"Carlillos el Pintor" y Montesinos (Notas cordobesas)

De Cordobapedia
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Entre los tipos que lograron hacerse populares en Córdoba por su ingenio, por su gracia, por sus excentricidades ó travesuras, merecen ocupar un puesto preferente Carlitos el pintor y Montesinos.

Era el primero lo que se llama un hombre de buen humor, ocurrentísimo, que había tomado la vida á broma y procuraba pasarla lo más divertidamente posible, aunque fuera á costa del prójimo.

Y á pesar de su condición de humilde obrero, pues ejercía el oficio de pintor de los llamados de brocha gorda, contaba, merced á su carácter, con la amistad de las personas de más prestigio que había en su tiempo en nuestra población, y alternaba con ellas en juergas y reuniones.

Como que él constituía el principal elemento de tales juergas e iniciaba todas las aventuras y trastadas que ponían en práctica sus compañeros de correrías, muchas de las cuales se hicieron celebres y han dado renombre á Carlillos el pintor.

Las principales víctimas de sus ocurrencias eran los boticarios, sin duda porque en la época á que se refieren estas notas había varios en nuestra población á quienes los años y los padecimientos dotaron de un carácter brusco y de un humor de todos los diablos.

Uno de aquellos habitaba en la calle de San Pablo; el piso de su farmacia estaba bastante más bajo que el de la vía pública y Carlillos, aprovechando esta circunstancia, decidióse á jugarle una mala pasada que no se le olvidaría en mucho tiempo al pobre anciano.

Una noche crudísima del mes de Enero enchufló una tripa de vaca, á guisa de manga de riego, en el caño de la fuente de la plaza del Salvador, que entonces hallábase en lugar distinto del que ocupa hoy, introdujo el otro extremo por una ventana de la botica, rompiendo un cristal con mucho cuidado para producir el menor ruido posible y dejó que cayera el agua durante largo tiempo.

Cuando la habitación estaba convertida en una alberca, quitó la improvisada manga, llamó insistentemente á la puerta hasta conseguir que el farmaéutico se asomase á un balcón y entonces, afectando un pesar muy grande y con súplicas y ruegos capaces de ablandar á una piedra, le pidió que le preparase un medicamento para su pobre mujer que estaba casi en la agonía.

Bajó, en efecto, el anciano y estuvo á punto de ahogarse al penetrar en la botica; tal era la cantidad de agua que había en ella.

A otro boticario que tampoco se distinguía por su buen genio, borróle una noche el rótulo de la muestra de su establecimiento, sustituyendo la palabra farmacia por la de casa de comidas, y al día siguiente mandóle dos ó tres mozos de cordel para que les sirviera un almuerzo.

Los lectores supondrán el recibimiento que tendrían aquellos infelices.

Un pobre zapatero que trabajaba en un portal de la calle Mesón del Sol había sustituido con un papel, para resguardarse del viento, un cristal que le faltaba á la puerta.

Cada vez que Carlillos el pintor pasaba por allí, y pasaba con gran frecuencia, introducía la cabeza por el papel, haciéndolo pedazos, para dar los buenos días ó las buenas tardes al maestro y obligarle á pegar otro periódico.

El zapatero contó lo que le ocurría al alcalde de barrio, hombre formal, enemigo de bromas y que había tomad muy en serio su cargo.

Indignóse aquel y prometió al maestro de obra prima apelar á los fueros de la autoridad para impedir las mofas del pintor.

Llamó á Carlillos y, efectivamente, este no acudió al llamamiento; volvió á citarle, ya con amenazas, y entonces se le presentó muy correcto y sumiso.

El alcalde de barrio, con una gravedad que infundía risa, le espetó una serie de reconvenciones que no tenía fin.

Oyólas atento nuestro hombre y cuando hubo terminado el discurso esclamó: ya sabía yo que me llamaba usted para alguna tontería.

Vivía en Córdoba un medico, trasnochador y bebedor incorregible, que diariamente llegaba á su domicilio á las altas horas de la madrugada y no muy sereno por efecto del alcohol.

Carlillos tuvo una idea diabólica, como suya, y acto seguido la puso en práctica.

Buscó dos amigos albañiles y una noche los tres, provistos de yeso y ladrillos, encamináronse á la casa del médico.

El pintor se encargó de entretener al sereno y mientras tanto los albañiles construyeron un tabique delante de la puerta de referida casa, enluciéndolo á fin de que pareciera la continuación de la pared.

Realizada su obra se marcharon tranquilamente.

Llegó el doctor y su asombro no tuvo límmites al ver que había desaparecido la puerta. ¿Sería aquello un sueño, una pesadilla terrible? Lleno de dudas espantosas pasó el resto de la noche, dando vueltas por la calle, hasta que la claridad del día le puso al descubierto la broma

No sabemos si, á pesar de la lección, siguió trasnochando y embriagándose.

Carlillos era una de las primeras máscaras que aparecían en nuestras talles todos los Carnavales y la primera también que daba con sus huesos en el Galápago, antiguo arresto al que ha sustituido la Higuerilla.

Suponga el lector que no llegara á conocerle las hazañas que realizaría durante las fiestas del dios de la locura.

Montesinos se propuso lo que el pueblo expresa con una frase gráfica como casi todas las suyas: vivir sobre el país y hay que confesar que lo consiguió.

Ni consejos, ni castigos de su padre, un honradísimo panadero cordobés, lograron que se dedicara á un oficio, á una ocupación cualquiera, él decía que el trabajo se había inventado para las bestias y la diversión para los hombres y fundándose en esta máxima jamás pensó en otra cosa que en divertirse.

¿Que no tenía ropa? Pues se ponía la de cualquiera de sus hermanos, ó la levita y el sombrero de copa que usaba su padre en las grandes fiestas.

Por esto solía decir á sus amigos con la mayor tranquilidad del mundo: lo que siento es que se van casando todos mi hermanos y marchándose de mi casa y el día menos pensado voy á tener que salir á la calle con los hábitos del cura, (uno de ellos era presbítero) que es el único que no se marchará.

Gran aficionado á francachelas, cada vez que sus amigos organizaban alguna, excitábanle para que se apoderara de un par de gallinas del bien provisto corral de la tahona de sus padres y él accedía gustoso á la petición, pero tanto se repitieron las sustracciones de aves que al fin acabó con todas.

-Es menester que esta noche te traigas una gallina- dijéronle varios de sus camaradas en cierta ocasión –porque preparamos una gran fiesta.

-Imposible, contestó Montesinos; ya no queda más que el gallo.

-Pues tráetelo; lo mismo dá.

-Eso resulta más imposible todavía; el gallo es el reloj despertador de mi padre y si no lo oyera cantar al punto notaría su falta.

Siguieron á este diálogo razonamientos que ignoramos, pero que debieron ser poderosísimos pues al fin lograron decidir á nuestro hombre á apoderarse del gallo.

Y aquella noche hubo la gran juerga.

Montesinos, que imitaba con rara habilidad el canto de muchas aves, tuvo desde entonces gran cuidado de sustituir al gallo en la tarea de despertar al dueño de la tahona á una hora determinada, para que no advirtiese la falta del animalito.

Un día quedóse dormido y no pudo cumplir la misión que se había impuesto.

¿Qué le habrá ocurrido al gallo -preguntó el padre de Montesinos al levantarse- que hoy no ha cantado á la hora de costumbre?, y el hijo le contestó con gran naturalidad: no se preocupe usted por eso; es que se habrá quitado de flamenco.

Montesinos tenía el afán de la notoriedad y no desperdiciaba ocasión para conseguirla.

El se exhibió en el circo de Díaz, donde lo presentó el famoso clown. Tony Grice, para lucir su habilidad de imitador de pájaros y otros animales; él tomó parte en las experiencias de hipnotismo que realizaba en el Gran Teatro el celebre Honofroff y, por último, dedicóse al toreo, arte en el que obtuvo sus mayores triunfos.

Salió dos ó tres veces á la plaza para tomar parte en corridas de novillos y apenas se le acercaba el toro arrojábase al suelo y se fingía lesionado para poder abandonar la arena.

El público, siempre numeroso cuando se anunciaba que torearía Montesinos, obsequiábale con ovaciones ensordecedoras.

En vista de tales éxitos se le ocurrió una idea peregrina; organizar una novillada en la que él actuaría de empresario, de único matador y hasta de expendedor de los billetes, pues dedicóse á colocar las localidades entre sus amigos y conocidos.

Cuando había vendido gran parte de ellas fijó el día de la corrida.

La víspera expuso un retrato suyo, vestido con traje de luces, obra del malogrado pintor Rafael Romero, en el escaparate de un establecimiento de la Cuesta de Luján y aquella noche llevó una murga para que tocase ante él.

Todos estos reclamos produjeron el efecto apetecido: la plata se puso de bote en bote.

Llegó la hora de empezar la fiesta; el Presidente ocupó su palco; á los acordes de una alegre marcha salió la cuadrilla, una cuadrilla originalísima, capitaneada por Montesinos; el clarín hizo la señal para abrir los toriles y aquí vino lo bueno; nuestro héroe se dió una palmada en la frente y exclamó entre iracundo y compungido: ahora caigo en que se me ha olvidado comprar los toros.

No es necesario decir que el olvido le costó algunos meses de prisión.

Cuando salió de la cárcel varias personas de buen humor cortáronle la coleta y él, presa de gran indignación, denunció el hecho al juzgado.

Citáronle á declarar y como el juez le dijera: pero hombre ¿y usted por que permitió que se la cortaran?, el torero mutilado contestó con gran aplomo: si á usia lo cojen tres hombres como me cogieron á mí y le sujetan del modo que me sujetaron no le cortan la coleta sino que le arrancan hasta el pellejo.

La contestación no debió satisfacer á la autoridad judicial porque absolvió á los autores de la broma.

Y aquel día concluyó la vida pública de Montesinos.

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