Latonero

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Jarra lañada
Latonero

Su origen remoto estaba en el arreglo de útiles caseros de latón o cobre. Fue un oficio ambulante que existió hasta la década de los cincuenta del siglo XX. Su cometido consistía en arreglar cacharros de cocina como sartenes, cacerolas, casos o jarros metalizados por precios asequibles a economías débiles.

Reparaban y remozaban los utensilios mediante soldaduras hechas con estaño, que en algunos casos suponía poner una nueva base con material de hojalata.

Sus herramientas de trabajo las llevaban en una arqueta metálica y como medio energético les acompañaba un hornillo portátil alimentado con carbón vegetal, con el que calentaban los soldadores para derretir el estaño.


Botija lañada

Era también muy común que el latonero reparase tinajas, lebrillos, cántaros y cualquier elemento de barro esmaltado, mediante lañado de la grietas producidas en los recipientes. Hacer un lañado suponía un buen nivel profesional, pues tenían que realizar los agujeros en el vidriado mediante un taladro de mano, tipo cordel, que perforaba el barro hasta una profundidad suficiente como para no traspasar el grueso de la pared del elemento a trabajar. Los orificios iban de forma paralela a la grieta uno frente a otro con objeto de introducir lañas de acero una vez dilatadas por el calor que previamente habían ido introducido en el hornillo. Estando al rojo vivo las lañas se colocaban en los agujero y se enfriaban con un trapo mojado. Si quedaba un pequeño hueco entre la laña y la superficie vidriada se rellenaba con un empastado de cemento, que al cuajar se hacía resistente y sellaba la grieta, de esta forma se evitaba el vaciado de líquidos y le daba nueva consistencia al recipiente.

El latonero era un personaje popular por su oficio callejero, ya que tenía un contacto permanente con el vecindario. Solía avisar su paso por las calles mediante una voz fuerte con la cancioncilla:

¡¡Vecina el Latonero!!
Se arreglan casos, cacerolas, sartenes de porcelana, se hacen jarritos de lata.
Se lañan lebrillos, cantaros, palanganas y pucheros de barro.
¡¡ Niña el Latonero !!.


  • Se cuenta la siguiente anécdota de un famoso latonero de Córdoba llamado Moyano.
Al cabo de unos días que Moyano había reparado una cacerola, una vecina del popular barrio de Santa Lorenzo, se lo encontró y el dijo:
Moyano la cacerola que me soldate se sale el agua.
Moyano sin pensarlo dos veces le contesto:
Mujer, las cacerolas son para guisar el cocido con garbazos, así ellos se alimenta de tocino y no dejan salir ni mijita de agua. Ahora, si lo guisas sólo con agua los garbanzos la echan fuera, pues no quieren aguarse.


Este oficio demostraba la escasez de medios económicos con que se vivía en las décadas cuarenta y cincuenta.

Referencias externas


¡Latonero! ¡Se arreglan cacharros de lata y cántaros de porcelanaaa!

Ni siquiera, en su humildad, atrevía a llamarse fontanero. Era simplemente, latonero. Y su actividad no tenía nada que ver con el latón, sino con la propia del material que mejor definía aquel tiempo: la hojalata.

Viajaba con su instrumental a bordo de una achacosa bicicleta. Un hornillo de carbón, una barra de hierro oxidada que hacía las veces de soldador y algo de carbón. Cobraba de acuerdo con el pregón y con la entidad de lo que reparaba: paletas, cazos de cocina, ollas de aluminio o cacerolas desconchadas, aunque la estrella de su labor eran las jofainas o cántaros de porcelana. Porcelanaaa en el pregón que goteaba entre las calles soleadas de primavera.

Si alguna vecina requería sus servicios encendía con primor el anafre, calentaba en las brasas el soldador y derretía con habilidad el estaño, entre humaredas breves y acres. Localizaba el poro, el agujero de aquellos cacharros, cerrando la puerta menestral por la que se escapan el aceite, el agua o el orín infantil.

En el suspenso de la operación había que hacer la prueba de la verdad: llenar de líquido el utensilio y demostrar que todo quedaba en orden. Entonces volvía a su pregón:

¡Latonero! ¡Se arreglan cacharros de lata y cántaros de porcelanaaa!

Creciendo en su engastada orfebrería, el artesano, pura dignidad, terrenal y harapiento, se alejaba buscando un nuevo cacharro, una nueva porcelana, avanzando sólo en la mañana de abril, tenaz viajero de una vocal que se alargaba como su pobreza.

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