Los abanicos (Notas cordobesas)

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EL ABANICO de Ricardo de Montis

Antiguamente, el abanico no era un arma de la coqueteria femenina, como es hoy, sino un objeto útil y de adorno, pues al mismo tiempo que proporcionaba su poseedor a aire fresco en el verano constituía el complemento de las calas y joyas de la mujer en todas las épocas.

De las joyas hemos dicho porque había abanicos de extraordinario valor; nuestras abuelas guardaban en sus cofres, encerrados en primorosas cajas de cedro o de palo santo, soberbios abanicos, verdaderas obras artísticas, con varillaje de metal primorosamente labrado, de preciosa filigrana cordobesa, de nácar o marfil, lleno de turquesas, de amatistas, de granates y de esmeraldas.

La tela era de seda y en los mejores la sustituye a la cabritilla, con paisajes y figuras pintadas por artistas de renombre.

Estos abanicos estaban reservados para las grandes solemnidades, tales como el jueves y viernes santos, el día del Corpus o para los saraos y festivales de rigurosa etiqueta.

De ordinario las señoras usaban, en el invierno, los abanicos llamados de baraja, compuestos de tablilla sujetas con cintas, que podían abrirse y cerrarse de derecha a izquierda y viceversa, o los de blonda, casa o plumas y en verano los de pie de ébano o sándalo, con telas modestas o papel pintado rayado de vivos colores.

Estos abanicos eran de gran tamaño para que produjesen mucho aire; al lado de ellos los que se usan en la actualidad no pasan de la categoría de juguetes.

Dichos objetos, como las alhajas, los vestidos de raso y terciopelo, las mantillas de felpa y los mantones de alfombra en pasaban, Noya de madres a hijas y no de generación a generación y ocupaban un lugar preferente en el arcón tallado, o en el contador lleno de incrustaciones de marfil y nácar.

Las antiguas familias cordobesas conservan aún alguno de esos abanicos que los anticuarios buscan con afán y pagan a elevados precios.

Las mujeres del pueblo utilizaban para echarse aire, según la frase vulgar, los pericones, unos abanicos también muy grandes, con pie de tosca madera y vistosos paisajes pintados en papel, en los que, ordinariamente, se representaban escenas de amores.

Los días de feria, únicos en teoría corridas de toros en nuestra capital, inundaba los alrededores de la plaza una verdadera lección de Vendedores de abanicos de caña con sus enormes canasto repletos de tall mercancía.

Por su sencillez hubiéramos calificar de primitivo tales abanicos; formaban los cinco o seis palillos de caña y sobre ellas, mal pegado como papel basto, rojo, azul, verde o amarillo con unos dibujos litografía 2 populares talleres del industrial malagueño Mitjana, que no las casas de vecinos de toda España de aquellas famosas láminas en negro o iluminadas a mano, pésimamente, representando la historia de Cristóbal colón, de Malelkader o del Casto José y las imágenes de infinidades de santos.

En los paisajes de estos abanicos se reproducían indefectiblemente una suerte del toreo cuando no presentaba ser una pareja de majos o un bandolero a caballo con su amante a la grupa.

Debajo del dibujo nunca faltaba una cuarteta, una quintilla una décima y huelga decir que la obra literaria, en cuanto a méritos, se hallaba la misma altura que la artística.

Como estos abanicos eran muy baratos, solo valían dos cuartos, cuántas personas iban a la fiesta nacional proveíanse de ellos y contribuyen a aumentar la policromía de la plaza de toros que constituye uno de sus principales encantos.

Los barquilleros y las arropieras vendían, para los muchachos como otros abanicos tan sencillo como los citados anteriormente, redondos, hechos con un papel lleno de dobleces, cuyos bordes estaban sujetos a dos pedazos de caña.

No hemos dicho, pasaban de unas a otras generaciones, sino los más modestos duraban años y años y, si se le rompió una varilla se les gastaba los remaches de las Dueñas llevaban los para que los compusiera abaniquero y paragüero en portales de la calle de la Feria, pero de más importancia, que hubo, durante muchos años, en la cuesta de luján.

Y era curioso ver a todo en general carlista, Goiseda, en un chirivitil de la calle más popular de Córdoba, pegando una varita o poniendo un clavillo nuevo a un pericón.

El dueño de un establecimiento de quincala, bisutería y otro artículo casquillo bastante popularidad, denominado La Estrella y situado en la calle de la Librería, amplió su negocio disparando una fábrica de abanicos y bastones, la única que ha habido en nuestra ciudad.

El abanico japonés vino a matar a todos sus antecesores, era más elegante y más barato; hasta que ellos que constituyen verdaderas joyas quedaron en el fondo del arcón si no pasaron a la vitrina pero museo, para no entorpecer el reinado del terrible competidor que acababa de hacer impuesto por la moda.

Las muchachas de aquella época, más románticas que las actuales, enamoradas de la poesía, fervientes admiradoras de Bécquer y de Campoamor cómo aprovechar la erupción del abanico japonés para que sustituyera al álbum y sobre los desdichados poetas que hay un verdadero diluvio de abanicos, como después había de caer de tarjetas postales, para que en ellos dejarán a sus dueñas galanterías mejor o peor rimadas. Fernández Ruano, el Barón de Fuente de Quinto, García Lovera, Grilo, Alcalde Valladares y sus numerosos colega sufrían sudores de muerte, aunque siempre estuvieran rodeado de objetos destinados a producir aire, para complacer a las aparadoras de verso sin repetir pensamientos ni flores.

Uno de los escritores citados harto de exprimir el caliente para piropear a las muchachas en sus abanicos a pelo a un recurso supremo y hábil: compuso una cuarteta que lo mismo podía servir para el abanico de una linda joven que para el de un carabinero retirado.

Enviaba uno de aquellos y, acto seguido, en la parte menos visible de la tela, junto a un bordón, escribía,

Con tu rara petición
en grave apuro me pones,
que mis versos solo son
para andar por los rincones

Debajo estampaba su firma y se quedaba satisfechísimo.

Pero tal satisfacción habría desaparecido sin duda si hubiese visto la cara que ponía y los adjetivos que le dedicaban las muchachas cuando me corro de estas había dos o tres con la misma composición en sus abanicos.

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