El Tío de los Pestiños

De Cordobapedia
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El Tío de los Pestiños

En las primeras décadas del siglo XX existió un personaje vendedor ambulante, montaba un sombreo de ala ancha, (llamado también cordobés) de estatura alta y figura delgada, cara morena y carácter serio, pero a la vez amable con los clientes. Su porte denotaba ser un clásico en una época clásica.

El negocio consistía en la venta de pestiños. Los portaba en una canastilla plana de mimbre envueltos en limpio lienzo moreno. Era vecino del barrio del Alcázar Viejo y todas las mañanas llevaba su mercancía por la Judería hasta el centro de la ciudad ofreciendo a los transeúntes el tan delicioso manjar. El importe era de 15 céntimos unidad y tenía la costumbre de que cuando algún cliente cogía uno para comerlo y había engullido medio pestiño le incitaba a la tentación con la siguiente cantinela:

¡Qué buenos están,
no pierdas la ocasión
de comer otro más,
que se va el Tío de los Pestiños
y no volverá quizás más!

Hacía una pausa y terminaba:

¿Anda nena,
no “quiés” otro más?.

Al llegar a la avenida del Gran Capitán la totalidad de la mercancía la vendía entre los socios de los círculos de Labradores y Mercantil que cómodamente estaban sentados en los sillones de la terrazas de ambos casinos.

Se comenta la siguiente anécdota ocurrida con un socio de estos locales.

Un personaje conocido por sus negocios de corredor, al llegar el tío de los pestiños y ofrecerle éstos, se comió uno, luego otro y así hasta que se hartó. El vendedor le dijo: -Me debe seis “gordas”. El negociante contestó: -No te debo nada, pues me los has ofrecido sin pedírtelo, y yo, con sumo gusto he correspondido a tu regalo. En agradecimiento te comunico que están riquísimos. Ante tanta desfachatez el “pestiñero” se le transformó el color del rostro, y a punto estuvo de caérsele la canasta encima del degustador.

El socio cambió de actitud diciendo: -No te pongas nervioso, que todo ha sido una broma, deposita la mercancía en el velador, mira cuantos pestiños hay y me quedo con todos. En ese momento “El Tío de los Pestiños” reaccionó y le cambió el ánimo, sellando con un apretado abrazo el gesto generoso de aquel conocido consumidor. Terminó el acto con las siguientes palabras: -Si no le importa, ahora mismo voy a su casa y le entrego “toa” la mercancía a su mujer”.


Todos estos clásicos vendedores callejeros se perdieron. Llegaron ser una estampa necesaria en una sociedad donde los acomodados eran reclamados por estos personajes que vivían de su generosidad.

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