Calle Conde de Torres Cabrera
Situación
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Barrio
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Otras denominaciones
Calle del Conde de Cabra | |
Transporte
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Puntos destacados |
Contenido
Situación
Antigua calle Silencio, la calle de Conde de Torres Cabrera comienza en la plaza de Capuchinas terminando en la plaza de Colón, afluyendo diferentes calles, de Norte a Sur: plaza de las Doblas, calle Teniente Albornoz, calle Ramírez de las Casas Deza, calle Domingo Muñoz, calle Obispo Fitero y la calle San Zoilo.
Establecimientos Comerciales
Entre dos palacios en Rincones de Córdoba con encanto [1]
Aunque hace años que la aristocracia y la burguesía emprendieron el éxodo desde sus mansiones señoriales del casco antiguo hacia los chalets del Brillante, aún se conservan palacios vividos en un plausible gesto conservacionista. Así, en la calle Conde de Torres Cabrera, separados por escasa distancia, perviven los antiguos palacios de los Condes de Torres Cabrera y de los Marqueses de Valdeflores, dos edificios decimonónicos bien conservados que constituyen un lujo del paisaje urbano. El primero de ellos, hoy propiedad de la familia Cruz Conde, se alza junto a la confluencia de la calle Conde de Torres Cabrera con la de Ramírez de las Casas Deza. El viajero que lo encuentra frontalmente se siente transportado a otra época, pues conserva un aspecto elegante y a la vez decadente. La Guía de arquitectura de Córdoba fecha en 1847 este edificio de “clara tipología italiana”, aunque habrá quien advierta más bien un sabor francés. Dos cuerpos simétricos avanzan sobre el jardín, a ambos lados de un porche central sostenido por cuatro columnas toscanas y recorrido por una amplia balconada. Bajo el porche, una triple arcada cerrada por cancela permite apreciar el patio principal, pavimentado de mármol y decorado con mosaicos romanos, entre los que destaca uno de forma octogonal que efigia a Baco. Característicos del edificio son los dos colores que revisten su fachada: rojo almagra para el paramento y ocre para pilastras, cornisas y elementos decorativos. Delante del palacete se extiende un ameno jardín –centrado por el parterre circular que ordenaba el tránsito de los carruajes–, que se cierra al exterior con una verja de hierro pintada de verde. Como curiosidad histórica cabe añadir que en esta casa se alojó Alfonso XII durante la visita realizada a Córdoba en 1877, y aún conserva el Salón del Trono. Respondió así el monarca a la invitación del influyente político Ricardo Martel Fernández de Córdoba, Conde de Torres Cabrera y hombre de confianza de Cánovas del Castillo, que había participado activamente en la restauración monárquica. El segundo palacio de la calle es el de los Marqueses de Valdeflores, que domina la plaza de las Doblas, antesala de Capuchinos, con su neoclásica fachada gris, rematada por un curioso frontón triangular de planta curva. Pese a que esté hoy separado de la casa anterior por la calle Teniente Albornoz, en su origen fue una segregación de aquél, según me confesó hace años Carmen Rubio Courtoy, que habitaba en ella: “Esta casa la edificó el Conde de Torres Cabrera en el fondo de su jardín para una hija suya. En 1914 la vendió a unos tíos nuestros, que la terminaron, y en 1942 mis tíos se la vendieron a mis padres, los Marqueses de Valdeflores”. En los años noventa fue adquirida por el empresario Rafael Gómez Sánchez, que la restauró y estableció en ella la sede central de sus negocios inmobiliarios. Ante el palacete se extiende la plaza de las Doblas, que debe su aspecto actual a la reforma realizada en 1944 por el arquitecto municipal Víctor Escribano, que ensayó en ella el alicatado cordobés, como llamó al empedrado artístico a base de cantos rodados claros y oscuros, combinados para formar motivos ornamentales. “Se lo enseñé a colocar a Zamorano, sobre un lecho de arena y cal que se regaba después con un mortero de arena y cemento”, explicó el arquitecto. La empedrada explanada central acoge una sencilla y robusta fuente con surtidor, a cuyo alrededor se despliegan cuatro parterres con rosales y arboleda de grata sombra: naranjos, cipreses, un banano y palmeras datileras, que rebasan ya la altura de los tejados. Arropados por la vegetación, no pasan desapercibidos dos fragmentos de fustes estriados de mármol blanco apoyados en sólidas basas, vestigios arqueológicos procedentes del Templo Romano, que proporcionan a la plaza un noble toque de romanidad; es un lujo pasar la mano por estos mármoles antiguos. El viajero puede tomar asiento en cualquiera de los bancos de granito que flanquean la fuente para descansar o ver transcurrir la vida cotidiana en tan concurrido enclave. Turistas y devotos se adentran en la plaza de Capuchinos, mientras el obrador de la Purísima exhala el cálido aroma de sus tortas apestiñadas recién hechas. Referencias
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