Elegía por la voz de los pobres
De Cordobapedia
Poesía dedicada a Víctor Jara incluida en el libro de Sebastián Cuevas Navarro Los proscritos, editado en 1976.
- A todos os convoco, emplazo y comprometo:
- a ti, viejo Yupanqui, de siniestra destreza,
- a ti, Mercedes Sosa, de aguardientosa voz dolida,
- a ti, Cabral salvaje, montaraz de las pampas,
- a ti, Jorge Cafrune, tantas veces herido,
- a ti, Horacio Guaraní, los lunes compañero,
- a ti, alta Violeta, que emparras tu lamento,
- y a todos los demás poetas de apellido.
- Teneis que repetir urgente, machacona
- perentoriamente
- lo que habeis dicho ya: "Si se calla el cantor, muere la vida".
- Es por Victor que os hablo.
- Por Victor Jara, voz
- de Iquique, Antofagasta, Valdivia,
- Asunción y la larga, fragorosa pobreza
- que acaba en Punta Arenas, camino de la Antártida.
- Él, igual que vosotros, contrajo el compromiso
- y empuñó la guitarra
- y esquivó la dulzura, siendo joven como era,
- de cantar a sus hijos y a la tibia caricia
- de su esposa en el alba,
- y asumió viejas voces que venían de Neruda
- y de todas las hambres y los fríos de Chile.
- Le mandaron callar el once de septiembre
- y se acordó de Fray Bartolomé de las Casas
- y elevó con el cóndor su canto al nevado Agualquicha.
- Y resonó en los Andes,
- del Huascarán altivo al violento Aconcagua
- que ve desde Argentina las chabolas
- y el llanto de Santiago.
- Le mandaron callar y miró a sus hermanos
- que habían comenzado a romper las cadenas
- y escupió por las cuerdas a todos los caciques
- elevados por las siglas infames que enmascaran el Norte.
- Le mandaron callar, cuando iba a la muerte,
- en la cuerda común de todos los hermanos,
- al último destino de los fusilamientos,
- y él recordó al Bautista y debeló traiciones
- y su lengua de miel se reiteró en el grito.
- Entonces, compañeros, como razón suprema
- y tesis demostrada por los razonamientos,
- le cortaron los dedos de una mano
- y alguien le dijo: "Canta ahora, hijo de puta".
- Y cantó.
- Victor siguió cantando.
- Ni patadas al vientre, a la boca o al sexo
- fueron esparadrapo para la voz del pueblo.
- Y con la sangre, con la vieja, la inacabable sangre de
- los pobres
- cayendo en canalones,
- arrancó la última cadencia
- y cantó. Siguió cantando, llorando, vomitando,
- mientras el pueblo atónito en obligada milicia,
- reaprendía el miedo e inauguraba la verdad y su fuerza.
- Y hubo que recurrir al remedio infalible
- de las ametralladoras
- para hacer que callara el canto insoportable.
- Os hablo de Victor, compañeros
- -! qué sarcasmo su nombre, el mismo de los fascios¡-
- de Victor Jara, el cantor de su pueblo,
- insobornable y fiel, más allá de la vida.
- Es por él que a vosotros comprometo y emplazo:
- proseguid su tarea, compañeros,
- porque ya lo habeis dicho:
- "Si se calla el cantor, muere la vida".
Principales editores del artículo
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