Benito El pescador

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Benito el pescador


Una afición que siempre tuvo gran aceptación en la ciudad fue de ser pescador en la ribera del río Guadalquivir. Uno de estos hombres que representaba a este paciente entretenimiento estaba en Benito Mayuet nacido en el barrio de Santa Marina, de mediana edad y ferroviario de principio de los años cuarenta, andaba con una pata de palo al haber perdió una pierna en un accidente producido en la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces, ésta misma le dejó una modesta pensión mediante la cual casi no sobrevivía.

Benito era uno de esos hombres que sabía recluirse en la pesca y poder saborear sus reflexiones personales al ser todo un filósofo de la vida, pues sus manifestaciones y refranes así lo demostraban.

Solía decir: -Mire todo el mundo no puede ser pescador, para ello hay que tener el temperamento de huir de la ciudad y de su asfixiante orden social. Yo me retiro a este milenario Betis y me evito de gastar dinero inútilmente en la taberna y de entrar en polémicas con “besugos” que no tienen ni idea de las profundidades de la vida. Y seguía hablando: “en boca callada no entran moscas,” y “a buen entendedor sobran palabras” Creo que la vida hay que vivirla con parsimonia, prudencia y paciencia, para ser feliz hay que cultivar estos dones y la pesca lo facilita, pues sobre todo, “La paciencia es un don tan preciado como escaso”. Y por otro lado en mí no se da el dicho de: “a río revuelto ganancia de pescadores”, yo me conformo con lo que tengo.

Continuaba exponiendo: El accidente me hizo meditar mucho y comprender que lo “mejor no está reñido con lo modesto”, y que para vivir con cierto bienestar es necesario suprimir vicios y ambiciones innecesarias. Y terminaba con este pensamiento: -La compresión de los problemas de la vida, son cosas que dimanan del hombre que sabe constreñir sus apetitos y conformarse con su destino, buscado por caminos llanos y procedimientos honrados, la norma o conducta de su vida social.


Con estas y otras reflexiones quijotescas de calado pasaba su vida Benito. Echaba una y otra vez la caña, esperando pacientemente que algún pececillo picara al engaño, de esta forma, consumía su tiempo haciendo suyas estas meditaciones que satisfacían su interior, sin recurrir a formas y conceptos sociales que perturbaran su tan buscada paz a orillas del Guadalquivir.

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