El tenorio (Notas cordobesas)
Y en nuestros teatros han interpretado al travieso Don Juan todos los actores que más se han distinguido en ese papel, excepto el inolvidable Rafael Calvo. Vico, Tamayo, don Pedro Delgado, Perrín, Thuiller, Fuentes, Felipe Vaz y otros muchos nos han deleitado con los versos maravillosos del insigne cantor de Granada, declamándolos según la escuela de cada uno. Del primero conservarán los buenos aficionados al arte teatral un recuerdo indeleble. Fué una temporada muy mala para el ilustre artista; el Gran Teatro estaba casi todas las noches desierto y Vico rezaba sus papeles con aquel sonsonete que le hacia insoportable cuando no tenía ganas de trabajar. El critico de un periódico local emprendió una campaña contra él y, en el colmo del apasionamiento, llegó á decir, refiriéndose á. la representación de El zapatero y el Rey, que la obra estaba mal ensayada y que Vico no supo vestirla. Esta enormidad sublevó al insigne actor, que al día siguiente del en que leyera la crítica volvió á poner en escena el drama citado, representándolo sin apuntador. Y á aquella obra de Zorrilla, que fué interpretada de modo magistral, sucedió Don Juan Tenorio. El público acudió, más que para recrearse con el drama, impulsado por la curiosidad de ver cómo lo hacía el anciano Vico. Don Antonio rezó su papel en el primer acto, provocando algunas sonrisas al decir: yo gallardo y calavera; pasó sin pena ni gloria en el segundo y en el tercero, pero llegó el cuarto y en él tuvo una de esas transformaciones súbitas que le eran frecuentes; el cómico adocenado convirtióse en un coloso, su figura se ajigantó y en el parlamento con el Comendador, en el desafío con Don Luís y, sobre todo, en la situación final, realizó tales prodigios de arte, cosas tan extraordinarias tan inesperadas, tan admirables, que al caer el telón, el público en masa, como una sola persona, levantóse de sus asientos y prorrumpió en la ovación mayor que ha obtenido artista alguno en nuestros teatros. Las señoras, también en pie, agitaban sus pañuelos saludando á Vico que, presa de gran emoción, tuvo que presentarse en el proscenio infinidad de veces. Este ha sido el Tenorio más notable de todos los representados en Córdoba. De los demás, actores que mencionamos al principio de estas notas sólo Perrín y Felipe Vaz supieron personificar al Burlador de Sevilla apartándose de realismos que no encajan bien en ese personaje é imprimiédoles el carácter romántico con que nos lo presenta el autor. Hay otro Tenorio memorable en nuestra población y no ciertamente por su protagonista, sino por Doña Inés: ¡como que hizo este papel, no una actriz, sino una gimnasta, norteamericana por añadidura! Trabajaba en el Gran Teatro la hermosa artista Geraldine Leopold, que además de sus ejercicios en el trapecio, de sus danzas fantásticas y de sus tiros al blanco, ponía en escena algunos juguetes con un modesto cuadro Cómico que la acompañaba. Como se aproximase la fiesta de Todos los Santos, el autor de estas líneas le indicó la idea de que representara la popular obra de Zorrilla, interpretando ella á Doña Inés de Ulloa. Al principio le asustó la proposición, pero después encariñóse con el pensamiento y concluyó por aceptarlo. Estuvo ensayando cuidadosamente su papel y logró personificar á la hija del Comendador mejor que no pocas actrices. Apesar de ser extranjera, su dicción resultaba correcta; únicamente una palabra le fué imposible pronunciar, filtro, y esa se le sustituyó en el verso por otra análoga. Para caracterizar con toda propiedad al personaje envió á las monjas Calatravas de Madrid una muñeca, encargándoles que se la vistieran con un traje igual al que ellas usan, y la muñeca sirvió de modelo para que le confeccionaran el hábito. No hay que decir que la Geraldine resultó una Doña Inés, encantadora, ideal, como sin duda la soñó Zorrilla. Aprovechándose de sus aptitudes de gimnasta ideó una combinación escénica de gran efecto: la estatua que aparece y desaparece en la tumba no fue, como de costumbre, un lienzo pintado, sino ella misma. Barrilaro, aquel cómico tan modesto como trabajador, que accidentalmente se hallaba en Córdoba, brindóse á servirle de traspunte, y como al verle en el escenario le dijésemos: pero hombre, ¿usted se dedica ahora á esto? nos contestó con orgullo: tal actriz merece que la apunte un actor. El retrato de la Geraldine, vestida de monja, apareció en casi todos periódicos ilustrados, que trataron del acontecimiento artístico, y la hermosísima Doña Inés, como recuerdo de lo que ella calificaba de atrevimiento inaudito, nos envió una fotografía con la siguiente dedicatoria: "Sr. D. Ricardo de Montis y Romero: A usted que tanto ha ensalzado la interpretación que he hecho del papel de Doña Inés, con gran perjuicio del arte, le dedico este recuerdo, que le servirá de remordimiento de su conciencia. Su amiga, Geraldine Leopold. - Córdoba-7-11-97". En nuestra capital, como en todas partes, la representación de Don Juan Tenorio ha originado multitud de incidentes graciosísimos. Salgado, un pobre cómico de los de última categoría, declamó los versos de un modo tal que ni su autor los hubiera conocido, y como alguien le advirtiese las innovaciones de que los hacía objeto, se arrancó con una disertación literaria deliciosa. Los escritores, decía, se preocupan poco de la puntatura, por que eso lo dejan á la discreción y al talento del actor, y este es el que cuida, como lo hago yo, de darles la puntatura alta ó la puntatura baja, según lo requiere el caso. No es necesario añadir que cuantos oyeron tal discurso quedaron completamente en ayunas de lo que había querido decir el revolucionario Don Juan. Otro Tenorio exclamó á grito pelado en el Gran Teatro:
Muchos aficionados han representado también en Córdoba el drama de Zorrilla, distinguiéndose don Manuel Lorenzo, que lo interpretaba con gran discreción. Hace ya bastantes años, varios jovenes, de los cuales sólo uno ó dos habían pisado el proscenio, pusiéronlo en escena para destinar los productos de la entrada á la sociedad obrera La Caridad sin límites. Y aquel fué un Tenorio memorable. Hubo actor que no conformándose con decir su parlamento dijo el de los demás, y Don Juan, en el último acto, clamó con toda la fuerza de sus pulmones:
Además ocurrió el caso excepcional de que el apuesto sevillano á quien jamás causaron pavor ni muertos ni vivos, temblara de miedo en la escena del desafío con Don Luis, por temor de que este, á causa de su gran miopía, le' atravesase de una estocada. ¿Quieren saber los lectores quienes eran ambos? Don Juan el hoy aplaudido autor cómico Julio Pellicer; Don Luís el que suscribe estas notas. Un redactor de un periódico local, antes de que se efectuara esta representación y sin tener en cuenta su fin benéfico, emitió ciertos juicios, nada favorables, de los improvisados actores. Y los protagonistas de la obra le dedicaron una serie de cartas, que aparecieron en otro periódico, firmando cada cual la suya con el nombre del personaje que había interpretado, en las que le pusieron verde, según la frase vulgar. Don Diego Tenorio se concretó á decirle lo siguiente: Yo no sé escribir, pero he leído hace pocos días unos versos de Sinesio Delgado y me limito á dedicárselos al crítico en cuestión. Helos aquí:
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