Nuestro Padre Jesús Nazareno Rescatado (Córdoba)

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Imagen de la Hermandad y Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno Rescatado y María Santísima de la Amargura.

Aunque el Padre Federico Gutiérrez fecha la realización de esta imagen a finales del siglo XVII, tanto Porres Alonso como el profesor Villar Movellán nos confirman que fue tallada por D. Fernando Díaz de Pacheco en 1713, por encargo del trinitario Fray Cristóbal de San Juan de Mata. Dicho imaginero tomó como modelo al Nazareno Rescatado de Madrid (Jesús de Medinaceli); de ahí su nombre, pues la tradición de haber sido rescatado por los trinitarios a los infieles se trasladó a la imagen cordobesa. Tradición que resulta explicable al asociarla con la Orden Trinitaria, cuya principal actividad consistía en practicar la obra de misericordia de redimir al cautivo.

El citado profesor Villar, que ha estudiado profundamente los imagineros cordobeses de los siglos XVII y XVIII, expone que dentro de la imaginería cordobesa hay dos etapas en el siglo XVII separadas por la presencia de Duque Cornejo en Córdoba (1848-1957). Pacheco pertenece a la primera de ellas que es una etapa barroca, encabezada por el granadino Teodosio Sánchez de Rueda, que enlaza con la estética de la centuria anterior. Prueba evidente de esta tesis es la imagen que comentamos. La expresión dramática de su rostro, la posición tensa de sus manos, el pelo postizo, su disposición de conjunto, constituyen un fiel modelo del más auténtico barroquismo. Fue, como hemos señalado, una imagen de encargo, inspirada en la de Madrid. Sin embargo, a pesar de esta circunstancia que coartaría su capacidad creativa, supo el artista plasmar en dicha imagen una magistral expresión , capaz de mover la devoción del pueblo a lo largo de los siglos.

Iconográficamente nos encontramos ante una imagen de Jesús Preso o Cautivo. Es de vestir, con los brazos articulados. Se puede incluir dentro de lo que conocemos como Nazarenos, pero sin cruz, a punto de iniciar el camino del Gólgota. Es el momento de haber sido injuriado, coronado de espinas y haberle puesto de nuevo sus ropas. Las manos aún permanecen atadas, aunque pronto serán liberadas para cargar con la cruz. Es el trágico instante en que Pilato acaba de ceder a la presión del populacho, temiendo ver afectado su cursus honorum, entregando a la muerte al que sabe inocente. El imaginero ha sabido captar esta situación reflejándola en el semblante del Señor: sus ojos, mirando hacia abajo, están llenos de una infinita tristeza unida a una resignada mansedumbre. Pero esta expresión no sólo es conseguida por su rostro, sino por la disposición de sus maravillosas manos atadas por delante sobre la cintura, con un cordel sujeto al cuello. Su postura erguida con firmeza, la abundante melena postiza, acaban de configurar el dramatismo que desprende la imagen.

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