Guillermo Núñez de Prado

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Guillermo Núñez de Prado, poeta (*Montilla 1874 - †Barcelona 1915)

Fue un hombre polifacético gracias al gran manejo de la prosa que le llevó a ser ensayista, traductor y periodista. Bohemio, solía frecuentar todo tipo de tabernas donde se reunían artistas de los cuales recopilaba las letras que cantaba.

En el año 1904 y ya en Barcelona donde había emigrado debido a la falta de recursos económicos, y fruto de los años de estudios en tantos ambientes, redacta Cantaores andaluces. Historias y tragedias que incluye 30 biografías de los cantaores de la época como Silverio Franconetti.

Notas cordobesas. Guillermo Núñez de Prado

Fué el último escritor bohemio de Córdoba. Un hombre original que daba terribles zarpadas con la pluma, que se revolvía en sus versos contra todo lo existente y no podía presenciar una escena sentimental ni oir un relato triste sin que sus ojos se inundasen de lágrimas.

Poseía un alma grande, una inteligencia privilegiada y una voluntad férrea encerradas en un cuerpo enclenque, enfermizo; en un armazón de huesos, al que tenía en movimiento continuo, en agitación perpetua, un manojo de nervios indomables.

Los infortunios, que le persiguieron desde la niñez, que acibararon su existencia, llena de dolores, de privaciones y de sacrificios, producíanle muchas veces la desesperación, el abatimiento, la rabia, el excepticismo que revelaba en sus versos, los cuales fueron siempre un reflejo fiel del estado de su corazón, pero la más ligera brisa de consuelo o de esperanza, una mirada o una sonrisa del ídolo de sus amores, bastaban para disipar las negras nubes que le envolvieran durante algunos momentos, para ahuyentar de su lado los pesimismos, y el resplandor de la alegría iluminaba su rostro, aquel rosto demacrado y de pómulos hundidos; reaparecía el brillo en sus ojos; la risa en su boca desdentada, donde vagaba de ordinario una. mueca de dolor, y entonces ya no era su pluma látigo de negrero sino surtidor de flores; de sus labios no brotaban injurias ni blasfemias sino idilios y madrigales.

Así se explica la diferencia notable que había entre las diversas composiciones de Núñez de Prado, diferencia tal que nadie hubiera creído, que pertenecían a un mismo autor; por ejemplo, las recopiladas en el libro titulado Bronces y el poema Adela.

El último literato cordobés bohemio empezó a escribir cuando contaba muy pocos años, haciendo alarde, como todo el que principia, de extraordinaria fecundidad. Tenía inundadas de versos las redacciones de los periódicos; de versos incorrectos en su mayoría, muchos de ellos impublicables, pero todos vibrantes, sonoros, llenos de imágenes atrevida, rebosantes de pasión.

Guillermo Núñez de Prado buscaba en la poesía el consuelo a sus desventuras, las alas que le elevasen a regiones libres de las miserias humanas.

Este hombre original compraba la felicidad, una felicidad pasajera, efímera, con muy poco dinero, con el suficiente para tomar varias tazas de café y fumar un cigarro puro de los mas modestos.

Cuando podía permitirse estos lujos, que no era a diario, veíasele horas y horas en un rincón del antiguo Café Suizo, saboreando su bebida predilecta y emborronando cuartillas, de las que sólo levantaba la vista para seguir con ella la espiral de humo del cigarro.

Entonces Núñez de Prado se consideraba completamente dichosos y su musa no rugía como las olas del mar embravecido sino susurraba como las mansas y cristalinas aguas del arroyo. Era cuando producía sus canciones amorosas, sus guajiras llenas de sabor cubano, sus versos eróticos.

No menos venturoso que en los ratos en el café, consagrado a rendir culto a su verdadero ídolo, la Poesía, sentíase cuando, en unión de varios camaradas y amigos, congregados en un pequeño cuarto de una taberna, presa de la excitación que el alcohol produce, declamaba versos con entonación dramática, acompañada de una mímica tan expresiva como original.

Entonces no decía sus madrigales ni sus idilios; sólo recitaba composiciones de las que escribía en las horas de desesperación, composiciones de aquellas cuyos versos eran trallazos con los que pretendía levantar verdugones a toda la humanidad.

Y al mismo tiempo que de sus labios exangües brotaban las estrofas, sus dedos largos y finos como sarmientos retorcíanse a manera de sierpes ansiosos de enroscarse al cuello de los miserables para estrangularlos.

¡Eso sí que es valiente!, exclamaba su auditorio cuando el poeta concluía de declamar una de sus obras, y tal calificativo le producía una satisfacción más profunda que los mayores elogios y los aplausos más entusiastas.

Guillermo Núñez de Prado hallóse un día falto por completo de recursos en Córdoba y tuvo que abandonarnos para buscar, lejos de aquí, medios de subsistencia.

Marchó a Barcelona y en la ciudad condal dedicóse al periodismo primero, a escribir y traducir novelas para una casa editorial después, logrando de este modo, merced a una labor ímproba, a un trabajo rudo, vivir modestamente, ahuyentar de su lado el espectro de la miseria.

En la capital de Cataluña formó su hogar y desde entonces sus versos no fueron ya rugidos ni zarpadas de fiera, sino arrullos de paloma, cantos de amor a la esposa y a los hijos idolatrados.

Cuando logró reunir unas pesetas, efectuó un viaje a Montilla, su pueblo natal, para descansar en él una temporada.

Supo que en Córdoba actuaba la compañía de la eminente actriz María Guerrero y, siempre enamorado del arte, vino a verla.

Motivos inesperados impidiéronle realizar su propósito, encaminándose en nuestra busca y juntos pasamos muchas horas, recordando tiempos antiguos, compañeros y amigos que ya no existían, travesuras de la juventud; recitando versos valientes de los que entusiasmaban a Núñez de Prado.

La tuberculosis que, desde hacía muchos años, minaba su organismo, había hecho en él grandes estragos.

Estoy muy enfermo -nos decía el pobre escritor- y no quisiera morirme lejos de mi tierra. Búscame una colocación aquí, pues estoy seguro de que los aires de Córdoba restañarán las heridas de mis pulmones.

Ofrecíamosle realizar gestiones para satisfacer su deseo, nos despedimos con un abrazo y allá marchó a la gran urbe catalana para seguir la lucha por la existencia, esperanzado en poder trasladar el nido de sus amores de la ciudad de las fábricas a la ciudad de la Mezquita.

No hemos vuelto a saber del último bohemio de la literatura cordobesa.

Hace algún tiempo vimos la esquela mortuoria de su padre en los periódicos de la localidad y, al leerla, advertimos con profundo dolor que, en la relación de sus hijos, faltaba el nombre de Guillermo. ¡Había muerto también!.

Una lágrima rodó por nuestras mejillas y mentalmente elevamos al Cielo una oración por el alma del desventurado amigo.

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