Arte del metal

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Origen histórico

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Los metales preciosos siempre han sido muy valorados por los pobladores de nuestra tierra, desde la edad de Bronce hasta nuestros días. Existen obras de diversos periodos históricos cordobeses, como la diadema de Montilla, de la primera Edad del Bronce, la de la Cueva de los Murciélagos, los tesorillos ibéricos del Marrubial o el tesoro celtibero-romano de los Almadenes de Pozoblanco, incluso se conoce el nombre de un orfebre de esta ciudad en época romana, el liberto griego C.Valerius Diophanes, que alcanzó la categoría de ciudadano.

En el siglo XV y buena parte del XVI, Córdoba comienza a ser reconocida como un referente en este arte gracias a sus orfebres, tanto plateros como joyeros, que trabajaron por igual la orfebrería religiosa y profana aunque se conservan más obras de la primera. En muchos casos las obras se destruyeron para hacer otras nuevas y así en el siglo XVI se refundieron piezas medievales para hacer relicarios, cálices, o custodias. En ocasiones las piezas se extendieron ampliamente por España, y gracias a las marcas realizadas con punzones podemos conocer datos importantes como quién es su autor, fecha aproximada y ciudad donde se realizaron. Las marcas más antiguas datan del siglo XIV y su uso fue regulado mediante ley en el XV. Entre ellas se incluía la marca de la ciudad donde se había realizado la obra, sobre la que legislaron los Reyes Católicos en las pragmáticas del 12 de abril de 1488 y 25 de junio de 1499. Para el caso de Córdoba el punzón llevaba la silaba “cor”, en minúsculas hasta finales del siglo XV que se cambió a mayúsculas, en la parte inferior de un escudo cuya parte superior era un león heráldico. Este símbolo se utilizó hasta bien entrado el siglo XVII.

Históricamente los plateros, joyeros y esmaltadores, que a veces trabajaron conjuntamente con los primeros en el esmaltado de sus obras, se establecieron en las collaciones de Santa María, San Nicolás de la Axerquía, San Pedro, Santo Domingo, San Andrés y San Juan. La collación que alcanzó mas importancia en los siglos XV y XVI fue sin lugar a dudas la de Santa María, donde trabajaban tres cuartas partes de los plateros, y en ella la calle Platería, actual Comendador Luis de la Cerda y antes Cardenal González, con tiendas alquiladas de por vida a la Iglesia o a la nobleza cordobesa. Los que no pudieron establecerse allí por no existir locales, buscaron zonas próximas conformando un área comunicada y continua asumida por las ordenanzas de 1746 que limitaba la zona de los plateros entre la iglesia de San Andrés, las Tendillas, la calle del Duque (actual Rey Heredia), la Pescadería y las Cinco Calles. En la collación de San Nicolás de la Axerquía la máxima concentración se dio en la calle de la Feria, por las proximidades del monasterio de San Francisco. Estas agrupaciones de orfebres les ofrecían tranquilidad y protección frente a actos delictivos al facilitar su vigilancia.

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La actividad de estos artistas alcanzó su mayor desarrollo en el siglo XVI. Su producción abarcaba una amplia gama de objetos de adorno como manillas, pulseras, brazaletes, sortijas, collares o cadenas y objetos litúrgicos tales como cálices, patenas, cruces y crucifijos. Para ellos utilizaron piedras preciosas como zafiros, diamantes, rubíes y otros tipos de cuentas como el azabache, ámbar o coral.

La orfebrería era un arte considerado mayor, y plateros y orfebres fueron más admirados que pintores y escultores. La aristocracia fue refinando sus gustos no sólo en las joyas, sino también en los enseres, solicitando copas de formas caprichosas, vajillas, etc. y la platería religiosa también fue ganando en complejidad, sobre todo debido al impulso que fue recibiendo la fiesta del Corpus, por lo que mejoraron las cualidades de los plateros, que pudieron recibir influencias de talleres franceses, italianos o flamencos. De hecho se contó en Córdoba con la presencia de plateros como Octaviano Milanés, oriundo de Milán, que contrajo matrimonio con la cordobesa Isabel Gutiérrez.

Además de los objetos mencionados, se fabricaron también lámparas, jarros, peanas, espadas, dagas e incluso hábitos de distintas órdenes, como la de Calatrava, que incluían bordados de oro y diamantes, como quedó recogido e diversos documentos de fines del siglo XVI. Destacan también los jaeces de plata, de los que Felipe II adquirió tres al platero Cristóbal Bautista, por un importe de 9.400 reales.

Una característica del gremio de plateros es su continuidad entre miembros de una misma familia y así se conoce la existencia de diversas familias de plateros como los Sant Lloreynte, los Fernández o los Bernal. La evolución en la profesión era: aprendiz, oficial y maestro, grado al que se accedía tras superar un examen y que daba derecho a poner tienda. El periodo de aprendizaje oscilaba entre tres y cuatro años y, dado que se procuraba no aumentar el número de maestros para evitar la competencia y tener oficiales como ayudantes asalariados para obtener mayores beneficios, los aprendices lo tenían bastante difícil, llegando incluso a desempeñar labores de oficial, lo que redundaba en mayores beneficios para su maestro. Además, los hijos de plateros tenían una serie de privilegios como eran el menor costo de la cuota de examen y posiblemente menores exigencias.

Mediado el siglo XVI se redactaron unas ordenanzas de plateros muy completas regulando todos los aspectos del gremio y de la misma fecha data la formación del archivo gremial que actualmente se conserva en el Archivo Municipal.


Fuentes

Una élite en el mundo artesanal de la Córdoba de los siglos XV y XVI. Plateros, joyeros y esmaltadores. Josefa Leva Cuevas. Ambitos 2006

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