Lucena -2 (Rincones de Córdoba con encanto)
Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003) [1]
Lucena / Altar del cielo
Un viajero con tantos caminos recorridos como Camilo José Cela se sintió fascinado por la espléndida vista que regala la sierra de Aras cuando pasó por aquí en su Primer viaje andaluz: “El vagabundo, antes de entrar en Lucena, prefirió verla (...) subido al santuario de Araceli, la atalaya de uno de los más amplios y bellos paisajes españoles. El vagabundo, desde su alto mirador, se sintió poderoso como nunca y también vagamente feliz”. Y es que, como añade finalmente, “el andar por los caminos brinda, de vez en vez, gozos que no podrían comprarse con dinero”.
Asegura Cela que desde tan alto mirador “se otean treinta pueblos de las provincias de Córdoba, Granada, Jaén, Málaga y Sevilla”. Pero don Camilo exageró un poco, pues el antiguo santero Juan García Villalba me aseguró hace años que eran catorce los pueblos visibles desde tan privilegiada altura. Puede el viajero contarlos si encuentra limpia la atmósfera y salir de dudas; una tarde de julio no es posible hacerlo porque el calor enturbia el paisaje y diluye los más lejanos. Pero la vista es siempre espléndida, una verdadera lección de geografía física, y el viajero se siente en el corazón de Andalucía.
Si se dirige la mirada al sur, los olivares puntean de un verde ceniciento los campos ajedrezados surcados por caminillos. Serpentea el arroyo de Martín González, que dio nombre a la batalla en la que, en 1483, Diego Fernández de Córdoba, futuro marqués de Comares, apresó a Boabdil, el Rey Chico. Junto al merendero que se extiende en el flanco sur de la cima, una inscripción en piedra colocada en 1983 así lo conmemora: “Lucena en el V centenario de la batalla del Martín González y prisión de Boabdil”. Más allá, Rute extiende su blancura el pie de la agreste sierra del mismo nombre, tristemente agredida, ay, por un reciente incendio.
Si la mirada se desplaza hacia levante, se vislumbra Cabra protegida por su macizo, en cuyo punto más alto, el Picacho, blanquea el santuario de la Virgen de la Sierra. En el horizonte las Subbéticas se van difuminando a medida que se alejan para adentrarse en provincias limítrofes, tras colmar de agrestes paisajes la comarca de Priego. Si el viajero mira ahora al norte verá ahí abajo la cercana Lucena acurrucada tras un monte, mientras los olivos vuelve a poblar el ondulado paisaje campiñés, que enseguida confraternizará con los viñedos.
A medida que remite el calor vespertino aumenta el goteo de autos que sube al santuario; lo primero que hacen las familias al descender de los vehículos es asomarse al balcón meridional, el que brinda la mejor vista, y una vez colmados los ojos de paisaje entran a ver a la Virgen de Araceli (Ara coeli, altar del cielo), madona italiana traída de Roma en 1562 por Luis Fernández de Córdoba.
La puerta lateral del santuario, por la que se accede habitualmente, parece la de una casa señorial, con su dintel de rosado mármol. En la antesala del templo muestran las vitrinas multitud de recuerdos devocionales, y junto a ellas, una pequeña puerta comunica con la iglesia. Nada más traspasarla, el viajero se siente envuelto por el aroma embriagador que desprenden los ramos de flores apiñados ante el altar, sobre todo si ha habido boda recientemente. Su olor indescifrable –azucenas, gladiolos, nardos, crisantemos, claveles, margaritas...– predispone a sumergirse en la mística magia que infunde tan recoleto templo, erigido en 1603 y más tarde revestido de desbordante barroquismo, con sus tres naves de blancas arquerías sustentadas por columnas de mármol rojo; con su íntimo crucero de churriguerescas yeserías policromadas, en cuyas cardinas y hojarasca naufragan los angelitos; con su dorado retablo en cuyo camarín resplandece la arcaica y delicada belleza de la Virgen de Araceli, hoy de verde y oro, colmada de joyas...
Muchos detalles escapan a estos apuntes impresionistas. Pero no debe silenciarse que en el brazo izquierdo del crucero reluce el retablo barroco de San José tras la ejemplar restauración costeada por Oleícola El Tejar, que por algo lleva el sobrenombre de “Nuestra Señora de Araceli”, y el mismo camino sigue el retablo gemelo de Santa Bárbara. Brilla el santuario como un sol, y algo tendrá que ver con ello Francisco López Salamanca, hermano mayor, historiador de arte y cronista de la ciudad.
Pedro Fernández, esposo de la santera Carmen García, a la que ayuda en la custodia del lugar, nunca olvidará el ajetreo que en esta beatífica soledad sembraron durante tres días las huestes de Pedro Almodóvar cuando subieron a rodar la boda de la película Hable con ella, que ha dado a conocer el santuario en todo el mundo; pero no hay mal que por bien no venga, y Araceli, santuario de película, es así partícipe de un Oscar.
Referencia
- ↑ MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba
Principales editores del artículo
- Gencor (Discusión |contribuciones) [2]