Arroyos de Córdoba (libro)
Como los componentes de la Generación del 98 en sus años jóvenes por los páramos de Castilla; como Cela por la Alcarria; y, sobre todo, como los poetas de Cántico casi por sus mismas rutas, Francisco Carrasco, más que viajero, andarín o paseante o andarríos, ha recorrido nuestros arroyos en esa sierra tan nuestra y tan próxima, de la que siempre decimos que sería mucho más conocida y mucho mejor aprovechada si tuviera vecinos menos abúlicos. Sierra que, además de por los cazadores, empieza a ser transitada por senderistas, ecologistas y variopintos amantes de la Naturaleza.
Es una suerte, para todos ellos y para todos nosotros, que el paciente y atento caminar de Carrasco haya tenido en él un caminante de todo tiempo (tanto si arrulla la tórtola -verano- como si la Navidad está próxima), muy observador, y minucioso anotador de sus observaciones, lo fuera en bloc de notas o en el libro ávido de la memoria.
F.C. demuestra -sin pretenderlo, claro- conocer, recoger acertadamente, las plantas, las flores, las aves con que se encuentra. Incluso los olores:
Huele a tomillo y ya el campo se cubre de malvas, cantuesos y jaras que retratan los ojos y sosiegan el alma viajera (Rabanales).
En su caminar F.C. encuentra o se tropieza con personajes buenos y malos: el torero famoso que, caminante en sus comienzos, comprende y da conversación; el "pobre loco" que, escopeta en ristre, le azuza los perros porque ha sido invadida su propiedad (Pedroches). Así como encuentra y lamenta desmanes de todo tipo: el corte caprichoso de caminos de servidumbre (Linares). Parcelaciones y canteras que ocultan y destrozan las cabeceras y los cursos de los arroyos, en perjuicio de la colectividad y en el suyo propio (porque desde luego el arroyo algún año de muchas aguas recuperará lo que le ha sido arteramente arrebatado (Ahoganiños).
Como también, las huellas de incendios forestales (casi siempre originados por desmanes de hijos de mala madre) (Pedroches) o la prueba de abandonos difícilmente excusables, como la del yacimiento arqueológico de reciente aparición (De la Choza del Cojo).
A veces no se contenta el caminante con lamentarse y anotar su lamentación. Va más allá y denuncia: al AMA, los derrames de la cinta transportadora de Asland.
Y claro es que en la gustosa Naturaleza pueden hallarse, y F.C. los halla, testimonios de mal gusto humano: como las de ciertas restauraciones ("Pero de albañiles se trata...". De Fray Luis).
Las películas de efectos especiales ofrecen a veces la posibilidad de comunicación de entre siglos por el túnel del tiempo. La Naturaleza ofrece su mesa del tiempo, su paisaje y talante atemporales; sitios en los que la propia sensibilidad facilita la comunicación con el compañero poeta, Góngora, a quien F.C. va a leer cada año versos, en la plaza de La Trinidad, el día académico que le es dedicado. Con el autor de Polifemo se comunica F.C. sin dificultad en la Huerta de Don Marcos.
Pero yendo de lo particular a lo general, podemos advertir al lector que no crea que va a encontrarse en este libro a un poeta que ha buscado tema para su elucubración poética en su deambular -aunque lógicamente lo encuentre-, pues aunque el buen pulso literario está presente en el libro, lo está para una mejor descripción del camino que se anda, no para lucimiento de la pluma del autor ("Va el arroyo por cauce muy hondo y cerrado de zarzal agresivo"; se refiere al de Linares).
Es lógico que este libro que prologo me deleite a mí, amante de la buena literatura sencilla y de la Naturaleza, en cuanto que empedernido lector y viejo cazador, secundum natura vivere, pero es lógicamente previsible que este libro deleitará a muchos, aunque no sea exactamente el anillo de su dedo. A casi todos; es mi deseo y mi previsión. Rafael Mir Jordano.
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