Las verbenas (Notas cordobesas)

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Como todas las costumbres tradicionales de Córdoba, las verbenas han perdido ya su carácter primitivo, aquella sencillez que les daba el principal encanto. Hoy son ferias en pequeño y algunas hasta tienen un aspecto aristocrático, digámoslo así, que se despega de toda fiesta popular.

Antiguamente se celebraban en nuestra población menos veladas que hoy, siendo las principales las de Santa Marina, San Lorenzo, San Agustín, Santigo y San Basilio.

En ellas no había ni iluminaciones espléndidas, ni tiendas lujosas, ni kermesses, ni carrousell, ni otras importaciones extranjeras, de moda en la actualidad.

Aparte de los faroles, con luz no muy brillante por cierto, del alumbrado público, solo las iluminaban los humeantes candilones de los puestos y cuando más algunos farolillos á la veneciana.

Los principales elementos constitutivos de las verbenas eran los puestos de higos-chumbos y las clásicas mesillas de las arropieras, con sus jarras limpias y sudorosas y sus jazmines, que embalsamaban el ambiente.

En otras mesas con escalerillas, haciendo las veces de estantería, pero nunca en tiendas, hallábanse los juguetes, para solaz y martirio de la infancia; juguetes toscos, algunos también característicos de Córdoba, entre ellos los llamados cigüeñas y herreros y otros casi esclusivos de estas veladas, tales como las campanas de barro.

Completaban las instalaciones uno ó dos ejemplares del tio-vivo, con sus coches pintarrajeados, con sus caballos y sus sirenas deformes, con su destemplada música de bombo y platillos, al que ha sustituído el carrousell, lleno de luces y colgaduras, muy vistoso, pero que carece del encanto de los primitivos coches de madera.

Y nunca faltaba tampoco la hornilla para hacer jeringos, con todos los artefactos propios de la buñolería ambulante.

En alguna que otra de estas veladas había un espectáculo excepcional, un gran atractivo, especialmente para la turba infantil: los polichinelas.

El artista encargado de exhibirlos formaba una barraca con cuatro lienzos rotos y sucios, y á la luz de un par de candiles daba sus funciones, presentando las extraordinarias aventuras del Señor Cristóbal y de la Señá Rosita de la Tia Norica y de otros personajes análogos.

Dos individuos se hicieron populares por sus exhibiciones de polichinelas en ferias y veladas, Juan Misas y otro conocido por Picardías, ambos hombres de gracia y no faltos de ingenio.

Es innecesario decir que el lenguaje de sus muñecos no se distinguía por lo culto ni lo limpio, pues la Señá Rosita y el Señor Cristóbal hablaban como el carretero peor educado.

En cierta ocasión asistía á una de estas funciones un aristócrata cordobés acompañado de su familia; al oir las frases soeces de los polichinelas envió á decir por medio de un criado á Picardías que suprimiese ciertas palabrotas, pues asistía al espectáculo el señor Marques de X.

Picardías, en el acto, asomó la cabeza por encima de la cortina tras de la cual maniobraba, y encarándose con el linajudo espectador contestóle: pues si no quiere oir estas palabrotas puede marcharse, porque mis puchinelas no saben hablar mejor.

Los muchachos, siempre revoltosos é inquietos, solían, enmedio de una función, levantar la cortina, dejando al descubierto toda la maquinaria, y entonces sí que era digno de que se le oyera Picardias ó Juan Misas.

A este, una vez, uno de esos pequeñuelos de quienes con razón se dice que son la piel del demonio, le arrojó desde su asiento un higochumbo, con tal acierto en la puntería que fué á estrellársele en un ojo.

El pobre artista lanzó un voto formidable, salió de su escondite y dirigiéndose al auditorio esclamó con verdadera rabia: respetable público: no quisiera más que saber quien me ha dado este jigazo para ... aquí agregó una frase del repertorio de los polichinelas, imposible de transcribir.

Las veladas más concurridas eran las de Santiago, San Agustín y San Basilio, por celebrarse en épocas en que los trabajadores del Campo vienen á holgar; según frase gráfica.

¡Y había que verles discurrir por las verbenas, vestidos con lo mejor del fondo del arca, piropeando á las mozas del barrio y abonando los oídos de los concurrentes con los pitos y campanas, su compra indispensable y un elemento esencialísimo para su inocente diversión.

A veces el ruido ensordecedor de tales instrumentos proporcionaba un beneficio: el de ahogar las destempladas notas de la célebre Banda de Hilario, que amenizaba tales fiestas.

En muchas casas de las calles donde se verificaban las verbenas improvisábanse alegres reuniones, en las que lucían su garbo y donosura las hermosas mujeres del barrio, bailando con toda la gracia de la tierra, al compás de guitarras y palillos, sevillanas, peteneras, soleares y todo el repertorio andaluz.

Y mujeres y hombres no abandonaban estas veladas sin hacer una visita al templo en cuyos alrededores celebrábase la fiesta, el cual permanecía abierto hasta las altas horas de la noche, lleno de luces y de flores, perfumado por el incienso y por las macetas de albahaca, planta que, como todo lo antiguo, se va perdiendo en Córdoba.

El 15 de Agosto, desde las últimas horas de la tarde, era extraordinaria la animación en las verbenas de San Agustín y San Basilio, porque ese día á los festejos populares uníanse las procesiones de la Virgen del Tránsito.

Los mozos, con gran entusiasmo, se disputaban el honor de conducir las imágenes; un gentío inmenso agolpábase en toda la carrera; balcones y ventanas lucían colgaduras é iluminaciones, y los vítores á la Virgen mezclándose con los acordes de las músicas, con el estallido de los cohetes, con las voces de los vendedores de papeletas para la rifa de los palomos ó del borrego, cuyos productos habían de destinarse al culto, formaban un concierto muy grato, muy hermoso, muy consolador, pues eran algo así como un himno á la Fé, al Amor y á la Patria, los tres grandes ideales de la humanidad.

Hace unos diez anos han aumentado considerablemente las veladas en nuestra población, perdiendo, á la vez, su primitivo carácter.

Ya son, como al principio afirmamos, ferias en pequeño, no sólo para solaz y recreo del vecindario de los barrios en que se celebran, sino para el de toda la población, que suele visitarlas.

Y en ellas verifícase toda clase de festejos; conciertos, bailes públicos, fuegos artificiales, exhibiciones de cinematógrafos, kermesses y hasta concursos de balcones. Sin olvidar tampoco los actos literarios, puesto que en la llamada de la Virgen de los Faroles ha habido dos certámenes, en el primero de los cuales el tema fue una poesía de sabor popular dedicada á dicha verbena, y en el segundo un estudio histórico de la Virgen de los Faroles.

Y ya que de esta velada hablamos, concluiremos las presentes notas con la narración de un gracioso suceso relativo á la misma.

Uno de los primeros años en que se celebró, un vecino del barrio de la Catedral, aficionado á la pirotecnia, ofrecióse á confeccionar los fuegos artificiales.

Aceptado el ofrecimiento por la Junta organizadora, empezó nuestro hombre á fabricar ruedas, cohetes y bengalas con verdadero entusiasmo, pero he aquí que la víspera del día en que habían de quemarse los fuegos, á las altas horas de la noche, una larga serie de espantosas detonaciones despertó á todo el vecindario, infundiéndole un pánico indescriptible. Aquello parecía el acabamiento del mundo.

Y no era tal cosa; era sencillamente que ruedas, cohetes y bengalas habían ardido dentro de los cajones de una cómoda, donde los guardara el improvisado pirotécnico.

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