La feria de la Fuensanta (Notas cordobesas)

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En tiempos ya lejanos fué tan importante como la de Nuestra Señora de la Salud, y siempre tuvo más poesía que esta, por su carácter tradicional y por el sitio en que se celebra.

Además había en ella un sello genuinamente cordobés, del que carecen las dos que hoy se verifican en nuestra capital, iguales ó muy parecidas á todas las del resto de España.

Visitábanla pocos forasteros de otras regiones, pero en cambio venían muchos de los pueblos de la provincia, lo mismo para dedicarse al negocio que para disfrutar de las diversiones que se organizaban.

El mercado de ganados situábase en el lugar conocido por "Cuesta de la pólvora" y en él abundaban extraordinariamente los cerdos, siendo de gran importancia las transacciones que se hacían todos los años.

Próximas al mercado empezaban las instalaciones de casétas que se estendían á uno y otro lado del camino del santuario hasta el puente que hay á la bajada del llano de la ermita.

Con las tiendas de juguetes y turrones y con las buñolerías alternaban las barracas de los espectáculos y los primitivos coches de madera.

En la esplanada del templo colocábanse los puestos para la venta de frutas que constituían el principal comercio de esta feria, y eran de ver las pilas de hermosos orejones, de ricas ciruelas pasas que se levantaban en aquel paraje, para deleite de los gastrónomos.

Contiguo al puente del arroyo, que hoy ya no es del dominio público, y á la entrada del camino de las huertas, estaba lo más clásico de esta feria: las chozas de los higos chumbos, que constituían un cuadro encantador.

En ellas, á las altas horas de la noche, congregábanse innumerables familias, y con el pretexto de comer el sabroso fruto del nopal, improvisaban agradabilísimas fiestas, en las que eran elementos indispensables la guitarra, el baile andaluz y la copla sentida que encierra un poema en tres ó cuatro versos.

La animación en la feria no decaía jamás, especialmente por la mañana y por la noche. No había un buen cordobés que no fuese á visitarla y a depositar su ofrenda ante el ara de la Virgen.

Desde que el sol empezaba á declinar, tanto el paseo de la Ribera como las calles de Lucano, de Lineros, hoy Emilio Castelar; de Don Rodrigo, y del Sol, en la actualidad Agustín Moreno, convertíanse en verdaderos coches parados.

Casi todas las casas de estas calles, muy limpias, muy blanqueadas, mostraban al través de sus cancelas y de sus amplios ventanales hermosos llenos de flores, en los que bellas mujeres, indolentemente reclinadas en sus mecedoras, presenciaban el desfile del público y algunas tal vez aguardaban el paso del hombre que las había robado el corazón.

El pueblo cordobés, en el que siempre estuvieron hondamente arraigados los sentimientos religiosos, antes de detenerse en los puestos, antes de penetrar en las barracas de los espectáculos ó de sentarse en las sillas del Asilo para ver la función de fuegos artificiales, acudía al santuario, pues lo primero era visitar á la Virgen.

El templo, sencillo, sin lujo ni ostentación, pero con muchas luces y muchas flores, á cualquier hora estaba concurridísimo, y sobre todo durante los cultos de la novena.

Y eran admirables el fervor y el recogimiento conque aqnella multitud, compuesta de personas de todas las clases sociales, presenciaba esos actos.

Después centenares de personas deteníanse en la amplia nave que hay delante del santuario para examinar las tablillas con los exvotos, casi todas ellas pintadas por un artista modestísimo, que en su pobre taller, situado en la calle de la Feria, hoy de San Fernando, tenía á guisa de muestra la siguiente inscripción en los cristales de una ventana: "Se confeccionan milagros".

Y no había padre que no llevara á sus hijos á rezar á la Virgen, después de contarles la milagrosa aparición de la imagen dentro del tronco de una higuera, ni que les dejara de mostrar los cuadros que representan el Alma en pena y el Alma en gracia, así como el famoso caimán que, según la absurda y original creencia de algunas personas sencillas, fué muerto en el arroyo contiguo al santuario por un cojo á quien trató de devorar, con la escopeta de chispas que también aparece colgada entre los exvotos.

De la iglesia pasaban al Pocito, para beber sus aguas salutíferas, y luego, llenos de fé, alegres, cargados de juguetes y chucherías, tornaban á sus hogares, no sin haberse detenido en la calle del Sol ante el pórtico del palacio de los Marqueses de Benamejí, hoy Escuela de Artes y Oficios, para admirar los dos guerreros de lucientes armaduras, el negro y las demás figuras que decoraban el vestíbulo.

Durante los días de la feria de la Fuensanta, además de las diversiones propias de tales fiestas como conciertos, bailes, cucañas y fuegos artificiales, celebrábanse buenas corridas de toros que también contribuían á traer bastantes forasteros.

En esta época verificóse la única con plaza partida que se ha efectuado en Córdoba; tomaron parte en ella los diestros Bocanegra, Hito, Lavi y Melo y constituyó el principal atractivo del programa de festejos, por tratarse de un espectáculo desconocido en nuestra población.

En la feria á que venimos refiriéndonos, ocurrieron, en distintas ocasiones, accidentes muy lamentables.

Una noche descargó una horrorosa tormenta, acompañada de lluvias torrenciales, tan de improviso que los concurrentes tuvieron que huir á la desbandada y refugiarse en las casas próximas, de las cuales no pudieron salir en bastantes horas, porque las calles estaban convertidas en ríos.

El agua arrastró infinidad de mercancías, dejando sumidos en la miseria á no pocos feriantes.

Otro año un cohete de los fuegos artificiales causó graves quemaduras á una joven que se hallaba sentada en el paseo de Madre de Dios.

Y no hace mucho un mal intencionado corrió la voz de que se había escapado una fiera de una barraca, precisamente á la hora en que era mayor la animación en aquellos lugares.

El público huyó, presa de un pánico indescriptible, y en la confusión propia del caso ocurrieron muchos atropellos y otros accidentes, aunque sin graves consecuencias por fortuna.

El Ayuntamiento, hace ya algunos años, acordó convertir en velada esta feria, y sustituirla por la llamada de Otoño que empieza el 25 de Septiembre, ó sea diecisiete días después de la fecha en que principiaba la de la Fuensanta.

Jamás han logrado convencernos los fundamentos de tal innovación, pero no es este el lugar de discutirlos.

Terminaremos, pues, las presentes notas concretándonos á lamentar que se haya suprimido la feria más típica, más tradicional, más poética de Córdoba, para crear otra que desde sus comienzos arrastra una vida pobre y que, andando el tiempo, ha de morir por consunción

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