Cabra -2 (Rincones de Córdoba con encanto)

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Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003)
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Cabra / Agua clara que canta

Parafraseando a Manuel Machado, aquella “agua oculta que llora” en Granada se hace agua oculta que canta en la Fuente del Río. Un paraje incomparable, a escasa distancia de Cabra, que cautiva los cinco sentidos del viajero. Los ojos se enredan en la espesa vegetación, acaricia los oídos el persistente murmullo del agua naciente, refresca la boca el hilo cristalino del surtidor, se embriaga el olfato con aromas trenzados de naranjo y de melia, y acarician los dedos con veneración los rugosos troncos de los viejos árboles.

He aquí un paraje natural embellecido y mimado por el hombre, que concentra la belleza, al que hay que ir predispuesto a dejarse envolver por los encantos que desprende. Aquí no está permitida la prisa, pues no basta simplemente con mirar; hay que dejarse envolver, pasivamente, por la magia seductora que emana del lugar.

Habrá quien se extasíe en la contemplación de la arboleda que acuna con sus frescas sombras los esponsales de la roca y el agua. Sorprenden entre ellos los centenarios álamos blancos de inabarcables troncos, las acacias de verdor fresco y transparente si las inflama el sol a contraluz, las acicaladas palmeras abanicando el cielo son su penacho oriental, los viejos naranjos que flanquean el canal y depositan en su cauce las frutas desprendidas, en fin, las sóforas, las robinias, el laurel, los prunos, las adelfas, los melancólicos sauces llorones o los afilados cipreses coronando la rocosa pared, por cuya meseta superior silbaba antaño el añorado ‘tren del aceite’.

Asiste el viajero en este paraje al infrecuente espectáculo de ver nacer un río, el río Cabra, que brota fresco y tembloroso a los pies de la pared rocosa para formar un lago cristalino, y enseguida se transforma en impetuosa corriente, que ruge con gravedad en los tramos subterráneos y desmelena sus plateados cabellos cuando se desploma sobre el canal, multiplicándose en surtidores y cascadas.

En medio de la pared caliza se abre una oscura oquedad, habitada por la radiante blancura de una imagen toscamente esculpida en piedra. Un escarpado caminito labrado en la roca permita subir hasta la gruta a los viajeros más jóvenes o audaces. “Viva la Virgen de la Sierra”, reza en su pedestal. Es como la embajadora en tierra de la imagen de vestir que se venera más arriba, a 1.217 metros de altitud, en la blanca ermita que corona el Picacho. En torno a la gruta tapizan la roca las trepadoras yedras, brotan los lirios en las rendijas, crecen a sus pies las higueras silvestres.

Juan Valera, que tantos rasgos de Cabra reflejó en sus obras, habla, cómo no, de la incomparable Fuente del Río en El comendador Mendoza. “En mitad de un bosque de encinas y olivos, que pone término a las huertas, se alza un monte escarpado, formado de riscos y peñascos enormes, que parecen como suspendidos en el aire, amenazando derrumbarse a cada momento”. Ya entonces, como ahora el viajero, se sintió fascinado por el nacimiento del río: “El agua que mana de entre las peñas cae con grato estruendo en un estanque natural, cuyo suelo está sembrado de blanquísimas y redondas piedrezuelas. Por aquel estanque se extiende mansa el agua, creando y desvaneciendo de continuo círculos fugaces; mas, a pesar de los círculos, son las ondas de tal transparencia, que al través de ellas se ve el fondo, aunque está a más de vara y media de profundidad, y en él pueden contarse las guijas todas”. Como si no hubiera pasado el tiempo, tal espectáculo natural pervive hoy, y así parece dispuesto a seguir, por los siglos de los siglos, sin peligro de agotarse.

Mima Cabra su Fuente del Río, no es para menos, embellecida ahora con la restauración reciente de las protectoras barandillas y los puentecillos de fábula, jalonados de pilarillos rematados por blancos pináculos, que sobrevuelan el canal principal.

En convivencia con estos renovados elementos perduran los viejos merenderos de siempre, poyos y mesas de robusta piedra que buscan el discreto amparo de rincones umbrosos, donde las parejas jóvenes trenzan su idilio o las familias desenvuelven los bocadillos. Pero hay también un bar y restaurante que despliega sus mesas bajo tan incomparable toldo vegetal y atiende a los viajeros con agrado.

Las copas de la arboleda tejen un umbroso toldo vegetal que unido al persistente murmullo del agua crean un fresco clima natural, ideal para combatir el calor de la canícula. Esto es vida.



Referencia

  1. MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba

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