Encinas Reales (Rincones de Córdoba con encanto)

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Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003)
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Encinas Reales / El encanto de las Penas

Al otro lado de la negra y perturbadora cinta negra de la carretera, Encinas Reales –la antigua Encinas Ralas, surgida en el siglo XVII al asentarse en el lugar los jornaleros lucentinos que estaban al servicio del Duque de Medinaceli, propietario de las tierras– tiene una ermita suntuosa en la que reside el patrón del pueblo, un Ecce Homo venerado bajo la advocación de Jesús de las Penas.

Durante el día, y especialmente al atardecer, no cesa el goteo de devotos que acuden a rezarle; algunos, en cumplimiento de promesas, dejan los zapatos junto a la verja exterior y recorren con los pies descalzos el centenar de metros que hay entre la verja y la iglesia. Como anticipo de la piadosa imagen que guarda el templo, las puertas de la verja ostentan pequeñas reproducciones doradas de Jesús de las Penas, a las que los devotos han sacado brillo de tanto frotarlas con la palma de la mano al entrar o salir, como si así se impregnasen de su aliento.

A ambos lados de la vía que discurre entre la verja y el templo se extiende un sencillo jardín con árboles que proyectan su acogedora sombra sobre los bancos de hierro que la flanquean. Un buen lugar para que el viajero tome asiento, disfrute de la plácida tranquilidad reinante y observe la fachada, ante la que montan guardia dos palmeras datileras: un arco de medio punto escoltado por pilastras y una acristalada hornacina coronada por frontón curvo con el busto del titular. Sobre las ventanas que flanquean la hornacina figuran dos grandes escudos de los Duques de Medinaceli, para que quede bien claro quien costeó las obras. A la derecha de la fachada se alza una modesta espadaña de ladrillo, cuya campanil enronquece cada 29 de septiembre, cuando el patrón del pueblo abandona por unas horas su apacible retiro para recorrer procesionalmente, entre vítores y cohetes, las calles de Encinas Reales.

Junto a la verja de entrada, un visible panel informativo proclama con orgullo que la ermita del Calvario –tal es su advocación oficial– “es una de las mejores representaciones del barroco cordobés”, y no le falta razón, pues tras la fachada, que ostenta la fecha de 1729, se abre un templo con planta de cruz latina que, para ser ermita, al viajero le parecerá espacioso, y en el que llaman la atención la decorada cúpula del crucero y el retablo mayor, con sus doradas tallas sobre fondo verde. En el camarín, un esbelto pedestal realza el busto de Jesús de las Penas, Ecce Homo de vestir que data de mediados del siglo XVII, envuelto en una bordada capa roja. Guarda el templo otros retablos e imágenes de mérito, entre ellas la Virgen del Rosario, la Inmaculada y San Miguel.

Al lado de la iglesia blanquea la casa de los santeros, deshabitada hoy, lo que restringe la apertura de la iglesia a las horas de misa y a las bodas. Así que los devotos que aquí acuden a diario han de conformarse con contemplar la imagen de su devoción a través del exiguo ventanuco que se abre en la puerta del templo; al principio todo es oscuridad, pero cuando el ojo se adapta, en unos segundos, a la penumbra interior, se aprecia en el camarín la iluminada imagen de Jesús de las Penas.

Si el viajero se interesa por el origen de esta devoción, puede que alguno de los ancianos que frecuentan el recinto al atardecer le diga que es fruto de un milagro, parecido al que se obró en Pedro Abad con el Cristo del abad gallego. Unos hombres transportaban en un carro la imagen del Ecce Homo camino de Antequera, pero al llegar al altozano donde hoy se alza la ermita los animales se negaron a seguir sin que ninguna fuerza humana lograra hacerles avanzar. “La Efigie entonces compraron / los mozos que el caso vieron; / por su patrón lo eligieron; / allí el pueblo le aclamó / y en el sitio en que paró / sacro templo le erigieron”, termina diciendo el poema en el que Rafael León recogió aquella antigua tradición.

Aunque el mayor encanto de Encinas Reales reside en la ermita del patrón y su agradable entorno, no se marchará el viajero de la villa sin admirar su neoclásica parroquia de la Expectación –que le parecerá desproporcionadamente grande para un pueblo de dos mil y pico habitantes– y sin pasear por sus limpias calles, que le envolverán en abrazos de cal; especial interés tiene la confluencia de Corona y Plazuela, ameno espacio urbano coronado en la lejanía por la azulada Sierra de Rute.



Referencia

  1. MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba

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