El alumbrado en Córdoba (Notas cordobesas)

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Artículo sobre el alumbrado en Córdoba escrito por Ricardo de Montis el 1 de diciembre de 1921. [1]


Hace poco tiempo, una huelga de obreros gasístas y electricistas fué causa de que, durante varias noches, quedara Córdoba sumida en las tinieblas más profundas, lo mismo que en el primer tercio del siglo XIX en que tenían loa transeúntes noctámbulos que ir provistos de linternas para no estrellarse contra una esqaiaa en las revueltas calles de la ciudad. Este inesperado y pasagero retroceso a los albores de la última centuria, sos trae a la memoria recuerdos de otros días, que vamos a consignar en esta crónica, relativos al alumbrado público y particular de nuestra población.

El primero fué establecido en el año 1831. Se instalaron 713 faroles y 221 reververos alimentados con aceite que consumían, próximamente, ochocientas arrobas de dicho líquido al año. Durante la estación veraniega aumentábase el alumbrado público en los paseos de la Ribera y de San Martín y, en las temporadas de feria, en les campos de Madre de Dios y de la Victoria.

En la segunda mitad del siglo XIX los depósitos de aceite de los faroles y reverberos fueron sustituidos por otros de petróleo que producían luz más intensa por lo cual el vecindario recibió la modificación con verdadero júbilo. A esté se unió el asombro, la estupefacción, cuando, algunos años después, instalóse el alumbrado de gas. El público prorrumpía en exclamaciones de entusiasmo al ver las nuevas luces brillantes, cuya intensidad nunca disminuía, que no se apagaban, encendidas en faroles mas estéticos que los primitivos.

La gente de buen humor, en grupos, recorría las calles para contemplar la nueva iluminación, gritando, a coro, con todas las fuerzas de sus pulmones: ¿Has visto el gaaaas? ¿Has visto la luuuuz? Los antiguos faroles de petróleo, unos faroles grandes, de forma triangular, muy poco artístico, han llegado hasta nuestros días en los típicos barrios del Campo de la Verdad y de la Merced o el Matadero. Antiguamente, casi tanto como los faroles del alumbrado público alumbraban la ciudad los de las innumerables hornacinas con imágenes que había en casi todas las calles y que desaparecieron en la segunda mitad del sigjo XIX.-'

Hace ochenta años los aparatos y sistemas del alumbrado particular eran variadísimos. En las casas de las familias de buena posición nunca faltaba en el portal una farola con cristales raspados provista de un gran depósito de aceite con varios mecheros; en el salón de recibir las visitas o en la sala del estrado, que era su denominación más corriente, pendía del techo, en el centro de la estancia, una lámpara de metal con largas cadenas, en la que también ardía una luz de aceite y sobre la mesa de caoba o el piano de cola destacábanse los candelabros de bronce con las amarillas velas fabricadas en la cerería de la calle de la Pierna o en la confitería del Realejo.

En la habitación donde se congregaba la familia para pasar las veladas colocábase sobre la mesa estufa él reluciente velón de Lucena, con sus leones toscamente labrados en los mecheros, con sus pantallas de latón, con sus cadenillas de las que pendían el apagador y las tijeras para despabilarlo, ese velón que hoy se ha convertido en objeto de lujo y en valioso elemento de ornamentación de las me radas aristocráticas

Las demás habitaciones hallábanse débilmente iluminadas por las lamparillas que ardían ante los fanales y las urnas con imágenes de Cristos, Vírgenes y Santos, y en las galerías, colgados de las pa redes, había reverberos de lata para disipar las sombras de la noche.

Como aparatos fáciles de transportar de 9u sitios otro utilizábanse las capuehioas, que pudiéramos considerar como hermanas menores de los velones, y en los dormitorios, cerca del lecho, veíase, toda la noche, la débil luz de una mariposa encerrada en un nicho diminuto, con una puerta de cristal, porque nuestros abuelos no podían dormir a oscuras. En las casas de los pobres la capuchina o el velón, un velón sin leones en los mecheros, pantallas ni cadenas, eran los únicos artefactos que se utilizaban para el alumbrado, salvo donde se prefería el primitivo candil de barro o de hierro, que aún se usa en cortijos y aldeas. La aparición del quinqué de petróleo produjo una verdadera revolución en el alumbrado; el nuevo aparato sustituyó a los depósitos de aceite en lámparas, faroles y reverberos y anuló por completo al típico velón de Lucena. La variedad de quinqués era extraordinaria; los había de todos los precios y para todos los gustos: desde el de bronce artístico, esbelto, con elegante bomba de cristal raspado que lucía es la mesa del salón de recibir las visitas, hasta el de cristal humilde, sencillo, con pantalla de cartón pintarrajeada, que era colocado en el centro de la mesa estufa sobre una rueda de gutapercha para que no se manchara el tapete.

A raíz de la batalla de Alcolea se veía en algunas casas unos originales quinqués; servíales de depósito una bala de cañón de las muchas encontradas en el campo donde se libró el terrible combate. Entre los vendedores ambulantes que en la época a que nos referimos obtenían mayores ganancias quizá figurarían es primer término los que, a todas las horas del día, nos atolondraban con su invariable pregón: ¡Pantallas, tubos y torcidas pa quinquéle»! El quinqué era un artefacto peligroso, pues se volcaba fácilmente, inflamándose el petróleo, que ya producía incendios, ya quemaduras y hasta la muerte a bastantes personas.

La luz de gas hirió de muerte a la de petróleo y la lámpara eléctrica dio el golpe de gracia al quinqué, cuyo último refugio fué el modesto portal del zapatero, de donde también lo echaron, hace ya algún tiempo, los modernos sistemas de alumbrado.

Antiguamente, en todas las casas de familias bien acomodadas había unos artísticos faroles con cristales de colores y depósitos de aceite, destinados a iluminar los balcones la víspera de las grandes solemnidades o cuando ocurría un acontecimiento extraordinario. En algunos de estos casos, como el casamiento de reyes, el natalicio de príncipes e infantes o la terminación de una guerra, también eran iluminadas las torres de la Catedral y de otros templos con centenares de candilejas, que les daban un aspecto fantástico. Parecían, destacándose en el espacio cubierto por las sombras de la noche, ciclopes apocalípticos rodeados por millares de diminutas luciérnagas.

  1. El alumbrado en Córdoba. Diario de Córdoba de comercio, industria, administración, noticias y avisos Año LXXII Número 31744 - 1921 diciembre 1

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