La velada de San Juan (Notas cordobesas)
En unos forman los mozos hogueras en las plazas y bailan á su alrededor, recordando las escenas del aquelarre mitológico; en otros las jóvenes aguardan á que el reloj dé la primer campanada de las doce para zambullir la cabeza en una fuente, porque haciendo esto les saldrá novio; en Córdoba la víspera de la fiesta de San Juan hay máscaras, costumbre esclusiva de nuestra población. Su origen es antiquísimo: data de la época de los árabes. Estos, la noche indicada, permitían á sus mujeres que salieran solas, pero con la cara cubierta, para tomar el alfil ó sea lo que hoy en castellano llamamos refresco, aunque esta palabra haya caído en desuso, sustituyéndosela por la extranjera lunch. Realizada la conquista de Córdoba, los cristianos conservaron aquella costumbre, si bien modificándola algo, pues ya no eran mujeres tapadas con tupidos velos las que recorrían libremente la ciudad; sino personas de uno y otro sexo, disfrazadas á su antojo y cubierto el rostro con antifaz ó careta. El teatro de estas espansiones en tiempo de los califas, eran los alrededores del Alcázar y la. ribera del Guadalquivir; por eso, sin duda, continuaron después en el paseo de la Rlbera y en la calle próxima de la Feria, hoy de San Fernando, lugares de donde se trasladó la velada al paseo de la Victoria y últimamente al del Gran Capitán, en el que hoy se celebra. Pero, sin duda alguna, los sitios en que tenía más carácter, más sabor clásico, si se nos permite la frase, encanto y mayor poesía, eran los indicados primeramente: el paseo de la Ribera y la calle de la Feria. No había en ellos lujo ni comodidades; derroches de luz ni casinos y cafés para solaz del público, pero había en cambio, esa sencillez que imprime un sello característico á nuestras incomparables fiestas populares. A ambos lados del camino, en la Ribera, y delante de las amplias aceras de la calle de San Fernando, instalábanse varias filas de sillas, de aquellas bastas sillas de enea sin pintar, propiedad del Asilo, que podían ser ocupadas por el público mediante el pago de dos cuartos, á las cuales sustituyeron las de hierro que hay en la actualidad, más seguras pero menos cómodas que las primitivas. Y en lugar de los cafés, de las cervecerías que hoy se establecen en todos los sitios donde acostumbra á reunirse la gente, allí sentaban sus reales esa noche innumerables arropieras con sus mesillas diminutas, á las que acudían los muchachos para gastar sus ahorros en suspiros de canela ó bolas de caramelo; los hombres para endulzarse la boca con las sabrosas arropías de clavo y refrescar las secas fauces con el agua de las jarras limpias y sudorosas, y las mujeres para comprar el ramo de jazmines que deja una estela de perfumes por donde pasa su poseedora. Los jóvenes y las máscaras, para no perder la tradición del alfil, proveíanse en la confitería de Castillo de bien repletos alcartaces de almendras y anises é iban repartiéndolos entre sus amigas y conocidas. Abundaban los disfraces de buen gusto y las bromas ingeniosas y cultas, todo lo cual, por desgracia, ya va desapareciendo. También solían recorrer los parajes mencionados algunas comparsas y estudiantinas, tocando alegres jotas y pasodobles y cantando coplas picarescas ó satíricas. El inolvidable Eduardo Lucena, al frente de su Centro filarmónico, contribuyó más de una vez á amenizar la velada de San Juan y un año dió un agradabilísimo concierto en una especie de tribuna levantada con este objeto en la calle de la Feria. Una comparsa notable fué la titulada El reino de Lucifer; constituíanla treinta ó cuarenta jóvenes vestidos de Mefistófeles, ostentando cada uno un farolillo rojo en la cabeza. Tenía un buen repertorio tanto de obras musicales como de letras para las canciones. Iba dirigida por el inteligente aficionado Rafael Vivas. Y el pueblo cordobés, viendo desfilar máscaras y comparsas, escuchando los discreteos de las primeras y las agradables composiciones de las segundas, oyendo las notas, más ó menos afinadas, de la banda de música de Hilario, pasaba tres ó cuatro horas inadvertidas, horas deliciosas, inapreciables para quienes, abstraídos de cuanto ocurría en su torno, rimaban el idilio eterno del amor que siempre será el rey de la poesía del mundo. Y no faltaban personas que efectuaran excursiones por e1 Guadalquivir, en la barca de Juanico ó en otra análoga, quizá para hacerse la ilusión de que se hallaban presenciando el Carnaval de Venecia. Cierto año, cuando ya se celebraba esta verbena en el paseo del Gran Capitán, dos periodistas de buen humor, uno de ellos murió hace tiempo, acordaron disfrazarse para embromar á varios amigos. Vistiéronse con trajes de payasos y á fin de evitar el calor que produce la careta y 'para estar más en carácter decidieron pintarse el rostro. Así lo hicieron y se lanzaron al Gran Capitán dispuestos á correrla, pero ¡cual no sería su asombro al ver que todo el mundo les conocía y al oir la.voz unánime: ¡eh, ahí van fulano y zutano vestidos de máscara! Los periodistas se miraron con asombro y no pudieron contener una carcajada; el sudor les había quitado la pintura é iban con las caras al natural. No es necesario añadir que en el acto desistieron de su proyectada juerga. En los primeros Juegos florales celebrados en Córdoba, que se efectuaron el 11 de junio de 1859, el tema de costumbres fue una poesía á La velada de San Juan y en él obtuvo el premio, consistente en un pensamiento de oro, don Luis Maraver Alfaro, y el accésit, que consistía en un tomo de las poesías de Góngora, don Antonio Alcalde Valladares. La composición de Maraver es muy original: el autor cuenta que se le aparece el nigromante Enrique de Villena en forma de demonio, le invita á que se monte en su rabo y le conduce al minarete más alto de la Mezquita Aljama. Desde allí, por arte mágico, presencia la velada en la época de los árabes, en el tiempo de la España caballeresca y en la actualidad; sorprende sus escenas y sus diálogos y los describe y narra en versos fáciles y sonoros. |
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