Lucena -1 (Rincones de Córdoba con encanto)
Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003) [1]
Lucena / La vida se remansa ante San Mateo
La Plaza Nueva de Lucena es un espacioso rectángulo que discurre entre la fachada amarillenta de la parroquia de San Mateo y la fachada blanca del Ayuntamiento nuevo, dos hileras de arcos superpuestos, en cuyas ventanas de cristal se refleja la iglesia mayor, entablándose así, a través del tiempo, el diálogo entre dos edificios separados por cuatro siglos. El pasado y el presente se anudan en una plaza hermosa e intemporal.
La joya de la plaza es la parroquia mayor. Ahora por mayo registra un incesante goteo de devotos, que acuden a postrarse ante la Virgen de Araceli, de visita anual bajo rojo dosel arropado por flores. Resplandece la imagen vestida de blanco ante el soberbio retablo renacentista de Jerónimo Hernández y Juan Bautista Vázquez el Viejo, que narra como un cómic de madera policromada los episodios más sobresalientes de la vida de Jesús, desde la Anunciación a la Resurrección. Es hermoso el templo gótico y renacentista construido a lo largo del siglo XVI por iniciativa del primer marqués de Comares, Diego Fernández de Córdoba, con sus tres naves de proporciones catedralicias cuya austera grandeza tanto contrasta con la abigarrada decoración barroca de la capilla del Sagrario, construcción de mediados del siglo XVIII trazada por Pedro Antonio de Castro en la que intervinieron los mejores artistas del momento. Blancas yeserías barrocas sobre fondos azules y rojos, habitadas por innumerables angelitos policromados, revisten un espacio abrumador para los ojos, que no saben donde detenerse.
Al exterior, la portada del templo tiene disposición de arco triunfal y recuerda la del palacio cordobés de los Páez de Castillejo, lo que permite relacionarla con Hernán Ruiz II. Es un placer estético recrearse en la contemplación de su arco de medio punto flanqueado por sendos pares de columnas acanaladas, rematadas por pequeños frontones, y entre ellos un nicho decorado con casetones, que acoge la escultura del titular. A la izquierda se eleva la discreta torre, mientras que a la derecha se impone el rotundo tambor del Sagrario, con su cubierta de tejas vidriadas.
Ajenas a la grandeza artística del templo, unas pequeñas lucentinas saltan a la comba ante los dorados sillares mientras un grupo de niños rodean el surtidor dispuestos a saciar su sed. A medida que avanza la tarde, la esbelta torre del reloj proyecta desde el costado del Ayuntamiento su larga sombra diagonal sobre la plaza, que se va llenando paulatinamente de gentes que la viven, la pasean o simplemente la cruzan.
En los lados laterales de la plaza, como asistiendo a la muda conversación que mantienen parroquia y ayuntamiento, se alinean los disciplinados edificios de cuatro alturas, antiguos y modernos, en cuyos bajos florece el comercio. En la vertiente situada a la derecha del ayuntamiento se suceden tres joyerías, signo de pujanza económica, y también abre sus puertas el Palacio Erisana, pomposo nombre del viejo cine, mientras que en la izquierda predominan los bares, que con el buen tiempo sacan el negocio a la plaza y extienden sus veladores bajo una alargada marquesina, que van poblando las gentes con sus cervezas rubias y sus copas de helado.
Plaza Nueva es un topónimo contradictorio, pues según los eruditos locales se formó en 1618, tras el derribo de la casa de Hernán Delgadillo, y se acerca a su cuarto centenario, así que es más vieja que nueva. Ya estaba allí la parroquia, aunque no su capilla del Sagrario. Lo más nuevo de la plaza es el Ayuntamiento, terminado a principios de los ochenta y proyectado por el arquitecto lucentino Manuel Roldán, que respetó la torre del reloj erigida en 1928. Es una torre blanca y esbelta –“como sacada de un dibujo italiano”, dice el cronista Francisco López Salamanca–, que le gana en altura a su vecina de San Mateo.
No pueden faltar en plaza tan acogedora los naranjos, que flanquean sus costados y dan sombra a los viejos bancos de piedra con respaldo de hierro, que las gentes ocupan al atardecer para ver la vida pasar. Tiene la vida en esta plaza un tempo bien distinto al que rige la febril actividad de la ciudad floreciente, como si en ella buscasen los lucentinos serenar el espíritu y complacerse en la contemplación de un paisaje urbano asociado también a las grandes celebraciones, entre las que destaca la llegada anual, el primer domingo de mayo, de la Virgen de Araceli, ocasión en que Lucena resplandece cual “velón de mil corazones”, como dice el himno de la Patrona.
Referencia
- ↑ MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba
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