La Ribera (1891)

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Artículo sobre la Ribera, escrito en el año 1891 por Emilio Cabezas e incluído en el Almanaque del obispado de Córdoba : Año 1891.



Los que hemos tenido la dicha de nacer en Córdoba, los que hemos visto deslizarse nuestros años al par que las ondas del Guadalquivir, los que constantemente vivimos bajo el amparo de las protectoras alas del dorado arcángel, que corona nuestras torres, y los que poseemos ese perpetuo edem, esa sierra que nos circunda, encantado y rico vergel, nido purísimo de aromas y de flores, bien podemos conceptuarnos dichosos. La Naturaleza ha desplegado todas sus espléndidas galas en esta bendita tierra, donde el sol brilla más, y donde el aire que se respira es más puro. Córdoba conserva todos los encantos que la soñadora imaginación del hijo del desierto pudiera apetecer para su fingido y suspirado paraíso. ¡Qué mucho que aún rueden por su tostada faz abrasadoras lágrimas, y broten de su pecho hondos suspiros, al recordar tanta grandeza! Dentro de este recinto, que tanta vida y luz atesora, se conservan añejas y tradicionales costumbres, que vienen a dar más colorido y animación al pintoresco cuadro que cuidadosa guarda dentro de sus carcomidos y viejos muros. --

La Ribera: hé aquí el punto que hoy se presenta vivo en nuestra mente. ¿Quién no conoce la Ribera? Ha llegado la época de los baños, y fuerza es pasar el barco, ese barco primitivo que todos hemos conocido desde muy niños, y que sentiríamos ver desaparecer.

La Ribera en 1880

No se comprende el verano sin tomar posiciones en los asientos de piedra que por el lado de la población sirven de márgen al caudaloso río; sin beber el agua fresca en la limpia jarra, que muestra la vieja arropiera dueña también de olorosa y abundante colección de ramos de jazmines, adorno indispensable para las negras trenzas de nuestras graciosas paisanas, que durante los fuertes ardores del estío, concurren a sumergir sus formas esculturales entre las claras ondas de nuestro caudoloso Bétis.

Todos hemos soñado, y todos los hemos visto; el carácter típico de nuestras mujeres en ninguna otra parte puede apreciarse mejor, que en el paso de la Ribera. Fresca y flotante bata, dejando ver bajo sus anchurosos pliegues ajustado zapato blanco, cárcel dichosa de menudo pié, rostro moreno, de rasgados ojos, sombreados por largas y pobladas pestañas; miradas de fuego, dejando adivinar en sus pupilas el ardoroso volcán de sus pasiones; gracioso andar, lleno de flexibles ondulaciones, que deja entrever todos los encantos que avara encierra entre sus finísimas y blancas ropas. Tanta hermosura se halla coronada por negro y abundoso cabello, cuyo color envidiara el ébano, recogido graciosamente en apretado conjunto, y llevando por único y rico joyel, modesta y sencilla flor de vivísimos colores, que compite en aromas y perfumes con el aliento embriagadr de la linda cordobesa.

En la población que tantas riquezas atesora y que tantas dichas guarda, en mujeres, perfumes, luces y colores, bien podemos estar orgullosos de figurar en ella; por eso yo, que aquí he nacido, aquí quiero morir; quiero, desde mi modesto lecho, ver por última vez el azulado y purísimo cielo, que desde há mucho tiempo ha sido mi insuperable y fiel compañero; quiero dar mi último adiós á las flores y á las enredaderas, que protectoras cubren las paredes de mi pátio; quiero, en fin, morir abrazado á los séres queridos que puedan sobrevivirme, y que como yo nacieron en Córdoba, y morirán aquí bendiciendo la tierra en que por vez primera vieron la luz. ¡Sí, pátria mía! tú serás mi perpétuo sueño; en tanto aliente con un sólo átomo de mi vida, mi recuerdo constante será para tí, que tantas dichas me has ofrecido, y cuyo recuerdo oculto avaro en lo más profundo de mi alma.

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