que se permita la práctica del top less en todas las playas de la provincia.

La rebelión de los catetos. Los primeros y serios quebraderos de cabeza de José Rodríguez de la Borbolla vienen de oriente. La rebelión de los catetos, en principio un movimiento orgánico de las agrupaciones de los pueblos más importantes por hacerse con el control del comité provincial acaba en el corazón de la Diputación y con el partido disuelto a petición de la propia comisión ejecutiva del PSOE de Andalucía. Juan Carlos Benavides, primer teniente de alcalde del Ayuntamiento de Almuñécar y delegado de urbanismo, un político aguerrido y ambicioso, ha logrado la secretaría general gracias a un combativo discurso frente al peso de los políticos de la capital (Javier Torres Vela, Ángel Díaz Sol, Curro Valls, Rafael Estrella, María Izquierdo, José Vida) y sus designaciones continuadas en los mejores puestos de las listas electorales. La crudeza del debate ha abierto serias grietas en la organización que seguramente se habrían recompuesto de no mediar el escándalo urbanístico de Salobreña y Almuñécar y que ponía en entredicho la credibilidad política del nuevo secretario provincial.

Jerónimo Páez, abogado de amplia huella en la ciudad que no se atrevió a querer ser alcalde, denuncia en los medios locales que el arquitecto municipal de las dos localidades costeras granadinas es al mismo tiempo el mayor promotor de la zona y redactor de los planes de urbanismo. Millán, en efecto, actúa también como propietario y administrador único de dos empresas promotoras y comercializadoras de bloques de viviendas y apartamentos. Sin ningún rubor además, las bolsas de suelo propiedad de Millán recibían calificaciones generosísimas en los volúmenes edificables del nuevo plan mientras las zonas vecinas son catalogadas verdes o de servicios. Millán es obligado a dimitir pero el escándalo alcanza también a su cuñado, Luis Daza, asesor jurídico del equipo municipal, miembro del comité provincial e íntimo colaborador de Benavides. Este reacciona contra el aparato regional al que acusa de utilizar el problema urbanístico como cortina de humo para desestabilizar la nueva dirección. Borbolla apela a la legalidad ("si se entra aquí es para acatar las normas, han puesto al partido contra la pared"). Benavides, ya alcalde de Almuñécar tras las municipales, a la democracia interna ("en el PSOE se funciona si eres amigo de Borbolla"). Los diputados catetos rompen la disciplina de voto y eligen a Juan Hurtado frente a Torres Vela, el candidato de la dirección regional. El PSOE-A ha perdido la Diputación, la disolución del partido es un hecho tres semanas después.

Es por supuesto en Granada donde la crisis del PCE alcanza mayor virulencia. Carrillo se ha arrepentido por el camino de haber elegido a Gerardo Iglesias como sucesor. "Entre él y yo no hay color" dice con su media de ironía y mala leche. Es naturalmente Felipe Alcaraz, comunista de cabecera de Andalucía, el que se encarga de replicar que Carrillo rompe el centralismo democrático, la legalidad democrática y es "un factor objetivo de división" amén de mantener posturas "claramente liquidacionistas y socialdemócratas". En noviembre la salida de los hombres de Carrillo, en minoría dentro de la organización regional, es ya sólo cuestión de tiempo. Javier Terriente y Rafael Fernández Piñar y agrupaciones enteras del cinturón metropolitano son los primeros carrillistas, un término que acabaría siendo familiar en la orilla izquierda del Partido Socialista Obrero Español.

En plena travesía del desierto, Uruñuela adelanta la liquidación del Partido Socialista de Andalucía y su reconversión en Partido Andalucista, un giro hacia la derecha y hacia el nacionalismo que redactan José María de los Santos y José Aumente con un párrafo de sonrojante contundencia: "Hoy no puede afirmarse que el proletariado sea el único motor de la historia, protagonista exclusivo de las fuerzas sociales; las fuerzas de la innovación y el cambio radican hoy también en otros sectores; es necesario desprenderse de ciertos doctrinarismos que pueden obstruirnos la percepción de la realidad".

Ilustrísimo señor alcalde. Las municipales de mayo magnifican la hegemonía institucional del PSOE-A y la imagen de un puñado de alcaldes, que va a tener a partir de entonces un papel estelar en la vida pública andaluza y en el nacimiento de un cierto contrapoder que, a veces, se las traerá tiesas con el ejecutivo autonómico. Nunca un pacto dió tan pingües beneficios políticos.

Los socialistas supieron aprovechar muy bien las fortalezas propias y las debilidades ajenas. El viento de cola de las espectaculares victorias de Escuredo primero y Felipe después, los restos del naufragio de UCD y PSA, la crisis comunista y la ilusión de la gestión de los cuatro primeros años del pacto de la izquierda configuraron un escenario ideal para la casi excesiva victoria. José Antonio Marín Rite, con el 66 por ciento de los votos de Huelva y 21 de los 27 concejales es el ejemplo que mejor sintetiza el roto que los socialistas han hecho a sus adversarios y la enorme profundidad que su presencia en el más nimio ámbito público andaluz va a tener para, al menos, el siguiente decenio. Sólo Córdoba y Jerez resisten la barrida socialista. El califa rojo, Julio Angita, ha conseguido aglutinar en torno a su liderazgo a la mayoría de izquierda que en generales y autonómicas vota socialista (el PCA recibe 60.000 votos más que un año antes) y es el único comunista que alcanza la alcaldía de una capital del Estado y, lo que tiene más mérito, sobrevive a la destrucción de su propio partido. En la campaña recibió misiles socialistas de todo tipo, que se volcaron (Guerra, Tierno, Escuredo) para desbancarle.

Raramente eufórico, Anguita celebró su reelección como presintiendo que aquel resultado significaba muchos más para su carrera política que la continuidad al frente de la Alcaldía cordobesa.El otro superviviente de la barrida es Pedro Pacheco Herrera que a sus treinta y tres años repite en la alcaldía de Jerez con una holgada mayoría. Pacheco, señorito de nuevo cuño, populista, izquierdista, fajador terrible en el cuerpo a cuerpo, conecta divinamente con la idiosincrasia jerezana, ávida de líderes fuertes que antepongan la pujanza de Jerez a cualquier otra ambición política. La victoria de Pacheco resulta aún más lustrosa en contraposición a la terrible derrota del Partido Socialista de Andalucía y de su líder Alejandro Rojas Marcos.

Es en Sevilla donde la desaparición física de los andalucistas se hace más llamativa (en relación a las municipales del 79 pierden 50.000 votos). Rojas Marcos había basado toda su estrategia en proyectar desde el gobierno de la alcaldía sevillana el crecimiento andalucista en la comunidad y para ello había aguantado a pie firme los terribles vientos de la crisis interna en Granada y Huelva. Luis Uruñuela ha pretextado sus obligaciones como parlamentario andaluz y secretario general para no presentarse y ahorrarse así el trago de pasar de ser alcalde a no salir siquiera de concejal (un ilustre desconocido. González de la Puente, se comió el marrón). La depresión es bien visible en la misma campaña: el PSA es una organización desaparecida que apenas ha podido reunir treinta millones y renunciado a presentarse en muchas circunscripciones electorales. Manuel del Valle, un compañero de Felipe en el despacho de Capitán Vigueras, que había aguardado su momento en la presidencia de la Diputación, la antítesis del sevillano tipo y del líder mitinero, se aúpa a la alcaldía con más de 56% de los votos.

Pedro Aparicio es santo y seña de Málaga. Dueño de una fuerte personalidad que siempre le enfrentó al partido y una voz formidable, es la referencia inevitable del nuevo municipalismo como presidente de la federación española de municipios y provincias. Su brillante currículo profesional (médico cirujano, profesor universitario, graduado en periodismo) y su don de gentes proyectan una excelente imagen hacia sus paisanos. Después de los primeros cuatro años en la alcaldía no hay peña ni asociación vecinal que no tenga foto con su alcalde y que Aparicio no se haya molestado en recibir o visitar.

Carlos Díaz, un sevillano en el Cádiz que es la Habana con más salero alcanza también un abrumador 64% y se convierte en el alcalde de la ciudad que va a embelesar a toda Andalucía, la más buscada, la más cantada y alegre, la que mejor guardó sus esencias de la depredación cultural de la dictadura. Aquel mayo del 83 Carlos Díaz y Cádiz sellaron una larga complicidad. No pasaría lo mismo con Emilio Arroyo en Jaén, que obtuvo el peor resultado para los socialistas en las capitales con sólo el 52% de los votos y al que el entonces todopoderoso y colérico secretario general guerrista López Carvajal movió el sillón justo dos años después para sentar a su amigo José María de la Torre. O en Almería, donde la popularidad de Santiago Martínez Cabrejas, Santi, compañero de eje del llorado Rojas en el Plus Ultra, le serviría de poco frente a la mayoría guerrista controlada por Nono Amate.

En Granada la política de partido es un complicado juego de equilibrios casi ecológicos, Antonio Jara confirma su fuerza emergente reclamando un fuerte protagonismo que en muchas ocasiones desbordará los ámbitos de la política local. Batallador incansable, obstinado, el profesor de universidad ha dejado paso a un político denso, intelectualmente complejo que va a relacionarse con dificultad en su partido y en la propia Junta y a liderar sin vacilación (y con escaso éxito en la continuidad de sus equipos) la recuperación y el nuevo diseño de la ciudad.

La frágil figura de Antonio Murcia y su huelga de hambre, que acabó en el hospital malagueño Carlos Haya por recuperar la Alcaldía de Estepona, es la protagonista del epílogo más largo y casi dramático de las municipales. Un acuerdo de última hora entre socialistas, CDS y AP arrebata la alcaldía a la lista más votada y se inicia un rosario de encierros, encadenamientos, plenos tumultuosos, detenciones y manifestaciones que medio año después siguen manteniendo al municipio en vilo y al alcalde, el socialista Miguel Castro, vigilado permanentemente por la policía local. Mientras los cargos públicos socialistas no caben en un campo de fútbol y los del PSA y PCA casi juntos en un autobús, las municipales han traído también una buena nueva para la derecha andaluza. Gracias a la descomposición centrista y la fuerte renovación interna emprendida por su presidente Antonio Hernández Mancha, un joven abogado del Estado redicho y simpático que le cae bien a Fraga todavía (se empeña en casarlo y lo casa) y que ha encontrado en el jiennense Gabino Puche a un excelente compañero de fatigas, se convierte en la segunda fuerza más votada y apunta la nueva conformación bipolar de la democracia en Andalucía.

Francisco alegre, corazón mío. Una tarde ventosa del último sábado de abril, estas cosas son en Sevilla, la Andalucía de siempre casó al torero Francisco Rivera Paquirri y a la tonadillera Isabel Pantoja. Más gente que nunca se agolpó a las puertas de la iglesia del Gran Poder, colapsó el tráfico del centro y vitoreó hasta enronquecer a los novios, dueños absolutos del corazón del pueblo. La boda de Paquirri e Isabel Pantoja devolvió de un solo golpe a la copla y los toros los metros de película, de titular y de cinta que la estética de la transición había empeñado en muchedumbres verdiblancas, manifestaciones y fotos a pie de urna. Los periodistas de por entonces, sedicentes intelectuales, se pidieron para sus currícula la cobertura del mayor acontecimiento popular del año.Él es torero valiente de ojos azules de los primeros del escalafón, víctima de la vida descocada de su primera mujer y padre de dos preciosos niños, nietos a su vez del venerado Antonio Ordóñez maestro de la torería, amigo de Hemingway y Orson Welles. Ella tiene una voz hermosa, cara de niña miel y pese a su lozanía ya está entre las grandes, digna sucesora de doña Concha Piquer o Juana Reina. La niña Isabel ha hecho además pública y ardorosa defensa de su condición virginal. Ambos son de origen humilde y han alcanzado la fama y dinero por mérito propio. No hay en el espacio sideral guionista que lo mejore. Con la boda, con aquella boda, supimos que, contra lo que algunos llegaron a creer, uno podía encerrarse por la mañana reivindicando la reforma agraria integral y agolparse por la tarde entre el gentío para ver a los novios y a Bertín Osborne, a Massiel, a Pedro Carrasco y Rocío Jurado y Paquita Rico, los verdaderos inmortales, sin mayor contradicción. Contra lo que algunos creyeron y con los socialistas en el poder, lejos de palidecer, florecieron como macetas de geranios las más recias y rancias tradiciones, batas de cola, peineta y goles. La selección de fútbol (el entrenador, Miguel Muñoz, tenía como táctica secreta una flor en el culo) se hicieron novios para siempre después del doce a uno, doce, de España a Malta.

Dicen las malas lenguas que por puros celos fue y que Lola Flores (ni canta ni baila, no se la pierdan, asegura Carlos Cano que se escribía de ella en el mismísimo New York) casó en agosto a su hija como una princesa gitana para demostrarle al mundo que tanto la quería que la boda de Paquirri y Pantoja se le quedaba a la altura misma del betún. Los setenta millones en joyas que, al parecer, transportaba la novia así lo ratificaban. Pero la muchedumbre invadió la iglesia de la Encarnación en Marbella, se sentó en el mismísimo altar mayor y pese a los intentos de la Faraona micrófono en mano, de allí no se movía nadie. Lolita rompió en sollozos, el cura rogó calma, El Cordobés intentaba echar un capote, la orquesta gitana guardó sus bártulos para mejor ocasión. La boda se celebró en la sacristía. "Yo no puedo perdonar a es gente que tan malamente se portó y esa pena me la llevo yo a la tumba", sentenció la Lola de España. Con toda su razón.

El final del sueño. La construcción de la mismidad es la ética; la construcción de esa mismidad con los otros es la política. El último cronista buscó en sus viejas libretas universitarias hasta dar con una manoseada frase de Aristóteles apuntada con rotulador en una esquinita. La mirada de los otros, los ojos francos de los demás son la política. La libertad ha roto los miedos y nos hemos redescubierto sin prejuicios. A partir de ahí todo ha sido posible. Sin tutelas, sin amenazas, sin más vestiduras que la coherencia de haber sabido adaptarse, cambiar, vivir diez veces en diez años la vida denuestros abuelos, empujar hacia el olvido el temor de nuestros padres y hacia el futuro la alegría de nuestros hijos.El cambio es más notorio en las universidades andaluzas que si bien en los años previos a la transicion tuvieron protagonismo en la lucha contra el franquismo, ahora están más preocupadas por elevar la calidad de la enseñanza. Acceden a puestos de responsabilidad jóvenes profesores y en una jornadas celebradas en la Facultad de Derecho de la joven universidad malagueña, su decano, José María Martín Delgado, que un año más tarde sería elegido rector, hace una acentuada defensa del papel y protagonismo que la universidad andaluza debe tener en la construcción de la autonomía, dando respuesta a los problemas que plantea la sociedad.

En las últimas bocanadas del 83 ya casi nada es como era ni se parece a lo que pensamos que podía ser. Pero nos gusta; a los más por lo menos nos gusta. UCD se disuelve en febrero por falta de clientela después de haber sido el eje central de uno de los procesos políticos más genuinamente asombrosos del mundo conocido. Que fuera casi por casualidad apenas le resta méritos. Su dulce muerte es el último servicio a la causa. La vieja, rabincunda y desconfiada derecha encuentra libre un pasillo por el que crecer hacia la democracia; la renovada izquierda socialista antes que marxista ha llegado al poder gracias a los votos del centro. Sólo el terrorismo y las convicciones frenólogas de algunos dirigentes vascos alfombran una improbable involución. Estabilizado el Ejército, sosegada la Iglesia, desmantelados los poderes fácticos, en España se vota regularmente, te puedes divorciar y hasta abortar dentro de determinados supuestos. La cosa ahora para los socialistas es gestionar los restos del naufragio de una economía sumida en una crisis de alcance planetario y una estructura del Estado llamado de las autonomías que nadie sabe muy bien lo que es y que funciona a empujones. Los ministros felipistas se encuentran (y se les nota) encantados con el poder. Tanto que las escasas voces críticas de aquella época aprecian ya una "sobreactuación en la representación pública y la aceptación acrítica de la razón de Estado".

Los más jóvenes empiezan a llevar cinturones anchos y vestir de negro buscando su identidad al ritmo noctámbulo del nuevo pop de los ochenta. La crisis obliga a preguntar por la medida de la cosa; la estadística se ha colado en el lenguaje, el IPC se nos hace como de la familia. Los cines van a desaparecer por culpa del vídeo, un aparato formidable que está haciendo gentes: casi todo lo que nos ocurre se puede rebobinar, parar o adelantar siempre que se tenga mando. Garci nos ganaba el Óscar con la peor película de su vida. Volver a empezar es una historia de nostalgias ñoñas que por lo menos nos sirvió para sacarnos un rato del ensimismamiento y de los complejos de la autarquía. En el sueño están todos los nombres: los muertos, los vivos y los dueños de su exilio interior; nuestra juventud y el tiempo de banderas que pasó por nuestras vidas. Nunca un país como el andaluz había sido tan asolado desde dentro; nunca un colectivo humano fue tan capaz de reconstruirlo cuerpo a cuerpo. Y al final del sueño se adivina el ceño fruncido y el bigote de Pepote. Y al final del sueño, como siempre desde entonces, la bendita cotidianeidad. Al final del sueño, volver a empezar.

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