La Semana Santa (Notas cordobesas)

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Ricardo de Montis en sus Notas Cordobesas (Recuerdos del pasado).


La Semana Santa, nunca celebrada en Córdoba con el lujo y la ostentación que en otras poblaciones, tiene aquí dos notas características muy poéticas y eminentemente populares: los altares y las saetas.

La saeta cordobesa no se parece á la sevillana; en esta se notan vestigios del canto flamenco; en aquella hay algo de los trenos de Jeremías; más sentimiento, más sabor religioso.

Nuestra saeta es el grito que lanza la madre al ver muerto á su hijo; e! gemido de la humanidad que llora arrepentida de su crimen.

Cantada por la voz vibrante de una mujer nos da la impresión más exacta del sublime poema del Gólgota.

La tradicional costumbre de los altares se va perdiendo como otras muchas; hoy casi exclusivamente se conserva en los barrios bajos de la ciudad.

Hace treinta años eran pocas las familias que no instalaban altares, para pasar en ellos la noche del Jueves Santo velando al Señor.

Poníanlos en habitaciones espaciosas, con ventanas á la calle, á fin de que pudiera verlos el público. Y cada cual echaba el resto para que su altar superara en magnificencia al del vecino.

Colgaduras, alhajas, imágenes, luces, flores amontonábanse en aquellos sagrarios erigidos por la fe del pueblo al Divino Redentor, formando un conjunto artístico, hermoso, lleno de encantos indescriptibles.

Los dueños de los altares invitaban á sus amigos y amigas para que fuesen á cantar saetas, y con este motivo la velada prorrogábase hasta el día.

Los mozos reuníanse en grupos para visitar los altares; el que mejor cantaba se abría paso entre los curiosos agrupados ante la ventana de cada uno de aquellos y, sombrero en mano, entonaba una saeta, la cual era en el acto contestada por una de las mujeres que había en el interior de la habitación. Y seguían á la primera copla otras muchas, sin que jamás faltara la genuinamente cordobesa:

"¡Qué hermoso está el monumento con tanta luz encendía; mujeres que estais adentro dispertar si estais dormías á adorar al Sacramento."

Si el cantor era amigo de la familia de la casa esta le obsequiaba con la clásica copa de aguardiente y una exquisita torta, elaboración especial de nuestras tahonas para la Semana Santa.

Los altares daban gran animación, durante la noche del Jueves, á las calles, muchas de las cuales semejaban ferias, por sus innumerables puestecillos de tortas y hornasos.

En materia de procesiones nunca se ha distinguido esta capital ni por el número ni por la calidad de las mismas.

Antiguamente la Hermandad de los Panaderos sacaba el domingo de Pasión la imagen de Jesús Nazareno que se venera en la iglesia parroquial de San Lorenzo y la conducía al Calvario, situado en el lugar conocido por el Marrubial, donde hoy se eleva el cuartel de Alfonso XII.

Algunos años la Cofradía de los Curtidores sacó también procesionalmente, el Lunes Santo, la efigie de Jesús en el huerto, de la parroquial de San Francisco.

Desde hace bastante tiempo, en la noche del Jueves Santo sale la procesión llamada de Jesús Caido, procedente de la iglesia de San Cayetano, cuya Hermandad fué presidida por el gran torero Lagartijo, quien regaló á la imagen una magnífica túnica, hecha en Barcelona.

La principal procesión de Córdoba es la del Viernes Santo, que se forma en la parroquial del Salvador.

En ella figuran, invariablemente, la Cruz de la iglesia auxiliar del Espíritu Santo, conducida por su Hermandad, que la llama Cruz guiona, por ir delante, y algunos, uniendo las dos palabras, denominanla la crujiona; un Jesús Crucificado, del templo de los Padres de Gracia; Nuestra Señora de las Angustias, del de San Agustín; el Santo Sepulcro, del del Salvador, y la Virgen de los Dolores, de iglesia hospital del mismo nombre.

Este es el mejor paso de cuantos se exhiben en nuestra capital, si no por su merito artístico por su lujo y magnificencia.

La imagen predilecta de los cordobeses tiene dos valiosos mantos, uno negro, que le regaló el Obispo de esta Diócesis don Juan Alfonso de Alburquerque, y otro azul, bordado y donado por varias señoras.

También posee riquísimas alhajas, entre ellas una diadema de gran valor que le legó la señora Marquesa de Salazar.

Además de las imágenes dichas han figurado, algunas veces, en esta procesión, las igualmente mencionadas de Jesús en el huerto, Jesús Nazareno y Jesús Caído; la del Salvador con la cruz de plata, que hay en la iglesia del Hospital de Jesús Nazareno; la de Jesús rescatado, del templo de los Padres de Gracia, y la de Cristo amarrado á la columna, del de San Francisco.

Un año también formaron parte de la misma procesión las efigies de San Juan, la Magdalena, la Verónica, un Ecce Homo y Jesucristo Crucificado entre el buen ladrón y el mal ladrón.

En épocas ya remotas, imitando el ejemplo de otras poblaciones, los individuos de algunas hermandades iban uniformados con túnicas blancas, moradas ó negras, ostentando en la cabeza enormes cucuruchos, de los cuales pendía un pedazo de tela que cubría el rostro, á guisa de antifaz.

Y los muchachos, siempre traviesos, entreteníanse en colocar grandes piedras sobre las largas colas de los mazaragüevos, extraño nombre que el vulgo daba á tales individuos quienes, al final de la jornada, resultaban con las túnicas hechas pedazos.

Cuando concluía la procesión del Santo Entierro innumerables personas acompañaban á las imágenes de Nuestra Señora de los Dolores y del Cristo de Gracia hasta sus iglesias, haciéndolas objeto de hermosas manifestaciones de fervor.

Por último, el Domingo de Pascua se forma, desde hace muchos años, en la parroquial de Santa Marina, la procesión de Jesús resucitado, que recorre los alrededores del templo.

Una costumbre que va desapareciendo, con lo cual nada se pierde, es la de colocar en los balcones, el Domingo antes citado, peleles ó Judas, en los que el pueblo sacia sus iras, destrozándolos á palos y pedradas.

En cambio subsiste la de celebrar el toque de gloria con disparos de armas de fuego, arrastrando latas y realizando otros actos que serán manifestaciones de júbilo entre salvajes, pero que no lo pueden ser en pueblos medianamente civilizados.

Tres sucesos dignos de mención, muy desagradables por cierto, han ocurrido en Córdoba el Viernes Santo.

Hace ya algún tiempo, en las primeras horas de la tarde, con general sorpresa del vecindario hasta que se dio cuenta de lo que pasaba, fué interrumpido el silencio propio del día por el toque de las campanas de todos los templos parroquiales. Hacían la señal de fuego á causa de haberse declarado un voraz incendio en un depósito de maderas del Campo de San Antón.

Pocos años después, á las once de la noche, otro siniestro análogo destruyó una casa de la calleja del Niño

Perdido, obligando á las campanas á perturbar la calma augusta del Viernes Santo.

Y en dicho día también se registró en nuestra capital una verdadera catástrofe. Varios individuos de una familia muy popular organizaron una gira campestre al lugar llamado "Lope García"; allí saltaron á una barca para pasear en el Guadalquivir; aquella volcó y murieron ahogadas seis personas.

Mas como todo no han de ser tristezas, concluiremos con una nota cómica.

Cinco ó seis jóvenes de buen humor recorrían altares en la noche de un Jueves Santo, y uno de ellos, gran aficionado al divino arte, hacia el gasto cantando saetas.

Agotósele el repertorio ó se cansó de él y, enmedio de la calle, rodeado por sus colegas, empezó á entonar la "siciliana" de la ópera Cavallería rusticana.

En el acto presentóse un guardia municipal y le dijo con formas corteses: caballero, esta noche no se pueden cantar más que saetas.

Es que lo que yo canto son saetas italianas, contestóle el joven.

Y el celoso dependiente de la autoridad puso este aplastante fin al diálogo: Ya lo sé, caballero, pero aquí cerca vive un concejal que no entiende de música y me puede dar un disgusto.

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