Carcabuey (Rincones de Córdoba con encanto)

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Los pueblos
Rincones de Córdoba con encanto
Francisco Solano Márquez (2003)
[1]


Carcabuey / La blanca ermita anida en el castillo

En un pueblo protegido por sierras, que extiende su blanco caserío sobre amenas colinas, abundan los espacios con encanto; no hay más que pasear por sus calles quebradas y pendientes con los ojos bien abiertos para captarlos. Así, la parroquia renacentista de la Asunción elevándose protectora sobre los tejados; la barroca torre de San Marcos, con su chapitel brillando al sol, como una peineta; la fuente dieciochesca del Pilar, con sus cuatro caños de agua cristalina que viene del Lobatejo; el callejero altar de la Cruz de los Mozos, a la espera de una restauración benefactora; el aislado monte Calvario, al que sube el Nazareno cada Viernes Santo entre ‘consejitos’ de su Madre; y los nombres evocadores de muchas calles –Majadilla, Hoya, Pilar, Cerrillo, Era Alta....–, a menudo abiertas a paisajes de sierras.

Pero entre todos destaca la subida al castillo, que guarda dentro la blanca ermita de la patrona y es como “el viejo cofre de un escondido tesoro”, en bella metáfora acuñada por la periodista Isabel Leña. Para subir a él no hay que preguntar por el camino, pues guían los topónimos de las calles. Del mismo centro del pueblo, la plaza de España, parte la calle Castillo, escalonada y festoneada de naranjos por la izquierda, a la que se asoman acomodadas casas de tipología tradicional. Como otras calles de Carcabuey, en la escalinata extienden los vecinos el día del Corpus coloristas alfombras de serrín teñido.

La calle Castillo desemboca en la de la Virgen, una vía transversal que por la izquierda acerca a la parroquia y por la derecha inicia una cuesta. Frente a la escalinata, un humilladero con mural de azulejos que efigia a la patrona informa al viajero que fue erigido “en honor a María Stma. del Castillo para recuerdo perpetuo de su coronación como patrona de Carcabuey el día 5 de septiembre de 1982”. Hay que tomar la cuesta de la derecha, que se despide del casco abriendo quebradas bocacalles que regalan pintorescos paisajes, como la escalonada Garvín. Las últimas casas dan paso a una empedrada cuesta que acerca por fin a la fortaleza, dejando atrás el peñasco de las Pedrizas.

No debe desanimarse el viajero a la vista de la pendiente, pues si se sube despacio, volviendo la vista de vez en cuando para contemplar la blancura del pueblo que va quedando a los pies, la ascensión no presenta dificultades. Y merece la pena el pequeño esfuerzo, que será recompensado con paisajes hermosos. Desde la cuesta se entrevén las arruinadas piedras del castillo a través de los pinos que crecen a sus pies, impidiendo una visión despejada. Parece como si la fortaleza se avergonzara de su estado y tapase pudorosamente con el verde ropaje de los árboles el cuerpo maltrecho, asentado sobre escarpado roquedo.

Al término de la cuesta un espacioso rellano, protegido por un rústico poyo, invita a sentarse; no sólo para descansar sino también para pasear la mirada por el vasto paisaje que regalan las Sierras Subbéticas. Un arco de ladrillo flanqueado por dos torres cilíndricas, todo almenado, invita a entrar. Al otro lado se extiende una suave rampa empedrada con espaciados escalones, jalonada en primavera por bolas de blancas margaritas y arriates, donde pintan su color los geranios, que confieren al recinto aspecto de patio popular, cuidado por la santera, Rafaela Antolín. Coronando la rampa reluce la blancura de la barroca ermita mariana. Nada más empujar la pesada puerta entreabierta, envuelve al viajero el denso aroma de las flores –gladiolos, rosas, claveles...– que se apiñan formando ramos al pie del altar. Es mayo y son frecuentes las ofrendas florales de los devotos. En el camarín reluce blanca como una novia, con la cara enmarcada por dorado rostrillo, la Virgen del Castillo. Los exvotos acumulados en los muros del presbiterio testimonian la fama milagrera de la imagen. Junto al crucero proclama una lápida que “en testimonio de amor y gratitud a su excelsa patrona María Santísima del Castillo, el pueblo de Carcabuey en el año 1952 reconstruyó este santuario gravemente damnificado por el terremoto del 19 de mayo de 1951”. No hay prisa por abandonar el templo, donde el viajero se siente transportado a otro tiempo y dimensión.

Con la mimada blancura de la iglesia contrasta el abandono de la fortaleza, que, en mala convivencia con los pinos, extiende detrás las arruinadas murallas jalonadas de torres. Si es verdad que entre sus muros se fraguó la traicionera alianza del rebelde infante don Sancho con el rey zirí Muhammad para derrocar a su padre Alfonso X el Sabio, el tiempo se ha vengado, reduciéndola a ruina. Pero cumplida la penitencia, el pueblo aspira a recuperarla como poderoso reclamo turístico.



Referencia

  1. MÁRQUEZ, F.S.. Rincones de Córdoba con encanto. 2003. Diario Córdoba

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