Las fiestas onomásticas de un matrimonio (Notas cordobesas)
Antiguamente muchas familias cordobesas obsequiaban a sus amigos con agradabilísimas reuniones de las que aún conservan el recuerdo algunas personas que ya peinan canas y que en la época a que nos referimos formaban parte de la juventud alegré y bulliciosa. Una de tales familias era la de don Abdón Usano. El 29 de Julio su esposa doña Beatriz de Tena celebraba su fiesta onomástica, y el 30 del mismo mes celebrábala él, y con este motivo echaban la casa por la ventana (nunca pudo tener mejor aplicación esta frase). Desde la noche del 28 hasta la mañana del 30 no cesaban ni un momento la animación y la alegría en la feliz morada de los señores Usano, situada en la plaza de la Trinidad. Por aquella desfilaba toda la buena sociedad, no faltando ni de día ni de noche un lindo ramillete de muchachas que con sus encantos, con su gracia, con su belleza, constituían el mayor aliciente de la reunión. Los señores Usano y sus hijos atendían con gran sólicitud y obsequiaban espléndidamente a la concurrencia, sin darse punto de reposo y cuidando de que la animación no decayera un momento. La gente joven se entregaba frecuentemente al baile; muchachas y muchachos formaban coros que cantaban al piano las canciones en boga; algunos solazaban al auditorio ejecutando con perfección escogidas obras musicales; grupos de señoritas interpretaban con insuperable arte y donosura las preciosas danzas andaluzas, ya casi perdidas, las sevillanas, el vito, los panaderos y otras y algunos individuos, siempre de buen humor, tales como los profesores de la Escuela provincial de Bellas Artes Pepe Serrano (El Chato) y Rafael Vázquez hacían desternillar de risa a los invitados ya cantando dúos cómicos, muchos compuestos por ellos mismos, ya representando escenas, monólogos, diálogos mudos. El mismo don Abdón Usano, a pesar de ser un señor de edad respetada, alternaba en estos «números» dicho sea en honor de la verdad, vertiendo la sal a torrentes. Y hasta los grandes magistrados y jueces que nunca dejaban de ir a felicitar a los señores Usano, reían a mandíbula batiente con las ocurrencias de las personas mencionadas. El primitivo Centro Filarmónico, yendo al frente del mismo su fundador y director Eduardo Lucena, pariente de la señora doña Beatriz de Tena, presentábase las dos noches y celebraba dos conciertos, interpretando las obras principales del áutor de los inmortales pasacalles, conciertos que constituían la nota culminante de las fiestas a que aludimos. Y las murgas, entonces numerosas, que habían en Córdoba y los tocadores de guitarras y bandurrias también acudían a la alegre casa de la plaza de la Trinidad para dar los días a sus dueños. En una amplia habitación del piso bajo había una larga mesa a todas horas llena de fiambres, pastas, dulces, vinos y licores para que los concurrentes comieran y bebieran cuando y cuanto tuviesen gana, según el reiterado encargo de doña Beatriz y don Abdón. Y todas las personas que se hallaban en su casa a las horas de almorzar y comer tenían necesariamente que acompañarles a la mesa. Por la mañana, muy temprano; en la hermosa azotea que corona el edificio se le servía primero el aguardiente y después el desayuno, café, tortas o churros; por la siesta obsequiábaseles con una fresca sangría; después de la comida con café, coñac y habanos, y durante toda la noche no cesaban de circular las copas del oloroso vino. En dos habitaciones del piso alto aparecían tendidos en el suelo numerosos colchones; una de las dependencias indicadas se destinaba a las señoras y otra a los caballeros, para que, cuando estuviesen rendidos, pudieran descansar unas horas. Allí todo estaba previsto. Cierto año al llegar la madrugada del 31 de Julio los concurrentes dispusiéronse ya a marchar. Como los señores Usano jamás querían que les abandonaran sus amigos, don Abdón tuvo una ingeniosa ocurrencia para evitarlo. Por indicación suya salieron, después de despedirse de todos, un gran artista y el autor de estas líneas, que a los pocos momentos regresaban precipitadamente cerrando la puerta de la calle con cerrojo y tranca. ¿Qué ocurría? Según dijeron, que al efectuarse un encierro se había escapado un toro, el cual se hallaba en el campo de la Victoria y lo más fácil era que entrase en la población. Con tal motivo nadie se movió de la casa; todos se encaramaron a la azotea para ver al toro si penetraba por la Puerta de Hierro y así consiguió don Abdón retener a sus amigos hasta bien entrada la mañana. Algunos de aquellos al acostarse para reponer las fuerzas perdidas en dos días y tres noches de ajetreo continuo, soñarían con el toro de la fábula. </div> |
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