Los patios de Córdoba (Notas cordobesas)
Artículo sobre el alumbrado en Córdoba escrito por Ricardo de Montis el 1 de diciembre de 1921. [1]
Los antiguos patios de Córdoba, como las calles, como las plazas, tenían un sello especial, característico que los distinguía de los de todas las demás poblaciones. Había dos cUses de patios, unos que pudiéramos denominar aristocráticos y otros populares. Los primeros tenían honores de jardín y los segundos se asemejaban mucho a nuestros huertos incomparables. La mayoría de los patios jardines hallábase en los barrios de la Catedral, el Salvador, San Juan, San Miguel y San Nicolás de la Villa; los patios huertos abundaban en la parte baja de la ciudad. Los patios aristocráticos, grandes, de forma regular, con pavimento de menudas piedras, tenían cubiertos sus muros por naranjos y limoneros cuidadosamente enjardinados; hermosos rosales de olor embalsamaban el ambiente con suaves perfumes; los poyos que limitaban los arriates estaban llenos de macetas de claveles y al pie de aquellos se extendía otra larga fila de macetas con frondosas varas de nardos. En el centro, rodeada de plátanos, aparecía la fuente cuyo surtidor entonaba, sin cesar, la canturía del sueño, lenta, monótona. Limitaba al patio por su frente y casi siempre por uno de sus lados, una amplia galería con arcos severos que le daban el aspecto de claustro conventual. De los arcos, sostenidos por esbeltas columnas, pendían caprichosas jardineras con plantas colgautes y jaulas polícromas en que los canarios hacían coro a la canción de la fuente. Al pie de las columnas veíanse artísticos jarrones con pitas, cardos o palmas reales. Recios cortinones azules o gratules persianas verdes cubrían los arcos, durante el verano, dejando la galería en una agradable penumbra que convidaba al reposo. En las horas de la siesta el transeúnte, al pasar ante las casas que tenían estos patios, sentíase envuelto en una oleada «de frescura impregnada de perfumes, que le mitigaba la fatiga producida por el calor. Aquello era algo así como el oasis porque suspira el caminante cuando cruza el desierto. Las paredes de los patios populares, de los patios-huertos, estaban cubiertas por jazmines, madreselvas, rosales de pasión, celestinas y aromos: el pozo se hallaba semioculto por la yedra; malvarrosas y enredaderas enroscábanse a los recios "palos de castaño pintados de color azul que hacían las veces de columnas; alrededor de los muros, en les arriates, se mezclaban las celindas con las damas de noche, las varas de azucena con los juncos, las dalias con los tulipanes, las Ilagas de Cristo con tos copetes, los pensamientos con las violetas, los lirios con las siemprevivas. Delante de los arriates extendíanse los macetones con aureolas, boneteros, bojes y trompetas. Siempre había un rincón destinado a las plantas medicinales, la yerbabuena. el torongil, la manzanilla y la uña de león, unidas con otras plantas olorosas como el sándalo y el almoradux. En el centro elevábase el macetero, esbelto y gallardo, semejando un artístico ramo de flores de colosales dimensiones, en el que parecía que estaban unidos todos los colores 3' todos los perfumes de la flora universal. Servíanle de zócalo diminutas macetas de albahaca, primorosamente recortadas en forma esférica y en los distintos cuerpos del armazón de madera de aquella primorosa pirámide se agrupaban los alelíes, las espuelas, los corales, la verbena, los agapantos, el heliotropo, los geráneos, los miramelindos, la /lor de la sardina,?. los borlones, los jacintos y las marimonas. En el rincón menos cuidado crecían los típicos dompedros que entonces también se criaban espontáneamente en muchas plazas y callejas. En los trozos de pared que no estaban cubiertos por el verde tapiz de pasionarias, jazmines y madreselvas veíanse, a , guisa de jardineras, pendientes de un asa de alambre o cordelillo, viejas y desportilladas jarras llenas de plantas de claveles. Parte de algunos de estos patios hallábanse resguardados de los ardientes rayos del sol, no por un toldo sino por un palio esmeraldino, el emparrado, del que colgaban, como lámparas de oro, grandes racimos de olorosas uvas. Durante las horas de la siesta las mujeres trasladaban a las habitaciones las macetas de albahaca para aspirar su fresco aroma. Al atardecer, las mozas dedicábanse a coger las cabezuelas del jazmín para hacer los ramos que habían de lucir entre el bello y a regar las plantas, mustias a consecuencia del calor , para que volviesen a adquirir su lozanía. Con la manzanilla de estos patios huertos se adornaba la poética Cruz de Mayo; con los lirios el clásico altar cordobés del Jueves Santo; con las rosas el blanco ataúd de la niña muerta. Para curar los desarreglos del aparato digestivo recurríase a la yerbaluisa en infusión; sobre las heridas se aplicaba la uña de león como. remedio infalible. El pueblo celebraba en sus patios incomparables los acontecimientos de familia; el bautizo, el otorgo, el casamiento y en ellos se verificaban las caracoladas y las sangrías, fiestas genuinamente andaluzas, llenas de encantos, que va desapareciendo, como todo lo tradicional y típico. Y en los tiempos tiempos, ya lejanos y felices. I en que encontrábamos dentro del hogar los goces que hoy buscamos fuera de él, ] durante las hermosas noches del estío, en 1 los patios bañados por la Iuna congregabánse las familias para descansar, del trabajo del dia y disfrutar de los encantos de esos pequeños e incomparables vergeles del suelo cordobés. |
- ↑ Los patios de Córdoba. Diario de Córdoba de comercio, industria, administración, noticias y avisos Año LXXII Número 31675 - 1921 septiembre 11
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- Aromeo (Discusión |contribuciones) [1]