La casa de vecinos (Notas cordobesas)

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Ricardo de Montis en sus Notas Cordobesas (Recuerdos del pasado).


Las construcciones modernas van haciendo desaparecer la antigua casa de vecinos, típica de Córdoba. Hace treinta años la veíamos en todas las calles, hoy la encontramos solamente en los barrios bajos de la población.

No es un edificio dividido en departamentos aislados, con poca luz y menos ventilación, como la de las grandes poblaciones; es un viejo caserón, bañado constantemente por el sol y perfumado por las brisas de la Sierra, donde se vive en familia, á semejanza de los pueblos primitivos, sin duda más felices que nosotros.

Porque todos los moradores de cada una de esas casas constituyen una verdadera familia, heterogénea y numerosa, unida por los vínculos del afecto.

Cada vecino siente como propias las penas y las alegrías de los demás: les consuela en el infortunio y participa de sus goces.

¿Hay un enfermo? Pues todos se aprestan á asistirle, á cuidarle con esmero, con cariño, quitándose gustosos las horas de descanso para dedicarlas á esta noble misión.

¿Hay alguno en situación apurada por falta de trabajo ó por otra circunstancia cualquiera? Pues sus convecinos llegan á privarse hasta de lo necesario para que no muera de hambre ni tenga que recurrir á la caridad pública.

Y si alguien insulta, si alguien maltrata á cualquier individao [sic] de estas venturosas familias, veréis á los demás salir á su defensa, veréis á las mujeres, principalmente, aprestarse á vengar el ultraje, valiéndose, no sólo de la lengua sino de las uñas, si es preciso.

Así ocurren frecuentes reyertas, en las que rizos y moños suelen rodar por el suelo y á las cuales pone término cuando no la casera, el guardia municipal del distrito.

La casera es el personaje más saliente de estas viviendas populares; ella hace de cabeza de familia aunque tenga marido, pues para el desempeño del cargo que ejerce impúsose la mujer al hombre mucho antes de que se hablara del feminismo.

La casera ocupa la mejor habitación y sus funciones son múltiples y variadas; ella cobra los alquileres, ordena ciertos servicios domésticos, pone paz entre los matrimonios mal avenidos, borra las rencillas sin fundamento, vigila á las mozas que tienen novio, aconseja al que se separa del buen camino, reprende al borracho, despide al inquilino que no le conviene y arma la bronca cuando cree oportuno para hacer respetar sus derechos.

Una de sus principales obligaciones es la de cerrar la puerta de la calle, invariablemente y con puntualidad cronométrica, á las diez de la noche en el invierno y á las once en el verano: las buenas costumbres así lo exigen.

Y ya puede ir después de esas horas cualquier vecino y cansarse de llamar; pasará la noche á la intemperie, si no busca otro refugio, y al día siguiente, como complemento del castigo, sufrirá un buen repaso de la casera.

Naturalmente están exceptuados de la regla establecida para recogerse los vecinos que, por sus oficios ú ocupaciones, tienen que trasnochar, pero estos poseen llaves, que facilita la encargada de la vivienda, aunque no de muy buen grado por cierto.

La mayoría de los servicios y faenas de la casa se ejecuta por riguroso turno. Así cada sábado le toca á una vecina barrer la puerta, cada semana ocupar la pila para el lavado de la ropa, cada mes dar bajeras á la fachada, cada noche encender el farol del portal, cada vez que se rompe la soga del pozo sustituirla por una nueva y hasta donde hay varias muchachas con novio estas turnan en el usufructo de la gradilla de la puerta para pelar la pava.

En cambio cuando se aproxima la Semana Santa ó la Feria y cuando va á pasar por la calle la procesión del Santísimo todas tienen la obligación de enjalbegar la fachada y apenas es de día salen, en refajo, provistas de sus escobillas, y en poco tiempo dejan los muros blancos como una paloma, según ellas mismas dicen.

En la casa de vecinos hay dos dependencias importantes: una, la principal, es el patio, ese patio con mezcla de huerto, encanto de los extranjeros y admiración de los artistas.

Cubren sus paredes enredaderas trepadoras, verde yedra y olorosos jazmines; en su frente elévase el macetero, pirámide esbelta llena de flores, que sirve de nido á policromos insectos y delicadas mariposas; en los arriates que lo rodean hay bellos rosales y frondosos dompedros; en el suelo una alfombra de manzanilla; en la tosca balaustrada de madera, pintada de azul rabioso, que limita la galería del piso alto, innumerables jarras llenas de claveles reventones que serán lucidos por las mozas entre el pelo en noches de verbena ó de jolgorio.

Allí se festejan los grandes acontecimientos de la vecindad: el otorgo, el casamiento, el bautizo, la vuelta del soldado que fué á la campaña, y se celebran como el pueblo sabe celebrarlo todo: con música de guitarras que alegran el alma, con cantares sentidos que llegan al corazón, con el baile clásico de Andalucía, tan artístico como la danza griega y tan voluptuoso como la oriental.

Y allí, en las noches de verano, después de haber regado bien el piso de menudas piedras, siéntanse los vecinos en amable coloquio para descansar de los trabajos del día.

En torno á la anciana, que se distrae haciendo calceta, agólpanse los chiquillos empeñados en que les cuente cuentos; las madres duermen á sus hijos en el regazo, murmurando monótonas canciones; las jóvenes charlan de sus amoríos y en la penumbra de un rincón una pareja feliz, abstraída de cuanto le rodea, rima el dulce y eterno idilio de los enamorados.

Algunas noches, generalmente las de los sábados, esta calma patriarcal se trueca en bullicio indescriptible; es que se ha organizado una caracolada ó una sangría que sirve de pretexto á aquella venturosa gente para echar una cana al aire.

Otra dependencia que juega un papel importantísimo en estas casas es la habitación más amplia del piso bajo que tenga ventanas á la calle; su inquilino ya sabe que está obligado á cederla en determinadas ocasiones.

Como que en ella se instalan los altares del Jueves Santo y de la Cruz de Mayo, cubriéndola de colgaduras, llenándola de imágenes, de luces, de flores, que la convierten en un templo en miniatura erigido por la Fé del pueblo, siempre arraigada, siempre inquebrantable.

Y cuando ocurre una gran desgracia, cuando el destino arrebata la vida de una joven, aquella habitación conviértese en capilla; allí se la coloca, también cubierta de flores, y ante el cadaver desfila todo el barrio, vertiendo lágrimas las mujeres, sollozando los hombres, y repitiendo todos á la familia doliente la fórmula de ritual en estos casos: Salud para encomendarla á Dios.

Y hay mozo que al acercarse á la ventana, sombrero en mano, para contemplar el cadáver, recuerda la noche del Jueves Santo en que también se aproximó, de igual modo, para entonar una saeta y surge en su memoria una copla, tan poética y sentida como todas las del pueblo, y le dan ganas de cantar, á guisa de responso:

¡Mira qué bonita era...
se parecía á la Virgen
de Consolación de Utrera!


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