La Feria de la Salud (1845)

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artículo sobre la feria de Nuestra Señora de la Salud incluído en el periódico en El avisador cordobés : periódico de avisos, comercio, artes y literatura el 11 de mayo de 1845. Al final del artículo se señala que su autor fue Francisco de Borja Pavón[1]


Paseo de San Martín utilizado para la llegada a la Feria

La feria que celebra anualmente esta ciudad en la Pascua de Pentecostés, y que recibe el nombre distintivo de la Salud, tiene probablemente su origen en alguna velada con que se solemnizaría la principal festividad de nuestra Señora de aquél título en su propio santuario ó ermita, á donde se halla apegado el cementerio principal de la población. Todavía queda algún simulacro de estas veladas en las vísperas de Santiago, san Agustín y san Bartolomé; y la mudanza de la feria al sitio actual de la Victoria no tiene otra fecha que lo que vá desde los primeros años de este siglo. Como quiera la feria ha ido cada vez mas creciendo en celebridad y concurrencia; y no deja de ser flotable en ella el movimiento mercantil, en lo que respecta á la compra y venta de bestias y ganados.

Siendo, pues, motivo de señalada festividad, esta feria atrae á la parte mas rica y acomodada de la provincia, y la ciudad de Córdoba presenta por lo tanto en estos dias un aspecto nuevo en sus costumbres, y en estremo interesante. La inmensidad de gentes que discurren por las calles de la población, presentando en su aire de incertidumbre y de curiosidad, y en el garbo especial de cada pueblo, aquellos signos infalibles de extrañeza que, según Quevedo, hacen tan difícil encubrir lo forastero: el contraste que presentan las damas de los pueblos y las de la capital: el crecido número de huéspedes que llenan las posadas y las tiendas, abiertas a pesar de la festividad de los dias: el mayor adorno de la gente menestral y proletaria: la multitud de majos vestidos al uso del pais; y el ruido y movimiento que interrumpe el silencio y ordinaria calma de nuestra ciudad, la dan ahora un aspecto muy digno de consideración y examen.

Agrupadas á un lado las bestias, con cierto vistoso desorden, se ven juntos en estrecho recinto caballos y yeguas, asnos y mulas, cabras y ovejas, vacas y cerdos. Tal vez se muestra no lejos de los Babiecas y Rocinantes algún sobrio camello que trae á la imaginación las ferias del Cairo, y mas si se tropieza con un tostado moro, pariente tal vez de nuestros abuelos, que nos vende los dátiles dulces del desierto, fruto de las palmeras africanas, y nos presenta el verdadero tipo del cómodo y desgarbado jaique. Una nube espesa de polvo encubre y oscurece la residencia incómoda de las varias especies de irracionales: y solo los labradores, propietarios y corredores pueden soportar de continuo el relinchar de las bestias, el apresurado y mentiroso charlar de los gitanos cambalachistas, que apuran todos los recursos de su lucrativa elocuencia; y finalmente el continuo peligro de ser atropellado á la menor morisqueta de un inquieto cuadrúpedo, ó por un ginete novel en la probatura de un caballo asustadizo.

En otro lado enfiladas las confiterías, mistelerias y buñolerías, presentan en la contestura grotesca y ruda de su fábrica, el asilo mas seguro de la alegría, V el consuelo de los estómagos desfallecidos. El aceite, producción abundante del país, rocía y embadurna todos los utensilios de esta especie de cafés, dignos por su rusticidad de los tiempos patriarcales. Todo el menaje interior se reduce á algunos difíciles bancos de asiento lineal, en que es forzoso hacer abstracción de la idea de superficie, á algunas mesas que parecen bancos, y algunos lebrillos construidos del delicado pedernal de nuestras adelantadas alfarerias, moreno como las mozas de la tierra, y hermano gemelo del que se usa en pucheros y otros vasos de la misma naturaleza. Era costumbre respetada de nuestros antepasados el ir á almorzar ó cenar á estas buñolerías, en lo cual no había otro mal que las indigestiones consiguientes á los hartazgos de tan amazacotada y fuerte confección.

Hoy ya no es tan decente el frecuentar estos bazares de estera vieja, donde solo van á buscar los hijos de la alborozada democracia el solaz que llevan consigo tales tiendas, que con escaso alumbrado por la noche dan ocasión á toda especie de franqueza. Suelen concurrir á ella el vino y los licores de las mistelerias, y tal vez sirve de amable Ganimedes alguna acreditada hermosura, mas perifollada que la cruz de Mayo, y ostentándose rabiosamente coloreada delante de su significativa tienda, sabe, como dicen, matar de una pedrada dos pájaros. Los aficionados á contemplar tales bellezas, y. tan seductoras vedutas, no tienen mas pena que la de ser envueltos en una atmósfera de humo, producido por el aceite frito, que es el incienso que perfuma aquellos lugares deliciosos.

Las tiendas, que suelen llamar con preferencia la atención de los muchachos, son las de figuras ó muñecos. Cosa es de ver como sudan y se afanan nuestros escultores en sacará la feria sus producciones esmeradas. Cada tienda es un repertorio completo de armas infantiles, de partes constitutivas de el vestido militar, de chismes y juguetes, y de instrumentos desapacibles. Completan esta exposición artística los coches de madera y de lata, las comunidades de monjas, las parejas de contrabandistas, las cigüeñas, los pitos de todos géneros, y las figuras con cuernos. Cualquier ingenio tocado de aquella especie de vértigo que agitaba al que pulsó la lira de Medellin, bailaría aqui abundante materia para hacer comentarios sobre estas temibles excrecencias.

Se hacen notar también otras tiendas, como son las de lata, azófar, cobre, barro grotesco, peines, guitarras y navajas, á que se agregan infinidad de puestos secundarios, donde se venden turrón, garbanzos blanqueados, frutas y confites de vil precio y de menudo regalo.

El paseo de la victoria, centro de la reunión elegante, se halla poblado con gran número de sillas, que constituyen nuevos y diversos salones, donde numerosas bellezas y apuestos jóvenes ostentan á porfía sus galas y donaire. A la caída de la tarde casi siempre ya la demasiada concurrencia produce una confusión que desconcierta el orden de los giros y vueltas. El aparato aristocrático, el alarde deslumbrador del mas refinado lujo, ceden entonces al movimiento popular de la muchedumbre que se ajila y empuja por todas direcciones, hasta que ya las sombras, ocultando los afeites y las preseas de la hermosura, comienzan á desvanecer la concurrencia. Entretanto la luna penetra con sus rayos por las copas de los árboles planteado sus ramajes, y hace más grata la soledad a los que en los salones del paseo quedan saboreando conilles y gratas conversaciones.

La concurrencia al paseo en estos tres días es, si no va la única como sucedía antiguamente, por lo menos la mas numerosa aun, y la mas brillante de todo el año. Levantan su prestigio á los ojos de los numerosos huéspedes con que todos los pueblos de la provincia enriquecen ahora la capital, los bellos paisajes don que la naturaleza ha engalanado la situación y cercanías del paseo. Las calles de árboles y de rosales, la vecindad de varias frondosas huertas, la espaciosa llanada de la agricultura, y las azuladas y amenas rimas de la sierra cercana, forman ciertamente una escena encantadora.

La luz artificial realza por la noche extremadamente el cuadro vivo y bullidor de la feria. La multitud de luminarias suspendidas en dorados belones de los techos de las tiendas, ó puestas en pequeños faroles sobre el suelo, ó encima de ruines mesillas, hace mas visible la blancura de los lienzos, el abigarrado color de las muñequerias, y el undular de las gentes. Parece escucharse mejor el desacorde pero grato ruido que puebla los aires. La sombra nocturna que lucha con las pequeñas y diseminadas masas de centelleante luz, dá deleite al corazón y vaguedad á el pensamiento. iNi la vista, ni los pies se encaminan con dirección tija; pero instintivamente se apetece y se halla el gozo y el bienestar en la unión franca de los amigos, ó en el cortejo obsequioso de las hermosas.

Así, pues, estos alegres dias de el año, en el alma de quien contempla nuestra ciudad, dejan una impresión duradera y agradable. La niñez los desea con impaciencia como un dorado sueño: la juventud los mira como una solemnidad de júbilo y amor; y la vejez madura se goza en ellos como en una memoria de su vigorosa mocedad.

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Referencias

  1. El avisador cordobés : periódico de avisos, comercio, artes y literatura Número 62 - 1845 mayo 11

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