Córdoba durante la Guerra de la Independencia (1798-1813)

De Cordobapedia
Saltar a: navegación, buscar

Escrito por Miguel Ángel Orti Belmonte, el libro apareció en 1890 y fue reeditado por el Boletín de la Real Academia en varias entregas durante 1924, 1925 y 1926.




CAPITULO IX



Año de 1810.—Principian las elecciones de Diputados en las Parroquias. —Solemne protesta del Ayuntamiento declarando forzados todos los acuerdos que tome y órdenes francesas que cumpla.—Entrada del Mariscal Victor.—Bando del Corregidor. —Nombramiento de Gobernador y de Comisario Regio.—Juramento de fidelidad del Cabildo Catedral.—Llegada de José Bonaparte.—Oda al Rey.—Te Deum.—Descripción del coronel Bory de Saint Vincent.—Las Aguilas de Bailén.—Acto de adhesión del Ayuntamiento.—La aristocracia de la ciudad.—Condecoraciones a cordobeses.— Alocución del Rey al puebto..—SupreSión de Comunidades religiosas.—Audiencias a los ex-claustrados.—Carta del Rey a Napoleón.— La Junta de Córdoba Juzgada por los franceses.

Se acercaba para Córdoba y para toda Andalucía, la triste época de la dominación francesa y el nuevo año de 1810, iba a inaugurarse trágicamente. El Corregidor queriendo que los cordobeses ejercitasen sus derechos políticos antes de que aumentase el riesgo con que la proximidad de las tropas francesas le amenazaban, y en cumplimiento del Decreto de la Junta Suprema del 13 de Enero de 1810, hizo la convocatoria para las elecciones de Diputados a Cortes. Al efecto el día 21 de Enero, a las nueve de la mañana, empezaron los electores a depositar sus votos en las mesas constituidas en las Parroquias, para designar los individuos de la Junta electoral del Partido, que debían a su vez elegir los diputados que ostentasen la representación de Córdoba en las Cortes convocadas; pero no llegó a verificarse esta elección, como pretende Ramírez de las Casas-Deza, quien en sus Anales, da nombres de los supuestos diputados. Este error nos lo hace patente el testimonio irrefutable del Penitenciario Arjona en el Manifiesto que dirigió a la Nación Española sobre su conducta política, donde declara:
«que estando celebrándose las elecciones se supo en Córdoba lo cercanas que estaban las tropas de Andalucía, y que él mismo, estando presidiendo la Junta de su Parroquia, recibió la noticia de la aproximación de los franceses, la cual como un fuerte e imprevisto trueno consternó a todos los concurrentes, que atónitos y espantados huyeron a sus casas y dejaron sin concluir las elecciones empezadas.»


De haber nombrado Córdoba sus Diputados para las Cortes de Cádiz, hubieran concurrido a ellas pues tuvieron tiempo de salir de la ciudad, desde el día 21 al 23, que la invadió el enemigo. Su representación la tuvo el diputado suplente don José de Cea (1),[1] cordobés de nacimiento, que se encontraba en aquellos momentos en Cádiz, quizás refugiado, como muchos otros cordobeses, que huyeron cuando los invasores se acercaron a Andalucía, y al cual vemos defender con gran cariño, siempre que se le presentó ocasión oportuna, los intereses que se le confiaron.

El Ayuntamiento de Córdoba, que cuenta en su historia rasgos de energía y civismo, puso a salvo la responsabilidad que le pudiera caber algún día por su trato con los invasores, durante su dominación, aceptando la propuesta del veinticuatro, don Rafael de Tena, que en la Sesión del 22, se expresó en los siguientes términos:
«Como consta al Ayuntamiento y es notorio, llegó y se publicó en este pueblo la triste cuanto sensible noticia de haber venido y pasado el ejército de los franceses el importante punto de Despeñaperros y Puerto del Rey, con cuyo motivo se han dispersado las tropas españolas que lo custodiaban y vienen caminando con precipitación los franceses y sus aliados hacia esta Capital, que se mira sin defensa alguna por no tenerla en sus murallas, ni por su situación, y principalmente por haberse fugado precipitadamente de esta población el Excelentísimo señor Mariscal de Campo don Antonio Gregorio, Presidente, y los demás señores que componían su Junta Superior de Gobierno, los Señores Intendente, Administrador principal, Contador principal y todas las tropas que había en la población, llevándose los fondos de dicha Junta y de las Arcas Reales, por lo que conceptúa muy próxima a ser dominada por los franceses y sufrir los estragos que ya han experimentado con el mayor dolor otros pueblos; y que mediante a ser consiguiente que exijan de este Ayuntamiento no solo los crecidos y exorbitantes pedidos que acostumbran, sino también (lo que es más sensible) los actos de sumisión y juramentos de fidelidad a el intruso—Rey José Napoleón, a que no podrá excusarse este Ayuntamiento, por los insinuados motivos de carecer de caudales públicos y medios de defensa y fuerza armada, y por evitar muertes, saqueos, robos y otros muchos insultos, le parece a su señoría conveniente, que antes de asentir a acto alguno de los que quedan indicados, se proteste en forma, cualquiera que se ejecutaron, contrarios a la soberanía de nuestro legítimo Rey el señor don Fernando VII, a quien Dios conserve muchos años.»


El acta en que consta la anterior proposición, consigna seguidamente el eco unánime de simpatía que produjo en el Cabildo, y su aceptación, revelando en su enérgico lenguaje, sus sentimientos de dignidad y patriotismo:
«La Ciudad dió las debidas gracias al Sr. D. Rafael de Tena por su »acertada propuesta y condescendiendo unánimemente a ello, los señores capitulares concurrentes a este acto, juntamente con el infrascrito escribano mayor del Cabildo y los Oficiales mayores de dicha escribanía, don Manuel Ramírez, don Mariano de Aguilar, que también se hallan presentes en él, protestaron, una, dos y tres veces, y los demás por derecho necesario que todo lo que hagan, otorguen y juren en contra de la soberanía de nuestro legítimo Rey y amado Monarca, el Sr. D. Fernando VII, a quien el engaño, dolo y fuerza del Emperador de los franceses, Napoleón, ha hecho prisionero en Francia, es y será siempre contra la liberada voluntad de este Ayuntamiento, que desde luego y con las mayores veras de su corazón, reconoce por tal único y legítimo Rey y Señor al nominado Señor Don Fernando VII, a quien desea en cuanto pueda y le sea posible restituir a su Trono; y solo ejecutará si se viere en precisión de hacerlo algunos actos contrarios a la dicha Soberanía, por evitar las funestas consecuencias que quedan indicadas y que por su falta de condescendencia pudieran sobrevenirle a toda esta capital y aun a los pueblos de esta provincia. En cuya atención no deben parar dichos actos a el referido Ayuntamiento perjuicio alguno, y si estimarse como igualmente cuanto se actúe y practique y acuerde desde el triste día de la entrada, hasta el feliz y dichoso de la salida de las referidas tropas francesas de esta ciudad, por nulos y de ningún valor ni efecto, como sino se hubieran ejecutado, con respecto a que por los motivos expuestos se halla absolutamente en libertad para dejarlos hacer. Cuya protesta hacen y formalizan dichos señores concurrentes con nosotros los referidos Escribano Mayor del Cabildo, y Oficiales mayores de dicha Escribanía, por si mismos, y a voz y en nombre de los demás señores que al presente son y en lo sucesivo sean de esta Ciudad y de todos los vecinos de ella a quienes representan y por quienes prestan voz y capción de rato, grato, manente pacto, juditio sisti, judicatura solvi en bastante forma de derecho y acordaron que esta acta se extienda en pliego separado para agregarla al libro Capitular corriente cuando la Divina providencia, se digne mejorar la suerte de este pueblo, como lo espera de su infinita misericordia y de la poderosa protección de María Santísima y de los gloriosos Santos sus Custodios Tutelares y Patronos, este Ayuntamiento que clama al Señor Omnipotente se digne usar de ella con este desgraciado pueblo. En cuya forma se celebró el Cabildo de que doy fe. — Manuel Becerril.- José Muñoz de Velasco.-Antonio Mariano Barroso, escribano público perpetuo y mayor del Cabildo.



La división francesa que mandaba el Mariscal Victor se presentó delante de las puertas de Córdoba el día 23 de Enero de 1810. Aunque no hemos encontrado capitulaciones, ni pactos con la Capital, creemos que estos existirían y quizás fueran semejantes a los de Sevilla y otras poblaciones, pues el Ayuntamiento concedió a don Luis Verdiguier, de familia francesa por su ascendiente, el imaginero del mismo apellido, que hacía largos años estaba avecindado en Córdoba, 500 reales, y al clarinero Manuel de la Rosa, 100, por haber salido a parlamentar con el ejército. Fué elegido para este difícil cargo por su naturaleza y conocimiento del idioma, y seguramente con su intervención evitó días luctuosos a su segunda patria. Corrobora este juicio el siguiente bando que dió el Corregidor el mismo

día de la entrada del Mariscal, o momentos antes.
«Manda el Señor Corregidor de esta Ciudad que ningún vecino de ella de cualesquiera clase y condición que sea abandone sus respectivas casas avitación, cuyas puertas tengan todas abiertas y prontas a recibir los Caballeros y Oficiales Franceses que se les alojen y que se haga notorio para su satisfacción que por los señores Xefes de Exercito Francés, se ha asegurado a este Muy Noble Ayuntamiento que no se harán daños ni saqueos en sus casas ni a su familias y por lo tanto podrán todos vivir con sociego y tranquilidad, continuando en sus destinos y exercicios sin insultar, incomodar ni hacer perjuicio a individuo alguno del referido exercito, baxo las penas más severas que se les impondran irremisiblimente segun la gravedad de su delito: lo que se manifiesta al público para que nadie pueda protestar ignorancia: esperando el mismo señor Corregidor y Ayuntamiento, que el vecindario en vuena correspondencia no dará motivo a queja alguna conforme esta prevenido en el anterior vando».



Una de las primeras medidas tomadas por el gobierno del Rey Jose fué nombrar al general Dessolles, gobernador Militar de los Reinos de Córdoba Jaen, (1) el cual, desde el primer momento, empezó con la División de su mando a perseguir a los guerrilleros, para impedir que cortarán al grueso del ejército las comunicaciones con Madrid. En el mismo dia fué nombrado el conde de Montarco, Comisario Regio del reino de Córdoba, con las facultades anejas a la persona Real a quien representaba, y con ámplios poderes para mudar, nombrar o destituir a toda clase de autoridades y empleados: muy poco tiempo desempeñó su cargo, pues apenas conquistada Sevilla fué nombrado Comisario de toda Andalucía y Extremadura, pasando a la Comisaría de Córdoba don Francisco de Angulo, afrancesado y Diputado en las Cortes de Bayona. Ante el Cabildo Catedral, reunido en pleno, el día 23, dió cuenta el Deán de que el Comisario Regio de Andalucía, le había visitado aquella mañana, de orden de S. M. para manifestarle las intenciones favorables del Rey con respecto a la Ciudad y su Iglesia; que no podía retardarse por más tiempo la debida sumisión y obediencia a su Real persona, y que su soberana voluntad era que por el Cabildo se le prestase desde luego el juramento debido con arreglo a la Constitución y a las leyes del Reino, considerando que el modo más sencillo y satisfactorio sería, que en la primera visita que S. M. se dignase recibir del Cabildo, la expresada Dignidad entregara en sus reales manos el acta de sumisión y fidelidad del Cabildo. Así lo acordaron por unanimidad de votos, disponiéndose que la resolución tomada tuviera para todos los concurrentes la misma fuerza que si fuese un juramento individual, hecho por cada uno de ellos, con arreglo a la Constitución y las leyes, en señal de homenaje y fidelidad al Rey: que se sacase una copia para ponerla en manos de S. M. y se le dieran las gracias por sus soberanas bondades, pasando el ejecutando Capitular a las casa de los canónigos que no habían asistido para que se adhiriesen a lo acordado (1).

El día 26 hizo su entrada en Córdoba el Rey José, según él mismo refiere (2). He aquí como la describe Ramírez de las Casa Deza, si bien equivocando el día y la hora. (3)
«Entró el Rey intruso con el Mariscal Forell, siendo recibido con obsequiosas demostraciones: salieron a felicitarle el Ayuntamiento, una Diputación del clero, y una porción de niñas escogidas por su belleza de las familias principales, le ofrecieron coronas de flores, todo lo cual se hizo por temor y por conciliarse la benevolencia del usurpador y de ningun modo por afecto. Se hospedó en el palacio Episcopal, donde residió la Corte, acompañado de sus ministros, entre ellos el insigne poeta Melendez Valdés. El chantre don Juan de Castro, desde un balcón de Palacio, dirigió la palabra al pueblo, que se hallaba en la calle, elogiando las virtudes del nuevo Rey y exortando a la obediencia, esperando de este modo que tendría un reinado feliz y próspero para la nación.


Ocupaba el cargo de Penitenciario, como ya sabemos, el poeta Arjona, cuya vida y cuyas obras literarias quizás perdidas, están por estudiar: Ramírez de las Casas Deza ha sido el único escritor que ha dado algunas notas de su vida, siguiendo el Manifiesto que dió para explicar su conducta política.

En su biografía (1) dice: (En la comitiva del nuevo Rey venían muchos sujetos que habían conocido a Arjona en Madrid y que apreciaron como era justo sus conocimientos literarios. Estos sujetos creyeron que la adquisición de una persona como el Penitenciario Arjona era muy ventajosa para su partido, y asi procuraron hacerse de ella; y Arjona formó desde luego el designio de aprovecharse del concepto y aprecio que de el se hacía, en beneficio de sus conciudadanos. Constantemente, dice el mismo, se acordaba de aquella máxima DOBUS AU VIRTUS QUIS IN HOSTE REQUIRAT, y siembre procuró no apartarse de ella. Mas las fatigas y agitaciones que esta pugna le producía, le causaron una enfermedad, que duró cinco meses. Llegó la noticia al rey José de que Arjona había compuesto una oda celebrando a los vencedores de Bailen (2) y el ministro de Policia le exigió otra, para indemnización de aquella, en obsequio del intruso. No se hallaba en disposición de ejecutar este trabajo, a causa de su debilidad, consecuencia de la enfermedad pasada y así le ocurrió el pensamiento de refundir como fuese posible otra oda que había compuesto con motivo de la venida de Carlos III a Andalucía en 1796 y aún este ligero trabajo tuvo que encargarlo al célebre Abate Marchena, a quien cabalmente tenía alojado en su casa. De este modo salió Arjona de su compromiso; más habiendo visto la oda don Juan Meléndez Valdés, ministro del intruso, notó bien que su autor se había esmerado poco en aquella composición, de la cual se tiraron tan pocos ejemplares que será rarísimo el que haya quedado, si es que existe alguno. De esta poesía tan difusa como altisonante copiamos la siguiente estrofa:

De rosas y de mirto coronadas
Canten del Betis las festivas drias
Al sol benigno que de luces pías
Viene a dorar sus márgenes sagradas
Que al de la luz fulgente
Visten las bellas horas aureo manto
Y al grato rayo de su ardor clemente.
El intruso se admiraba de verse mejor tratado que lo había sido en las demás poblaciones de España. Del Te Deum que se cantó en la Catedral, la tarde del mismo dia de su entrada, se ocupaba la Gaceta de Madrid en los siguientes términos:
»S. M. acompañado de sus ministros, Consejo de Estado, Generales, Oficiales de su Guardia y de las demas personas de su real servidumbre y comitiva ha pasado a medio dia entre las aclamaciones de un inmenso gentío a la Catedral, donde le esperaba a la entrada el Cabildo de ella; y recibiendo a S. M. baxo palio le acompaño hasta el presbiterio. La iglesia »estaba magníficamente adornada con toda la plata que sirve para el culto, y su espacioso ámbito estaba ocupada por la Guardia y por un concurso numeroso del pueblo. S. M. asistió con la mayor devoción a la misa que se celebró; concluida esta se cantó un Te Deum en acción de gracias por haberse establecido en esta ciudad el buen orden y la justicia, sin violencia y con general aclamación de estos ciudadanos. Un ilustre escritor y coronel, M. Bory de Saint Vincent, testigo de esta fiesta, nos la describe (1) en los términos siguientes: «Nous ne sanrions oublier l'impression que produisit ce monument sur la suite de Joseph, quand les troupes qui accomprgnaient ce prince en Andalousie, y entrerent pour la premiére fois. Joseph étant arrive á Cordone, le chapitre, dans le plus brillant costume, vint chercher, au palaís episcopal qu'il occupait ce monarque qu: avait témoigné l'intention d'assister a la célébration de l'office divin. Le peuple se pressait en foule antour du cortege; lorsqu'on parvint á l'entrée de la cour, l'aspect de ses murs antiques et dune constructión orientale, de ses palmiers africains ombrageant la verdure des orangers quí me;aient le parfum de leurs fleurs á celui de la fumée échappée des encensoirs, et dans les branches desquels voltigeaient mille rubans ou des drapeaux de toutes les couleurs; les chants religieux, les aclatnations de la multitude, le bruit des cloches et du tambour auquel se m•'la bientót celui de l'artillerie, la beanté du jour; en un mot, les choses inanimées et les choses vivantes formaient nn ensemble musité comme pour imprimer á cette matinée caractére de solennité particuliere, qui semblait mettre en rapport, sous les auspices de la divinité mime, les habitans de Cordoue et leur nouveau roi. Mais les événemens n'ont point permis cette alliance. Antillon, auteur espagnol dont nous avons en plusieurs fois occasion de citer les observations judicieuses, dit que les habitans de la ville manquent de politesse, de monde et d'education, et que la noblesse n'y vaut guére mieux que le peuple. Cordoue peut avoir quarante orille ames; son principal commerce consiste clans l'orférvrerie; ses haras lnéritent leur réputation ce sont eux qui fourmissent la plus grande partie des remontes de la cavalerie espagnole.


Ramírez de las Casas Deza, añade que el Obispo entregó al Rey José las águilas que hablan caldo en poder de los vencedores de Bailén y estaban ocultas en la Catedral, llevándolas a París el coronel Tascher de la Págerle. No hemos encontrado ni en obras francesas, ni españolas, la confirmación de la entrega de las águilas. Pudo el erudito cordobés oir de labios de testigos presenciales el hecho. En la hoja de alojamientos del rey José y de las personas que le acompañaban, figura el Coronel Tascher, como Ayudante de Campo de S. M. siendo alojado en casa de D. Rafael Faxardo, calle de los Leones, n.° 9, hoy de Sevilla. Al salir el Rey de la Catedral (1) se le acercó un pobre ciudadano rompiendo las filas de las tropas— elQué deseas?—le preguntó el monarca— «Señor que se nos dé de trabajar, porque hace mucho tiempo que estamos sin Rey y sin Gobierno. Al día siguiente el Ayuntamiento en pleno y con el ceremonial de las grandes fiestas pasó a ofrecer sus respetos a José Bonaparte, entregándole la siguiente acta con el mismo valor que un juramento individual, pero sin hacer constar en las actas capitulares ningún acuerdo:
—«Nos (2) Córdoba, Justicia y Regimiento de ella, a saber: el Corregidor Don Manuel Becerril Valero y los Veinticuatros Don Josef Muñoz de Velasco, Teniente Coronel retirado, y Caballero del hábito de Calatrava, Don Rodrigo Fernández de Mesa y Argote, Caballero de la distinguida orden española de Carlos III, Maestrante de la Real de Ronda y Comisario ordenador honorario, Don Rafael de Tena y Castril, Caballero de la citada orden de Carlos III, Don Lorenzo de Bazabru, Teniente Coronel retirado, Caballero del hábito de Calatrava, Don Josef Septiem de Iturralde, Caballero de la Real y distinguida orden española de Carlos II, Comisario ordenador honorario, Don Diego de Montesinos y Velasco, Señor de la Villa de Villaralta, Fiscal propietario de la real jurisdicción de esta ciudad, Maestrante de la real de Ronda y Comisario ordenador honorario y los Jurados Don Manuel de la Torre, Don Rafael de Entrenas, Don Josef de Austria, Don Josef Martínez Castejón, Don Francisco Ruiz Blanco de Cea, Don Miguel de Morales, Don Manuel Mariano de Martos, Don Francisco de Paula Barbero, Don Manuel Díaz, Don Andrés Portielmelo, Don Bartolomé Vélez, Don Antonio Guerra, Don Antonio Ximenez y los Diputados del Común Don Martín Ruiz, Don Francisco de la Portera, estando juntos y reunidos en la Sala Capitular, juramos fidelidad y obediencia al Rey, a la Constitución y a las Leyes.»


El día 28 recibió el Rey en audiencia a los empleados de las oficinas de Rentas reales, y a la Aristocracia cordobesa, en las personas de las Marquesas Viudas de Santa Marta y de Cañete de Pinar, Condesa de Cañete de Pinar, Doña Josefa Magenís de Basabru, Condesa de la Torre, Viuda de Guzmán y los Condes de Hornachuelos con sus hijas Doña María de los Dolores y Doña María del Carmen Hoces. Desde el primer momento de la entrada de los franceses en nuestra Ciudad, vemos que se dibujen dos tendencias políticas distintas, una de halagos y honores para con los Grandes y personas de distinción en la Capital, para convencerles por el interés y la vanidad, y otra de alarde de fuerza y poder invencible para con los pobres y humildes, intentando deslumbrarlos con las pompas de la Corte y del ejército, sin olvidar además atraerse a los escasos elementos intelectuales y comerciales que en el pasado siglo existían. Por un Real Decreto se había cambiado la orden de Carlos III por otra llamada Real de España, sustituyendo la cinta azul y blanca del pasador por una encarnada, y se nombraron caballeros de dicha orden al Marqués de Guardia Real, a don José Muñoz de Velasco, a don Lorenzo Basabrú, Tenientes Coroneles retirados de Caballería; a don Rafael de Tena, don Rodrigo de Mesa y don Josef Setiem, Veinticuatros del Ayuntamiento; a don Diego Gordos, Doctoral de la Catedral, a don Manuel Arjona, penitenciario, y don Francisco Armenta, don Josef Roncali y don Francisco Muñoz de Colmena, Prebendados de dicha Santa Iglesia: poco después fué también agraciado con dicha condecoración el Deán don Felipe Ventura González.

El ánimo del Rey estaba lleno de satisfacción ante aquel extraordinario recibimiento de que había sido objeto, y su clara inteligencia, que siempre había considerado la empresa de la conquista de España, como una loca aventura del Emperador, se vió aquel día eclipsada sin duda por los resplandores de que le rodearon y le hizo cambiar de opinión, aunque por

poco tiempo, como puede verse en la alocución siguiente:
Españoles: Ha llegado el momento en que deveis oir la verdad. Os la debo: Me lisonjeo de que será con utilidad. Saben los hombres que piensan que la imperiosa ley de los acontecimientos dispuso ha mas de un siglo que España fuese amiga y aliada de la Francia. Una revolución extraordinaria precipitó del trono la Casa que reinaba en aquella nación. La rama de ella, reinante en España, debió de sostenerla y no dexar las armas hasta no restablecerla en aquel trono o prepararse a descender un día del de esta nación. Partido tan decidido no podía ser obra sino del heroismo, más prefirió esperar a que el tiempo hiciese lo que no se atrevió a emprender con las armas en la mano. Cuando el Gabinete de Madrid vió a la Francia empeñada en una guerra en países muy distantes creyó que había llegado el tiempo de correr el velo y de armarse contra ella. La victoria de Jena destruyó sus

»proyectos. Ensayó en vano volver al sistema del artificio, y presentarse de »nuevo con el mismo espíritu que los negociadores de la paz de Bailén. »El vencedor de Europa no se dejó alucinar. Los Príncipes de la Casa de »España no atreviéndose a combatir, renunciaron a la corona contentándose con pactar sobre sus intereses particulares. Los Grandes de España, »los Generales, los principales personajes de la nación, conocieron estas »verdades. Yo mismo recibí los juramentos que me prestaron libremente »en Madrid. El acaecimiento de Bailén desconcertó todas las cabezas: el »miedo dominó a los pusilánimes. Solo los más ilustrados y que obraban »por la fortaleza de sus conciencias permanecieron fieles. Una nueva guerra continental y los socorros de la Inglaterra ha prolongado lucha tan »desigual y cuyos horrores experimenta la nación entera. El éxito nunca »ha sido dudoso, pero en el dia la suerte de las armas la ha decidido. »Si prontamente no se restablece la paz interior ¿Quien podrá preveer »las consecuencias de tan ciega obstinación? »La Francia se interesa en conservar la integridad y la independencia »de España, si ésta vuelve a ser su amiga y aliada. Si prefiriese la enemis_ »tad la Francia debe procurar debilitarla, desmembrarla y aun destruirla. »Al hablaros este lenguaje, Dios que lee en los corazones de los mortales, sabe el interés que me anima. »Españoles: El destino inmutable no se ha pronunciado todavía. No »permitais que las pasiones excitadas por el enemigo común os reduzcan »por más tiempo: valeos de vuestra razón; ella os hará ver en los solda- »dos franceses amigos dispuestos a defenderos. Es tiempo aún, reuníos

»todos a mí, y que en este día empiece para España una nueva era de felicidad y de gloria.—Dado en Córdoba a 27 de Enero de 1810.—Firmado.—Yo el Rey.—Por S. M., su Ministro Secretario de Estado, Mariano Luis de Urquijo.»



En tal proclama–'dice el erudito escritor Sr. Gómez Imaz:—KSe falsea la verdad de los gravísimos sucesos políticos que precedieron a la invasión, emitiéndose otros errores que andando los tiempos consignáronse en historias y memorias francesas, con menoscabo de la exactitud y seriedad; y como por desdicha nuestra, esos libros corrieron por nuestra Patria sin correctivo, preocupada toda la atención en desdichas políticas, pronunciamientos y guerras civiles, durante casi un siglo, infiltrándose en la masa del país, mil errores que, como otros muchos, tomaron carta de naturaleza en el vulgo ilustrado, dando lugar a que los españoles mismos depriman por ignorancia a su Patria. El Decreto que había publicado el Rey José en 18 de Agosto de 1809, suprimiendo todas las Ordenes Regulares, Monacales, Mendicantes y Clericales existentes en los dominios de España, se cumplió en Córdoba inmediatamente y con todo rigor, secuestrándoles sus bienes y nombrando Administrador general de los mismos a Don Lorenzo Basabrú. Como consecuencia de esta medida, se disolvieron las órdenes de San Jerónimo, cuyo convento estaba en la Sierra; las de San Agustín, San Pablo, San Cayetano, Carmelitas, Cistersienses y otras muchas muchas, pues eran contadas las que no tenían convento en Córdoba; y a pesar de que los documentos no hacen referencias más que a los conventos mencionados, es lógico suponer que fueron tratados de igual modo las restantes Comunidades. Para dar una idea de la forma en que se verificaron estas expulsiones, copiamos lo que dice Ramírez de Arellano (1) respecto a la de la Comunidad del Convento de la Merced-, que se efectuó el 5 de. Febrero: «Era Comendador el R. P. Fray Tomás Galo Martínez de Hortal, natural de Zújar de Baza, e hijo de aquel convento, quien a las ocho de la mañana reunió la Comunidad en el Coro alto, se rezaron las horas canónicas, se cantó misa muy solemne a la Virgen que dijo el P. M. Fray Francisco González de Jordán y Sales, consumiendo el Santo Sacramento, se entonó un responso por los religiosos difuntos y quedó disuelta la Corporación, abrazándose todos con lágrimas que apenas les dejaron articular palabra. Disueltas las Congregaciones, el Rey concedió una audiencia a sus Superiores de la que da cuenta la Gaceta de Madrid en estos términos: «En la tarde del día 27 ha recibido el Rey a los Superiores de las Ordenes Religiosas suprimidas, los cuales han salido de la audiencia penetrados de las verdades que S. M. les ha manifestado. Hay entre ellos sujetos respetados justamente por el público, capaces de ocupar empleos importantes en la iglesia y en la educación pública. S. M. ha encargado a sus Ministros de Negocios eclesiásticos y del Interior que los tengan presentes para las propuestas as estos diversos empleos. Otros a quienes su edad avanzada, hace casi extraños al mundo, podrán obtener el permiso de acabar tranquilamente sus días en las casas nacionales que se designan. Hay otros que siendo más jóvenes y activos, han solicitado se les permita capitalizar sus pensiones a fin de poder comprar tierras nacionales y hacerse labradores, otros, en fin, que pertenecen a familias que tendrán por el mayor beneficio el que vuelvan a incorporarse a ellas, no han manifestado más deseos que el de gozar en su seno la pensión que la ley les ha asignado. Todo lo que el Rey ha dicho a estos hombres de opiniones, intereses, y hábitos tan contrarios al nuevo orden de cosas, les ha hecho tal impresión que se les ha oído felicitarse de que en medio de sus desgracias, Dios les haya enviado un Angel consolador, en un Rey tan justo y tan compasivo. En el mismo periódico se publicó la noticia de que el día 28 salió el Rey a pasear a caballo por la ciudad. «Era—decía—un espectáculo bien extraordinario ver a los habitantes de todas clases correr en tropel al paso de S. M. y sobre los muros, para gozar de su presencia, recibiéndole con gritos mil veces repetidos de ;Viva nuestro Rey! Cuando se considera que hace tan pocos días que el Gobierno insurreccional contaba con que los ánimos de los habitantes de esta ciudad eran de los más opuestos contra el Rey y que hay aqui tan gran número de eclesiásticos; causa admiración que no haya necesitado el Rey más que dos días para disipar todas las calumnias y para hacer que el clero vuelva a sus sentimientos naturales.

«S. M.—añade el periódico—ha pasado esta tarde a examinar menudamente la Mezquita, que ahora sirve de Catedral. S. M. iba acompañado de dos oficiales de su Real Casa, del Cabildo de la Catedral y de un gentío inmenso. Cuando todavía José Bonaparte se hallaba bajo la impresión de los homenajes y agasajos que le habia tributado el pueblo de Córdoba, de las audiencias que continuamente daba y a las que acudía todo lo más selecto por su riqueza y por su linaje, y entre la curiosidad que despertaba su paso entre la muchedumbre, interpretada por sus Ministros como muestra de aprecio y de asentimiento a la nueva situación creada, escribió al Emperador (1) con fecha 27 de Enero. He aquí el texto de la carta:
«Sire, l'Andalousie sera bientót pacifiée. Toutes les villes m'envoient des deputes; Seville suit cet exemple. La junte est retiree à l'île de Leon. Je m'occupe d'entrer a Cadix sons coup ferir. L'esprit du peuple est bon; j`esperé que sous peu Votre Majesté será charmée des progrés que nous faisons ici, parce que le triomphe de nos ennemis était fondé sur les plus absurdes et les plus noires calomnies, qui se dissipent et font autant de bien que les ennemis en avaient esperé de mal. Je vous prie, Sire, d'agreer l'hommage de ma tendre amitie, et de croire que je désire plus que personne vous étre utile pour reconquerir la liberté des mers, et vous prouver que je meritais peut-étre d'être appelé du nom que vous m'avez donne a Bayonne, dans votre premiere proclamation aux Espagnols.


Desde que el mariscal Victor entró en Córdoba empezaron las censuras contra la disuelta Junta Suprema de Córdoba. La Gaceta de Madrid hablaba de su tiránica administración, de las contribuciones impuestas y de la orden para entregar la plata labrada de la Iglesia y los caudales de Obras Pías: éstas y otras censuras que consignaba dicho periódico, constituyen su mayor elogio, porque prueban que cuantas medidas adoptó, fueron tan acertadas, como justas. En él se dice también que los curas no atendieron a las exhortaciones de los funcionarios de la Junta, para que predicasen al pueblo en contra del nuevo Rey. Así mismo se hizo notar por sus simpatías francesas un sacerdote distinguido, el Dr. Don Sebastián Ramírez Blanco, Catedrático principal de Artes y Lugares Teológicos, quien hacía nueve meses que se hallaba preso, según se relata en la referida publicación, por haber dicho que la guerra era impolítica, que no había medio de oponerse, que el verdadero amor a la Patria era mirar por ella, evitando la ruina que debía suceder de una lucha tan desigual; que la Junta Central no tenía pies ni cabeza, que eran incapaces de gobernar una aldea, que los ingleses no llevaban otro objeto que el usurparnos la marina y apoderarse de América y que España por política debía estar siempre unida a Francia y procurar restablecer el Comercio, así perdido y arruinado. Conocido por los franceses el motivo de la prisión de dicho sacerdote, fué puesto en libertad.



CAPITULO X



1810 (continuación).

El primero y quinto ejército de invasión.—Llegada de José Bonaparte a Sevilla.—Decreto de amnistía.—División del Reino. —Primeros acuerdos del Municipio.—Ordenes para respetar el campo y la ganaderia.—Disposiciones de los generales Dessalles y Soult sobre los dispersos del ejército.—Reaparición del Correo Politico. —Carta Pastoral del Obispo.—Los frailes ex-claustrados.—El convento de San Francisco.— Abolición de la Inquisición.—Traslado de la Virgen de las Angustias a la iglesia de San Nicolás.

Los Mariscales Victor y Mortier con el 1.° y 5.° ejércitos de invasión, marcharon por orden del rey con dirección a Sevilla, donde entraron sin haber encontrado en el camino más que algunas guerrillas del ejército del duque de Alburquerque, cuyo objetivo era impedir que los franceses se interpusieran entre Sevilla y la isla de León y llegaran a coger prisioneros a los miembros de la ex-Junta Central o de la nueva Regencia. El día 29 partió el rey, ante las halagüeñas noticias que se recibían de la actitud de aquella ciudad y el 1 de Febrero hizo su solemne entrada en

la antigua capital de la Bélica, expidiendo al día siguiente un decreto de amnistía fechado en el regio Alcázar, el cual después de reproducir la proclama dada recientemente en Córdoba decía:
«Y habiendo correspondido dignamente a nuestra voz, los pueblos de los reinos de Córdoba, Jaén, Granada y Sevilla; queriendo señalar nuestra primera entrada en

esta capital, donde hemos encontrado restituido tan de corazón a sus sentimientos naturales un pueblo, por tanto tiempo estraviado, con un acto que ponga en olvido las pasadas desgracias, usando del mas lisongero y más apreciado de todos nuestros derechos, oido nuestro Consejo de Estado, hemos decretado y decretamos lo siguiente. Artículo 1.° Concedemos plena y entera amnistía a los autores, fautores y agentes de las turbulencias que han agitado estas provincias, que dentro del término de quince días presten el juramento de fidelidad y obediencia ante la Justicia del pueblo de su domicilio. Artículo 2.° Las Justicias remitirán inmediatamente a los Intendentes de la provincia estos juramentos. Artículo 3.°

Nuestros Ministros cada uno en la parte que le toca, quedan encargados de la ejecución del presente decreto.


Otro de los más importantes decretos dados por el Rey José, en Sevilla, el del 23 de Abril, establecía en España 15 divisiones o distritos militares, y dejaba las Prefecturas de Córdoba, Sevilla y Mérida, bajo el mando de Soult, Mariscal del Imperio y Duque de Dalmacia, quien fijó su residencia oficial en la capital del Andalucía. El Ayuntamiento que no había vuelto a reunirse, después de consignar su protesta por la entrada de los franceses, celebró sesión el 29 de Enero acordando cumplir un bando del Gobernador de la plaza que disponía que los puestos de café, vino, tabernas, etc., se cerraran después del toque de retreta. Las necesidades del ejército invasor obligaron a arbitrar los medios más eficaces para llenarlas: así es, que señaló quinientos ducados de sueldo anual al proveedor de cebada de la guarnición y cuatro reales diarios al medidor; contrató con el panadero Bartolomé Laguna el suministro de pan a las tropas, a razón de 60 raciones por cada fanega de trigo que entonces se cotizaba en el mercado a 35 reales: se les proveyó de la leña que pedían imperiosamente, disponiéndose la corta inmediata de todos los árboles señalados por los propietarios de las fincas para la próxima estación, a los cuales se les satisfaría su importe tan pronto como se pudiera. En virtud de varias quejas producidas por las excesivas talas de árboles, que practicaba el ejército, el Gobernador prohibió que se hiciera el menor daño en los bosques de Rivera, ordenando que fuera reducido a prisión quien contraviniera esta disposición; proporcionáronse a los soldados las camas suficientes, aunque hubo algunos vecinos que se resistieron a facilitarlas, como don Luis Fernández de Córdoba y don Rafael de Oliva: y asi mismo designó el Cabildo las comisiones especiales que habían de servir al ejército en lo referente a los alojamientos y bagajes, provisión de carnes, paja y utensilios, pan, cebada, aceite, leña, vino, legumbres y extraordinarios de toda clases, así como para recibir, despachar oficios y visar los bonos. Debió de tener el Gobierno noticias de los daños que en la propiedad y en los campos ocasionaba el ejército que vivía sobre el país con el propósito de avasallarlo, y desde la ciudad de Jerez, con fecha 15 de febrero, el Ministro del Interior, marqués de Almenara, dirigió a los Intendentes,

Gobernadores, Corregidores y Alcaldes Mayores la siguiente circular:
«Al mismo tiempo que el Rey halla inevitables los daños que causa a la agricultura la reunión en un solo punto de un gran número de tropas, está persuadido S. M. que el celo y la previsión de las personas que administran los pueblos pueden disminuirlos, preparando los suministros con

anticipación para que una distribución metódica destruya la necesidad en que se hallan las tropas algunas veces de proveerse por sí mismas militarmente en grave daño de las propiedades particulares y sin ninguna utilidad para el soldado. De todos los suministros, el que menos se ha proporcionado es el de leñas para que las tropas, defendidas del rigor del frío y teniendo los medios de preparar sus alimentos, no se vean precisadas a añadir a las fatigas de la guerra la incomodidad de buscar aquellos combustibles, en perjuicio de la agricultura, que sufre la devastación inseparable de semejante descuido». «De todas las provincias de España, las que más padecerían serían las meridionales. Los aceites, los vinos y los ácidos de que se compone en la mayor parte la preciosa cosecha de estas provincias, se deben a árboles y plantas de difícil y lenta reproducción; la pérdida de una cosecha en granos se repara por lo común en la cosecha siguiente; la ruina del árbol que alimenta, priva tal vez de subsistencia durante toda la vida al propietario. Tan grave daño exige prontos remedios y Su Majestad manda que en todas partes donde haya árboles u otros cualesquiera combustibles se corten y coloquen en hacinas o en haces en la proximidad de los caminos o arrecifes por donde haya de acamparse, bien persuadidos de que el soldado no se permitirá en un país amigo el causar daños de que no le resultaría utilidad alguna.» «En los pueblos en que sea imposible proporcionar leñas destinadas a los usos ordinarios, deberán los propietarios hacer cortar las ramas o inútiles o menos necesarias de los árboles frutales, escoger entre los que no produzcan o que ya cansados estén próximos a dejar de producir, haciendo hacinar el producto de estas mondas en la forma indicada y en los «parages» donde hayan de consumirse. Toca a los magistrados de los pueblos el velar incesantemente sobre su felicidad y aprovechar para ello los conocimientos locales que hayan adquirido en la economía rural de sus respectivos distritos, aconsejar, persuadir y aun mandar si fuese necesario cuanto es imposible que el gobierno prevea para casos tan extraordinarios. Su Majestad premiará o graduará el mérito de los sujetos en quienes ha depositado su confianza, en razón de los conatos que empleen para llenar tan digno objeto. Los comandantes militares que no ven en estos Reinos sino amigos y aliados, se apresurarán a conciliar el bien del soldado con el del pacífico y sumiso habitante, y se prestarán, sin duda, siempre que se lo permitan las atenciones militares, a hacer prevenir a los pueblos con anticipación la necesidad de aquellas disposiciones, del mismo modo que anticipan el pedido de raciones, medios de conducción y demás servicios. Sírvase usted acusar el recibo de este oficio y exponer cuanto le ocurra para que tengan efecto las benéficas intenciones de nuestro Soberano.

«Dios guarde a V. muchos años. —Jerez de la Frontera a 15 de Febrero de 1810. — El Ministro del Interior, El Marqués de Almenara,»


Inspirado en este mismo decreto, el Duque de Dalmacia dió en Sevilla una orden general del Ejército el 28 de Abril, prohibiendo, bajo severos castigos, que los militares se apoderasen de los ganados y reses para la labranza, ni cometieran ningún acto arbitrario que interrumpiese las labores agrícolas, El Gobernador militar Dessolles publicó el día 3 de Febrero un bando ordenando que todos los habitantes de los Reinos de Córdoba y Jaén declararan inmediatamente las armas y pertrechos de guerra que tuvieran para su uso personal, o en depósito, las cuales serían entregadas en el plazo de cuarenta y ocho horas en los Almacenes de los Corregidores y Alcaldes Mayores, quienes las devolverían bajo su más estrecha responsabilidad a las personas de buen vivir; también dispuso que prestaran juramento al Rey todos los Magistrados, Eclesiásticos y empleados de distintas clases, en el término de ocho días, así como los militares que hubieran abandonado el ejército español, quienes al mismo tiempo de prestar juramento de fidelidad al rey, entregarían sus armas, presentándose a las Autoridadesicada tres días, y no pudiendo abandonar sus dominios sin previo permiso. Estas disposiciones se acataron puntualmente y aun se conservan las listas, (en et Archivo Municipal) de los soldados y oficiales españoles juramentados que vivían en Córdoba, en número de 273, entre las distintas parroquias. Para evitar que los dispersos tuvieran que presentarse de tres en tres días, dió el Gobernador una circular a los Corregidores de los pueblos, cabeza de partido, dispensándoles de la presentación y obligándoles sólo a acudir a lista una vez a la semana, pero dándole cuenta todos los lunes de la situación en que se encontrasen. Los abusos a que daba lugar el sistema de socorros, con raciones de subsistencias a las viudas y huérfanos de militares que no recibían la pensión que les estaba señalada, motivó un Decreto de Soult, fechado en Sevilla el 9 de Octubre, y cumplimentado en Córdoba, disponiendo que en cada Prefectura se formara una relación de los individuos que se encontraban en dichas circunstancias, para que desde el día se les abonase la mitad de la pensión, una vez reconocido su derecho. Los invasores reanudaron la publicación de! Correo Político, periódico que hemos visto fué creado por la Junta local en Enero de 1809. El primer número de su segunda época apareció el 4 de Febrero; pero ¡en qué forma tan distinta! Figuraba como director el Penitenciario Arjona, nombrado para este cargo por el Ministro Urquijo, pero dimitió al poco tiempo por no avenirse a que sus trabajos pasaran por la previa censura del general Dessolles y del Conde de Casa Valencia, y por la serie de falsedades que el Correo publicaba; reemplazóle el escritor y poeta José Marchena y después lo dirigió Don Carlos Velasco, hasta el año de 1811, en que se puso el periódico bajo la inspiración del gobierno; el Prefecto Altuna repuso a Arjona, que se vió obligado a renunciar por las mismas razones que lo hizo anteriormente, y quedó encargado de su dirección el mismo Prefecto. Juntamente con las páginas que consagraba el Correo a las noticias políticas y a las luchas de los ejércitos, dedicaba largo espacio a la literatura española y extranjera, en muchos de cuyos artículos nos parecen ver las plumas eruditas de Arjona y Marchena. Los conocimientos generales de divulgación científica y de las artes industriales no eran olvidados. Uno de los artículos más interesantes trataba del cultivo de la remolacha y de la extracción del azúcar de esta raiz, intento que protegió Napoleón, según los procedimientos del entonces Director del Laboratorio químico de Medicina de París, Mr. Barruel, y de los químicos Isnard y Desseux, aunque por entonces no llegó a cultivarse este vegetal, a pesar de los deseos de los invasores. Regía a la sazón la Diócesis de Córdoba un prelado ilustre, don Pedro Antonio Trevilla, de quien hemos hecho mención ya varias veces, en estas páginas. Era a juzgar por sus acciones, hombre imbuido en las modernas ideas de la civilización francesa y partidario de la familia de Bonaparte, con la que sostuvo correspondencia, según tradición que conservan sus más allegados parientes. ¡Lástima que no se pueda confirmar! El prelado publicó en el mes de Febrero la siguiente Carta Pastoral que reproducimos sólo en parte por su mucha extensión: «Nada hay más importante en la presente situación de las cosas públicas que el que conformándonos todos con la voluntad de Dios, que ha fijado el destino de nuestra amada patria, pongamos término a las funestas disenciones que han despedazado su seno, y cooperemos de común acuerdo y con un mismo espíritu, cada uno en la parte que le toca, a restablecer el buen orden y la pública tranquilidad. Justo es, pues, amados hermanos e hijos míos, que vuestro Prelado os manifieste sus sentimientos y su modo de pensar sobre este asunto, y que os exhorte, como exhortaba San Pablo a los fieles de la Iglesia de Efeso, a conservar la unidad del espíritu por medio del vínculo de la paz, y justo es también, que mientras la razón y la política os persuaden por una parte que debeis obedecer y ser fieles al rey y a la constitución del Estado, vuestro prelado os advierta por otra, que este es un deber de conciencia a que os obliga la religión. A este fin pienso haceros ver que Dios es quien hace reyes y establece las casas reinantes: que la elevación y la ruina de los imperios y de las diferentes personas o dinastías que los gobiernan, entran particularmente ee el plan de la providencia de Dios, y sirven a designios secretos que debemos adorar: que estas mudanzas y estos acontecimientos famosos llevan siempre marcado a los ojos del cristiano el dedo de Dios, con cuya voluntad soberana se debe de conformar: que el buen orden y la quietud pública exigen imperiosamente, que seamos fieles al Rey que Dios se ha servido darnos, como lo enseñó Jesucristo y los Apóstoles, y como practicaron constantemente los verdaderos cristianos; en fin, que debernos alabar a Dios por habernos dado un Rey, cual es el Señor Don José Napoleón, cuya vida y prosperidad debe ser en adelante uno ne nuestros más ardientes votos, como es uno de nuestros mayores intereses... Según estos principios, que ya veis, hijos míos, que están apoyados en la palabra de Dios, o en raciocinios sacados de ella inmediatamente. ¿Cómo podreis menos de reconocer que debe atribuirse a la piano de Dios la mudanza que se ha hecho en España de la casa reynante, y la traslación al trono de la familia del Héroe que el mundo admira? Los hombres de estado considerarán este suceso baxo el punto de vista que les corresponda; Yo, hijos míos, como ministro de Cristo y como dispensador de sus misterios me limitaré a haceros ver que según los ejemplos que se nos proponen en el Antiguo testamento, según los preceptos que se nos dan en el Antiguo y en el Nuevo, según que nos enseñaron los Apóstoles y practicaron los Christianos, según la conducta que ha observado la Iglesia en casos semejantes y finalmente según lo que exige nuestro propio interés y conveniencia, debeis todos de buena fé someteros al Rey que la providencia de Dios os destina y vivir tranquilos baxo su dominación y baxo el imperio de sus leyes. Según ella no hay inocentes oprimidos; todos los que son castigados son culpables; la tierra no es en lugar de tumulto y de desorden, sino de equidad y justicia: la justicia y la fuerza están siempre juntas: la injusticia es siempre imbécil e impotente: no hay desgracias, ni infortunios, sino justos castigos de los pecados de los hombres. Un exetcito, según esta idea, es una tropa de executores de la justicia de Dios, que embía para hacer morir a los que han merecido la muerte. Dos exercitos son ministros de esta misma justicia que no executan sino precisamente lo que Dios ha ordenado. Un homicidio es el castigo de un pecador por un ministro injusto. Unos bandidos son gentes que executan injustamente el justo decreto, por el que Dios ha ordenado que ciertas personas sean privadas de sus bienes. Un príncipe, un conquistador son una vara en manos de Dios para el castigo de los malos y por el establecimiento del orden que conviene a sus designios... Porque en efecto, ¿quién no ve que la felicidad de la España, consiste en que todos con un mismo espíritu nos reunamos a nuestro buen Rey el Sr. D. José Napoleón I?» «Permitidme, pues, hijos míos, que os lo repita, no Sólo debemos ser fieles al Rey, sino que debemos dar gracias a Dios que nos le ha dado tal: no sólo debemos de ser fieles por temor, ni sólo por convencimiento de que estamos obligados a hacerlo, sino que debemos hacerlo así por nosotros mismos, sino que debemos procurar eficazmente que todos los que dependen de nosotros, como dependen los feligreses de los Párrocos, los penitentes de los confesores, los hijos y los criados de sus padres o sus amos y generalmente todos aquellos sobre quienes podemos tener alguna influencia por cualquiera título, entren en los mismos sentimientos de obediencia, de unión y de paz que tanto nos importa a todos. Felices nosotros si al fin nos es dado vivir pacíficamente, baxo el dulce gobierno de mi Rey bueno, a quien Dios nos conserve muchos años. Puedan mis oraciones obtener que así sea, y que nosotros, hijos míos, me acompafieis con las vuestras.. Dada en nuestro Palacio Episcopal de Córdoba a de Febrero de mil ochocientos diez.--Pedro Antonio, Obispo de Córdoba (1). ¿Fué obligado el Obispo Trevilla a dar esta Carta Pastoral por excitaciones de las autoridades francesas? Es casi seguro, si se tiene en cuenta que los invasores se propusieron captarse las simpatías del clero cordobés, que tan grande influjo tenía sobre el pueblo de suyo religioso y fanático. Tampoco es extraño que el mismo Rey hubiese pedido la publicación de dicho documento, o que anticipándose a los regios deseos e influido por el ambiente que le rodeaba, el Obispo, dando pruebas de habilidad política, la redactase a fin de congraciarse con el nuevo régimen establecido. Sin embargo; la eficacia de este escrito atribuyendo a la mano de Dios la mudanza que experimentábamos era muy pequeña para contrarrestar los efectos del decreto suprimiendo los Ordenes regulares, cuyos individuos lanzados de sus conventos avivaban en las calles el odio contra los que tan violentamente habían procedido contra ellos, pues si bien el gobierno intruso dictó varias disposiciones para que se les concedieran curatos, como a los seculares, o pensiones a cuenta del Estado para que pudieran vivir, era muy escaso el número de los que llegaban a obtener los primeros, y respecto a las segundas apenas llegaron a pagarse por ser excesivo el número de reclamaciones y por el desconcierto administrativo. Estas causas y la abominación que sentían por el excéptico y desleal extranjero, que hollaba casi todo el territorio español, contribuyeron a que los frailes engrosaran, levantaran y dirigieran diferentes partidas de guerrilleros que pelearon con ardor inextinguible en defensa de sus más sagrados intereses: la religión y la patria. El Gobernador militar quiso impedir sus belicosos arrestos y en el mes de Diciembre excitó a las Justicias de los pueblos de la provincia, para que vigilaran con el mayor celo a los ex-regulares que después de haberse ausentado de los pueblos donde residían, volvieran a ellos, dando parte, sin la menor demora, de toda novedad que advirtiesen en este punto, en la inteligencia de que si se llegaba a saber que en cualquier pueblo se habían introducido algunos de estos frailes, las Justicias que no los hubiesen asegurado o dado cuenta de su presentación, experimentarían un severísimo y ejemplar castigo. Sin embargo, raro es el número del Correo, que al hablar de las partidas de insurgentes o bandidos que llenaban la provincia, no diera cuenta, en la relación de los muertos o prisioneros. de algún fraile que estaba con ellos, y cuando demos a conocer los sumarios y las relaciones de fusilados y ajusticiados, veremos que en éstas figuran gran número de religiosos. Los Conventos abandonados eran un gran incentivo para el robo, por las muchas riquezas que atesoraban y la escasa custodia de los mismos; así es, que para evitar que se repitiesen las furtivas sustracciones hechas por algunos vecinos, de que había tenido conocimiento con gran extrañeza, el Gobernador, se previno al público que se adoptaría una estrecha vigilancia y los que fueran aprehendidos serían entregados inmediatamente a los tribunales militares franceses y castigados con todo el rigor de las leyes de la guerra. Sólo sé tiene noticia de que en un Convento, el de San Francisco, volviera la Iglesia a dedicarse al culto, y esto por empeño de muchas personas de viso, según refiere Don T. Ramírez de Arellano. (1), quien a la vez habla en esta forma de las profanaciones que sufrió el templo antes de su reapertura: *Se abrió al público en 4 de Octubre de aquel año; el Con- »vento se destinó a cuartel de uno de los regimientos españoles, cuyos Asoldados abrieron las sepulturas del salón de profundas y encontraron Alas momias de dos venerables completamente conservadas, en particular

  • una que era de un fraile tercero, que aún conservaba los dos pares de
  • calzones blancos y las vendas de los caústicos, a pesar de haber muerto

»cien años antes: mofáronse de ellas, hasta el extremo de arrastrarlas por casi todo el convento; más enterado uno de los Jefes se las arrebató, de- »positándolas en una celda donde estuvieron hasta darles sepultura en sitio apropósito y decente; esto ocurrió a principios de Febrero de 1811. No era ya el Santo Oficio al principio del siglo XIX el temido tribunal cuyo sólo nombre infundía pavor: El regalismo y el despotismo ilustrado de los Borbones no consentía sombra alguna a su poder, y fué perdiendo poco a poco todos sus fueros y privilegios, estando a punto de ser suprimido por Godoy y Urquijo, en cuya época fracasó en todos aquellos procesos que se propueo incoar contra personas de gran posición política por sus ideas liberales.

El Emperador Napoleón, a su venida a España para activar la guerra, y antes de conquistar Madrid, expidió, entre otros decretos, el 4 de Diciembre de 1809, en Chamartín, éste tan conocido, que en cortas palabras decía: «El Tribunal de la Inquisición queda suprimido como atentatorio a la soberanía y a la autoridad civil. Los invasores de Córdoba cumplieron en seguida el decreto, encomendando su ejecución al canónigo Penitenciario, Doctor D. Manuel María Arjona, a D. José Marchena y al Dr. D. José Garrido, Arcediano de la Catedral, quienes empezaron sus trabajos (1) procediendo al inventario de las alhajas, muebles y bienes del Santo Oficio. Según la liquidación los créditos a su favor importaban 215,868 reales y 6 112 maravedises que ordenó el Comisario Angulo se cobrasen y los ingresara en el Tesoro el administrador de los Bienes Nacionales, juntamente con el importe de seis vales reales. La plata se ordenó que pasase al depósito general; las pinturas que se guardasen, los muebles que se vendieran en pública subasta y los inmuebles que se sacaran también en subasta para su arriendo o venta. La parte más difícil de ejecutar era el destino de los papeles y causas guardadas en el Archivo, pero cumplieron con exquisita prudencia su difícil cometido, las personas encargadas de ello, si juzgamos su proceder con arreglo a las creencias de aquel momento histórico, no quemando todos los papeles como decían unos, ni creando una biblioteca curiosa para la pública diversión y ludibrio de aquel Tribunal, como opinaban otros, lo cual hubiera sido viviendo los Inquisidores, una medida desacertada e impropia de sacerdotes. Los documentos los dividieron en tres clases: Las Causas célebres conducentes para la historia literaria, las cuales se conservaron formando de ellas inventario particular. 2.a Pruebas de limpieza que se guardaron todas como útiles que pueden ser para muchas familias. 3.a Causas ya inútiles que se quemaron con la debida reserva por los mismos empleados del Tribunal. ¡Lástima grande que esta tercera parte se cumpliera con pérdidas irreparables para la historia! El número 119 del Correo Político, correspondiente al 25 de Febrero, daba cuenta en un largo y bien escrito artículo, quizá debido a la pluma de Arjona, entonces redactor del periódico, de la extinción de la Inquisición. Dice así la parte más interesante:{{Cita|«El sabio. decreto de la proscripción de tal Tribunal está ya ejecutado en Córdoba. Se han entregado a las llamas más de dos mil causas de hechiceras, y de otras imputaciones quizá no menos ridículas si se examinan a fondo, y se ha preservado el honor por lo menos de ciento cincuenta personas respetables, a quienes algunos ignorantes o malévolos tendían un lazo que sólo podía prepararse entre los procedimientos tenebrosos de la Inquisición. De libros se han hallados muy pocos, tanto (1) R. Ramírez de Arellano. Ensayo un Catálogo Biográfico de escritores de la Proyinoia y Diócesis de Córdoba. T o II, pág. 71. porque en esta provincia la Inquisición ha producido el efecto de extinAguir las luces más que en otras, como porque se hacían frecuentes quemas »de ellos, siguiendo la Inquisición el plan del Califa Omar en Alejandría.»

»Se han conservado, sin embargo, algunas causas que podrán servir para formar una historia de los extravíos del espíritu humano, como son Alas de algunas célebres hechiceras (como Magdalena de la Cruz, en 1700) que han jurado y perjurado haber tenido comercio prohibido con el diablo, y de algunas beatas ilusas condenadas nada menos que por heresiarcas. Igualmente se han preservado las causas de don Remigio Macúonell,
»Correguidor de Alcaudete, y de don Pedro Ogallar, Catedrático y Cura de Baena: estos dos sujetos fueron absueltos y colmados de honores; Empero si esto prueba la integridad de los jueces, descubre no menos la mala legislación de un tribunal en que costó al primero nueve meses de prisión la declaración de su inocencia, y al segundo más de cuatro años »de confinación, encierros y comparecencias. Prontamente conocerá el público que, tanto este decreto, como otros dirigidos a reformas religiosas, producirán el efecto más saludable, haciendo que la ilustración sea el grande apoyo de la Religión cristiana; que las escuelas catequistas se modelen sobre el método de las antiguas como la de Orígenes en Alejandría; y que, en fin, las Parroquias sean las verdaderas madres de todos los fieles, no equivaliendo, como dice el mismo Fleury, las instrucciones vagas y desunidas de los misioneros y de otros predicadores, a las que con orden fijo, con unanimidad de procedimientos, y con miras desinteresadas, se darán por los párrocos a las ovejas, que ellos conocen y que los conocen. Baste decir que este fué el plan elegido por el gran San Carlos Borromeo, como se ve muy por extenso en las actas de la Iglesia de Milán, donde sólo cuenta para todo con sus Parroquias.



Ya no quedaba más que el recuerdo de tan terrible tribunal, y para que desaparecieran sus últimos vestigios, el Ministro de Negocios eclesiásticos se dirigió al Prelado con fecha 13 de mamo, quejándose de que a pesar de haberse suprimido el Santo Oficio, continuarán puestos en las puertas de las Iglesias los postreros edictos que había dado, y ordenaba que se arrancaran inmediatamente. El pueblo de Córdoba, que si bien había contemplado impasible la abolición de la Inquisición, era fervoroso católico, dió muestra de su entusiasmo religioso en la tarde del 1,° de marzo, formando, un lucidfsimo cortejo de personas de todas clases sociales, al llevar la venerada Imagen de la Virgen de las Angustias, desde el Convento de San Agustín (convertido en Cuartel y la Iglesia en granero), a la parroquia de San Nicolás de la

Villa, a petición del Cura párroco de la misma, Doctor don José Meléndez, que era, además, Catedrático del Real Colegio de la Asunción. El Comisario Regio de quien se solicitó el permiso, no solamente lo concedió con el mayor gusto, según el «Correo Politico», sino que había exigido que la traslación se hiciese con la mayor pompa y solemnidad posible, y añade:
«Al salir la Imagen del Convento rindieron los honores las tropas francesas acuarteladas en él, edificando al pueblo con su ejemplo y haciéndoles ver cuán erróneas habían sido en esta parte las opiniones absurdas que los enemigos del orden habían hecho concebir. Asistió el hermano mayor de la cofradía Don Francisco Salgado, quien, en unión del rector, costearon la función. V para completar esta solemnidad, la presidió el Señor Comisario Regio, aumentando con su presencia y devoción el fervor de los fieles, que se manifestó con repetidos vivas y aclamaciones a la Imagen y al Soberano, confundidos con la música y repique de campanas a la entrada de la Virgen en la iglesia».


Dudamos que la ceremonia se realizara con tanta alegría como describe el «Correo».

Referencias

  1. (1) Tuvo su domicilio en la calle de la Pelota, hoy Muñoz Capilla.

Principales editores del artículo

Valora este artículo

0.0/5 (0 votos)