Patio de los Naranjos 2 (Rincones de Córdoba con encanto)

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1. La capital
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003)
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Patio de los Naranjos 2 / Fuente de coplas

La Catedral, antigua Mezquita, es una suma de estilos artísticos que los siglos han ido dejando en el primer monumento cordobés. De época barroca es la fuente mayor que hermosea el Patio de los Naranjos, al pie de la torre catedralicia. Según el canónigo e historiador Manuel Nieto Cumplido, la fuente actual se terminó para el día de la Inmaculada de 1741, bajo la dirección del maestro mayor de la Catedral Tomás Jerónimo de Pedrajas, y en fecha reciente, 1997, fue objeto de una benefactora restauración, a cargo del arquitecto Carlos Luca de Tena.

Su privilegiada situación y belleza artística proporcionan a la fuente de Santa María, como así se llama, abundante literatura y algunas leyendas. En 1921 testimoniaba Ricardo de Montis que “mujeres de todos los barrios, aun de los más distantes, acuden continuamente a llenar los ventrudos y limpios cántaros en el cañito de la oliva porque, según una creencia muy generalizada, el agua de éste es distinta y mucho mejor que la de los otros caños”. Efectivamente, aún se aprecia cómo la piedra del poyo contiguo al caño del Olivo es la más desgastada por el roce de los millares de cántaros que durante más de dos siglos de él se abastecieron, como ilustran las amarillentas postales de principios del pasado siglo, en las que aparece una fuente muy concurrida por bellas mujeres morenas que a ella acudían con sus cántaros y entablaban animadas tertulias mientras aguardaban turno. En sus “Horas en Córdoba” el maestro Azorín entra en el Patio de los Naranjos y observa que “cada media hora una moza con un cántaro aparece y lo llena en la fuente; el agua hace un son ronco y precipitado al caer en el cántaro...”

La fuente no sólo da agua, que antaño era “muy delgada, sulfúrea y tan buena como las mejores de Córdoba”; también proporciona inspiración a cantares y poetas. Así, los poderes amorosos que la tradición popular atribuye al caño del Olivo inspiraron a Miguel Salcedo Hierro un pasodoble que se hizo muy popular en los años cuarenta, Cortés Molina, un “calé de rumbo” cautivado por una de aquellas muchachas que acudían a la fuente a por agua, a la que el gitano de ficción le canta apasionadamente: “Yo me estoy quemando vivo / en el fuego de tu cara: /junto al caño del Olivo / deja que beba de tu agua clara”. Más recientemente, el músico Luis Bedmar dedica a la misma fuente una bella composición con aroma de copla popular: “A la fuente del Olivo / madre llévame a beber / a ver si me sale novio / que yo me muero de sed”. Junto al caño se inclina, vencido y sumiso, el centenario olivo que le da nombre, que un rodrigón apuntala para sostener su decrepitud.

Aquellas muchachas con cántaros que muestran las añejas postales en torno a la fuente de Santa María las reemplazan hoy los turistas, signo de los tiempos, que suelen pasar indiferentes junto a ella, o bien se sientan en el borde del pilar para tomarse un respiro o escribir la postal. Cuando aprieta el calor, muchos no resisten la tentación de darse unas refrescantes abluciones, bien distintas a las que practicaban los musulmanes cordobeses en este patio cuando la actual Catedral era Mezquita mayor.

La fuente barroca de Santa María es hermosa y monumental. Lo más sobresaliente son los pilares de labrada piedra que marcan las cuatro esquinas del rectángulo. De la cara interior de los pilares surgen los cuatro caños de bronce que entonan su cuarteto de acuáticas voces, a las que se une el murmullo del marmóreo surtidor central. Es la fuente, en fin, un lujo del Patio de los Naranjos pese a soportar la competencia de tanta monumentalidad como la rodea; fresco oasis benefactor en el que muchos turistas se refugian para recobrar el sosiego perdido con tanto ajetreo.



Referencia

  1. MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba

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