Recuerdos de una excursión por la Sierra de Córdoba de Pedro de Madrazo (1850s)

De Cordobapedia
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Crónica del literato literario Pedro de Madrazo aparecida en El Correo de Ultramar en el año 1856[1] sobre una excursión que llevó a cabo el 27 de mayo de ese mismo y que le llevó a recorrer el convento de la Arruzafa, por aquel entonces ya convertido en fonda, las Ermitas, el Monasterio de San Jerónimo y las ruinas de Medina Azahara.

LOS HIJOS DEL YERMO.

Amaneció con celajes el dia 27 de mayo de 1856 en la noble ciudad cuna de los Sénecas, que tantos ilustres varones ha dado al mundo romano antiguo y á la edad media española; y en verdad que mejor hubiera hecho el sol en encapotarse aquella mañana con densos nubarrones para no ver dentro de la famosa colonia, patricia, donde había alumbrado tanta toga pretexta y después tanta gala de andaluza caballería, el cómico espectáculo que le teníamos preparado. Porque se trataba de una expedición á la vecina tierra para visitar las afamadas ermitas del cerro de Nuestra Señora de Belen y hacer por aquellos contornos, tan abundantes en tradiciones de las grandezas islamitas y de la dramática vida mozárabe, algunos reconocimientos que no me atrevo á llamar arqueológicos por no ser tan ambiciosas nuestras miras, y por habernos propuesto sencillamente la satisfacción àe una curiosidad común á todos los viajeros aficionados á la interesante historia del califato. Los que nos habíamos citado para esta expedición, españoles todos, y por consiguiente en todo discordes, presentábamos el conjunto heterogéneo que cualquiera colige de las cinco individualidades de que voy próximamente á dar razón á nuestros lectores. A diferencia de lo que hoy sucede en casi todas las naciones de Europa, donde hay cierta uniformidad general de usos y trajes para la ciudad y para el campo , en que solo se consulta la comodidad y el buen sentido, en España reina en esta materia la mas completa indisciplina, y cada cual se presenta el dia de campo caprichosamente disfrazado, sosteniendo ante los demás de la partida que su traje es el mejor y mas cómodo, aunque se le haya ocurrido vestirse á la usanza de los manolos de Madrid, con el pantalon reventando por el muslo y la rodilla, y con un escrúpulo de chaqueta cuyos bolsillos sin fondo arrojan de sí todo cuanto en ellos se mete. Pero y ase sabe que la discordia es el instintivo de las indomables razas ibéricas.

Éramos, pues, cinco los que componíamos la partida campestre. Dos catalanes, que desde luego habían declarado que por su parte la expedición seria asnal y no ecuestre, dada la imposibilidad de verificarla en coche : el uno, trasplantado de muchos años atrás de las orillas del turbio é impetuoso Llobregat á las del majestuoso y sacro Bétis, se había ya amoldado á la costumbre meridional del marsellés y del calañés de rueda de molino, y aunque los llevaba sin gracia por serles diametralmente opuesta la sosería de sus facciones, de su habla y de su andar, todavía era en él tolerable aquel antiguo ingerto, por habérsele hecho connatural una larga costumbre. El otro, catalán neto, muy poco entendido en los usos de la tierra de María Santísima, chiquito y panzudo, enemigo rabioso de la equitación como denunciadora de la extraordinaria pequeñez de sus piernas, con un gorro griego de terciopelo color de guinda calado bástalas cejas, se disponía á hacer el Sancho Panza, guiando como Dios le diese á entender su paciente borrico. Era muy cerrado de barba y mas aun de puño, y por no destrozarse la ropa buena con el aparejo del jumento, habia resuelto ponerse unos pantalones viejos de paño y una levita de cúbica que, para cuando llegase el caso, llevaba guardada en su cofre desde algunos años ántes de haber engordado. Esta resolución nos fué perjudicial á todos, porque á la hora convenida nos hallábamos impacientes en el punto de reunión, y el buen catalán no parecía; y pasada una media jora, habiendo ido uno de nosotros á buscarle á su posada, se le halló muy apurado , mezclando enérgicas frases de su tierra con "exclamaciones castellanas, sudando y bregando con su levita, por cuyas mangas forradas de sólida percalina no acertaban á abrirse paso sus fornidos brazos. Fué preciso arrancar el forro, operación que el dueño quiso hacer por sí mismo sin dejar tomar parte en ella al impaciente compañero por temor de que se lo rasgase, y vencido ei obstáculo, se encaminó con semblante jovial al panto donde con tanta ansia era esperado.

Otra individualidad era un joven cordobés de pocos anos, mozo bonito, jaquetón y caballista, riguroso observante de los traeres y modas de la tierra en todo lo perteneciente á su persona y cabalgadura, por lo que ostentaban ambos seres, racional y bruto, una lluvia de madroños y caireles en sus respectivos arreos. El caballo que montaba debía ser algún gallardo descendiente de aquel los padres mimados con que el rey Felipe II fomentaba la hermosa casta andaluza en las dehesas de La Regalada, La cuarta individualidad era un literato de la misma ciudad, hombre casado y ya grave, que por caerse á pedazos de puro bueno gastaba los dias de campo la ropita que habia lucido de soltero en el paseo de San Martín, con el aditamento de un sombrero hongo gris flamante. Y era la quinta el que va trazando estas lineas... ¿Qué diré yo de mí mismo? Nadie se retrata bien á sí propio; para encontrar uno su caricatura necesita sorprenderla en un momento impensado, creyéndola al pronto retrato ageno; así como el que escribe no suele descubrir sus defectos sino cuando impremeditadamente se pone á leer una producción suya, juzgándola de otro escritor. Sea suficiente prueba de humildad el revelar que en cierto momento, mirándome al acaso en la sombra que hacíamos marchando uno junto á otro el catalán rechoncho y yo, se me figuró ver al lado de Sancho Panza al mismo Don Quijote en persona : á tal punto me hacían escuálido y ridículo un jacket de Verano que en Madrid me habla hecho confeccionar por Utrilla, pensando dar escándalo de elegancia entre la incauta gente de provincia, y una gorra malhadada que descubrí ser un suplente demasiado perfecto del famoso yelmo de Mambrino.

Pero dejando á un lado estas frivolidades, toda ve que para reunirse en partida de exploración los aficionados á las antigüedades, nunca ha sido obstáculo el vestir bien ó mal y el montar en burro ó á caballo, omitiré los lances mas «ó ménos chistosos á que dieron lugar durante la primera media legua de camino nuestras respectivas cataduras , en particular por el duo que el catalán gordito y yo íbamos haciendo, él por haberse empeñado en llevar la susodicha levita de cúbica, tan estrecha de mangas cuanto amplia de faldamenta, sin tener presente que desde que la estrenó había duplicado el volúmen de su vientre ; yo por causa del sastre, que, al hacerme mi jacket, tampoco se habia acordado de mi excesiva delgadez ; y con ceñírmelo demasiado al largo cuello, dándole exagerada holgura en todo el resto, me tenia convertido en un pollo desplumado. Cesó este frivolo entretenimiento cuando tuvo que desaparecer lo mezquino y risible de nuestras personas ante la espléndida, magnífica y grandiosa perspectiva de la Sierra.

Es esta una alta y fragosa barrera natural que limita por Levante y Septentrión la pintoresca campiña de Córdoba, la abriga y defiende de los ateridos soplos del cierzo, contribuye á hacer su clima templado y benigno, y presenta á la antigua sultana del Guadalquivir como en un soberbio anfiteatro las producciones de todas las zonas. Muy indolente se muestra en verdad la arruinada y adormecida sultana con una naturaleza que tan generosamente le brinda; mas no por eso se cansa esa privilegiada tierra de ofrecer á los modernos y degenerados cordobeses los tesoros, hoy intactos, de su fertilidad prodigiosa. Además de los olivares, naranjales, higuerales, granados, cidras damasquinas y moreras de que se cubren sus laderas aun negligentemente labradas, produce la Sierra, sin que intervenga la mano del hombre, arrayanes, lentiscos, algarrobos, almeyos de dulcísimo fruto, pinos, avellanos, castaños y acebuches.

Fórmanse naturalmente muchos colmenares en las concavidades de sus peñas ; el áspero jabalí, el tímido gamo, el ciervo corredor, el conejo cauteloso, la pintada perdiz, el zorzal viajero, el tordo y el estornino, amigos de los cañaverales, estimulan al cazador á sus gratas fatigas; y los criaderos de plata, oro, cobre, azogue y carbón de piedra que recelan las entrañas de sus montes, debieran servir de incentivo á la actividad del minero codicioso. Pero la fertilidad de ese suelo y la dulzura de ese clima son menospreciadas por sus propios hijos, cuya incalificable desidia consiente que la provincia mas rica y floreciente de la España fenicia, cartaginesa, romana y árabe , se vaya por grados convirtiendo en un infecundo despoblado. En los mismos siglos inmediatos á la época de exterminio y desolación en que se consumó la reconquista por San Fernando, no ofrecía de seguro la Sierra de Córdoba el espectáculo de abandono y pobreza que estaba ahora ofreciendo á nuestros ojos. Entónces, a pesar del malhadado encono con que moros y cristianos hablan alternativamente destruido, arruinado y aun incendiado las poblaciones y tierras de la campiña, según el funesto sistema oriental de bloquear al enemigo haciendo á su alrededor un Inmenso desierto, á pesar de esas reiteradas y bárbaras empresas que yermaban las mas fértiles regiones, la parte montuosa conservaba casi toda su antigua prosperidad. Orlaban las faldas de las montañas blancos caseríos: en sus espaciosos valles asentaban risueñas poblaciones que se mantenían de la industria, del cultivo y del pastoreo; en sus pingües dehesas y cañadas se apacentaban ganados de toda especie; tendíanse por sus anchas lomas los viñedos con sus lagares, los olivares con sus vigas; por sus frescas vegas los edificios conventuales de los mozárabes rodeados de granjas y cortijos; y coronaban sus empinados cerros fuertes castillos y atalayas, centro aquellos del poderío feudal, centinelas avanzadas estas de un Estado robusto y floreciente enclavado en tierra enemiga, único medio entónces conocido de comunicar con rapidez los sucesos prósperos y adversos de la guerra. .Los arroyos y rios que vierte por uno y otro lado la Sierra no llegaban como ahora, sin merma á la llanura : recogíase su precioso caudal en acequias para regar las huertas y vergeles, ó en presas para mover molinos y batanes, ó en balsas para otras industrias. Todo aquello se. fué paulatinamente perdiendo: las encarnizadas lides de cristianos é islamitas invadieron las poblaciones montañesas. ¡Qué de horrores presenciaron las ántes tranquilas all liras de los Montes Marianos!

Luego los inextinguibles odios de religión hicieron de molesto y peligroso vivir lodos los lugares de la Sierra de origen muzlemita. Por último, la desacertada administración de la casa de Austria, esquilmando á los pueblos para sostener descabelladas empresas militares , abrumó á los montañeses de Córdoba con alcabalas y tributos que no bastaban á satisfacer sus ya escasos provechos. Los hombres se empeñaron en empobrecer esa tierra, y la naturaleza recobró sus fuerzas al verse abandonada: borró con sus espontáneos y silvestres productos toda huella de humano cutlvo y trocó en breve las que hablan sido floreciente; granjas y heredades de romanos, moros y cristianos, enmarañadas y peligrosas selvas, solo accesibles á dañinasalimañas. Todavía su peculiar generosidad se muéstra espontáneamente bajo el risueño imperio de la alegre Flora de mavo y junio, contrastando con los honores de la vida salvaje y desordenada, y el viajero artista y el científico encuentran goces inefables en aquel inmenso y variado invernadero natural, donde hay flores de todos colores, que como tazas perfumadas de rubí, de amatista y de topacio, se llenan con el oro líquido del sol meridional y evaporan su fragancia embriagándolos sentidos. El botánico halla preciosas plantas tropicales que los mismos hijos del país desconocen, y el paisista ve descollar sobre el terreno, tapizado de helécho, retama, romero, jara en flor, cantueso, alhucema, tamariz y tomillo, el laurel, el enebro, el madroño, la ladierna, la adelfa, el acebnche, la encina, la coscoja, el chaparro, el arrayan, el alcornoque, el ojaranzo, el lentisco, el higo chumbo y la elegante pita.

Los que dirigían nuestra expedición , que eran el literato cordobés y el catalán Ingerto de andaluz, hablan dispuesto para facilitar y amenizar nuestra subida al cerro de las Ermitas , que tomásemos el camino de la Arrizafa. Así lo hicimos sin mas oposición que la que por su parte manifestaron en algunas ocasiones los dos testarudos asnos de la caravana, y dejando á un tiro de piedra á nuestra Izquierda los desnudos tapiales del suprimido convento, que vino en los últimos siglos á ocupar la célebre casa de recreo de Abderramen, comenzamos el trabajoso ascenso hácla la cumbre de Nuestra Señora de Belen. La Arrízafa que se :descubre toda desde las alturas que la rodean , no ofrece hoy á la ansiosa mirada del anticuarlo, señal ninguna de haber sido lo que las historias arábigas cuentan.- Después de haberse hecho famosa como émula de la Bissafah de Damasco, después de haberla disfrutado los emires como Uña de sus quintas mas deleitosas, fué asolada en el año iOOH, durante las guerras civiles del califato : un siglo después de la reconquista, el rey D. Alfonso XI la hizo patrimonio de la célebre doña Leonor de Guzman; un obispo de Córdoba la adquirió luego para la mitra dando á la favorita en permuta otras tierras; á principios del siglo XV, se estableció en ella un observantisimo y ejemplar convento del órden de San Francisco, convlrtlendo .en páramo de expiación y penitencia el que habia sido lugar de deleites y distracciones ; y de tal es propiamente su aspecto hoy, aunque el convento haya sido suprimido, y mal que" le pese á la desamortización, cuya atrevida varita de virtudes la pasó á las manos profanas de un fondista: La fonda está siempre desierta y cerrada por consiguiente, y el especulador que se imaginaba hacer un gran negocio explotando los recuerdos del plátano de César , de la palma de Abderramen y de los encantados vergeles déla opulenta manceba de D. Alfonso XI, no ha encontrado mas que un desengaño en ese ya para siempre solitario páramo una vez consagrado por el ascetisimo monacal en lugar de retiro y de penitencia. Nada pues existe allí de la voluptuosa grandeza de los califas : la planta plantada por el Ilustre vástago proscrito de los Umeyas, y á la cual dirigía suspirando aquellos sentidos versos.

« Tú también, insigne palma,
eres aquí forastera, » etc.

barrió sin duda con su veneranda cabellera el polvo de la montaña á Impulsos del hacha asoladora de los Bereberes. ¡NI siquiera halló piedad en aquellos bárbaros la Eva de las palmeras de Andalucía ! Los deliciosos y embalsamados jardines de la Ruzafa, adornados con estanques de agua cristalina, amenizados con seductores boscajes de mirto, arrayan y jazmines, también desaparecieron!... ¡Qué hermosa ocasión para los poetas de humor elegiaco, y para los Ingleses románticos y sentimentales, de soltar la. vena deplorando los estragos de la saña del tiempo y de los hombres ! A nosotros no nos era dado detenernos mucho tiempo contemplando el triste cuadro que hoy presenta la Ruzafa y esplayándonos en semejantes reflexiones, porque el cielo que" habla Ido quedando completamente raso, nos enviaba del luminoso zenit rayos de fuego un tanto africano, que no atenuaba velo .alguno de pasajera nubecllla, y urgía llegar cuanto ántes á las Ermitas para tomar bajo su techo hospitalario algun descanso.

Al cabo de dos lloras de subida, durante las cuales los dos calmosos individuos de la raza asnal nos forzaron á hacer paradas Intempestivas, que aprovechamos gozando deliciosos puntos de vista, llegamos felizmente al tope del cerro designado como primer objeto de nuestra expedición. Las últimas revueltas del camino en esta montaña son peligrosas, porque uno de los lados del atajo es constantemente un espantoso despeñadero ; y hubo un momento en que los tres que íbamos delante temimos por causa de aquel abismo que finalizase en sangriento drama la Jornada campestre comenzada en manera de comedia; accidente que todavía me hace erizar el cabello cuando lo recuerdo. Un pobre demente, que fué muchos años ermitaño en el silencioso yermo, se salió de él largo tiempo há, y sin apartarse jamás de aquellos contornos, donde le proporcionan un miserable sustento la caridad de los viandantes y los silvestres productos de la montaña, anda errante por aquellos trochas y barrancos, apareciéndose á veces con su larga barba y cabellera vedijuda y su sayo destrozado á los caminantes desapercibidos, que, no teniendo noticia de su persona, suelen tomarle por un bandido. De este modo se presentó á nuestra vista el ermitaño loco en una de las mas angostas revueltas del camino , saliendo de repente de entre unos matorrales á la vera de la vertiente, y espantándose el caballo que montaba el joven cordobés, dió una huida tan brusca, que le plantó de un bote en el borde mismo del precipicio , girando sobre las piernas y sacando todo el cuerpo fuera como para despeñarse. Afortunadamente el ginete era sereno y buen caballista, y sin el menor aturdimiento obligó con gran presteza al bruto á sostenerse sobre las piernas y completar el giro cayendo de manos sobre terreno firme. A este accidente siguió un rato de terrífico silencio, y aun duraba la palidez en nuestros semblantes, cuándo llamamos á la puerta del santo yermo, dando aviso de la llegada á nuestros morosos compañeros el sonoro tañido de su campanita.

El cerro de Nuestra Señora de Belen con sus humildes y aisladas ermitas habitadas por una congregación de •rígidos anacoretas, es para la Andalucía lo que Monserrat para Cataluña, lo que la Tebaida para el Egipto, lo que el monte Albos para la Rumelia. Sigueu estos anacoretas el tenor de vida prescrito por san Pablo, primer ermitaño, y viven ejemplarmente observando la primitiva regla reformada por el venerable Juan de Dios de san Antonino, cultivando por sus propias manos la tierra de una alta loma que corona el mencionado cerro, teniendo al Mediodía en la llanura la ciudad de Córdoba á una legua escasa de distancia. Este instituto existe en el mundo desde los tiempos de Osio , aunque en Córdoba no se introdujo basta el año de 1309. Fueron los primeros alistados en él en estas regiones unos soldados castellanos, esforzados y valientes, que cansados de padecer trabajos estériles en las dilatadas guerras sobre Algeciras, y desengañados de las vanidades del mundo, desampararon las banderas del rey D. Fernando IV por lo desabrido que estaba con él todo el ejército, y se resolvieron á militar por el reino del cielo ; para lo cual se ocultaron en la aspereza de los montes cordubenses á hacer vida solitaria. Unos habitaban en cuevas, otros en chozas, otros en ermitas que fabricaban. Unos residían en tierra de ribera la alta, en un cerro eminente de difícil subida, cerca del arroyo del Gato, no lejos del rio Guadamellato ilustrado con la sangre de los mártires mozárabes del famoso cenobio armilatense. Otros se situaron en las montañas del Bañuelo , donde aun permanecen arruinadas sus ermitas. Otros ocupaban los montes del Albayda. Mas habiéndose fundado en 1417 el convento de San Francisco de la Ruzafa ó Arrizafa, dícese se juntaron unos y otros ermitaños en sus inmediaciones para gozar delpáfeto espiritual del convento.

La situación de estas ermitas es en sumo grado pintoresca: desde el mirador que hay á su entrada se divisan, á la derecha, y como á la mitad de la vertiente de la montaña, la quinta de la Albayda, antiguo Castillo Blanco, propiedad hoy del conde de Hornachuelos ; mas lejos el castillo de Almodóvar, cuya masa ceniciento descuella confusa en la eminencia dé un cerro entre los vapores que se levantan de la campiña. Hácia la falda del monte que nos servia de atalaya veíamos la Ruzafa, como una Magdalena penitente y desolada despojada de todos sus antiguos -atavíos y encantos. A nuestra izquierda, veíamos descollar en lontananza las últimas cumbres de las sierras de Ronda y de Granada que blanquean perpetuas nieves , miéntras crecen á su falda la caña de azúcar, el algodón y la palmera : á nuestro frente la extensa, llana y verde campiña, cuyos prados de esmeralda corta serpenteando la cinta de azul y piala del Gran Rio ; á la orilla de este majestuosamente asentada la decaída córte de los califas con sus torres moriscas y cristianas , último resto de su antigua grandeza, haciendo fondo al inmenso y variado panorama los azulados picos de las sierras de Gibalbin y de Gaucin, por donde se abre paso la imaginación á otras incomparables llanuras de la antiquísima provincia de los Tartesios, tierra de bienandanza y felicidad perpetuas en los tiempos Homéricos, puesto que el padre de la poesía griega colocó en ella los Campos Elíseos para solaz y recreo de las almas de los bienaventurados.

Vivían en las ermitas en la época de nuestra visita, bajo la protección del señor obispo de Córdoba, diez y siete ermitaños profesos y un solo novicio. Observan riguroso silencio é incomunicación completa entre sí la. mayor parte del día. Reúnense solamente en la capilla, en la lectura que sigue á la misa y en el refectorio. cada cual tiene su celdilla ó mas bien su ermita separada, y hace su almuerzo y cena en su cocina; para la comida hay refectorio en la casa principal. Emplean en el trabajo manual y corporal cinco boras diarias. A las horas de oración, cada cual debe, tocar su campana en oyendo sonar la de la capilla, é incurre en grave falta el que no lo hace. "Visten hábito y escapulario con capilla de paño pardo. Hay casa de novicios separada de las celdas de los profesos, que como hemos dicho están aisladas y diseminadas en toda la extensión del santo yermo. El noviciado dura seis meses. En una de las peñas mas avanzadas de la montaña han labrado los ermitaños para e] obispo un cómodo sillón desde el cual se goza una de las perspectivas mas bellas que. pueden imaginarse.

Exaltada nuestra mente con el recuerdo de la vida monástica de los tiempos de los ilustres mártires mozárabes, cuando al salir de. las ermitas recorríamos aquella fragosa sierra que hoy siguen santificando con su vida ejemplar los humildes hijos del Yermo , al señalarnos con el dedo cualquiera de nuestros complacientes guias alguno de los lugares matizados de ruinas, donde la piadosa tradición ve los devastados solares de los antiguos monasterios benedictinos , creímos muchas veces percibir el tenue tañido de sus modestas campanas entre el blando susurro de las auras y de los arroyuelos con que lloran hoy su soledad aquellas montañas que. casi nos atreveríamos á llamar sagradas. Como si aquellos santos cenobios durasen todavía , como si pudiéramos aun ver por allí la figura del santo sacerdote Eulogio que los edificaba á todos, espiarlo trepando hácia ellos por las mismas trochas y senderos que. nosotros recorríamos, y perderse como una mota negra entre aquellos carrascales y encinares, enseñándonos el camino á todos los monasterios de la Sierra, casinos dolía no poder fijar nuestro albergue entre aquellas montañas de tan magníficos horizontes, é internándonos con la fantasía hasta la horrible soledad y montuosa aspereza donde estuvo edificado el cenobio Armilatense, cuyas ruinas retrata todavía en su impetuoso nacimiento el Guadamellato , dirigíamos a los gloriosos santos formados en sus claustros aquella misma salutación afectuosa de Carlomagno al monje Paulo Diácono:

l!ic celer egrediens, facili mea charla vohilu.
Per syims, colles, valles quoqwe prsepefa eurs« :
Alma Dea cari Benedictí tecla reqvire
Est nam certa quies fessis revientibus illur.
Hic solus hospitibus,piscis, hie pañis abuudaJ.
Lcetus amor, et cultus Christi , sinml ómnibus horis.
Pax pia, meus humilis, pulchra, el concordia fralrmn
Dic patri et sociis cuncíis, sálvete, válete. »
¡ Oh vida dulce y tranquila, exclamaba yo : oh deliciosa
soledad silvestre, morada única en que descansa
con placer el ocupado pensamiento del viajero miéntras
encomienda á tus vagarosas auras, embalsamadas al
contacto del azahar y de. la madreselva, los suspiros que.
le arranca su amada familia ausente!

Con mucha oportunidad vino á sacarme de la melancolía en que dulcemente se había hundido mi pensamiento, nuestra llegada al castillo de la Albayda. Allí nos improvisaron un excelente almuerzo que. nos comunicó nuevas fuerzas para seguir soportando dolorosas impresiones de. recuerdos de los tiempos pasados : vimos en la sombría montaña que sirve de fondo al castillo las ruinas del célebre monasterio Peñamelariense ; vimos la torre de las siete esquinas, el rodadero de los lobos, otros sitios igualmente significativos en la historia de la edad media cordobense; y por fin nos dirigimos hácia el solitario convento de San Gerónimo, á cuyo pié nos esperaba una sorpresa arqueológica de la mayor importancia.


MEDINA AZAHARA

Con toda la fuerza del sol, y no poco fatigada, si bien menos asendereados dé lo que temimos, por algunos breves y deliciosos descansos que hicimos en las encantadoras y embalsamadas umbrías de Vallermoso y Valparaíso, llegamos al famoso convento de San Gerónimo de la Sierra, edidicacion suntuosa del decimoquinto siglo, que, según antiguas memorias, se erigió aprovechando los preciosos materiales de un castillo que habla á la falda de la misma montaña que sirve de respaldo al monasterio.

Donde estaba ese castillo hay una dehesa vulgarmente llamada Córdoba la vieja. El deseo de reconocer las. ruinas que en ella describieron Ambrosio de Morales y otros no ménos juiciosos escritores, nos echó pronto fuera del monasterio seronimiano, donde no hallamos un solo capitel que no hubiera sido reformado por el cincel moderno, y á la media hora de bajada nos encontramos hollando el terreno apetecido.

La dehesa de Córdoba la vieja, que á los ojos del vulgo no es mas que un llano descampado con leves sinuosidades hacia la parte de la Sierra en cuya falda apoya, y donde sobre la viciosa vegetación espontánea propia de aquel delicioso clima descuellan de trecho en trecho algunas encinas é higueras silvestres / se descubre inmediatamente á los ojos del observador atento como vasta ruina de alguna construcción importante, y á los del arqueólogo como precioso depósito de una de las páginas mas interesantes del libro monumental : página lastimosamente despedazada, mas no del todo perdida. Merced á nuestra natural incuria, por regla general deplorable, ahora por excepción beneficiosa, Conservanse hoy las ruinas de Córdoba la vieja próximamente en el estado mismo en que se hallaban á fines del siglo XVI y principios del XVII, cuando nos las describian el cronista de Felipe II y el licenciado Diaz de Ribas, sin saber de cuan noble cadáver hacían la filiación. Algunos preciosos vestigios que ellos vieron han desaparecido; quizás han sido cubiertos por la lenta crecida del terreno. Lo que hoy allí principalmente se advierte es una elevación de forma rectangular y superficie llana , de unos ciento setenta pasos de longitud, con declives por los tres lados de Oriente, Poniente y Mediodía , y por el Norte unida á la Sierra con varios montículos de forma irregular, no de formación natural, sino de escombros, en que fácilmente se hallan trozos de piedras bellamente labradas, lastres de mármol rotos y otros objetos, con solo remover la masa pulverulenta que cubre la yerba. En el centro mismo del límite meridional de la alta planicie que domina la llanura, hay un hueco cubierto de espesa maleza, como indicio de haber existido allí alguna puerta, y desde este punto de la esplanada parte recta al Mediodía por lo bajo de la campiña una especie de calzada que finaliza en un objeto informe de argamasa y manipostería, pié tal vez de algun robusto torreón de entrada. La singular planicie que acabo de describir, obra evidente de los hombres y no de la naturaleza, ¿es un mero terraplén ó es el resultado de un hundimiento que conserva quizá intacta la planta baja de alguna construcción palaciana? ¿Quién podrá hoy saberlo? No faltan allí por cierto reliquias de otras grandes construcciones, y cuando otra cosa no hubiera, bastaría un soberbio ramal de acueducto que sale del costado de Oriente de la indicada plaza en dirección Sudoeste, todo revestido interiormente de durísima costra de betún liso y bruñido como escayola, para persuadirse de la gran probabilidad dé poder exhumar en este paraje muchos tesoros del arte.

Es verdaderamente cosa de admirar que no hayan ántes de ahora conocido nuestros modernos anticuarios qué clase de ruinas eran las que la dehesa de Córdoba la vieja encerraba. Obcecados por el error en que incurrió Ambrosio de Morales, obstinado en ver en aquel campo las reliquias de la Córdoba de Marcelo, dieron todos por supuesto que aquellas ruinas eran romanas ; y al mismo tiempo, noticiosos á medias por las historias árabes puestas nuevamente á la moda, de que habla existido no léjos de Córdoba, en la época mas floreciente del califato, una residencia real de construcción maravillosa, que habla sido la admiración y asombro de los viajeros de todas las naciones, buscaban con afán su huella ya en las orillas del Guadalquivir, ya en otros puntos de la montaña, sin advertir que lo que sin exámen tenian por romano, era cabalmente reliquia del arte árabe-hispano en su mas brillante y esplendorosa manifestación. Nadie se imaginaba que los restos de los palacios mas sorprendentes que vió la España musulmana, estaban sepultados en una dehesa de un mayorazgo de provincia. Y sin embargo, todos los escritores árabes de mas autoridad estaban indicando que la hermosa joya de Abderraman-Annasir yacía perdida y olvidada á tres millas de la ciudad de Córdoba, entre Norte y Poniente, donde está precisamente tendida la dehesa de Córdoba la vieja.

Los fragmentos que allí por mi propia mano recogí son una preciosa confirmación que hace el arte de la veracidad de las noticias geográficas que los árabes nos legaron: cualquier conocedor que los observe se convencerá al punto de que los edificios de que formaron parte solo han podido pertenecer á la época mas próspera del califato cordobés. En ellos están reunidos todos los elementos de la ornamentación mas bella y graciosa que creó el Oriente y regularizó el genio razonador de los pobladores del archipiélago : las postas que remedan las olas de la mar; los meandros ó grecas de listones que se interrumpen y cortan en ángulos rectos; los enlaces ó entrelazos, combinación feliz de líneas rectas y curvas que imitan las trenzas del cabello de la mujer; las palmetós en que con la mayor donosura alternan hojas agudas y hojas obtusas, unas replegadas hácia dentro, otras hácia fuera, imitación del loto asirlo y de las palmas fenicia y tebana; el aconto silvestre, tan parecido á la hoja del punzante cardo ; el tulipán y la flor de loto, graciosa importación del arte de Persépolis, al cual fué comunicado por la arquitectura de Nínive y Babilonia. Capiteles hay por último allí medio enterrados, que podrían sostener la competencia con los capiteles corintios del famoso monumento de Lísécrates, y que están pregonando una restauración del mas puro gusto artístico llevado á cabo en la córte de los Emires andaluces durante los siglos IX y X por el genio de los artífices de Bizancio.

Puedes fácilmente concebir, lector amigo, cual seria mi Júbilo al reconocer de una manera tan inequívoca, confirmada por el testimonio conteste del arte y de las historias arábigas, que el terreno que estaba pisando era el mismo en que habia tenido lugar las escenas mas románticas y novelescas, mas interesantes, mas grandes é importantes, mas memorables é Inauditas de que conservan memoria las tradiciones y los anales del califato andaluz. Comunicado á mis compañeros mi entusiasmo, exceptuado solo el catalán chiquito y gordo, que se dió por satisfecho después de almorzar en la Albayda y se volvió solo á Córdoba caballero en su jumento, nos dimos todos á rebuscar piedras labradas y otros fragmentos que pudieran ofrecer interés, y en ménos de una hora apilamos una considerable porción de ellas, trasladándolas luego á los serones en que otro paciente asno, allí oportunamente aparecido por disposición del literato cordobés, hombre de ingenio singular para esta clase de sorpresas, habla conducido al hasta entonces ignorado teatro de tantas glorias una frugal y sabrosa comida de fiambres, pasteles, frutas y ricos vinos de Jerez y Manzanilla. Recorrimos el campo en todas direcciones, medimos, hicimos conjeturas, tomamos apuntes, formamos nuestro plan de restauración mas probable , recordamos las descripciones de los anticuarios que nos hablan precedido sin saber lo que analizaban, disputamos, charlamos mucho, hicimos grande ejercicio, y por último rendidos y llenos de fé en los resultados de nuestro descubrimiento, nos acomodamos lo mejor que pudimos sobre la verde alfombra de una pradera vecina en torno del blanco mantel tendido en la yerba y repentinamente cubierto de apetitosos manjares. Allí "fué el referir yo á mis amables comensales la historia de la fundación de la maravillosa Medina-Azzahra, tal como en diversas leyendas arábigas la he aprendido : historia sabrosa que recopilaré aquí lo mas fielmente que pueda para solaz é instrucción de mis lectores.

El grande y generoso Abderraman-Annasir tenia una concubina que dejó al morir una inmensa riqueza, y el califa dispuso que se emplease toda en redimir muzlimes cautivos. Cuéntase que en cumplimiento de este mandato se enviaron pesquisidores á los dominios cristianos, y regresaron á Córdoba sin haber encontrado en las cárceles de A franc un solo islamita. Dió gracias Annasir al Todopoderoso por la señalada merced que esta grata noticia le habla revelado, y estaba un día pensando qué uso haria de aquel tesoro, cuando se le presentó la hermosa Azzahra, á quien amaba con ternura, y le dijo : «¿Porqué no edificas con ese dinero una ciudad para mí , y que lleve mí nombre?» Y Annasir que aventajaba á sus lustres predecesores en magnanimidad y gusto artístico, empezó á edificar desde luego á la falda del monte de la novia [giebal al-a,rús), que es ese mismo monte en cuya vertiente apoya la alta esplanada de Córdoba la vieja, á unas tres millas de distancia al Noroeste de la ciudad, el soberbio palacio que, unido luego á la población paulatinamente formada á su alrededor, tomó el nombre de la esclava predilecta y se llamó la ciudad de Azzahra [Medina-Azzahra)'. Redujéronse al principio las obras á edificar una elegante casa de recreo para la amada del califa, pero este se prendó tanto del nuevo edificio y de su deliciosa situación , que pronto lo convirtió en vasto alcázar, donde empezó á residir con su familia y mujeres, colocando en desahogadas dependencias toda su servidumbre v guardia. Era este alcázar de piedra, mármoles v jaspes, de hermosa traza, y por dentro espléndidamente decorado ; y la imágen de la esclava, esculpida de relieve en oro, lucia con infracción del precepto coránico sobre la puerta principal. Hay muchos motivos para, creer que en esta época tan brillante del califato se quebrantaba muy á menudo la prohibición de aplicar las artes plásticas á la representación de séres animados.

Cuentan también que cuando Azzahra se vió por primera vez sentada junto á su glorioso dueño en uno de los salones de aquella especie de palacio encantado, estuvo largo tiempo recostada en un ajimez contemplando embebecida la bella perspectiva que se ofrecia á su vista, é hiriendo de repente su imaginación el contraste que presentaba la blancura y alegría de las nuevas construcciones con el sombrío cerro que les servía de fondo, exclamó: «Mira cuan linda parece esa doncella en brazos de ese etíope.» Oído lo cual, mandó al instante Annasir que se allanase la montaña, si bien, convencido luego de que esta empresa era superior á todo humano poder, revocó sus órdenes y dispuso que se talasen sus pinares y encinas, y se plantasen en su lugar almendros, higueras y otros árboles de ménos tosca sombra y mas risueño aspecto.

Encomendó Annasir la construcción de los palacios de Azzahra al arquitecto mas afamado que habla á la sazón en Constantinopla, emporio de las artes en aquel tiempo. Distribuyóse la obra en tres partes ó secciones. La que apoyaba"en la montaña para los alcázares del califa, en los cuales se alojaron además del dueño seis mil trescientas mujeres, entre concubinas de mayor ó menor categoria,criadas y sirvientes, y donde habla para las mismas trescientos baños. La "inmediata al Mediodía para las viviendas de su servidumbre , eunucos y guardias : comprendía 400 casas : los pajes y esclavos que inantenia el sultán en ellas eran 3750, los eunucos y guardias 12,000, magníficamente vestidos, con espadas y cinturones dorados. A los pajes se pasaban diariamente 13,000 libras de carne , sin contar las gallinas, perdices y otra volatería, además de muchas especies de pescados. La tercera sección y mas desviada de la montaña, era para jardines y huertas que dominaban los alcázares.

Ocupáronse en estas grandes obras , desde el año 32) de la Egira (A.-D. 936-7), por espacio de muchos años, el mismo Abderraman en persona, su hijo Al-hakem, varios arquitectos y doce artífices cristianos de grande habilidad : v haMá además tres hombres entendidos comisionados para traer mármoles de Africa, á quienes pagaba Annasir 10 dinares de oro por cada trozo o fuste de mármol, grande ó pequeño, puesto en Córdoba. Era tan grande el placer que. el califa experimentaba en dirigir por sí mismo las construcciones, que entregado á su pasión de lleno, llegó en una ocasión á faltar tres viérnes consecutivos á la azala de la mezquita mayor, y al. presentarse el cuarto viérnes, el austero teólogo Mundhirbeii-Said, que predicaba aquel dia, aludió á él en su plática, y delante de todo el gentío le amenazó con el fuego del infierno.

Entraron en los palacios de Azzahra mas de 4,300 columnas, traídas algunas de Roma, 19 de Narbona, 140 regaladas por el emperador griego, 1 ,013 de mármol verde y rosa de Cartagena de Africa, Túnez y otras playas de allende de el Estrecho; las demás sacadas de las canteras de Andalucía. El gasto ascendió anualmente á 300,000 dinares durante el reinado de Annasir, y habiéndose formado el cómputo del costo total en los 2.'; años transcurridos desde el 325 al 350 en que murió el califa, resultó haber gastado en aquellos palacios 7 millones y medio de dinares ó pesantes de oro. Hoy todas estas cosas nos parecen exageraciones de los historiadores, porque vivimos muy distantes de las grandes monarquías del Orlente, de las cuales fueron los califatos de Bagdad y de Córdoba los últimos remedos.

Seria tarea interminable el referir una por una las bellezas que el arte y la naturaleza de consuno aglomeraron en el delicioso recinto de Azzahra, en ese mismo recinto descampado y desnudo que hoy sirve de pasto á las toradas del marques de Guadaleazar, y donde el dia 27 de mayo del año 1853 cuatro amigos curiosos, sin mas testigos que un burrero, tres caballos, dos jumentos y los pájaros y animaluchos de la comarca, alucinados por una falsa esperanza, de esas que no se realizan jamás en los países que vegetan en el fango del positivismo, brindábamos entusiasmados á la restauración de la reaparecida perla de la civilización arábigo-hispana.

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  1. El Correo de Ultramar : Parte literaria é ilustrada reunidas Tomo VII Año 15 Número 157 - 1856. París

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