Quaestiones de trinitate

De Cordobapedia
Saltar a: navegación, buscar

Quaestiones de trinitate es un libro anónimo de época árabe, posiblemente del siglo IX.

Historia

La especialista María Jesús Aldana García escribe:

El opúsculo mozárabe titulado Quaestiones de trinitate (Cuestiones sobre la Trinidad) es un tratado anónimo que se conserva en el Cod. Cordobés BC, Cajón 4, n° 6. El primer autor que lo sacó a la luz fue Leclercq. Es asimismo la última obra recogida en la magnífica edición crítica del Prof. Gil Fernández, titulada Corpus Scriptorum Muzarabicorum. El tratado está destinado a explicar fundamentalmente el dogma cristiano de la Santísima Trinidad: a través de los nombres griegos y latinos con los que se designa a Dios, las personas de la Santísima Trinidad y a Cristo, el autor anónimo de este tratado teoriza sobre la esencia divina, sus personas y relaciones mutuas, y sobre la doble naturaleza -humana y divina- de Cristo. En el opúsculo trinitario aparecen dos personajes, de los que no se conoce ningún dato, y que entablan una conversación sobre temas teológicos. Uno de ellos interviene muy poco, ya que se limita a plantear una pregunta de naturaleza metafísica y religiosa a su interlocutor, mientras que éste último desarrolla extensamente una respuesta. Debido a que la obra queda reducida a una concatenación simple de preguntas y respuestas, sin que se presente a los personajes intervinientes, una primera impresión nos impulsa a considerar que se trata de un diálogo teológico, del que se ha perdido su comienzo, es decir, aquella parte de la estructura en que se describe a los personajes que dialogan y el motivo o situación que les lleva a iniciar su conversación sobre temas religiosos. Por otra parte, el tratado doctrinal termina de modo abrupto, cuando el segundo interlocutor concluye una respuesta sobre los nombres que se aplican a la persona divina de Jesucristo. Así pues parece que el opúsculo carece de un final, o situación en que los participantes llegan a una conclusión doctrinal y ponen fin a su conversación con la consiguiente despedida. Puede observarse asimismo que en el tratado no existe debate o discusión teológica en un sentido estricto, ya que no se enfrentan dos puntos de vista diferentes sobre el tema religioso propuesto, la naturaleza y significado teológico de la Santísima Trinidad; así pues este opúsculo se diferencia de las obras de debate o controversia entre un cristiano y un musulmán, que forman parte de la rica tradición de la disputa teológica oriental, con un número significativo de obras dialogadas, en las que se contraponen las diferentes concepciones de ambas religiones'. Más bien estas Indagaciones sobre la Trinidad parecen destinadas a un público exclusivamente cristiano, y concretamente intentan reflejar la conversación entre un alumno cristiano y su maestro. En la misma el discípulo propone una pregunta de tipo religioso o metafísico y el maestro demuestra una extraordinaria concisión y erudición en su respuesta. Así pues, la sencilla estructura del opúsculo, en el que no se desarrolla la confrontación o intercambio de ideas propia de un debate religioso es un indicio de que nos hallamos ante una obra poco elaborada literariamente. En suma, la concatenación simple de preguntas concisas y respuestas amplias nos hace pensar que nos hallamos ante una obrita de difusión escolar o catecismo', destinada al aprendizaje de los discípulos cristianos inscritos en las numerosas escuelas de iglesias y monasterios mozárabes cordobeses, donde destacaban los magisterios ilustres de Esperaindeo, San Eulogio o Albaro, figuras señeras de la élite cultural mozárabe. Sabemos por los testimonios de Albaro y San Eulogio que existían escuelas cristianas en los centros religiosos de Córdoba y su serranía, donde se refugiaban fervorosos mozárabes descontentos con la favorable acogida de la cultura y religión islámicas en la capital del emirato. En estos enclaves cristianos posiblemente circulaban obras de difusión teológica como el diálogo objeto de nuestro estudio y traducción. El tema del tratado versa sobre la explicación de lo que significa para un cristiano el dogma de la Santísima Trinidad. La elección de este tema está plenamente justificada porque, en primer lugar, es de difícil comprensión para la mente humana, y, por esta razón, había despertado desde los primeros siglos del Cristianismo distintas interpretaciones que habían desembocado en frecuentes herejías. En el momento histórico de la dominación islámica en la Córdoba del siglo IX, época en que se escribe este opúsculo, el tema trinitario es objeto de nueva controversia y debate entre cristianos y muslimes, ya que ambas religiones divergen en el dogma de la Trinidad. Como es bien sabido, para los musulmanes Dios es único, no tiene una naturaleza trinitaria, y, por tanto, la coexistencia de ambas religiones, junto a la tendencia por parte de los creyentes de comparar o buscar similitudes teológicas entre las mismas podía provocar que el dogma de la Trinidad se malinterpretase y condujera a nuevas herejías. Por ello en las escuelas cristianas se insistía bastante en el conocimiento del dogma más importante del Cristianismo, el que permite establecer la diferencia teológica con respecto al Islam, de modo que no sería extraño que circulasen tratados acerca de la Trinidad como el presente. Todas las preguntas que se nos ofrecen en el diálogo están relacionadas con los diferentes aspectos que comporta el dogma de la Trinidad: el nombre principal que debe aplicarse a Dios, su naturaleza, su substancia, el concepto de persona tanto humana como divina, los nombres que se aplican a los distintos seres y a las personas divinas, el significado de dichos nombres, y finalmente concluye el tratado con una disquisición acerca de los diferentes nombres que se aplican a Cristo, tanto los que se relacionan con su unidad con el Padre y el Espíritu Santo como los que se aplican exclusivamente a su persona. Esta última pregunta se desarrolla en una respuesta bastante amplia, ya que ocupa casi la mitad del tratado. La extensión textual se justifica porque la existencia de la persona de Jesús es el fundamento de la doctrina cristiana, y esta figura ha sido objeto de frecuente discusión teológica: como sabemos, las religiones judía y musulmana no creen en la naturaleza divina de Cristo, y además, la negación o distinta interpretación de su naturaleza había sido objeto de frecuentes herejías en el mismo seno del Cristianismo. Por ello el autor del opúsculo se ha esforzado fundamentalmente en reunir suficiente documentación para tratar con bastante amplitud el tema de la substancia, naturaleza y denominaciones de Jesús, para que este punto neurálgico de la doctrina cristiana quedase expuesto con claridad diáfana. En la primera respuesta que ofrece el texto queda compendiado el dogma de la Trinidad, ya que defiende el autor, citando a S. Isidoro, que el nombre que designa a Dios en un sentido más estricto es el de Esencia, puesto que Dios existe siempre, en el pasado, presente y futuro. Además esta esencia que es Dios se caracteriza por tener una naturaleza única y tres personas distintas. Sobre estos conceptos que enuncia el autor en las primeras líneas del diálogo va a disertar en el resto del opúsculo: los conceptos de esencia, naturaleza, persona, además de la denominación que a las personas divinas se aplica y el significado que los distintos nombres denotan. En el tratado De trinitate su autor anónimo recurre a las fuentes disponibles para tratar los diversos puntos que conforman el tema teológico de la Trinidad. Entre sus fuentes es innegable la presencia de las Etimologías de San Isidoro, obra de la que el autor de estas Cuestiones toma frecuentes y, a veces, largas y casi literales citas. Esta obra tenía un gran prestigio científico, ya que como afirma Díaz y Díaz , se plantea como "una vasta enciclopedia de todos los saberes antiguos destinada simultáneamente a facilitar una visión científica integral, a partir de los conocimientos lingüísticos". El obispo visigodo Braulio escribe sobre ella lo siguiente, en su Renotatio: "Esta obra, que se acomoda absolutamente a los métodos del más profundo saber, quien la lea íntegra, frecuente y reflexivamente puede asegurarse que no ignorará ningún conocimiento relativo a todo lo divino y a todo lo humano". Dada la amplia difusión y prestigio de que gozaban las Etimologías el autor anónimo de este tratado recurre frecuentemente a ellas. Este trata de dar una explicación que enseñe de modo comprensible lo que significa Dios, el hombre como creación divina en el universo, y fundamentalmente el misterio de la Santísima Trinidad. El autor acude a las Etimologías, porque a través de las definiciones lingüísticas se podía explicar con mayor claridad una realidad metafísica y teológica, difícilmente aprehensible si no se recurría a las fórmulas concentradas del conocimiento que se transmite a través de la etimología. Los nombres son un método pedagógico eficaz, porque a través de ellos se puede aprehender los conceptos, y llegar a entender así las realidades de este mundo y las sobrenaturales. En síntesis, las Quaestiones de trinitate son una obra de catecismo escolar para una comunidad de fieles cristianos. Su autor intenta con fines didácticos explicar en qué consiste el dogma de la Santísima Trinidad, así como la naturaleza y relaciones de las personas divinas, y fundamentalmente la doble esencia o naturaleza de Cristo. Con ello se inserta, en su calidad de obra doctrinal, en una tradición hispánica de controversias y disputas teológicas en torno a la Trinidad y sus interpretaciones heréticas. El complejo concepto trinitario había despertado apasionadas polémicas y luchas teológicas; por ello parece una obsesión de la época explicar de la manera más clara posible el misterio de la fe de la Santísima Trinidad, para evitar así incurrir en los riesgos de errores y herejías. Hemos observado que el autor de las Quaestiones funde textos sagrados y definiciones de los Santos Padres (fundamentalmente de las Etimologías de Isidoro, aunque también cita a San Jerónimo, Fulgencio de Ruspe, Potamio de Lisboa y Junilio). Asimismo está presente el magisterio de los grandes autores mozárabes (en este tratado se encuentra un largo texto de la Epístula VIII de Esperaindeo, contenida en el epistolario de Albaro). La intencionalidad última del autor es expresar conceptos claros y breves sobre el dogma cristiano de la Trinidad, para evitar la malinterpretación herética. El autor realiza efectivamente una fusión de citas, por lo que la originalidad es prácticamente inexistente. No debemos extrañarnos, pues estas Cuestiones son una obra de divulgación teológica, y su autor trata de evitar las opiniones que incurran en el riesgo de interpretaciones no ortodoxas. La obrita es un resumen de definiciones propuestas por los Santos Padres, y sobre todo por San Isidoro, para explicar el complicado concepto teológico, y está realizado quizá con la intención de posibilitar la memorización de los alumnos cristianos. La obra está concebida como repertorio de citas bíblicas y de autores cristianos importantes. Por esta razón tiene un escaso valor literario, o mejor dicho, para el autor del opúsculo es irrelevante la calidad literaria o su aportación personal en el texto que nos presenta. Muy al contrario, lo importante para el escritor de las Cuestiones es delimitar y definir el concepto teológico, a través de las aportaciones de grandes mentes cristianas. Dado que se da prioridad a las ideas, en lugar de a la forma, puede explicarse el descuido en la estructura del tratado, ya que no se marca el principio y el final del mismo, ni se presenta a los personajes dialogantes, y asimismo el hecho de que el opúsculo trinitario quede reducido a una suma de citas. Sin embargo, aunque la obra tiene escaso valor literario, es interesante como documento del contenido de la enseñanza que en las iglesias y cenobios se transmitía a los mozárabes verdaderamente apegados a sus creencias religiosas. Es un documento que denota la gran influencia de los autores visigodos entre los mozárabes, sobre todo de Isidoro, del culto a los textos bíblicos y del prestigio y magisterio que ejercían los grandes pensadores mozárabes, como Albaro o Esperaindeo, en las escuelas cristianas de Córdoba.[1]



TEXTO

PREGUNTA: Así que te pregunto: ¿qué nombre, entre todos los mencionados más arriba, podemos emplear para designar a Dios en un sentido más estricto? RESPUESTA: Entre otros nombres, la latinidad emplea el nombre "esencia", para designar a Dios estrictamente. Pero el Griego emplea "ousía", y, como si dijera, una naturaleza o una esencia, y tres hipostaseis, que en latín viene a significar tres personas". En efecto, lo que nosotros llamamos tres personas, ellos lo llaman tres substancias. Pero la lengua latina, al referirse a Dios, emplea el término esencia, en su sentido estricto; en cambio el término sustancia no lo emplea de manera estricta, sino abusiva", es decir, motivado por nuestro uso. Consiguientemente se utiliza el término "esencia" porque Él no existe ni en el principio ni en el fin, sino que su ser en sentido estricto consiste en existir siempre. Pues aunque su naturaleza inmutable e inefable no acepte que digamos "fue" y "será", sino "es", sin embargo, nuestra utilidad nos lleva a decir "fue", porque no existíamos entonces, en el pasado, y "será" se dice por aquellos que existirán en el futuro.

PREGUNTA: En ese caso te pregunto: ¿Qué es Dios? RESPUESTA: No debes preguntar qué es, sino por qué existe. Pues no es posible comprender qué es Dios, porque Dios es incorpóreo e incomprensible.

PREGUNTA: ¿Qué es la naturaleza? RESPUESTA: Se emplea el término "naturaleza" porque permite nacer a algún ser. Por ello no sólo en Dios, sino también en las criaturas empleamos el nombre "naturaleza", de la misma manera que la palabra "genus" (generación) es palabra derivada de "gignere" (engendrar), nombre que tiene su origen en la tierra, y de la que todo nace y vive. En efecto tierra en griego se dice "Ge", y de ella la palabra genus recibe su nombre. Vive todo lo que nace, porque tiene vida. "Vida debe su denominación al vigor, o tal vez al hecho de tener fuerza (vis) para nacer y crecer; de ahí decimos que los árboles y la hierba tienen vida, porque nacen y crecen". Cuando nombramos a la naturaleza, se indica la propia entidad, no la persona de un ser cualquiera. En efecto, igual que afirmamos que Dios tiene una naturaleza única y, en virtud de sus distintos nombres, tres personas indivisas, podemos afirmar también que todos los ángeles tienen una naturaleza única, aunque se diferencian en que éstos no son inseparables, como la Santísima Trinidad, sino que por el contrario poseen personas y nombres distintos. Igualmente podemos decir que la especie volátil y los peces tienen una única naturaleza, pero apreciamos que, después de su género, pertenecen a diversas especies individuales. Tanto en el Creador como en la humana criatura no podemos reconocer todas estas realidades si desde el principio no hemos empleado una denominación. En efecto el nombre, y no la naturaleza, señala a la persona. Cuando usamos el término "naturaleza", designamos a todos los individuos en general; en cambio cuando nombramos a un individuo lo designamos particularmente: el nombre alude únicamente a la persona de un solo individuo. "Se dice nomen (nombre), que viene a ser lo mismo que notamen (medio de designación), porque mediante el nombre se designa a la persona de un ser cualquiera. Si no conocieras el nombre desde el principio, no hallarías a quien preguntar la noción de las cosas.

PREGUNTA: ¿Qué es la substancia? RESPUESTA: La substancia recibe tal denominación porque "subsiste" en sí misma". Podemos usar el término "substancia" no sólo para designar a Dios, sino también para designar a todas las realidades que hemos mencionado más arriba. Pero cuando usamos la denominación de "una substancia única" pan referirnos a Dios, el nombre no indica su persona, sino su naturaleza, porque se emplean en un sentido estricto los términos de "esencia", "naturaleza" y "substancia", no en un sentido relativo; es substancial y hace referencia a la unidad de la naturaleza, no a las manifestaciones de sus personas. Cuando uso el término "naturaleza", empleo el de "substancia". Pero entre la naturaleza y la substancia hay una diferencia, porque "naturaleza" recibe tal denominación por el hecho de nacer y "substancia" recibe su nombre porque subsiste por su cualidad inherente. Igualmente empleamos el término "substancia" para designar las realidades corporales y visibles, de tal forma que a partir de la substancia podemos entender la substancia visible e invisible de la divinidad y la distancia que existe entre la substancia del Creador y entre la substancia de cada una de las criaturas. Al mismo tiempo debemos cotejar las especies y sus diferencias hasta que, una vez aisladas todas, podamos llegar a lo exclusivo de lo que estamos examinando y a su expresión característica, de tal forma que, sin ningún género de duda, podamos retener su carácter específico. Substancia es, por ejemplo, el hombre. Pero, puesto que una persona existe a partir de dos substancias, por ello posee dos substancias y nueve accidentes, que vienen a sumarse a la misma persona, de forma que la substancia en sí "se entiende propia y principalmente", a la que afectan estas nueve categorías: "cantidad, cualidad, relación, lugar, tiempo, situación, condición, acción y pasión". Cantidad es la medida. Por ella se muestra que algo es grande o pequeño, o largo o corto. La cualidad indica la índole de algo, v. gr., si es orador o campesino, si es negro o blanco. La relación es aquello que pone en conexión una cosa con otra. Así, cuando decimos "hijo" se está también señalando al padre. Estas realidades relativas dan comienzo al mismo tiempo; por un solo nombre puedes reconocer a dos personas. Cuando pronuncias el nombre "maestro", al instante entiendes discípulo; cuando pronuncias el nombre "padre", al punto reconoces al hijo; pues por el padre el hijo recibe su nombre, igual que el padre por el hijo. Estas son las realidades que se llaman relativas. El lugar indica dónde se encuentra una cosa, v. gr. "en el foro", "en la plaza". La palabra "lugar" es empleada igual que la palabra "tiempo", como en la expresión "en un lugar y en un tiempo". El tiempo es, en parte, el movimiento. La palabra movimiento recibe su nombre porque, a través de él, alguien cambia de estado, como v. gr., nacer y morir, crecer y menguar, cambiar a una especie diferente o a un lugar diferente. Y el movimiento de lugar puede tener seis direcciones, es decir: derecha e izquierda, adelante y atrás, arriba y abajo. Estas seis direcciones presentan además dos circunstancias: "lejos y cerca", igual que "hoy y ayer". Por lo demás situación (situs) viene de posición (positio), por ejemplo: "está en pie, sentado o acostado". Condición o hábito deriva de habere (tener), como por ejemplo "tiene ciencia en la mente", "fuerza en el cuerpo" o "un vestido". Acción es, por ejemplo, discutir acerca de una ley o trabajar. Pasión es, v. gr., cuando uno es atormentado, golpeado o detenido en la cárcel. Hasta aquí hemos presentado diez géneros que existen en una única substancia humana. En consecuencia los nueve géneros mencionados no son substancia, ya que por sí mismos no subsisten, sino que se alteran. Por el contrario son accidentes, como el color en el cuerpo, la cultura en el espíritu. Con el paso de los tiempos, estos accidentes llegan a su fin y varían: por ejemplo, cuando vemos a alguien a quien sobrevino la riqueza, y decimos que en otro tiempo era mendigo; igualmente cuando vemos a un pobre, y afirmamos que antes era rico; y si lo vemos con maneras de sabio, y decimos que en otro tiempo era un ignorante. Igualmente, la serie de ejemplos de este estilo son los accidentes que en Dios no varían, porque Él es único, puro e invariable, y posee una sola substancia incorpórea. De entre las criaturas creemos que sólo los ángeles y los hombres poseen una substancia. En cambio las almas de los animales no tienen substancia, porque se acaban con el mismo ciclo vital de la carne.

PREGUNTA: ¿Qué es la persona? RESPUESTA: Si quieres conocer el concepto de persona, indaga en primer lugar su nombre. Pues una persona no indica un nombre, sino que un nombre indica a una persona; por ejemplo, cuando digo "Pedro" y "Juan", por el nombre reconozco a qué persona me refiero. Cuando uso la palabra "hombre", empleo el término en el aspecto natural, porque todos los hombres poseen idéntica naturaleza. Así también cuando utilizo el término "ángel", me refiero a la naturaleza de los ángeles. En cambio, cuando pronuncio el nombre "Miguel", concibo a una persona precisa a través del nombre. Los mismos nombres que se pronuncian distintos me dan a entender por sí mismos la variedad de las personas. Y aunque por naturaleza el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo poseen todo en común, en cambio, por sus diversos poderes divinos, son incomunicables en lo que respecta a sus personas, e inseparablemente cada uno de ellos reivindican para sí mismos sus especificidades. Si consideramos tres hombres, constituyen tres personas y una naturaleza única. La Trinidad es lo mismo: sus personas son separables, porque mengua con cada una de ellas y se acrecienta con las tres. Pues bien, estos tres hombres no pueden constituir una sola persona, aunque posean una única naturaleza, como tampoco un solo hombre, por ejemplo, puede ser llamado individualmente una trinidad, aunque ésta exista naturalmente; en cambio, la Santísima Trinidad es un nombre que designa a un Dios único, y que lo es, porque no en cada una de las personas divinas existe la Trinidad, pero un único Dios es la Trinidad.

PREGUNTA: ¿Qué son los nombres apelativos? RESPUESTA: Se habla de nombres apelativos cuando son comunes y se apoyan en el significado de muchos: por ejemplo, cuando dijimos "Pedro" y "Juan", hemos empleado nombres apelativos, y no relativos, porque designan a una persona individual, y no a otra, mientras que, como más arriba hemos recordado, "señor" es un nombre relativo. Muchos hombres tienen el nombre de su padre, pero éste es para ellos su nombre apelativo. Pero supongamos que tres hombres, concretamente un maestro, un padre y un señor poseen sus nombres, por ejemplo, "Pablo", "Félix" y "Martín". Estos nombres son apelativos, no relativos. En este punto no podemos hacer coincidir que el mismo nombre sea apelativo y relativo; sólo coinciden en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que poseen el mismo nombre apelativo que relativo. Los tres hombres de los que hemos hablado más arriba recibieron en primer lugar de sus padres los nombres apelativos, y después, con el transcurso del tiempo, resultó que uno llegó a ser maestro, el segundo padre, y el tercero, un señor. En la Santísima Trinidad no concurren estas circunstancias, salvo cuando el Padre es Hijo, o cuando el Hijo es Padre y Espíritu Santo. Sin embargo, es evidente la relación del Espíritu Santo, cuando recibe la denominación de "don de Dios". Más claramente se manifiesta la misma relación cuando se toma como referencia el don, no en sí mismo, sino con respecto al donador. Pues, en efecto, es un don del Padre y del Hijo, por lo que ellos pueden mantener recíprocamente una correspondencia en esta relación, cuando empleamos la expresión "don del donador y donador del don", de tal suerte que por donador debemos entender al Padre y al Hijo, de quienes ha surgido el Espíritu Santo, y por don al propio Espíritu Santo que ha surgido; éste ya era un don antes de que fuera donado, porque había surgido de tal suerte que fuera un don. Recibe el nombre de don en virtud de la eternidad, pero desde el punto de vista temporal recibe el nombre de donado. Estos son los nombres apelativos y relativos.

PREGUNTA: ¿Cuál es el nombre principal y el consecuente? RESPUESTA: Ciertamente la esencia divina se da a conocer de dos modos, es decir, principal y consecuentemente. Efectivamente la Sagrada Escritura tiene la costumbre de que unas veces sólo nombra a Dios respecto a su naturaleza, otras veces a la vez a la Trinidad entera, otras sólo a la persona del Padre, otras sólo a la persona del Hijo, alguna vez sólo es nombrado el engendrado por Aquél, alguna vez sólo el Espíritu Santo. Cuando se pronuncia sólo el nombre de Dios, suena éste principalmente, pero lógicamente da a entender a la Trinidad. Alguna vez la Sagrada Escritura nombra principalmente sólo a la persona del Padre. Igualmente, a veces, se designa únicamente a la Unidad principalmente, como por ejemplo en este caso: "Cuando venga el Hijo del Hombre en su Majestad", y consecuentemente se entiende la Deidad. Igualmente la persona del Espíritu Santo se da a entender de dos modos: principalmente, por ejemplo, "Id, bautizad a todas las gentes en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo", y desde el punto de vista lógico, por la gracia que Él mismo dispensa generosamente, que precisamente también se denomina Espíritu Santo, por ejemplo: "recibe el Espíritu Santo". De manera similar se designa al Espíritu Santo por aquellos nombres por los que se da a entender la esencia divina, obra o reunión con las criaturas, y de igual manera se emplean para referirse al Hijo. Pero también las personas del Padre y del Hijo dan a entender consecuentemente al Espíritu Santo, porque los nombres que empleamos para referirnos a éstos, también los entendemos de manera consecuente en la persona del Espíritu Santo, en tanto que cooperadora y consubstancial con ellos. Por todas estas razones, cuando se nombra a Dios consecuentemente debemos concebir a las personas, y cuando se nombra a las personas, debemos concebir lógicamente a un Dios único.

PREGUNTA: ¿Cuáles son los nombres esenciales que conciernen a la unidad de la naturaleza divina? RESPUESTA: "Dios (Deus) o Señor (Dominus), y juntamente Señor Dios (Dominus Deus); Adonay, es decir, Señor (Dominus); Sabaoth, esto es, ejército (exercitum); Eli, es decir, Dios (Deus); Eloim, es decir, Señor (Dominus). Por tanto, todos estos nombres no aluden a ninguna otra cosa salvo a Dios. Sin embargo dos de los distintos nombres se emplean a veces de manera abusiva. ¿"Cuáles", me preguntarás? Dios (Deus) y Señor (Dominus), porque está escrito: "como hay muchos dioses, también hay muchos señores", pues los ángeles y los hombres santos reciben el nombre de dioses. Los restantes seis nombres, en cambio, nunca se emplean si no es para designar a Dios.

PREGUNTA: ¿Qué realidad designan estas palabras acerca de Dios? RESPUESTA: No su esencia, sino la razón de su existencia; pues la esencia divina no puede ser comprendida". Se emplean también algunos otros nombres para designar a Dios con respecto a su substancia, esto es, inmortal, incorruptible, inconmutable, invisible, impasible, único, sumo, bueno, incorpóreo, inmenso, creador, omnipotente. "Por consiguiente estos nombres que se emplean para designar a Dios conciernen a toda la Trinidad". Pues el nombre esencial de Dios no puede saberse, según lo que se dijo por boca de Moisés: "Yo soy quien soy. Quien es me envió". Considera que nadie conoce su nombre auténtico, ni su esencia puede revelarse con mayor plenitud, porque la deidad es invisible; pues todo cuanto es visible no es deseable por largo tiempo, porque puede resultar que lo que tiene apariencia nos sacie pronto, según lo que fue escrito por los Apóstoles: "Señor, muéstranos al Padre y nos bastará", y responde el Señor: "¿tanto tiempo estuvisteis conmigo y no visteis al Padre? Quien me ve, ve también a mi Padre". Dice además el apóstol: "Lo veremos como es, seremos semejantes a Él", no iguales: semejantes en cuanto a eternidad e inmortalidad, porque entre semejanza e igualdad hay una diferencia, de la misma manera que la imagen del hombre es ciertamente semejante al hombre, pero no es igual al hombre. En efecto la substancia de la divinidad de Dios es invisible a los ojos mortales. Afirmamos que existe alguna diferencia entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ciertamente cuando empleamos la palabra diferencia, reconocemos que existe una parte mayor y otra menor, como existe entre un ángel y un hombre, entre un hombre y un rebaño. Así afirmamos que en la Trinidad existe alguna diferencia. Y en efecto en la naturaleza de la Trinidad no hay ninguna diferencia, mientras que en las personas sí existe diferencia. Decimos que existe diferencia al afirmar que uno posee algo que no es lógico atribuirlo a otro. Entre el Hijo que nacía y el Espíritu Santo que surgía hay una diferencia, porque posee el primero lo que no conviene que posea el segundo. Si no hubiera existido ninguna diferencia en sus personas, ni en su naturaleza, parecería que es única su persona como única es su naturaleza. Ciertamente Dios es inefable, es decir, de Él no puede hablarse, de Él ciertamente puede pronunciarse su nombre, pero no puede ser comprendido. Tan grandes fueron las lamentaciones entre los sabios de otros tiempos, que sólo se llegó a la conclusión de la pobreza de la lengua del hombre, hasta que se pudo decir, al menos, que existían tres personas. Si no se hubiera llegado a esta conclusión ni a ninguna otra, en modo alguno se podría creer en la Trinidad. Pero el Padre tiene un Verbo por cuya mediación todo lo ha realizado y lo realiza. Si la voz corporal no existe en el Padre, el Hijo no es el Verbo corporal. Pero si no existe en el Verbo ningún instante del origen, ni existe en el Verbo una división o un rango, ya que si hubiera división en el Verbo, consiguientemente habría muchos Verbos (¡Dios nos libre!); en definitiva, si existieran muchos Verbos, también existirían muchos Hijos. Sin embargo existe un único Verbo, que excluye tanto el rango como también la división. Pero puesto que, en virtud de la naturaleza de su divinidad, no era posible que El se mostrara como un hombre, fue hecho hombre de suerte que apareciera conforme a la naturaleza corporal. Así el Verbo se ha encarnado, de tal modo que no se apartara del corazón del Padre. "Pues de la misma manera que cada uno posee un verbo mientras medita en su alma, que no es conducido al exterior, a no ser que se revista de la voz corpórea, puesto que sólo mediante una voz recibida puede llegar al conocimiento de los otros; pero cuando se muestra la palabra de quien habla, de ningún modo se separa del fondo del alma, sino que sucede admirablemente que todo el pensamiento llegue a los otros mediante el habla y que por entero permanezca espiritualmente en el alma de quien habla: así también el Verbo de Dios Padre, nacido del Padre, ha permanecido en el Padre, de tal suerte que el Verbo entero llegó a nosotros cuando fue concebido en el querido vientre en calidad de Verbo, y por entero ha permanecido en espíritu junto a su Padre.

PREGUNTA: ¿Cuáles son los nombres que se emplean para designar a Cristo, Hijo de Dios, que se extienden hasta la Unidad y los nombres exclusivos que no convienen al Padre ni al Espíritu Santo, sino sólo al propio Hijo hecho carne? RESPUESTA: Ciertamente, puesto que por su doble naturaleza Cristo es Dios y hombre en una única persona, así también de dos modos deben entenderse sus nombres exclusivos: los que se extienden hasta la substancia de la divinidad, los que conciernen a las categorías de su humanidad. Y puesto que todos los nombres en todos los seres sirven para que lleguemos a concebirlos en el intelecto más fácilmente, Cristo toma para sí clases de nombres que designan no sólo al hombre, sino también a los cuadrúpedos, pájaros y reptiles, aguas y estrellas, y a otras realidades inferiores, ya que descubrimos que se le invoca en las Sagradas Escrituras no de un modo único, sino de muchos. Así se le denomina Hijo unigénito de Dios Padre, porque, siendo igual al Padre, asumió el aspecto de esclavo para salvación nuestra. Teniendo esto en cuenta, algunos de sus nombres tienen como origen su substancia divina, en tanto que otros están en razón de la humanidad que asumió. Derivado de crisma se le da el nombre de Cristo, es decir, "el Ungido". Así pues el nombre de "Cristo" no es exclusivo del Salvador, sino que es la designación genérica de quien ostenta el poder. Cuando se dice Cristo Jesús se está empleando el nombre propio del Salvador. Debe entenderse el nombre "Cristo" como sacerdote o profeta; en cambio Jesús es un nombre propio: así, decimos "profeta Isaías" como decimos "Cristo Jesús"; "Mesías" es palabra hebrea que, en griego, se traduce por Cristo, y en latín por "Ungido". Del mismo modo en hebreo se dice "Jesús", y en griego "soter", siendo la traducción latina "sanador" o "salvador". Los nombres que pertenecen a su sustancia de ser divino son el de "Dios" y el de "Señor". Se llama Dios por su unidad substancial con el Padre, y Señor por tener las criaturas bajo su dominio. Y recibe el nombre de "Principio" porque de Él dimanan todas las cosas y antes de Él nada existió o porque nace humilde. Y también es "Fin", porque se dignó a nacer y morir humildemente al final de los tiempos y presidir personalmente el juicio final; o porque cualquier cosa que realizamos a él la referimos; y cuando a Él hayamos llegado, no tendremos un fin que buscar más allá. Es "Boca de Dios", porque es su "palabra". Igual que, en lugar de hablar de palabra que pronuncia una lengua, a menudo nos referimos a tal o cual "lengua", así también en lugar de "palabra de Dios" decimos "boca de Dios", ya que el hombre" está constituido de tal forma que las palabras se forman en su boca. Y le llamamos "Palabra" (Verbum), porque por Él el Padre creó y ordenó todas las cosas. Es "Verdad" porque no engaña, sino que cumple sus promesas. Es "Vida" porque ha creado. Es "Imagen" porque es exactamente igual al Padre. Es "Figura" porque, aun adoptando la forma de esclavo, demostró que poseía en su persona la imagen y la grandeza inmensa de su Padre, como se puso de manifiesto por la semejanza de sus obras y virtudes. Es "Sabiduría" porque es Él quien revela los misterios de la ciencia y los secretos de la sabiduría. Y aunque también el Padre y el Espíritu Santo son sabiduría y poder, luz y claridad, no obstante es al Hijo a quien con más propiedad se aplican estos nombres. Es "Esplendor", porque lo manifiesta . Es "Claridad", porque abre los ojos del corazón para contemplar la verdad. Es "Fuente", por ser origen de todo, o porque sacia a los sedientos. Es también "Alfa y Omega". "Alfa" es una letra griega y ésta es la primera letra en griego. "Omega" es igualmente una letra griega y la lengua griega coloca a ésta en último lugar, porque antes de alfa no existe ninguna letra, y después de omega en griego no hay ninguna letra: de este modo se puede comprender, mediante "a" y "o", que no hay nadie delante del Hijo de Dios; o bien, como la vocal "a" tiene tres antenitas significa que la Trinidad es un Dios único; la vocal "o", por su parte, es redonda y cerrada, y no tiene ni principio ni fin, y ésta misma está situada en latín en medio del alfabeto, de modo que por esta letra se puede entender que nuestro Señor Jesucristo es Mediador de Dios y de todos los hombres. Alfa y omega son igualmente principio y fin. "Él es el "Paráclito", esto es, el abogado, porque intercede por nosotros ante el Padre". "La palabra "Paráclito" es griega, y en latín significa "abogado". Este nombre se aplica tanto al Hijo como al Espíritu Santo, de acuerdo con lo que dice Juan: "Rogaré al Padre y Él os enviará otro Paráclito"". Se le denomina "Intercesor", porque se echó encima la carga de librarnos de nuestras culpas y puso su desvelo en dejarnos limpios de nuestros delitos. Es "Esposo", porque descendió del Cielo y se unió a la Iglesia, para que, gracias al Nuevo Testamento, fuesen dos en una sola carne. Se le llama "Ángel" por el anuncio de su Padre. De ahí que se lea en el Profeta "Ángel del gran consejo", a pesar de que es Dios y Señor de los ángeles. Se le denomina el "Enviado", es decir, el "Apóstol", porque el Verbo hecho carne apareció en este mundo". Por eso dice San Juan "Yo salí del Padre y vine a este mundo". Se le llama "Hombre" porque nació de una mujer. "Profeta" porque nos reveló el futuro. "Pastor", porque es nuestro guardián. Se le llama "Pan", porque es alimento. "Vid" porque con su sangre fuimos redimidos. "Flor" porque es elegido. "Piedra de escándalo", porque mostrándose humilde, con Él tropezaron los hombres incrédulos convirtiéndose en piedra de escándalo como dice el apóstol, "Fue motivo de escándalo para los judíos"". Se le llama también "Fundamento", porque la fe en Él es la más sólida, o tal vez porque sobre Él está fundada la Iglesia Católica. Cristo es el "Cordero" por su inocencia y "Oveja" por su paciencia. "León" por su poder y fortaleza. "Cabrito" por la semejanza entre su carne y el pecado y porque se inmoló por la salvación de los pueblos. "Águila" porque después de su resurrección remontó su vuelo hasta los astros. Y no hay que sorprenderse de que se represente con nombres tan viles a Aquél que descendió hasta la mezquindad de nuestras pasiones y nuestra carne". "Sin embargo los hombres simples y poco inteligentes desconocen el sentido de lo que se ha dicho y se afanan por aplicar al aspecto divino lo que se dijo de su forma de siervo. Y a la inversa, pretenden que las denominaciones que se refieren a su persona divina son nombres de su aspecto y de su substancia de criatura, y caen con ello en un error de fe". "Y, en efecto, creemos que el Hijo de Dios fue crucificado no por la fortaleza de su divinidad, sino por la debilidad de su humanidad; no por el mantenimiento de su propia virtud, sino por la incorporación de la nuestra"". Y todo esto una sola persona y un solo Cristo lo ha hecho. Pero propongamos un ejemplo para que puedas comprender esta realidad a través de un hombre. Imagínate a un sabio filósofo. Como es natural, existe mucha diferencia entre un sabio y un necio, según afirma un pensador: no descubrirás la grandeza de un sabio, como tampoco la de Dios. Existe idéntica diferencia entre un sabio y un necio que entre el que posee la vista y el ciego, o entre la luz y las tinieblas. La necedad no consiste en otra cosa que en la ausencia de capacidad racional. La misma distancia existe entre la una y la otra que entre un sabio santo y un rústico ingenuo. "Y es que la santa rusticidad sólo a sí misma aprovecha, y cuanto edifica a la Iglesia de Cristo según el merecimiento de su vida, tanto la perjudica si no resiste a los que la derriban". Y porque el sabio y el santo obran con santidad, en las Sagradas Escrituras reciben, mediante un símil, el nombre de estrellas. Por ello ambos comparten la semejanza con el cielo. Pero existe tanta diferencia entre un sabio santo y un rústico santo, como entre una estrella y el cielo. Las estrellas, si no se modelan en el cielo, no pueden mantenerse de ninguna manera. Por eso Juan dice en el Apocalipsis: "arrastró tras de sí el dragón su cola y la tercera parte de las estrellas del cielo las arrojó a la tierra". Esto se afirma por aquellos que ciertamente se consideraban justos pero se tenía la certeza de que estaban faltos del conocimiento de la sabiduría. La Escritura es tenebrosa agua entre nubes de niebla, porque oscura es la sabiduría en los profetas. Esta agua no se extrae, a fin de que la tierra se sacie, si no la saca a la luz un sabio. Por eso está escrito: "Despliegas el cielo como una tienda". Se despliega como una tienda el cielo, porque instruye a los profetas a través de la lengua de la carne, cuando ante nuestros ojos el cielo se desenrolla mediante la exposición de las palabras de los sabios. Hasta aquí la diferencia existente entre una sabia santidad y una sencilla rusticidad. Imaginemos ahora a un filósofo sabio, y constatemos hasta qué punto sufrió padecimientos, por ejemplo, a causa de sus enemigos: le escupen y le golpean con puñetazos y bofetadas. Y considera si este género de ultrajes debe imputarle al cuerpo, al alma o a la filosofía. Sin duda afirmarás y asignarás cada uno de los ultrajes a una de estas tres entidades: las pasiones a la carne, las tristezas al espíritu; en cambio, no pueden atribuirse ni la pasión ni la tristeza a la filosofía. Y todo esto un solo hombre y una sola persona lo padecen. Y seguirás afirmando que "el filósofo ha padecido", "el filósofo ha sido crucificado", cuando, no la filosofía, sino el hombre es crucificado. Igualmente debes creer que Cristo, el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre, posee tres substancias en una única persona: Verbo, cuerpo y alma; su carne posee flaqueza y pasión, su alma tristeza, pero su divinidad es impasible. Y decimos "Dios ha padecido", "Dios ha sido crucificado", cuando Dios en su naturaleza no ha podido sufrir. En efecto, dice el Apóstol: "Confesamos a Cristo y que éste ha sido crucificado"". Pues Cristo Dios es un Dios tan valeroso que él mismo es una sola divinidad, así como es tan fuerte que Él mismo es su fortaleza, "ya que Él posee su propio poder y deidad. Dice el Apóstol: "En efecto uno es el mediador de Dios y de los hombres, el hombre Cristo Jesús. No es Dios mediador de Dios, pues único es en la Trinidad, pero al recibir el cuerpo de la Virgen María y al asumir el papel del viejo hombre que había caído por desobediencia, se convirtió en mediador de la carne. La perfección del Padre, esto es, Jesucristo, cuando reclutó a sus apóstoles, según atestigua el evangelista, subió al monte elevado, y se transfiguró como la perfección de la Deidad, he aquí que una nube radiante lo cubrió, una brillante nube mostró en Él la perfección del Padre. Algunos hablan con palabras vanas del modo siguiente: "¿cómo puede existir tres personas en una única substancia?" y hablan de tres virtudes, pero nosotros, por nuestra parte, creemos que existen tres personas en una única virtud, tres denominaciones en el nombre de una única voz del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. De nuevo ellos, al contemplar la virtud y divinidad de la Trinidad, afirman: "como el Emperador, el Prefecto y el Conde, así es la Trinidad". Nosotros lo rechazamos. No confío yo en esta doctrina ni en esta exposición de fe, sino que, mejor aún, la anatemizo. Pues está escrito en los divinos preceptos que se comparan las realidades visibles de este mundo con las invisibles. Propongamos una comparación con el emperador terrenal. El emperador terrenal se compone de tres cosas: persona, púrpura y corona. Si se le quita la corona de su cabeza, César es, no un emperador perfecto. Así también quienes blasfeman del Espíritu Santo no son cristianos. Y si se le quitara la púrpura, es sólo un hombre. No revela su mando, como los judíos, quienes adoran a una única persona. No obstante, nosotros confesamos" que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo constituyen todos juntos, por naturaleza, el poder supremo. Por consiguiente una sola es la substancia del Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ciertamente cuando se pronuncia una palabra, ésta llena el oído de los hombres, y sin embargo no sale ninguna palabra de la boca de quien habla. Permanece en su tesoro, con el que nació su capacidad de habla, y expresa un parecer para llevarlo en su santuario. Sin embargo su lengua en sí mismo se halla, entiende, lee, condena, rechaza, se preocupa, habla, exhorta, pero siempre se halla en su boca, en el palacio del Rey Padre. Así pues, el hecho de que reanime a los muertos, que rompa los obstáculos de la muerte, que avance con sus pies sobre las olas del mar, que empuje con sus pasos el oleaje, que imponga silencio a los vientos, que despierte a Lázaro muerto durante cuatro días, que elimine el calor de las fiebres, que libere las articulaciones del paralítico, que frene las hemorragias de la mujer, que entregue el niño al centurión, que dé órdenes a los demonios, que cure a los endemoniados, que haga correr a los cojos, que transmita las palabras a los mudos, que infunda la capacidad auditiva a los sordos, que devuelva la vista a los ciegos, todo esto es propio de aquél cuya substancia es única: lo que el Hijo hizo, el Padre lo ha cumplido, lo que el Padre quiso, lo realizó su Hijo. El Padre ordenó lo que su Hijo exigió, la voluntad del Padre coincide con la compasión del Hijo. Así pues, el Verbo de Dios, Cristo, es decir, la virtud del Padre ha realizado todas estas cosas. En efecto, el Padre, por su virtud hizo descender a su Hijo a los infiernos y también, por medio de su Hijo y su propia perfección, quebró las férreas cerraduras del Tártaro: con las palabras de su virtud hizo salir a los muertos del fondo del profundo infierno, y el parecer de Cristo, como una lanza de fuego, hizo cautivo al diablo. He aquí una única substancia e invisible majestad, la unidad sempiterna de la indivisa Trinidad, y el Verbo entero consta de tres testigos. En efecto, lo que el Padre ha dicho, el Hijo lo ha proclamado. El Hijo ha hablado, el Padre lo ha cumplido, como un profeta recuerda diciendo: "Una vez habló Dios, estas dos cosas le oí". En efecto, con una única voz el profeta atestigua que escuchó estas dos: la primera es del Padre, la segunda es del Hijo. Esta es una única substancia, como dice David: "Mi lengua es como cálamo de un escriba". Pues, igual que el cálamo es uno y se conduce dividido por la uniformidad de sus dientecillos, y escribe con sus barbas en armonía, así también Cristo en una invisible unión se implica en las obras de su Padre. Dos personas emitieron un único juicio. En el decálogo dos tablillas se escriben con un único parecer. Fin.

Referencias

  1. Cuestiones de Trinidad, en el BRAC, núm. 130, enero-junio 1996, pág. 173.

Principales editores del artículo

Valora este artículo

0.0/5 (0 votos)