Árboles singulares de la ciudad de Córdoba

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Árboles singulares de la ciudad de Córdoba con indicación de los ejemplares presentes en la provincia (2014) es obra del profesor Ángel Lora González editada por el Ayuntamiento de Córdoba y la Diputación Provincial de Córdoba. Puede consultarse online en la web del Ayuntamiento de Córdoba.[1]


Arbor honeretur cuius nos umbra tuetur

Índice

Introducción ............ 9
La singularidad de los árboles ............... 11
Gestión de árboles singulares .................... 14
Los árboles y los jardines de Córdoba .................. 18
Criterios de singularidad ....................... 23
Estructura y contenido del catálogo .............. 29
Catálogo ........ 31

Colaboradores

Han colaborado en la preparación de esta obra: José Ignacio Migallón Sánchez, Pablo Cubero Sánchez (Universidad de Córdoba), Manuel Balsera Santos, Manuel Rojo Aranda, Francisco J. Muñoz Macías y Susana Belmonte Pérez (Dpto. de Medio Ambiente del Excmo. Ayuntamiento de Córdoba), José María Medina Molina, Francisco Flores Amaro y Francisco Cano Ruiz (Servicio de Parques y Jardines del Excmo. Ayuntamiento de Córdoba) y Antonio Jiménez Luque (Centro Agropecuario de la Excma. Diputación Provincial de Córdoba).

Además, es deseo del autor dejar constancia del agradecimiento a los profesores de la Universidad de Córdoba Enriqueta Martín-Consuegra Fernández y Simón Cuadros Tavira (ambos de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica y de Montes) y a los alumnos de las asignaturas de Jardinería y Paisajismo (Graduado en Ingeniería Forestal) y de Jardinería y Restauración del Paisaje (Graduado en Ingeniería Agroalimentaria y del Medio Rural) que han participado en al marco del Proyecto de Innovación Educativa "Identificación y caracterización de ejemplares singulares del arbolado urbano de fa ciudad de Córdoba" financiado por la Universidad de Córdoba, así como a Verónica Serrano Serrano (Archivo Municipal del Excmo. Ayuntamiento de Córdoba), Miguel Ángel Diez Santamaría y Cristina Castilla Aguirre (Talher S.A.) por sus valiosas aportaciones.

Esta obra no habría sido posible sin la implicación y el apoyo de la Delegación de Medio Ambiente Urbano del Excmo. Ayuntamiento de Córdoba y del Centro Agropecuario Provincial de la Excma. Diputación Provincial de Córdoba.

Las fotografías contenidas en la obra son del autor a excepción de las siguientes:

  • Alpsdake (n!! 91, bajo licencia CC BY-SA 3.0)
  • Andrés González (n!! 136, bajo licencia CC Attribution-Share Alike 3.0)
  • Ángel Lora Cáceres (n!! 88 y 145)
  • AnRo0002 (n!! 115, bajo licencia CCO 1.0 Universal Public Domaln Dedication)
  • Ben Cody (n!! 128, bajo licencia Public Domaln)
  • Cillas (n!! 222, bajo licencia CC BY-SA 3.0)
  • Daniel Vlllafruela (n!! 21, bajo licencia CC Attrlbution-Share Allke 3.0)
  • Dcrjsr (n2 4, bajo licencia CC BY-SA 3.0)
  • Diputación Provincial de Córdoba (n!! 225, 226, 227, 228, 229, 230, 231 y 232)
  • Dryas (n!! 189, bajo licencia CC BY-SA 3.0)
  • Edsanokl (n!! 5, bajo licencia CC 3.0)
  • Francisco Jesús Muñoz Macias, Ayuntamiento de Córdoba (n!! 138)
  • Glysiak (n!! 7, bajo licencia CC BY-SA 3.0)
  • Hermann Schachner (n2 153, bajo licencia CCO)
  • José Ignacio Migallón Sánchez, Universidad de Córdoba (n2 26, 31, 48, 54, 55, 56, 57, 60, 65, 66, 69, 71, 73, 74, 81, 82, 83, 89, 90, 93, 94, 96, 104, 117, 119, 139, 140, 152, 154, 155, 164, 166, 170, 171, 185, 197, 210, 211 y 212)
  • Luis Fernández García (n!! 157, bajo licencia CC Attributlon-Share Allke 3.0 Unported)
  • Manuel Balsera Santos, Ayuntamiento de Córdoba (n!! 33, 108, 137, 187)
  • Miguel Vieira (n!! 100, bajo licencia CC BY-SA 3.0)
  • Mike Murphy (n2 6, bajo licencia CC 2.0)
  • NASA (n2 233, bajo dominio público)
  • Parques y Jardines, Ayuntamiento de Córdoba (n!! 23)
  • Phllmarin (n 2 42, bajo licencia CC BY-SA 3.0)
  • Rasbak (n!l 146, bajo licencia CC BY-SA 3.0)
  • Roger Culos (n2 160, bajo licencia CC BY-SA 3.0)
  • Roosterfan (n!I 9, bajo licencia CC BY-SA 3.0)
  • Solipstist (n!l 72, bajo licencia CC BY·SA 2.0)
  • Tirin (n!! 3, bajo licencia CC Attibution-Share Allke 3.0)
  • Tommes-Wlki (n!l 114, bajo licencia CC BY-SA 3.0)
  • Wendy Cutler (n!l 70, bajo licencia CC BY 2.0)
  • Xemendura (n!!47, bajo licencia CC BY 3.0)

Introducción

Según Azorín el odio, la antipatía o el rencor hacia los árboles se configuran como una tradición castiza, neta, innegable, francamente española sustentada en una evidente incapacidad para entender el complejo entramado de relaciones de los árboles con el paisaje humano y, como consecuencia, en la imposibilidad de entender tampoco las consecuencias tanto livianas como profundas que conlleva nuestra toma de decisiones sobre el arbolado (Ortega Cantero, 1995). Esto es tanto más evidente cuanto más cerca vivimos los unos de los otros, seres humano y árboles... y eso ocurre sobre todo en las ciudades que habitamos y de las que formamos parte viva multitud de organismos que, en términos de biomasa, estamos dominados y fuertemente condicionados precisamente por los "hermanos mayores" del reino de las plantas, tal y como se muestra en la tabla siguiente:

Distribución aproximada de la biomasa en la ciudad de Córdoba:

  • Biomasa (t) %
    • Todas las plantas 225.000 (91,12)
    • 320.000 habitantes 17. 700 (7,17)
  • Todos los animales
    • Lombrices de tierra 2.400 0,97 (58,60)
    • Otros animales 4.225 1.500 1,71 0,61 (35,50)
      • Perros domésticos 200 0,08 (4,73)
      • Gatos domésticos 125 0,05 (0,05)
  • Total 246.925 (100%)

(Entre paréntesis se indican los porcentajes relativos de cada grupo animal respecto del total de animales)

  • Fuente: Estimación modificada a partir de Gleich, Maxeiner, Miersch y Nicolay (2000)

Tan cerca convivimos y tan complejo es el entramado de circunstancias que rodean a esta convivencia, que al árbol de la ciudad no se le llama ornamental, aunque lo sea, sino que se conoce como árbol urbano, en tanto que sus funciones van mucho más allá del simple adorno de parques, jardines, calles y vías de tránsito. Así, tan Importante es el árbol en su entorno natural como lo es en un medio mucho más hostil para él, al que lo hemos llevado para que cumpla además de su cometido estético, funciones ambientales, ecológicas, paisajistas, sociales, históricas, simbólicas, culturales, recreativas...

Los árboles urbanos están regularmente sometidos a "malos tratos" de forma aparentemente involuntaria por la propia dinámica de la ciudad. Los encontramos enfermos por la polución, debilitados por las agresiones que reciben, deformados por el crecimiento o la planificación urbana, moribundos cuando agotados un poco por todo, se abandonan a su suerte. Incluso pueden llegar a ser maltratados por quienes tenemos el conocimiento y el cometido de traerlos hasta nosotros y cuidarlos para delimitar espacios de la ciudad, para procurar algo de aislamiento, para protegernos del viento o del sol, para embellecer nuestro entorno o, simplemente, para acercarnos a la naturaleza a la que pertenecemos en cuerpo y alma, por más que nos envanezcamos por creer que somos capaces de dominarla. Ya se han perdido demasiados árboles por falta de cultura o sensibilidad (Elías, 2003) y justamente por esto ha ido naciendo y creciendo una conciencia protectora sobre el entramado verde de nuestras ciudades, especialmente sobre la arquitectura arbórea que se muestra como un elemento extremadamente sensible a las, a veces, innecesariamente gratuitas decisiones de todo tipo que la afectan y la empobrecen.

Se dedica más adelante un espacio a contar cómo y por qué llegan los árboles a ser singulares. Pero sin duda resulta igualmente importante saber qué pueden hacer por nosotros los árboles normales, aquellos que son mayoría entre nosotros, los que no han acabado siendo hitos significativos, los mismos que pueden recibir con excesiva impunidad el odio, la antipatía o el rencor del que hablaba Azorín. El crecimiento de "lo urbano" es inapelable. En 1900 las urbes tenían alrededor de 233 millones de habitantes; en el final del s. XX la cifra se elevaba a 3.000 millones (UNCH, 1999); algunas previsiones serias y creíbles nos dicen que para el año 2025, pasado mañana si nos ceñimos al ciclo de vida humano medio, más de tres quintas partes de la población mundial (unos 5.200 millones de personas) vivirán en zonas urbanas (Girardet, 2001). Sin duda la gestión del verde urbano ha dejado de ser una consecuencia de la planificación urbanística, para convertirse en uno de sus elementos fundamentales dado el papel estructurante de la vegetación que cohabita las ciudades con los seres humanos, de la que sin ninguna duda depende en buena medida la sostenibilidad de un sistema, el urbano, fuertemente colapsado desde que en paralelo al desarrollo de la industria, se instauró como dominante sobre los sistemas ecológicos y los sistemas agrícolas. Sin embargo, no hay una guía mejor para comprender los modelos de sostenibilidad que la que proporcionan los sistemas ecológicos (Constanza, 1991). Por ello, tratar el entorno urbano desde la perspectiva ecosistémica tiene una utilidad inmediata en tanto que permite la aplicación de los principios de la ecología a los sistemas sociales en lugar de a los sistemas naturales, trascendiendo a los principios de la planificación urbanística. En opinión de algunos autores (Mitchell, 1999; Castro Bonaño, 2004), algunas de las claves de la adopción de este enfoque se basan en el conocimiento: de las interrelaciones entre distintos niveles del sistema, de la multifuncionalidad de las unidades ecológicas y biofísicas por encima de las administrativas, del papel de la población como parte del sistema y no como ente independiente al mismo... Uno de los compendios del conocimiento de la vida de las urbes son sus habitantes más destacados: los árboles. Su longevidad los convierte en fedatarios de los acontecimientos naturales, culturales o históricos; su plasticidad puede identificar con mucha precisión cada uno de los cuidados a los que han sido sometidos; su capacidad para sobrevivir en multitud de condiciones, en definitiva, los hace ser testigos de la vida de la ciudad. Como muy acertadamente lo definiría uno de los mayores especialistas en un paisaje arbolado de altísimo significado en nuestras latitudes, el olivar, cada uno de los árboles que lo conforman es un palimpsesto, uno de esos antiguos pergaminos que se escribían y reescribían una y otra vez para ofrecernos al final no un documento, sino muchos en uno solo. Y es que, como dice el autor, «los palimpsestos se escriben, pero también se cultivan. En la corteza de los árboles, en la forma de los troncos, en la disposición de los plantfos, en la ubicación de las arboledas está impresa la historia. La historia de los hombres y la historia de la transformación de la naturaleza a su modo y manera. La historia de los paisajes. La política, la cultura, la economía, la relaciones ecológicas» (Guzmán, 2004).

Y es justo por esto por lo que debe aumentar el grado de concienciación de la ciudadanía en relación a sus árboles en general, y a la inmensa riqueza de sus árboles singulares en particular. Porque constituyen grandes reservorios de biodiversidad, especialmente si se encuentran en medios tan alterados y simplificados como lo son nuestras ciudades. Porque son testigos de los procesos ecológicos, especialmente en lo concerniente a los fenómenos de cambio climático que estamos viviendo. Porque proporcionan paisaje con todo lo que esto conlleva de interacción entre seres vivos (humanos y no humanos) y entre estos y el medio que los rodea. Porque son dinamizadores de desarrollo de los lugares en los que se encuentran. Porque son una herramienta extremadamente útil e importante de educación e interpretación ambiental. Porque hay razones de sobra para cuidar un patrimonio tantas veces incunable, frecuentemente excepcional, siempre importante se mire por donde se mire.


La singularidad de los árboles

Aunque sin duda no lo es, parece reciente el despertar del interés por conocer los árboles de nuestros entornos urbanos, mucho más si son distintos, sobresalientes... Y es que la singularidad es un hecho en sí mismo, tanto que hasta resulta singular que una obra dedicada a este tipo de seres vivos notables (Unoediciones, 2005) haya sido declarada "Libro de Interés Turístico Nacional" por la Secretaría General de Turismo siguiendo lo establecido en la O.M. de 29 de septiembre de 1987. Si se consultan las numerosas obras que se han escrito sobre árboles y arboledas singulares, lo más probable es que encontremos al menos un denominador común en todas ellas: la monumentalidad de los individuos que se describen con mayor o menor precisión en sus páginas.

Este carácter monumental viene dado por la propia fisiología de los árboles. Como antes se ha comentado, su longevidad les hace ser los seres vivos más viejos del planeta, su plasticidad les permite "adaptar" la forma en que expresan sus características genéticas en función del ambiente en que se encuentran, generando formas y crecimientos excepcionales, su persistencia les permite alcanzar tallas a las que ningún otro ser vivo puede ni aproximarse. Así, nadie dudaría de la excepcionalidad del eucalipto (Eucaliptus regnans) de 132 m de altura habitante de la lejana Tasmania, del pino (Pinus longaeva) que tiene más de 4.840 años en Nevada {USA), de la secuoya {Sequoiadendron giganteum) que tiene 1.487 m3 de volumen en California {USA), del anacardo (Anacardium occidentale) que ocupa 8.500 m2 de superficie bajo su copa en Pirangi del Norte (Brasil), o del ahuehuete (Taxodium mucronatum) que tiene 14,05 m de diámetro de tronco en Sta. María del Tule {Oaxaca, México).

Si nos quedamos más cerca, tampoco nos faltan argumentos para entender la monumentalidad de muchos árboles de España. Hasta 161 se han distinguido en una obra dedicada específicamente a estos ejemplares, de los que se dice en ella que «simple y llanamente, son ejemplares únicos» (CLH, 2005), distribuidos por el conjunto del paisaje de todo el territorio del Estado y dueños por méritos propios de los adjetivos que los definen bien y que aquí se están usando, monumental y singular, más otros igualmente merecidos como sobresalientes, notables, significativos, venerables o gigantes. Los milenarios tejos (Taxus baccata) de Rascafría en Madrid o de la Cañada de las Fuentes en la Sierra de Cazarla en Jaén, la viejísima sabina albar (Juniperus thurifera) de Sierra María en Almería, los impresionantes drago (Dracaena draco) de lcod de los Vinos en Tenerife y viñátigo (Perseo indica) de La Gomera, los altísimos pinos (Pinus canariensis) de Vilaflor en Tenerife, o el descomunal quejigo (Quercus faginea) de Las Hermanillas en Grazalema (Cádiz), pueden reconocerse entre los muchos singulares por su monumentalidad.

Todos ellos son árboles, entre otros que podrían ser citados aquí, extraordinarios por definición; tanto que incluso en muchas ocasiones han sido destacados con nombres propios que los singularizan aún más. Pero la monumentalidad no es el único criterio posible para distinguir la singularidad. Son muchos los árboles monumentales repartidos por todo el planeta, pero son mucho más abundantes aquellos que se nos muestran distintos al resto de sus congéneres, ya sea por la especial morfología de alguna de sus partes, por el inhóspito lugar en el que crecen, por la particular historia de la que están rodeados... y no necesariamente tienen que ser ni asombrosos ni bellos. Es posible, en última instancia, que tengamos un árbol singular que sólo lo sea para cada uno de nosotros simplemente porque nos proporcionó espacio de juego en la niñez, nos ofreció sombra en las reuniones con los amigos, nos dio cobijo para un primer beso furtivo o fue plantado el día que nació nuestro hijo. Si buscamos monumentalidad en los árboles la encontraremos con relativa facilidad si miramos al medio rural, donde algunos de estos colosos han conseguido ser supervivientes a la especie humana dominante sobre la Tierra, a veces a la vista de todos y otras veces agazapados en ubicaciones imposibles. Es mucho más infrecuente encontrarla en situaciones urbanas, donde vive la mayor parte de la población del planeta, donde los árboles han sido grandes perdedores en las decisiones de planificación que no los han tenido en cuenta sino como un elemento más que, en caso de que el urbanismo imperante lo exija, puede ser eliminado sin ningún problema, para probablemente ser sustituido, en el mejor de los casos, por otro u otros ejemplares que ofrezcan un mejor "servicio" a los nuevos espacios colonizados por los seres humanos. Si buscamos singularidad en los árboles, encontraremos muchos casos de supervivientes, ancianos, gigantes, bellísimos, retorcidos o únicos para cada uno de nosotros. Los encontraremos en el ámbito rural pero también sabremos distinguirlos, quizás con algo más de trabajo, en el interior de las ciudades que cohabitamos con ellos, todos árboles dignos de admiración, provocadores de respeto y merecedores de todo el cariño y todos los cuidados que tengamos la oportunidad de ofrecerles.

Gestión de árboles singulares

Según algunas estimaciones, el 20% de los árboles singulares de España desaparecieron en la década tránsito entre el siglo XX y el XXI y el 80% de los restantes corren peligro de desaparecer por falta de la atención oportuna (Domínguez et al., 2007). Parece bastante evidente que los riesgos más importantes que corren los árboles singulares de nuestros entornos, urbanos o rurales, son el abandono y la falta de los cuidados adecuados. No obstante, es muy probable que el principal peligro sea el desconocimiento de su existencia: no es posible hacer nada por ninguno de ellos si no sabemos que existen. Durante el periodo de desarrollo de un árbol son múltiples los factores que amenazan su supervivencia, algunos de ellos relacionados con las perturbaciones naturales que sufren en el medio en el que crecen y otros muchos derivados de su cercanía al ser humano, sin duda la principal perturbación de todas las posibles por ser la más sistemática y la de mayor capacidad destructiva. Si nos circunscribimos al ámbito urbano, las carencias en el desarrollo de los árboles se multiplican por mucho. Estas carencias han sido reiteradamente diagnosticadas (lguiñiz, 2003; Dominguez et al., op. cit.), y presentamos algunas de las más importantes a continuación:

  • Las raíces de los árboles se desarrollan en las fracciones de suelo donde la presencia de agua y de oxígeno permite que los tejidos de la planta puedan funcionar con normalidad en cuanto a la toma de nutrientes y a su capacidad para proveer de soporte a la parte aérea. En condiciones urbanas, las raíces de los árboles están muy limitadas en su capacidad exploratoria porque crecen sobre suelos compactados, empobrecidos, rodeados de pavimentos impermeables que también los sobrecalientan. En muchas ocasiones, el suelo explotable queda reducido a un pequeño alcorque alrededor del árbol.
  • Con frecuencia, se producen alteraciones sobre la parte subterránea por remoción de los pavimentos, por ejecución de zanjas, por instalación de servicios y acometidas subterráneas y por todo tipo de obras.
  • No son menos importantes ni menos frecuentes las agresiones accidentales de los troncos, estipes y copas, producidas por las obras antes mencionadas o por accidentes de tráfico.
  • También las agresiones no accidentales son tristemente demasiado frecuentes. La gestión del entramado urbano es responsable en gran medida de que se tenga que optar por podas demasiado duras (con cortes superiores a los 10 cm de diámetro, poco deseables en todas las circunstancias) o por otro tipo de actuaciones que sólo van en detrimento de los árboles, especialmente si éstos son de gran porte y/o de edad avanzada, que es el caso de mucho de los que pueden etiquetarse como singulares.
  • En muchas ocasiones, faltan profesionales con la formación adecuada para el tratamiento de este tipo de árboles que requieren de una gestión completamente diferenciada.
  • La legislación vigente para poder proteger eficazmente estos ejemplares únicos es muy dispersa, variable o, lo que es peor, inexistente. Una figura de protección usada con cierta frecuencia es la de Monumento Natural, pero no tiene la misma aplicación en todas las Comunidades Autónomas. En cualquier caso, en los entornos urbanos han de ser los ayuntamientos los que se impliquen decididamente en su catalogación, puesta en valor y conservación.
  • Finalmente, cuando es conocida la singularidad de un árbol es estrictamente necesario establecer un control para acceder a él. Se puede observar con facilidad la rotura de ramas (para llevarse un recuerdo del ejemplar), la inscripción en las cortezas de los troncos (para dejar una absurda huella de la visita) o la excesiva compactación del suelo en torno al espécimen por la excesiva afluencia de visitas.

Por todo lo citado anteriormente, la gestión de los árboles singulares debe ser individualizada para cada ejemplar, debe ser precisa y debe ser previsora más que correctora, con la finalidad de evitar daños que puedan suponer más riesgos de los necesarios para la supervivencia de estos ilustres moradores de nuestras ciudades. No obstante, se pueden establecer algunas directrices generales sobre:

El suelo

Dado que se trata de un elemento parcialmente "oculto" a la vista, este elemento resulta ser uno de los que reciben menos atención a pesar de que puede resultar crítico por sí solo. Cuando el suelo es bueno (no está compactado, está bien drenado, no tiene pavimentos que lo impermeabilicen) es fundamental mantener estas constantes, evitando cualquier agresión o transformación que modifique sustancialmente su naturaleza. Cuando no tiene estas características habrán de implementarse las medidas correctoras necesarias. El principal enemigo de todos los árboles (y en especial de los singulares) es la compactación del suelo, y evitarla debe ser un eje en torno al cual gire gran parte de la gestión de estos ejemplares. Los suelos compactados pueden recuperarse en parte aplicando acolchados y controlando los riegos; puede ser incluso necesario realizar alguna enmienda ligera con arena en aquellos casos en que los suelos sean muy arcillosos, por ser éstos más fácil y rápidamente compactables. Los pavimentos representan un gran problema en el ámbito urbano. Si existen alrededor de un árbol singular, salvo que estén produciendo daños directos al ejemplar, deben mantenerse lo más intactos y estables posible para evitar manipular el espacio alrededor del mismo, donde se concentran la mayor parte de sus raíces. La respuesta de los árboles a estas medidas depende en gran medida de la edad de los individuos, de su vigor y vitalidad y, obviamente, del resto de los condicionantes existentes alrededor de ellos.

El viento

En el caso de los árboles de edad muy avanzada, el viento puede ser uno de los factores de riesgo de mayor incidencia, en tanto que suelen tener copas muy voluminosas y dificultades en el anclaje radicular. Es básico conocer la dirección de los vientos dominantes y actuar en consecuencia protegiendo, si fuese necesario, a los árboles singulares con pantallas formadas preferentemente por otros árboles. En ocasiones, incluso estará indicada una poda que impida la pervivencia de las ramas con mayor probabilidad de rotura por efecto de vientos de cierta intensidad.


La radiación

El "combustible" que emplean para vivir todas las plantas con clorofila es la luz del sol. Por esta razón, siempre existirá en todas ellas un mecanismo natural de búsqueda de radiación solar para poder fotosintetizar los elementos básicos de la estructura vegetal y, de paso, ofrecernos a todos un subproducto de esta actividad que nos sirve ni más ni menos que para poder seguir viviendo: el oxígeno. No todas las especies necesitan el mismo nivel de radiación y por tanto lo primero es conocer el comportamiento de cada una de ellas respecto de este factor limitante. En cualquier caso, un excesivo sombreamiento genera un "ahilamiento" de los árboles intentando obtener luz en zonas más altas; este ahilamiento ofrece estructuras muy altas y delgadas lo que, como consecuencia, produce debilidades y más facilidad para la generación de accidentes. Es frecuente que la combinación de sombreamiento excesivo y viento excesivo causen daños en el arbolado: ejemplares muy altos y muy delgados con una copa más o menos densa, se exponen a vientos que alguna vez son muy fuertes, generando la rotura parcial o total del árbol. En los árboles singulares, este hecho debe ser sistemáticamente perseguido, evitando que se varíen las constantes de radiación por la realización de nuevas plantaciones o por la instalación de nuevas edificaciones, manteniendo las condiciones que han posibilitado el crecimiento de estos individuos notables.

Las podas

En todos los casos, las podas deberían ser sólo las necesarias. Un árbol no debería podarse si no hay una razón que lo justifique (básicamente podas de formación en árboles jóvenes, sanitarias en árboles adultos o de rejuvenecimiento en árboles viejos y podas por motivos de seguridad en todos los casos). En los árboles singulares las podas toman una dimensión distinta en tanto que son ejemplares que con mucha frecuencia responden a una morfología concreta que debe mantenerse para no intervenir en las razones que justifican la singularidad. Pero por otra parte, suelen ser ejemplares de avanzada edad que pueden haber alcanzado un estado de cierta decrepitud y que exigen precisamente esta intervención para eliminar ramaje seco o en mal estado. En cualquier caso, las podas deben ser realizadas con los cortes estrictamente necesarios, y éstos deben ser sobre ramas de pequeño diámetro, precisos y limpios. El resultado final ha de ser un árbol que no parezca haber sido podado o, mucho mejor, que haya mejorado sensiblemente en su morfología. No obstante, en casos excepcionales puede ser necesaria una intervención más dura, rebajando las dimensiones de la copa para evitar el excesivo desequilibrio con el sistema radicular del árbol que ponga en riesgo su estabilidad.

Las visitas

La divulgación de la notoriedad de un árbol es motivo suficiente para que aumente considerablemente el número de personas que acuden a su entorno para conocerlo. Esto, en principio, es muy positivo en tanto que pone en valor al individuo y lo hace especialmente sensible al olvido y al descuido, pero puede convertirse en un arma de doble filo y ser muy perjudicial para su supervivencia. Si se asume la responsabilidad de reconocer como singular a un árbol, ha de ser explícitamente vigilado para que no se le produzcan daños por las visitas de interesados y curiosos. Se debería prohibir la recolección de material vegetal sin autorización expresa; se debería de evitar que los visitantes puedan trepar al árbol, dañar sus cortezas con grabados, compactar el suelo en torno al árbol, hacer pintadas en el mismo o en el entorno, acumular basuras de cualquier tipo, hacer fuego alrededor de él, acceder hasta él con vehículos motorizados; se deberían de evitar daños a las raíces o al resto de la planta por cualquier actividad relacionada con la visita (instalación de cartelería, construcción de accesos). Debería, finalmente, procurarse una visita que no dejara huella de su estancia alrededor del individuo (Blanco et al., 2008).

Los árboles y los jardines de Córdoba

Los últimos años del pasado siglo y los primeros del actual, han sido interesantes desde el punto de vista de la literatura producida a propósito de las especies y los espacios que, más o menos en el entorno inmediato a nuestras ciudades, ocupan las llamadas antaño alamedas y luego parques y siempre jardines. Para Córdoba, esta tendencia no es distinta. Podemos marcar un punto de arranque con una publicación de Manuel de César y Lola Salinas de 1984, editada por el Excmo. Ayuntamiento de Córdoba y reeditada por la misma institución en 1993, que recorría la arquitectura arbórea de la ciudad para dar a conocer el conjunto principal de especies que conviven con nosotros y que dejaba constancia de la existencia de los más notables individuos de cada una de las especies citadas.

Muy poco después de aquella primera publicación, se produce un punto de inflexión muy interesante con la tesis doctoral que Inmaculada Porras Castillo defendió en 1985 en la Universidad de Córdoba, titulada Los Jardines de Córdoba y su provincia. Aunque no era una obra tan específicamente dedicada a los árboles como la citada anteriormente, la componente científica que acompaña el trabajo lo revistió de una especial importancia. En 1987 se publicó una guía de árboles y arbustos para uno de los jardines más ilustres de Cabra, el Paseo Alcántara Romero. En 1988, Baena se sumó a estas iniciativas con la edición de una obra monográfica sobre sus árboles. 1990 supuso un hito importante, en tanto que vio la luz la primera obra dedicada específicamente a los parques y jardines de la capital de la provincia; el texto tuvo una excelente acogida hasta el punto de agotarse la edición con bastante celeridad, Inequívoco síntoma de la "necesidad" de este tipo de obras. El espíritu casi ilustrado por la naturaleza urbana, continuó en 1997 con la publicación de un libro dedicado a la flora urbana de Lucena. En 1998, la Asociación de Vecinos "El Brillante" de la Huerta de San Rafael, publicó un trabajo sobre los árboles de su barrio, la Huerta de San Rafael más popularmente conocido como Sta. Rosa, con un evidente e interesante espíritu divulgativo. El siglo final izó con varios trabajos coetáneos: en 2000 se publican un nuevo texto dedicado a las especies leñosas de uno de los parques emblemáticos de la provincia, el parque Ramón Santaella de Baena, un estudio detallado y completo de la jardinería de toda la provincia con la exclusión de la capital y, por último, un nuevo tratado sobre la flora urbana de las comarcas del sur provincial.

Durante los primeros años de la centuria que actualmente vivimos se produce un ligero cambio en el objetivo principal de los escasos trabajos editados: los tres se dedican a árboles y dos de ellos (2002 por parte de la Diputación de Córdoba y 2004 por parte de la Consejería de Medio Ambiente) lo hacen específicamente a árboles y arboledas singulares a nivel provincial; el tercero (2003) se dedica a la arquitectura arbórea de Aguilar de la Frontera. El trabajo que nos ocupa ahora se encuadra entre los presentados anteriormente y, no obstante, reúne algunas características que lo hacen un tanto particular:

  • Se ocupa fundamentalmente del más grande de los núcleos urbanos de la provincia, Córdoba capital, sobre el que se ha escrito relativamente poco. No obstante, también recoge referencias a los especímenes más destacados de otras urbes de la provincia, siempre que pertenezcan a las mismas especies citadas para la primera de ellas.
  • Se dedica concretamente a árboles y palmeras singulares.
  • Se limita a aquellos individuos conservados bajo el dominio de la titularidad pública municipal que, al fin y a la postre, gestiona la mayor parte de la infraestructura verde de la ciudad. Estos son los árboles que, a falta de una norma de protección específica, puede suponerse que serán más conocidos por toda la ciudadanía y, como consecuencia, serán también mejor conservados por los responsables de su cuidado.

La historia de la jardinería en Córdoba no es muy distinta a la del resto de las ciudades de nuestro entorno. Hasta el siglo XIX, prácticamente la totalidad de los jardines son iniciativas privadas e influenciadas en cada periodo de la historia por las corrientes culturales dominantes. El libro Jardines de Agricultura de Córdoba, de Hernández Bermejo et al. (2000), es una de las obras citadas anteriormente dedicada a la jardinería de los pueblos de la provincia de Córdoba en la que se deja alguna pincelada sobre algunos ejemplares sobresalientes que se encuentran en ellos, indican que fueron importantes los jardines de las villas romanas y fueron muy importantes los de la época andalusí, ciertamente romanizados, pero con una evidente entidad propia en el uso de elementos y de especies vegetales recién introducidas durante el dominio hispanoárabe. No parece muy significativa la influencia renacentista, de la que no se tienen muchos datos, pero sí está bien caracterizada la jardinería barroca, incluso en alguno de los primeros jardines públicos anteriores al s. XIX, como el Paseo de Cervantes de Montilla, de finales del XVIII. [2]

Elementos del romanticismo se insertan en los primeros jardines públicos del XIX y los primeros años del XX de Córdoba (en los Jardines de Agricultura de 1866 y algo más tarde en los Jardines de la Victoria y Jardines de la Merced) y de la provincia (Fuente del Rey de 1803 en Priego, Parque Alcántara Romero en Cabra y Paseo de las Mercedes en Montilla, ambos de 1848, y Parque Ramón Santaella de 1903 en Baena). La jardinería pública se hizo fundamentalmente ecléctica y dominante a partir del primer cuarto del siglo XX... y así continúa hasta el día de hoy.

Todos estos jardines han sido testigos del crecimiento de ejemplares que se instalaron en ellos, cuando no adoptaron individuos de las huertas o los campos extramuros que se fueron convirtieron en lugares de esparcimiento urbano. No obstante, el paisaje ha ido cambiando sustancialmente con el paso del tiempo y a pesar de la capacidad de los árboles para sobrevivimos desde el punto de vista biológico, muchos de ellos sucumbieron por diferentes motivos o perdieron su singularidad. Sirva como ejemplo la obra de Salinas y de César (1990), un recorrido por los parques y jardines que sus autores consideraron de mención especial, que incluía una "visita" a 16 espacios verdes de la dudad (privados y públicos) y a los más representativos de 25 municipios de la provincia. El trabajo incluye en su parte final dos catálogos: uno con una relación de árboles y arbustos cultivados en los espacios descritos, presentados en clases de abundancia (muy abundantes, abundantes o escasos) y otro con una relación de 57 ejemplares de árboles, palmeras y arbustos sobresalientes identificados por sus nombres vulgares y por su ubicación (nombre del parque, jardín, calle o plaza, además del municipio), sin más información. Un pasaje dedicado a las singularidades recoge el siguiente texto:

Respecto a la singularidad de algunos ejemplares recordamos como sobresalientes la acacia de flor rosa del jardín de la Salle, el algarrobo de la Victoria, los setos de boj de los jardines del Alcázar, las bouganvillas del Palacio de Viana, los únicos castaños de Indias de la ciudad -en la Agricultura-, así como el único ginkgo, la mejor cica, los plátanos más altos, la sófora péndula, los más crecidos magnolios también en la Agricultura, el ciprés mediterráneo de la explanada exterior del Alcázar, el único ciprés de los pantanos en el Zoológico, los escasos árboles del paraíso del parque Cruz Conde, la encina centenaria del jardín de Viana, no lejos del magnolio bravío que florece a su sombra, los formidables eucaliptos de Colón, las glicinas de la pérgola en la Victoria, los taludes de iris a millares en el parque Cruz Conde, los viejísimos naranjos del Patio de los Naranjos, el olivo que se retuerce allí también -puede que milenario-, los alhelíes y salvias y rosas y tagetes del Alcázar, las casuarinas de la Victoria, el sauzgatillo hermosísimo de la Veterinaria, las madreselvas y los madroños de Medina Azahara, los senecios de la Merced, la sófora de hoja rizada de la Ribera, próxima al taraje, el tejo y las gunneras de la Victoria, las altísimas washintonias, por fin, de Jos jardines de Diego de Rivas.


La gestión, la biología de las especies, el urbanismo, el crecimiento de la ciudad, las nuevas necesidades de quienes la habitamos, nuestra historia reciente en definitiva, han hecho que en apenas 25 años muchos de los elementos que se reflejan en el párrafo no existan ya o hayan dejado de ser singulares por muchos y diferentes motivos: el algarrobo de la Victoria ya no es el único de la ciudad ni mucho menos, como tampoco lo es el ginkgo de Agricultura; la mejor cica está probablemente en el Real Jardín Botánico y hay ejemplares extraordinarios en la puerta del edificio central del Ayuntamiento en la c/Capitulares, la altura de los plátanos depende de las labores de poda que se hayan hecho sobre ellos y los altísimos de Agricultura no lo son tanto porque fueron terciados a principios del presente siglo para asegurar su estabilidad; el ciprés de los pantanos del Zoo ya no es único tampoco; los eucaliptos de Colón (cuyas copas han servido de referencia geográfica a muchos vecinos que los veían desde sus terrazas) han tenido la misma historia que los plátanos de Agricultura y no son tan altos tampoco; la pérgola ya no tiene glicinas porque se le proporcionó un cerramiento para que dejara de ser pérgola, aunque quede un testigo casi anecdótico de aquello; el parque Cruz Conde ha dejado de cultivar los iris por millares y ha tapizado los taludes que éstos ocupaban con una pradera Impecable; alguna casuarina de la Victoria ha dejado su sitio al Mercado Victoria que allí se ubica ahora y el tejo del Duque de Rivas murió después de la reforma de aquellos jardines a finales de la década de los noventa. En casi todos los casos el dinamismo urbano ha determinado estos cambios aunque, por otra parte, ha propiciado también que de algunos de los ejemplares descritos en el párrafo anterior, sepamos que han cumplido este cuarto de siglo que sumar a los años que ya tuvieran cuando se redactó el libro.

Hay que esperar 12 años hasta que se edita una nueva obra con este legado patrimonial de Córdoba como protagonista. El magnífico trabajo de Tamajón y Reyes (2002) está dedicado expresamente a los árboles y arboledas singulares de Córdoba, incluyendo 70 ejemplares entre los que se cuenta una palmera datilera. En esta ocasión no se discrimina en razón de la propiedad, Incluyéndose ejemplares que habitan terrenos privados (43) y públicos (27); ninguno de los individuos de propietarios privados se encuentran sobre suelo urbano, aunque 3 de ellos están en un mismo jardín. 19 de los existentes en dominios públicos están en suelo urbano, 12 de ellos en Córdoba capital, aunque sólo 5 son gestionados por los servicios municipales o por empresas dependientes del Ayuntamiento. A estos hay que sumar la arboleda de Jardines de Agricultura, que en la obra citada se Incluye como una formación que abarca la totalidad de este espacio. Este trabajo sirvió de base para el título publicado en 2003 por la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía, dedicado a los árboles y arboledas singulares de suelo no urbano de toda la provincia de Córdoba.


De nuevo hay que citar el inexorable paso del tiempo y las consecuencias de la gestión: la única palmera del catálogo, una datilera {Phoeníx dactylífera) cuyo estipe estaba anormalmente bifurcado en dos, fue vencida por el viento hace menos de una década, mientras que otros dos ejemplares, un ciprés común {Cupressus sempervírens) y un árbol de Judas o del amor {Cercís sílíquastrum), son responsabilidad de la empresa pública CECOSAM aunque este último, por encontrarse en la vía pública, ha sido incluido entre los incluidos en este catálogo, lo mismo que los dos individuos restantes.

Los Jardines de Agricultura merecen un tratamiento especial. Son los primeros de la dotación de verde público de la ciudad, y se han mantenido como una colección botánica desde hace mucho tiempo. Aquí encontramos muchas especies que pueden considerarse singulares, aunque destaquen algunas de ellas, que se han tratado de manera individual. Ginkgos, cycas, palmas de chicle, sabinas rastreras, pinos canarios, tilos, castaños de Indias, pica-picas o malváceas, jaboneros chinos, acebos, olivos, azofaifos, magnolias tuliperas, aves del paraíso, palmitos elevados, palmitos mediterráneos, palmas de abanico, butias... forman una colección excepcional en la jardinería cordobesa, que debería ser reconocida como tal.

También es destacable el conjunto de árboles que crece en el Jardín Medio del Alcázar de los Reyes Cristianos, espacio emblemático en este conjunto monumental, que debió servir de huerta para los miembros de la Inquisición que se estableció aquí hasta su desaparición en 1812 y que ya tenía su aspecto actual a mediados del s. XIX. Grandes cítricos y nogales, algunas palmeras y, sobre todo, un extraordinario seto bajo de boj hacen de este lugar un rincón permanentemente fresco y umbrío.

Finalmente y por razones obvias, otro grupo de árboles que han de ser mencionados aquí son los contenidos en el Real Jardín Botánico de Córdoba, perteneciente al Instituto Municipal de Gestión Medio Ambiental del Ayuntamiento de Córdoba, en el que se trabaja desde 1980 aunque no se inaugurara oficialmente hasta 1987. Su singularidad está fuera de toda duda en prácticamente toda su colección vegetal, pero de forma particular en el espacio usado como arboreto para albergar su colección de árboles y arbustos compuesta por especies de los principales taxonómicos y de los cinco continentes, algunas de ellas difíciles de encontrar en los jardines públicos. El Botánico nació con la intención de suponer una singularidad en muchos aspectos relacionados con la actividad normal de una Institución como ésta, y en lo que compete a la jardinería sin duda lo ha conseguido.

Criterios de singularidad

El término municipal de Córdoba tiene 1.254,25 km2 de superficie y alberga tres unidades geoecológicas claramente diferenciadas: sierra, vega y campiña. Entre las tres, el término tiene 20,65 km2 de superficie urbana antropizada, concienzudamente preparada para albergar la vida humana, pero fuertemente endurecida para albergar cualquier otro tipo de vida no adaptada a estas condiciones. Es aquí donde los árboles, los seres vivos que proporcionan alrededor del 90% de la biomasa total de nuestros entornos urbanos, los mismos que son capaces de producir cuando son adultos más de 300 l/día de oxígeno para que lo podamos respirar, conviven con nosotros e incluso son capaces de sobrevivir de forma singular.

En una ciudad como Córdoba, que da cobijo a más de 60.000 árboles en sus calles, sus parques y sus jardines, ¿por qué puede ser singular un árbol o una palmera?, ¿qué hace que pueda ser considerado diferente del resto de los árboles o de las palmeras de la arquitectura vegetal urbana, e incluso diferente del resto de los individuos de su misma especie? Sobre la base de las consideraciones anteriores, se ha entendido que la singularidad de un árbol o de una palmera, de un arbusto o de una formación de cualquiera de ellos, como característica que le permita ser considerado especial, deriva de varios factores que en algunos casos pueden confluir para poner de relieve aún más el valor de algunos de estos ejemplares. En este sentido, conviene ahora destacar que hablamos de:

  • Árbol: cuando se trata de un individuo de gran talla y de un sólo tallo lignificado del que se puede distinguir la copa. Los árboles en sentido estricto tienen tronco y las palmeras tienen estipe, pero se consideran por lo general en este grupo. En ocasiones puede haber varios tallos (troncos o estipes) pero siempre uno se muestra como dominante .
  • Arbusto: cuando se trata de un individuo de pequeña talla, con varios tallos lignificados

(multicaule) en el que ninguno se muestra como principal.

  • Formación: cuando se trata de un conjunto mayor de tres individuos, ya sean de árboles o de arbustos, que tienen valor como grupo y no de forma individual.

Resulta evidente que la rareza, la exclusividad o el riesgo de pérdida de estos ejemplares son las variables que deben de servir de base para la consideración de estos criterios. Para este trabajo se ha determinado que la singularidad puede venir definida por:

- La edad. La datación de un árbol vivo es muy compleja y delicada cuando se utilizan

algunas de las técnicas más usuales. Cuando ha sido prudente, se ha procedido a la extracción de un core (testigo) mediante barrena de Pressler, para ver el crecimiento del árbol a través de sus anillos; cuando no ha sido posible, algo muy frecuente en frondosas e imposible en palmeras, se ha procurado estimar la edad siguiendo las Indicaciones recogidas en obras como la Norma Granada (AEPJP, 2007), o los trabajos de Fischesser (2000) y Chanes (2000). No siempre ha sido posible obtener este dato que a veces es más anecdótico que necesario para considerar la singularidad de un ejemplar.

- El tamaño o la monumentalidad ya sea de todo el individuo o de alguna de sus partes

(especialmente en lo referido al perímetro del tronco o al volumen de copa).

- La participación en formaciones de carácter extraordinario por su rareza o exclusividad.
- Ser ejemplares únicos o muy raros en los jardines municipales de Córdoba capital, cuya

introducción no haya sido reciente.

- Ubicarse en lugares o situaciones adversas o extraordinarias.
- La historia asociada a la vida del individuo o de la formación.
- La especial estética o configuración fisonómica del individuo o de sus partes.

Con todos aquellos individuos singulares detectados se ha elaborado un catálogo que aspira a servir de base para que todos sus componentes sean protegidos por quienes tenemos la obligación de hacerlo (servicios de planificación, de gestión, de mantenimiento o cualesquiera otros implicados) para que los futuros ciudadanos de Córdoba tengan la posibilidad de disfrutarlos y reconocerlos como habitantes de pleno derecho de esta ciudad. Por alguna de estas razones, quedan fuera del catálogo algunos individuos que sin duda constituyen hitos de importancia en el entramado urbano y que pueden requerir de medidas de gestión específicas. No todos los que son se describen a continuación, pero sin duda todos los que están merecen aparecer de forma sucinta en los párrafos siguientes. Los palmitos (Chamaerops humi/ís) existentes en un pequeño ajardinamiento privado en Campo Madre de Dios y en una isleta de distribución del tráfico rodado frente al cuartel de la Policía Nacional son, sin duda, ejemplares notables que por su tamaño y su belleza compiten con los que flanquean el monumento a Julio Romero de Torres en los Jardines de Agricultura. El palmito es una especie de crecimiento no muy rápido y esto le confiere un alto valor biológico y ornamental. No obstante, estas pequeñas palmeras multicaules fueron plantadas en los últimos 15-20 años, procedían de viveros comerciales y ya tenían un porte muy parecido al que ofrecen a día de hoy.

El cedro de la Plaza de Costa Sol (Cedrus deodara), común y erróneamente conocido como pino o abeto de Costa Sol, es un ejemplar emblemático hasta el punto de constituir una referencia en el callejero cordobés. Como el caso anterior, este ejemplar responde a una instalación relativamente reciente en esta ubicación; además, a pesar de poseer este carácter pseudoemblemático, es muy habitual encontrar cedros con características morfológicas parecidas, que es justo lo que ocurre con otro individuo de esta especie que da la bienvenida al barrio de Sta. Rosa junto a la gasolinera de El Brillante.

En la plaza de Las Tendillas se cultivó durante mucho tiempo un mesto, un híbrido de encina (Quercus ilex subsp. ballota) y de alcornoque (Quercus suber). El clamor popular y el cariño del Servicio de Parques y Jardines hicieron que se tratara con suma delicadeza a este ejemplar durante la reforma radical de la plaza en 1999, que la configuró tal y como la conocemos hoy. El mesto no sobrevivió al trasplante, pero en su lugar existe una encina que crece como homenaje a aquel árbol emblemático.

En los terrenos liberados por Renfe y en el entorno del edificio de la antigua estación de Córdoba, vieron la luz un grupo de 6 ejemplares de palma de abanico mexicana (Washington/a robusta) que sin ser los más altos y sin tener otras particularidades, son exactamente iguales y sobrevivieron a las monumentales obras de adaptación de estos espacios que se produjeron en los últimos años del pasado siglo. Junto al canal de riego que la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir gestiona procedente del embalse de San Rafael de Navallana y que cruza la ciudad de este a oeste, se encuentra un pino piñonero (Pinus pinea) de dimensiones monumentales. Está junto al punto verde que la empresa pública SADECO tiene en uno de los extremos del Polígono de Chinales y de él dicen Tamajón y Reyes (op. cit.) que es el de mayor perímetro de tronco (4,55 m) de toda la provincia de Córdoba; además tiene 23 m de altura y otros 23 m de diámetro de copa, lo que le convierte en un gigante. Se trata sin duda de un ejemplar más que notable que se encuentra en el denominado Dominio Público Hidráulico que no es gestionado por los servicios del Ayuntamiento de Córdoba. Existen numerosos ejemplares notables en los terrenos que ocupa el Instituto de Investigación y Formación Agraria y Pesquera (IFAPA) de la Alameda del Obispo de Córdoba, cuyo titular es la Junta de Andalucía. Fresnos, plátanos, casuarinas, mellas y algún olivo merecen la consideración de árboles singulares. Este espacio alberga además uno de los jardines más curiosos de España (Fernández, 2001): un laberinto realizado con seto de bonetero (Euonymus japonicus) que es un fiel reflejo de las jardinería del s. XVIII. El jardín y la antigua residencia episcopal, que responden a un proyecto que se inicia con el obispo Martín de Barcia (1756-1771) y que parece que concluye con su sucesor, el obispo Francisco Garrido (1772-1776), están recogidos en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz.

También en dominio público, pero fuera de la gestión municipal, se encuentra el grupo de almeces (Celtis australís) que se encuentran en la margen izquierda de la carretera de acceso al grupo arqueológico de Madinat al-Zahra. Hay aquí especímenes notables por su tamaño, por su llamativa morfología y por su edad, sin duda muy avanzada en algunos casos. El grupo presenta perímetros normales entre 260 y 350 cm con peanas que alcanzan 480 cm de circunferencia; no son muy elevados, destacando dos árboles que tienen respectivamente 13,50 y 16,30 m de altura, probablemente debido a desmoches o terciados antiguos que han contribuido a que algunos de ellos presenten grandes oquedades en sus troncos; el ejemplar más notable tiene 21 m de diámetro de copa, una isla de frescor en el ardiente verano cordobés. Lo mismo le ocurre a los eucaliptos (Eucaliptus citriodora) que se encuentran en lo que parece una caseta de peones camineros ubicada en el dominio público de carreteras de la N432a, poco después de salir del tramo urbano de la ciudad y antes de la llegada a la barriada de Cerro Muriano. Son ejemplares de una especie muy poco frecuente en nuestros entornos urbanos. Son, sin duda, muy viejos y aunque existe algo de regenerado alrededor de los estos individuos, su estado general es muy malo por haber sufrido durísimos desmoches para evitar la pequeña edificación que allí se encuentra.

Tampoco está bajo la gestión municipal la bellasombra (Phyto/acca dio/ca) del Pasaje Paco Vargas, situado en la Avda. Virgen del Mar. Este árbol es uno de los que más rápido crecimiento tiene y en relativamente poco tiempo pueden alcanzar tallas muy interesantes. El que se encuentra en este pasaje, de 25 m de perímetro de peana, es un ejemplar procedente de las antiguas y numerosas huertas existentes en los terrenos que hoy ocupan los barrios de La Fuensanta y Santuario, construidos en los primeros años 70. El árbol se acompaña de un brote de raíz que tiene el aspecto de un individuo adulto independiente al primero. La peana se ha convertido en punto de reunión de algunos de los jóvenes del barrio, pero la frondosidad, la proximidad a las viviendas y la rapidez de crecimiento han condicionado el futuro de este impresionante árbol desde el principio.

En El Cerrillo se yergue majestuoso un eucalipto rojo (Eucaliptus camaldulensis) que cobija bajo su enorme sombra, desde los últimos años de la década de los ochenta del pasado siglo, una capilla dedicada a las supuestas apariciones de la Virgen de Lourdes en este lugar. El Obispado, propietario del terreno, decidió poner una reja alrededor de la pequeña gruta que existe en la base del árbol, que ha servido de protección al mismo desde entonces. Este eucalipto es sin duda excepcional por sus medidas; tiene una altura de 42 m y un tronco con un perímetro normal de casi 6 m que soporta una copa de 35 m de diámetro mayor por 30 m de diámetro menor.

También está en una propiedad privada el pino carrasco (Pinus ha/epensis) de la c/Laurel aunque parezca lo contrario. Se ubica en un pequeño jardín privado, que prácticamente no es más un alcorque corrido sin confinamiento por bordillo o valla que lo delimite del acerado, que pertenece al edificio adyacente al mismo. Es un ejemplar de 2,85 m de perímetro cuya cruz se abre en dos grandes ramas justo a la altura de la cubierta del bloque de pisos al que sombrea, siendo éste amplíamente sobrepasado por la copa del árbol.

Pero quizás lo más interesante lo encontraríamos si nos asomáramos al interior de las propiedades privadas, donde sin duda se conservan valiosas y grandísimas sorpresas. Esto pasa con el magnífico saguaro (Carnegiea gigantea) que se asoma al río desde La Veguilla que, no siendo un árbol, es sin duda un ejemplar muy singular en nuestro entorno; y también ocurre con dos árboles, una espectacular araucaria (Araucaria heterophylla) y un extraordinario magnolia (Magnolia grandiflora), que en la Casería de San Pablo se yerguen muy próximos el uno del otro sirviendo ambos de aviso de que se abandona el valle del Guadalquivir y se inicia la subida a la parte mariánica de la ciudad. Sobre el arbolado cultivado en los espacios no públícos del municipio, con absoluta seguridad se puede escribir otro catálogo tan extenso o más que éste, cargado de historia y de fantásticos ejemplares.

Probablemente, como los citados aquí podríamos encontrar numerosos hitos repartidos por toda la ciudad y sus alrededores. Sería interesante poderlos proteger a todos ellos pero para esto hay que contar con administraciones y con administrados, con las prioridades y necesidades de los unos y los otros, o el riesgo evidente para algunas de estas maravillas de nuestra naturaleza es que quizás lleguemos un poco tarde.

La elaboración de este catálogo se sustentó desde sus inicios, en el seno de la Subdirección General de Medio Ambiente del Excmo. Ayuntamiento de Córdoba allá por el año 2009, en varios principios inspiradores. El primero de ellos puede que sea el que más consenso aglutine: la dureza de lo urbano impone con absoluta prioridad que la naturaleza que se instala en él sea como mínimo conservada y, en lo posible, engrandecida. Esto evidentemente resulta más urgente cuando los elementos naturales a conservar se entienden como singulares, exclusivos, sobresalientes, raros, amenazados... El segundo de estos principios deriva del proceso de la Agenda 21 Local de Córdoba que, coincidente con otros de similares características, estableció en 2007 entre las líneas de actuación de la política ambiental a desarrollar en el municipio la conservación del patrimonio natural más valioso de nuestro entorno urbano. Por último, el tercer principio deriva de la necesidad de ordenar el buen uso de los recursos que hemos denominado singulares en el ámbito de la gestión municipal. Sería muy interesante que, como ya se ha citado anteriormente, se produjera una implicación directa de los gestores municipales en la conservación de esta parte del patrimonio urbano que, aunque sólo sea por los servicios ambientales que lleva prestando a la ciudad desde hace muchos años, merece al menos la misma consideración de otros elementos patrimoniales que sí son escrupulosamente observados, gestionados y protegidos. Sin duda, una ordenanza de protección del arbolado al estilo de las existentes en otras muchas ciudades podría nutrirse de trabajos como éste para llevar más allá de la gestión municipal las iniciativas necesarias de protección de estos habitantes de la ciudad. La información que se ha considerado de interés para su divulgación para cada uno de los individuos o formaciones incluidos en el catálogo se ha organizado de la siguiente manera:

1. Se presenta el catálogo en formato de fichas ordenadas alfabéticamente por los nombres comunes más conocidos de cada uno de los individuos recogidos en él. Hacerlo por cualquier otro orden (taxonómico o sistemático) podría complicar mucho su consulta.

2. En cada ficha se ha incluido un bloque con información técnica genérica de cada una de las especies en la que se abordan:

a) Aspectos taxonómicos (nombre científico de la especie con indicación del autor o autores que la describieron, nombre castellanizado de la familia a la que pertenece la especie y los nombres comunes más frecuentemente utilizados, sobre todo en Córdoba).
b) Aspectos corológicos más significativos sobre el origen geográfico de la especie.
c) Breve descripción morfológica.
d) Aspectos de biología y ecología, destacando los datos referidos a métodos de multiplicación y condiciones óptimas de cultivo.
e) Principales aplicaciones urbanas de la especie en general, habiéndose entendido como especialmente útil la información sobre usos jardineros, exposición a la radiación solar, tolerancia a la contaminación urbana y tipo de crecimiento.
f) Observaciones relativas a cualquier información adicional que se pueda requerir para un apropiado conocimiento de la especie.

3. Se ha incluido también un bloque específico para cada individuo o formación singular que recoge:

a) Los motivos de singularidad, haciendo especial mención al criterio de inclusión aplicado y al estado de conservación del espécimen o del grupo en general.
b) Las variables dasométricas principales (perímetro normal, medido a 1,30 cm del suelo; altura o cualquier otra dimensión que se considere interesante).
c) Los datos de los riesgos potenciales que pueden afectar con mayor intensidad al ejemplar.
d) Las medidas de gestión para la conservación del individuo o la formación.
e) Todas las observaciones que pongan de relieve aún mejor el valor del ejemplar censado.

4. Se acompaña un bloque dedicado a la localización del espécimen o del grupo (tomando como referencia el callejero, la distribución distrital de la ciudad y las coordenadas geográficas en valores de Latitud (positiva por estar situados en el hemisferio norte) y Longitud (negativa por estar situados al oeste del meridiano de Greenwich) en forma de grados decimales). Para una mejor ubicación se usa como base gráfica una de las habitualmente más utilizadas en las consultas vía web (Google Maps).

5. Y se han incluido, por último, imágenes con diferente nivel de detalle para identificar con facilidad el espécimen o el grupo.

Se complementa el Catálogo con un epígrafe dedicado a reseñar brevemente la información sobre la existencia de ejemplares de las especies aquí destacadas en los pueblos de la provincia de Córdoba. El criterio seguido para la selección de estos árboles ha sido el utilizado libremente por los respectivos responsables de la gestión de las zonas verdes de las localidades aquí citadas. Para obtener la información de cada especie se han tomado como referencias documentales y bibliográficas principales, sin menoscabo de otras obras consultadas, las contenidas en Castroviejo et al. (1986 y siguientes), Navés et al. (1995), López Llllo y Sánchez de Lorenzo (1999), Sánchez de Lorenzo (2000) y López González (2006). Toda la bibliografía está reseñada en el capítulo final, a excepción de algunas citas muy concretas que se ha creído más Interesante que se destacaran en el pie de página correspondiente. Tras este capítulo, se ha incluido un glosaría con algunos de los términos utilizados en las fichas de los árboles, con el fin de hacerlas más fácilmente comprensibles para los lectores no iniciados en el mundo de la Botánica.

Estudio detenido de cada una de las especies de la ciudad de Córdoba:

  • Acebo
  • Alcornoque
  • Algarrobo
  • Almez
  • Araucaria
  • Árbol del amor
  • Árbol del coral
  • Castaño de Indias
  • Casuarina
  • Cedro del Himalaya
  • Cedro del Líbano
  • Cinamomo
  • Ciprés común
  • Ciprés de los pantanos
  • Encina
  • Eucalipto rojo
  • Fresno común
  • Ginkgo
  • Jacaranda
  • Laurel
  • Limonero
  • Magnolio
  • Molle ceniciento
  • Morera papelera
  • Naranjo moruno o agrio
  • Nogal
  • Olivo
  • Olmo común
  • Olmo de Siberia
  • Pacano
  • Palmera canaria
  • Palmera datilera
  • Palmito
  • Palmito elevado
  • Pino canario
  • Pino piñonero
  • Pitósporo
  • Plátano de sombra
  • Tilo
  • Tuya
  • Washingtonia de California
  • Washingtonia de México
  • Yuca

Referencias

  1. Árboles singulares de la ciudad de Córdoba, en la web https://www.cordoba.es/sites/.
  2. Árboles singulares de la ciudad de Córdoba, en la web https://www.cordoba.es/sites/.

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