Alicates
Alicates
Personaje muy popular que visitaba los patios de los barrios cordobeses entonando sus canciones siempre acompañado por sus castañuelas expertamente manejadas, para recabar “la voluntad” de los vecinos.
Alto y delgado con las piernas acentuadamente arqueadas, necesitaba para poder andar de dos muletas; la voz acre de Alicates era recibida con complacencia por el vecindario que atendía y gratificaba, cuando y como podía, sus interpretaciones de “palma, palmita, palmera” o “los duros antiguos” en aquellos, no menos duros, años de la posguerra.
Lucas León recuerda a Alicates en su Libro 5.
En las tardes de invierno, cuando el frío nos arrinconaba junto a braseros y parchíses, en el levantamiento de la noche, se oía un acorde, un chasquido siempre esperado en el patio vecinal. Continuaba con el armónico son de unas castañuelas manejadas expertamente y, casi siempre, con un cantar… “Aquellos duros antiguos que tanto en Cai dieron que hablar que se encontraba la gente a la orillita del mar… Alicates siempre era una sorpresa. Delgado, alto, con las piernas exageradamente zambas, tenía una voz acre, poco afortunada, quemada por el alcohol y el hambre. Sus tanguillos, alegrías y cantiñas fueron nuestra primera lección de una música con raíces y nos transportaban al aire salado de la Bahía, a febrero y a un Carnaval nunca conocido, porque su voz penetrante en la noche invernal era más que una sombra solitaria sentada en el pilón del patio. Mi madre siempre le llamaba respetuosamente por Antonio, su nombre de pila ignorado por todos, cuando le ofrecía un plato caliente de habichuelas, lentejas o garbanzos que Alicates agradecía y prefería a cualquier otra cosa. Contaban que había sido un celebrado tocaor de guitarra, pero que a causa de su militancia republicana le habían quitado la libertad y el instrumento y, desterrado en una choza del Zumbacón cordobés, no le permitían ni acercarse a su Bahía de sal. Alicates era un perdedor más de aquella España triunfal del estraperlo, la triquinosis y los sabañones. Una derrotada voz de sal, un consuelo sonoro que cambiaba su arte por un plato de habichuelas calientes… ¡Allí fue medio Caí con espiocha y la pobre mi suegra y eso que estaba ya medio chocha… |
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