Cintas y toretes (Notas cordobesas)
Notas cordobesas. Recuerdos del pasado. Vol 5 (1924). "Cintas y toretes". Escrito por Ricardo de Montis
Cintas y toretes
Los jóvenes de la aristocracia organizaban todos los años uno de estos espectáculos, generalmente con un fin benéfico. Desde mucho antes de la fecha designada para la celebración del festival comenzaban sus preparativos, que producían gran animación, tanto entre sus organizadores como entre las muchachas. Estas dedicábanse a bordar las cintas que se habían de disputar los jinetes, poniendo a contribución todo su ingenio, toda su habilidad, para ofrecer una obra original y verdaderamente artística. Algunas señoritas, tan diestras en el manejo de los pinceles como en el de la aguja, mezclaban con los bordados de sus cintas delicadas pinturas representando flores, pájaros o lindos paisajes. Y no pocas comprometían, para que se las pintasen, a los numerosos artistas de mérito conque entonces contaba nuestra ciudad. Entre tanto los jinetes, maestros en el deporte de la equitación, que abundaban entre la juventud cordobesa ensayaban las vistosas evoluciones que habían de preceder al difícil ejercicio de coger las cintas y ramos y los encargados de la lidia de los toretes también procuraban adiestrarse para salir airosos de su arriesgada empresa. La víspera del festival los escaparates de los establecimientos de comercio situados en las calles más céntricas, convertíanse en verdaderas exposiciones de obras de arte. En ellos se exhibían las lujosas moñas destinadas a los novillos y las cintas en que revelaban su buen gusto, su habilidad y su inspiración ya las muchachas que las ofrecían, ya nuestros pintores, Rodríguez, Losada, Saló, Romero Barros, Degayón en las primeras fiestas de cintas y toretes y después, en las sucesivas, Rodríguez Santitesban, Ramirez de Arellano, Muñoz Contreras, Lovato, Serrano Pérez, Romero de Torres y Muñoz Lucena. Puede decirse, sin hipérbole, que el vecindario en masa se echaba a la calle para admirar estas exposiciones y en los lugares done se establecían agolpábase tal muchedumbre que transitar por ellos era punto menos que imposible. El día de la corrida sólo se hablaba de ella en todas partes; la ciudad, tranquila y silenciosa, de ordinario, adquiría esa animación que sólo se nota en ella durante la feria de Nuestra Señora de la Salud o cuando ocurren grandes acontecimientos. Mucho antes de la hora fijada para empezar el espectáculo, un gentío inmenso encaminábase al Circo de los Tejares. Lujosos trenes, carruajes magníficos arrastrados por caballos soberbios, conducían a elegantes damas y encantadoras señoritas, unas engalanadas con la mantilla de blondas o de madroños, otras luciendo el traje andaluz y el sombrero calañés, todas derrochando la gracia y la donosura. El interior de la Plaza, adornada con flores y mantones de Manila, presentaba un golpe de vista indescriptible. Al aparecer la presidencia en el palco levantado en el centro de los tendidos, brotaba de todas las bocas un murmullo de admiración y todas las manos se unían para prorrumpir en un estruendoso aplauso. Formaban aquella una señora de la alta aristocracia cordobesa que, generalmente, ostentaba un titulo nobiliario y cuatro o seis muchachas, también de la buena sociedad, que constituían un grupo. en el cual se unían en estrecho maridaje la hermosura, la gracia y la distinción. Seguidamente empezaba el espectáculo; a los alegres acordes de las bandas de música se presentaban en el ruedo los jinetes, en dos bandos, vestidos con el vistoso traje de jockey, montando caballos magníficos de famosas ganaderías andaluzas. A la cabeza de los dos bandos casi siempre figuraban, como directores de los mismos, por su extraordinaria pericia en el deporte de la equitación, don Leonardo Castiñeira y don Antonio Ariza y entre los caballistas jamás faltaban los Barcia, los Cabrera, los Bastida, los Baquera y otros muchos distinguidos jóvenes, a los que se unían algunos bizarros oficiales del ejército, pertenecientes a los cuerpos de la guarnición. Los jinetes efectuaban multitud de caprichosas evoluciones con una precisión admirable y después procedían a coger las cintas y ramos. En este ejercicio revelaban una destreza extraordinaria y era digno de aplauso y admiración el empeño que cada uno ponía en llevarse la cinta de su novia pendiente de la lanza ondeando al viento como enseña pregonera de la victoria, para ostentarla después a guisa de banda, con más orgullo que si hubiera sido ganada en sangriento combate. Estas cintas hechas lazos o colocadas en cuadros y vitrinas ocupaban luego un lugar preferente en las habitaciones de quienes tuvieron la suerte de cogerlas. A las carreras de cintas seguía el ejercicio de los ramos, en el que los jinetes demostraban su habilidad al arrebatar aquellos de los pequeños pedestales en que se hallaban para arrojarlos a los tendidos, produciendo una verdadera lluvia de flores. La segunda parte del espectáculo era la taurina, a cargo también de distinguidos jóvenes. Muchos de estos se revelaban como consumados diestros en el arte de Montes; el Marqués de los Castellones y y su hermano don Diego manejaban el capote, la muleta y la espada con mayor maestría que muchos toreros modernos de los que han obtenido el absurdo calificativo de fenómenos. En los últimos festivales de este genero celebrados en nuestra capital también hizo gala de sus conocimientos taurómacos, de su destreza y valentía don Ramón de Hoces y Losada, Duque de Hornachuelos. La lidia de los becerros originaba incidentes cómicos que producían la hilaridad del público. La fiesta de cintas y toretes casi siempre tenía un epílogo brillante, digno de ella; era este un baile en los suntuosos salones del Círculo de la Amistad, al que damas y señoritas asistían con los vestidos y tocados que lucieran en la Plaza, los cuales realzaban extraordinariamente los encantos femeninos. Notables literatos actuaban de revisteros de las corridas mencionadas y el público buscaba con avidez los periódicos locales para leer las reseñas que en ellos escribían los hermanos García Lovera, don Ignacio o don Rafael; el Barón de Fuente de Quinto; Grilo y Enrique Valdelomar, mezclando la prosa galana y correcta con los versos fluidos y llenos de inspiración. Como todo degenera, estos espectáculos degeneraron también y se sustituyó el caballo por la bicicleta para correr las cintas, innovación con la que perdió el festival gran parte de su lucimiento y su principal atractivo.[1] Y hace ya bastantes años, según decimos al comienzo de esta crónica, desapareció, quizá para siempre, la aristocrática fiesta de cintas y toretes, que ha sido reemplazada por verdaderas pantomimas taurinas, en las que cuatro desdichados, aspirantes a fenómenos, exponen sus vidas para servir de mofa a la generalidad de las gentes. </div> |
- ↑ Fiesta. Diario de Córdoba de comercio, industria, administración, noticias y avisos: Año XLVI Número 13166 - 1895 septiembre 7 .
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